26.3.22

Cielo naranja

[Dietario]

Cielo naranja. De la lluvia que acabó con la sequía de los últimos meses me dijo una amiga que tiene un campito: "No llueve agua, llueve oro". Pero al día siguiente llovió barro. El cielo era naranja y recordé que para María Zambrano este es el color del sacrificio. Una semana después ha vuelto la atmósfera naranja, desde el cielo hasta el suelo. El barro se nos mete en los ojos y respiramos barro. Guerra, crisis, desabastecimiento: el naranja sacrificial. 

Escribidores. Málaga se llena de escritores. Unos vienen al festival Escribidores de La Térmica, auspiciado por Vargas Llosa, y otros al MaF que organiza Cristina Consuegra; algunos a los dos. Yo acompaño a mi amiga Pilar Álvarez, editora de Alfaguara, a la presentación en la Biblioteca Manuel Altolaguirre de la novela de Juan Tallón Obra maestra. La hace Olga Merino, que el día después presenta en el Museo Ruso, junto a Consuegra, Cinco inviernos, el libro en que cuenta sus años de corresponsal en Moscú. La invasión de Ucrania por parte de Rusia carga de gravedad la tarde. Merino expresa su desolación al comienzo, pero el acto resulta precioso; con pausas musicales del pianista Daniel Blacksmith. (En los días siguientes leo los libros dedicados de Tallón y Merino: estupendos.) 

Ovejero quería salir. Nuestro amigo Félix Ovejero, gran y valiente pensador, viene a dar una charla en La Malagueta, pero sobre todo viene a salir en este dietario. "¡Me tienes que sacar!", me dijo. Su acto empieza justo cuando termina el del Museo Ruso, así que cojo un taxi y me pongo en el iPhone la retransmisión en directo por YouTube. Sigo viéndolo mientras camino tras bajarme del taxi hacia el lateral de la plaza de toros, con el audio por los auriculares, hasta que, como en un cuento de Cortázar, atravieso la puerta que me mete dentro de la retransmisión. Después nos vamos todos a Los Delfines a cenar, cómo no, pulpo frito; que ya ha salido mucho en este dietario. 

La veleta de Proteo. Quedo con Pilar, que quiere visitar librerías malagueñas antes de volver a Madrid. En Rayuela recuerdan a Juan Manuel Cruz, que murió al poco de jubilarse. En Proteo, reabierta tras el incendio del año pasado, Jesús Otaola nos enseña el memorial del fuego, una vitrina con libros quemados, y nos explica cómo fue la restauración, mientras vamos subiendo por las plantas. Es apasionante el mimo con que lo hicieron, intentando recuperar lo recuperable: las escaleras de mármol, los suelos antiguos, las estanterías... Al llegar arriba, Otaola nos hace subir todavía más: por una estrecha escalera de madera accedemos a la azotea, donde hay una veleta con don Quijote y Sancho. "Este es el remate de la librería", dice el librero. 

Un antílope que saluda. Me he aficionado a mirar en el ordenador lo que ocurre en una charca de Kenia y en otra de Namibia. En cada una hay una cámara que lo retransmite en directo las 24 horas. Por la primera pasan elefantes, gacelas y algún hipopótamo; por la segunda cebras, ñús, hienas y antílopes; y por las dos aves, un perpetuo piar de aves. He hablado mucho en Twitter de esta afición. Por eso, cuando puse que había descubierto otra cámara que enfoca un tramo de Copacabana, en Río de Janeiro, mi amigo Jaime Llopis, que vive allí, me dijo que un día me haría gestos "como si fuera un antílope de tus otras webcams, pero saludando". Y así lo hace. Me avisa de que va a pasar, pasa y me saluda. Otra alegría que me llega de Brasil. 

Colores veleños. El primer día del cielo naranja fuimos, por la tarde, a visitar la exposición de Evaristo Guerra en el Archivo Municipal. Ahí estaban esos naranjas, y otros muchos colores (los Colores veleños de su título), en los cuadros: ya no como signos sacrificiales sino celebratorios. Felicidad instantánea en la sala. Fuera seguía lloviendo y dentro un paraíso cálido. Nadales, Toscano, Arias y yo vimos muchos de esos cuadros en su estudio de Torre del Mar, cuando fuimos a visitarlo hace dos veranos. Antes el pintor nos había enseñado sus murales en la ermita de Vélez-Málaga. Entre las muchas cosas que nos contó, con su sensibilidad y su gracejo, recuerdo la de la pared que se propuso pintar como si no hubiera pared: es decir, pintando el paisaje que había al otro lado. Solo que el suyo es un paisaje transfigurado por el arte: en su esencia, en su esplendor; el paisaje visto con una mirada que no decae. También nos habló de su relación con María Zambrano, y de cómo, cuando murió, él se quedó solo velando a su paisana. Uno de los cuadros de la exposición es precisamente un homenaje a ella. A la salida estuvimos tomando una caña con el pintor, su hija y su nieta (Lola y Lola; la segunda, listísima, estudia nanotecnología en Hannover). Nos dedicó el catálogo, dibujándonos un árbol a cada uno. Seguía lloviendo, pero ya solo agua; o sea, de nuevo oro. 

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