30.11.25
28.11.25
Vicent es el Pemán de las ensaladas
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 1:25]
Buenas noches. Antes que nada quiero adherirme desde estas Opiniones ultramontanas al Alguien tenía que decirlo del pasado martes, en que José Ignacio Wert vindicó la denostada Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen. ¡A mí también me gusta! Dicho lo cual, paso a lo de hoy, en lo que puede que me encuentre más solo aún, sin ni siquiera la compañía de Wert: la crítica a Manuel Vicent. Sé que Vicent es amigo de esta casa, en la que Carlos Alsina le ha hecho estupendas entrevistas, que por otro lado yo no me he privado de disfrutar. En realidad, siempre escucho con gusto a Vicent. Desde que, a principios de los ochenta, dijo en televisión que su cabeza (ya calva) tenía forma de pene. Ese gamberrismo captó la atención del gamberro que yo era y que en buena medida sigo siendo. Luego empecé a leer la columna de Vicent en El País y me hice fan de su escritura sensorial, mediterránea y con algo de diamantino, como tallada en la hoja del periódico. Lo que ocurre es que han pasado más de cuarenta años y la columna es idéntica. Esto le ha permitido mantenerse cómodamente en el Establishment mientras otros, más arriesgados, han pagado sus osadías. Así Félix de Azúa, Fernando Savater o nuestro Andrés Trapiello. La otra noche homenajearon a Vicent en el Café Varela y entre los asistentes estaba el turbio presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido. Esto significa que el Establishment le da a Vicent su certificado de buena conducta. También acudieron numerosos columnistas, que quieren ser como Vicent. Claro, su sueño es tirarse cuarenta años escribiendo la misma columna del aceite que se derrama en la ensalada, refulgiendo al sol. ¡El cara al sol del aceite en la ensalada! Vicent es el Pemán de las ensaladas.
27.11.25
Disección del zapaterismo, fase inferior del sanchismo
Si el imperialismo, según Lenin, era la fase superior del capitalismo, no cabe duda de que el zapaterismo es la fase inferior del sanchismo. Todo lo de este estaba ya en aquel, agazapado o desplegándose. El zapaterismo le puso el suelo al sanchismo, que desde ahí se ha expandido. La presencia actual de José Luis Rodríguez Zapatero revoloteando alrededor de Pedro Sánchez rubrica la continuidad. Por eso es oportunísimo el análisis de los gobiernos de Zapatero que hace Julio Ponce Alberca, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, en un libro recién publicado: La ilusión traicionada. El principio del fin de la socialdemocracia española (Sr. Scott).
La primera vez que el expresidente apareció en un libro de historia fue, si no estoy mal informado, en la Historia mínima de España (Turner) del prestigioso Juan Pablo Fusi en 2012, justo un año después de que dejara el poder. Lo hace en estos términos: "El nuevo socialismo español, el socialismo de Zapatero, era un vago sentimentalismo progresista, asociado más a valores morales comunitarios que a grandes reformas económicas o sociales". Entre otras políticas (como las de "igualdad de género y de ampliación de derechos cívicos"), estuvo la del "entendimiento con la izquierda y con los nacionalismos, como fundamento de un nuevo orden democrático". Más adelante: "La ley de Memoria Histórica (2007) abrió de nuevo la polémica sobre la Guerra Civil, un debate que España había superado admirablemente desde 1975 y que había quedado ubicado ya en el ámbito de la historia académica". Por último: "Zapatero supuso, pues, la ruptura de consensos básicos vigentes, tácita o explícitamente, desde la transición".
La investigación de Ponce Alberca prosigue esta línea y la enriquece. Se nutre de documentación de y sobre el periodo 2004-2011, de estadísticas y cuentas oficiales, de la prensa de la época, de estudios, biografías, memorias y ensayos, algunos de carácter periodístico, y hasta recurre para ilustrar determinadas situaciones al hilarante Diario de un presidente del gobierno, de Ángel Ruiz Ayala (Renacimiento), humorístico y de ficción pero de notable agudeza verosímil. El tono es el de un historiador, objetivo, con cierta distancia, aunque sin privarse de emitir juicios, a modo de conclusiones al paso; por lo general críticas con el personaje y su desempeño político. El resultado es una disección. Con un doble efecto: además de comprender lo que fue y supuso el zapaterismo, logramos atisbar desde aquella perspectiva lo que está siendo el sanchismo.
