[Dietario]
Condecoraciones. Tampoco me he puesto pantalón largo desde que estoy aquí. Cuando vuelva a ponérmelo, de vuelta en Málaga, me sentiré como cuando era niño y empezaba el curso. El otoño era sentir la tela en las piernas. Pero este verano me ha pasado otra cosa de antes: me caí. Iba con los crocs, cargaba la mochila y la silla de la playa, me iba fijando en Nádia, que caminaba por delante, era una pronunciada cuesta abajo de cemento, en fin. Solo me hice dos rozaduras en las rodillas. Mientras me curaba las miraba hechizado. Hacía décadas de las últimas. Se lo conté a Toscano y me habló también de las suyas. De niños siempre teníamos las rodillas así: la herida, la postilla, y con frecuencia una nueva herida. Se iban superponiendo las heridas y lo maravilloso es que jamás nos planteábamos dejar de salir corriendo a jugar. Las caídas eran contratiempos que no modificaban nuestra conducta. Por eso llevo estos días el rojo en mis rodillas como condecoraciones.
Subidón. En uno de mis primeros paseos de agosto, por La Carihuela, cacé el momento exacto en que una pareja volvía a la playa. Por el acento, parecían de Madrid. La playa estaba esplendorosa, con el azul mediterráneo y las sombrillas multicolores. Y el hombre, señalándolas (llevaba su propia sombrilla al hombro), exclamó: "Qué alegría me da... Es que me entra un subidón cuando estoy aquí".
Pelusas en el mar. Yo también he frecuentado la playa este año. Para mí el mar es sobre todo el paseo marítimo y los miradores. Los últimos veranos apenas me había tumbado una o dos veces en la arena. Pero este lo he hecho muchas. He vuelto a cogerle el gusto. Leer bajo la sombrilla o, con los ojos cerrados, oír las voces enredándose con las olas. Una quinceañera le dice a otra: "Ya sé que el 'para siempre' no existe, pero es que... me encanta. Es que es muy buen tío. Es que me llama y... Creo que voy a decirle algo". Pero las voces más contundentes son las malagueñas. Un treintañero habla por teléfono con un amigo. Por la conversación deduzco que otro amigo está esperando un hijo, pero no lo había contado hasta muy tarde porque perdió el anterior. El treintañero se entusiasma y dice: "Ahora trillizos del tirón p'a ponerse a la par de 'to' Dios". La arena está especialmente poblada porque hay medusas y casi nadie se baña. Una niña de cuatro años quiere hacerlo, pero la madre le dice: "No, que hay medusas". "¿Y por qué hay pelusas en el mar?", responde la niña.
Ruidos. No entiendo por qué se permiten las motos acuáticas. La diversión de ese individuo implica el fastidio de miles. Mi enemigo (porque todo sujeto que se monta en una moto acuática es mi enemigo) dando vueltas majaronas, estropeando el paisaje (lo contrario de los barquitos, que lo embellecen) y armando un ruido que asesina la calma de la playa. Tampoco entenderé el estropicio de los jardineros en las urbanizaciones, con sus máquinas cortacésped y sus soplahojas a motor. No hay contraste más brutal entre aquello que cuidan y el ruido que provocan. Una urbanización sin jardines sería más plácida, solo por la ausencia de jardineros.
Dry martini. Me tomé un dry martini con Losada en la terraza del Hotel Pez Espada que da al mar. Por la charla y las observaciones de Losada sobre la Costa del Sol (él es de Córdoba) no me fijé mucho en la bebida. Pero hoy he venido solo y la tarde es perfecta, pero algo falla: el dry martini. No le han puesto palillo con aceituna, ¡sino una pajita! Y veo algo flotando: ¡un cubito de hielo! Como soy un recién llegado al dry martini no me atrevo a protestar. No sé si esos elementos se contemplan también en el dry martini. Pero el mosqueo me impide ya disfrutarlo. La tarde es maravillosa, sopla una brisa fresca, pero yo soy ya el pardillo de los dry martinis.
La barba y la cara. Otra de las características de mi agosto: no me he afeitado. He ido ganando un aspecto agreste. Como no me muevo de Torrequebrada, esto no se sabe fuera de Torrequebrada. Pero lo descubren los amigos que vienen a Torrequebrada. Arias y Toscano, por ejemplo. "Te sienta bien la barba", me dicen. Lo agradezco. Pero luego me quedo pensando que el elogio del Montano barbudo puede verse también como una desvalorización del Montano sin barba. A lo mejor no me sienta bien mi cara.
* * *
En Diario Sur.