30.10.21

Turistas de octubre

[Dietario]

Nueva fase. Decido iniciar una nueva fase en mi vida: lentitud, elegancia –me digo–; no descomponer, como si fuese un torero de la vida cotidiana, la figura. Tengo que coger tres autobuses y el mundo me apoya. Camino tranquilamente a la primera parada y al poco de llegar aparece el autobús. Subo sin despeinarme. Con el segundo autobús ocurre lo mismo. Se trata de no acelerar, de no correr. Y el mundo se acompasa conmigo. ¡Dominar!, esa es la cuestión. Me dirijo con calma a la tercera parada convencido de que esto está hecho. El truco es marcar tú el ritmo en vez de que te lo marquen a ti. Entonces veo que el autobús llega cuando a mí me faltan todavía cien metros. Me doy una infame carrerita. Fin de mi nueva fase.

Turistas de octubre. Los turistas de octubre suelen tener una cierta distinción que este año no tienen: son turistas normales, atrasados. Los veo por Málaga, Benalmádena-Costa y Torremolinos. Hacen de octubre otro agosto, pero está bien. Llevamos dos años raros y la normalidad empuja, solo que en los meses que no le corresponde.

Madrid. Tengo unos días libres y me voy a Madrid. También yo soy un turista de octubre. Encuentro una oferta del hotel Emperador, en la Gran Vía, y pido en la casilla de sugerencias un piso alto, con vistas al exterior y tranquilo. Me dan uno más bien bajo, con vistas a un patio interior y con el permanente ruido de taladradoras de una obra cercana. Pero da igual, porque estoy casi siempre fuera. Solo le tomo afición a sentarme en el hall junto a los ventanales. Me doy cuenta de que estoy en un escaparate, pero nadie mira el escaparate. Soy yo el que mira la Gran Vía, con la gente pasando ante mí como en un escaparate.

Embozado. Hacía tiempo que quería visitar la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. Fui alumno en Periodismo de 1985 a 1987 y no entraba desde entonces. Hasta por una construcción de hormigón como esa, en principio poco acogedora, se puede albergar sentimientos. Todo sigue igual, pero voy prevenido y logro no dar el espectáculo. Solo en dos momentos me vence la emoción. Cuando me encuentro con algo que había borrado de la memoria: los asientos de cemento que hay a lo largo de los ventanales. Y cuando, a punto de salir, me doy cuenta de que he hecho la visita embozado en la mascarilla, como si me diera vergüenza enseñar allí una cara distinta a la de mis veinte años.

Maleza. Aprovechando que estoy en la Ciudad Universitaria, subo hasta mi antiguo colegio mayor, el San Juan Evangelista, el Johnny. Sabía que llevaba tiempo abandonado, pero no esperaba encontrármelo comido por la maleza. Emerge como un templo maya de entre los yerbajos. Desde mi ventana del primer curso veía la Escuela Diplomática y, a cierta distancia, la casa amarilla de Vicente Aleixandre, que había muerto el año anterior. El segundo curso mis vistas eran al otro lado: hacia la Casa de Campo y el palacio de la Moncloa. En las madrugadas de insomnio, generalmente lectoras, me fijaba en una lucecita que yo imaginaba que era la de Felipe González, en vela como yo. Ahora ya es una ruina: acción del tiempo.

Filosofía y vida. Me manda Miriam Moreno una invitación para asistir por internet a su conferencia "Tiempo, sentido y relato". Ella fue productora de televisión y es filósofa. Y es la célebre M. de los diarios de Andrés Trapiello. Me conecto y está en un saloncito coqueto de su casa, preparándose. Antes de comenzar se levanta a por un vaso de agua. Entonces aparece Trapiello. Mueve un poco el sofá para asistir a la conferencia en la mejor posición: tumbado. Pregunta si se le ve y le dicen que sí, pero que cuando se siente Miriam lo tapará. Cuando ella vuelve, resulta que no lo tapa del todo. Se le ve, en la esquina inferior izquierda de la pantalla, media cara y las manos, que de vez en cuando se mueven. Durante la conferencia, que es espléndida, hay un atisbo de vida (en este caso, de vida doméstica) como en los diálogos de Platón. 

Brasil en Málaga. De nuevo paseo por Málaga, o me siento ante el mar, con un disco brasileño en los auriculares. Esta vez es el último de Caetano Veloso, Meu coco. La acostumbrada belleza, cuya emoción deshace la costumbre. Me embeleso en algo parecido a la felicidad, y solo vuelvo en mí para recordar que debo dar las gracias. 

Magna procesión. Como malagueño no semanasantero (una especie exótica) veía acercarse la magna procesión de este sábado como si fuese un meteorito. Pero he sido rescatado en el último instante: me convocan para que vaya a firmar mi Inspiración para leer en la Feria del Libro de Sevilla. (Ir a Sevilla a librarse de procesiones es aún más exótico.) Ya relajado, deseo que todo transcurra bien. Un signo favorable, aunque parezca lo contrario, es la amenaza de lluvia, que también llevaba dos años con ganas de Semana Santa. 

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