En el origen global estaría la crisis de la socialdemocracia en Europa, a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989 y el hecho de que el centro-derecha había asumido ya algunos de los postulados socialdemócratas, como la combinación de Estado y mercado. Como alternativa particular, el PSOE propuso en España, para diferenciarse de la Tercera Vía de Anthony Giddens acogida por el laborismo británico, la llamada Nueva Vía, que recogió el llamado "republicanismo cívico" del profesor Philip Pettit. A este se le ensalzó como gurú, pero aquí la palabra "republicanismo" se deslizó un tanto castizamente hacia la reivindicación de un régimen explícitamente republicano, con nostalgia del anterior nuestro y la propugnación más o menos abierta de uno futuro.
Una vez que Zapatero alcanzó el poder en su partido, de manera implacable, y tras una fase inicial en que cultivó su imagen de sosegado y dialogante en la oposición, la del célebre "talante", dio paso a otra cuyo objetivo era el desgaste del gobernante PP de José María Aznar. Esta política la mantuvo una vez en el Gobierno, a partir de las elecciones de 2004 (tras los atentados del 11-M). Según el autor, Zapatero se acogió a la inercia de la bonanza económica heredada, incluso en lo que dependía de la burbuja inmobiliaria, al tiempo que impulsaba políticas simbólicas de gran impacto social (como las del matrimonio homosexual, la de paridad, la antitabaco, la de memoria histórica o la de dependencia) y (salvo esta última) de poco coste.
Ponce Alberca señala las consecuencias del énfasis puesto por Zapatero en los aspectos emocionales e incluso morales sobre los racionales. Aparte de la ineficacia fáctica, con leyes cuya viabilidad no se estudiaba y decisiones no basadas en el pragmatismo, servía para trazar una línea que excluía a la oposición. Si la emotividad y también la bondad estaban del lado del presidente, quienes se le oponían lo que hacían era "crispar" y, como se proclamó en la campaña electoral de 2008 (la de "defender la alegría") ser "unos cenizos". En estas disputas también se resalta la torpeza del PP a la hora de sortear las trampas que le ponía el PSOE. Por lo general caía en todas de mala manera.
El repaso es exhaustivo, y abarca asuntos en los que no me puedo detener en este apunte: por supuesto, incluye la política internacional, la relación con los nacionalismo catalán y vasco, la cuestión de ETA, etc. Hasta llegar al final, el de la crisis primero negada y después sufrida. Muy significativa la actitud, antes y después, del ministro de economía Pedro Solbes: terminó arrepintiéndose de las mentiras a que le obligó el presidente. La conclusión del autor es que la política de Zapatero se resumió en humo: no hubo avance en igualdad socioeconómica y ni siquiera en igualdad de género, no se abordaron reformas, empeoró la integración territorial, la sociedad se dividió. Todo fue una gran representación que terminó en el agujero de la crisis. Pura España (añado yo): puro barroco.
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En The Objective.
23.11.25
Franco fue nuestro primer Chanquete
[Montanoscopia]
1. Cincuenta años después, España está desatada y bien desatada. ¡Qué insufrible polarización! Nuestra derecha también se las trae, pero la clara culpable es nuestra izquierda. Ella empezó la presente deriva y la está llevando a unos extremos delirantes. Lo sentencio desde mi atalaya moral, que es de aúpa. Y desde mi ya irreversible abstencionismo. Vivimos, qué le vamos a hacer, en un país muy tonto. Qué manera más estúpida (¡más española!) estamos teniendo de irnos al guano.
