Mi amiga Dolores González Pastor, que se estaba leyendo sus diarios de la segunda guerra mundial, Radiaciones (Tusquets), se incorporó espontáneamente a esta tendencia. Cuando Rusia invadió Ucrania, se dio cuenta de cómo la realidad reforzaba la lectura que se traía entre manos; o al revés, de cómo esa lectura le daba espesor a la realidad. A mí me pasó lo mismo. Leí Radiaciones en el verano de 1991. A continuación se produjo el golpe de Estado contra Gorbachov en la Unión Soviética. En pocos días fracasó, pero aquellos días los viví con la gravedad penetrante que me había aportado el libro.
Hoy Jünger habría cumplido 127 años. Murió a un mes de los 103. Cuando llegó a centenario, dijeron: "Ha superado la vejez y ha ingresado en la edad de los patriarcas". Él respondía: "Uno envejece bien solamente si se mantiene joven". Esto viene en una de mis lecturas de estas jornadas, Lo titanes venideros (Página Indómita), que recoge tres largas entrevistas que Antonio Gnoli y Franco Volpi le hicieron en 1995. Volpi publicó después un inesperado best seller filosófico, El nihilismo; y a los cincuenta y seis años murió en un accidente de bicicleta: el ciclismo era su otra pasión, junto con la filosofía. Jünger, por su parte, entre la primera entrevista y las siguientes estuvo en El Escorial: fue cuando lo nombraron doctor honoris causa por la Complutense.
Empecé Los titanes venideros en busca de este párrafo, que es la respuesta de Jünger a la pregunta de cómo se imaginaba el siglo XXI: "No tengo una idea demasiado feliz y positiva. Por decirlo con una imagen, quisiera citar a Hölderlin, que en 'Pan y vino' escribió que vendrá la edad de los titanes. En esta edad venidera el poeta deberá aletargarse. Los actos serán más importantes que la poesía que los canta y que el pensamiento que los refleja. Será una edad muy propicia para la técnica, pero desfavorable para el espíritu y para la cultura".
En otra ocasión dice, completando lo anterior: "Con el siglo XXI entraremos en una nueva era de los titanes que se caracterizará por la liberación de una inmensa cantidad de energía. Pienso ante todo en la energía atómica. [...] El planeta se verá sometido a una aceleración a la que la humanidad tendrá que adaptarse transformándose a sí misma. Lo viejo habrá de ceder su sitio a lo nuevo. He aquí por qué el Trabajador seguirá siendo la forma de hombre adecuada a la nueva realidad. [...] Sin embargo, yo estoy convencido de que la poesía no es un lastre inútil, sino que forma parte de la naturaleza del hombre". Y en otra: "Para mí lo importante sigue siendo el Individuo, el gran Solitario, capaz de resistir en las situaciones difíciles para el espíritu, como la que está llegando y que será una nueva edad del hierro".
He leído también El nudo gordiano (Tusquets), un ensayo oracular de 1953 que trata, según el propio Jünger, de "'este y oeste' como tema principal de la historia". Dicho de un brochazo, de la polaridad entre libertad y despotismo. Se lee con la guerra actual en la cabeza. Como en este pasaje: "Sus jefes [los de oriente] no se parecen a Alejandro Magno, que es el modelo de los príncipes y generales del oeste. Al igual que Gengis Kan, ellos ven su gloria y su fortaleza en 'no ser nunca clementes'". O en este: "Una persona singular que combata libremente y un jefe como Leónidas [¡o Zelenski!] que pueda contar con ella contrapesan masas enormes. Por su mera radiación el elemento espiritual representa ya en sí mismo un arma".
De Radiaciones es pertinente ahora leer las Anotaciones del Cáucaso, sobre el tiempo que Jünger pasó en el frente ruso. Allí, entre otras cosas (por ejemplo, buscar entre los generales alemanes a un Sila que derrocara a Hitler: no lo encontró), le interesó conocer la montaña en que sufrió condena el titán Prometeo.
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En The Objective.