2. Durante la crisis me refugiaba de los problemas de España en los de Argentina: viendo Periodismo para todos, de Jorge Lanata. Ahora aquellos problemas se parecen a los nuestros. Los peronistas hablaban de "golpismo mediático" y de "golpismo judicial", como aquí estos días. Al propio Lanata lo llamaban "golpista" por investigar la corrupción de los Kirchner. Aquel refugio mío era una anticipación de esta intemperie.
3. En su 25° aniversario, el diario Página 12, que se había vuelto kirchnerista, ni mencionaba a Lanata, que lo fundó en 1987 y lo dirigió hasta 1994. "Soy el primer desaparecido de Página 12", bromeó. En España, en el 50º aniversario de la proclamación como rey de Juan Carlos no ha estado Juan Carlos. Nuestra memoria histórica se hace a tajo limpio.
4. El día en que comenzó su reinado, el sábado 22 de noviembre de 1975, pensé que a mis nueve años iniciaba yo una prometedora vida habilidosa. Mi padre nos había dicho que estuviéramos pendientes de la tele, que era un acontecimiento histórico. Pero mi hermana y yo correteábamos por la casa y en uno de los vaivenes, al dar un portazo en el cuarto de mis padres, se desplomó el manillar y me quedé encerrado. Al estupor siguió un uso inédito de mi inteligencia. Cual chimpancé de documental, evolucionado en homo habilis, recogí el manillar del suelo y, con un ligero trasteo, lo logré encajar. ¿Funcionaría? Lo accioné y la puerta se abrió. En el salón estaba la ceremonia real, pero yo me encontraba en mi propio reino, recién conquistado. Ahora podría escribir que fue el primer acierto práctico de toda una serie de aciertos prácticos. Pero aquel fue el único acierto práctico de mi vida. Hizo medio siglo ayer.
5. Alguna vez he escrito que la de los nacidos en los sesenta es una generación tanática. Se nos murieron demasiados. Además de Bambi: Nino Bravo, Cecilia, Fofó, Félix Rodríguez de la Fuente y Chanquete. Franco está en el conjunto. Fue nuestro primer Chanquete: Verano ¡azul!, "No nos moverán" (canto al inmovilismo)... Aunque a Chanquete sí lo lloramos.
6. Mercedes Cebrián, que escribió un libro maravilloso sobre aquella serie, Verano azul: unas vacaciones en el corazón de la Transición (Alpha Decay), ha publicado este año Estimada clientela (Siruela), en que nos lleva de tiendas por cantidad de países, sacando filones de oro literario a cada paso. Nada hay más delicioso que leer a Mercedes Cebrián. Su mirada singular se torna aquí un poco melancólica, por los tiempos: "Un libro sobre ir de compras es un libro nostálgico: hay que aceptarlo". En un momento dado, mi lectura adquirió aires de thriller. Pasaban las páginas y no aparecía el sitio de Madrid con el mejor nombre del mundo, absolutamente acorde con aquello en que la autora se va fijando: Bobo y Pequeño, la tienda de telas situada en Atocha 20. "¡No puede ser que no hable de Bobo y Pequeño!", me decía. Pero claro que habla: en la página 202, casi al final. Y con premio. Cuenta Cebrián que una compañera de clase, cuando se enfadaba con su hermano menor, lo llamaba "Atocha Veinte".
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En The Objective.
20.11.25
Intento formular mi experiencia del franquismo
Yo tenía exactamente nueve años y medio cuando murió Franco, pero ni siquiera fui un niño de derechas: el franquismo ni me rozó. Mi bloque estaba en uno de los sitios en que terminaba la ciudad y hacíamos vida tanto en la barriada como en los descampados con un indeleble espíritu anarquista, por no decir gloriosamente salvaje. Tuve la suerte de no padecer adoctrinamiento ni político ni religioso, ni en la familia ni en la escuela.
La tele nos lo daba todo y Franco solo aparecía en la tele en los aburridos Telediarios, que ni mirábamos. Sí teníamos que mirar el Nodo, a la espera de la película en el matinal o el cine de verano, y allí salía un Franco algo más dinámico, que asistía a eventos deportivos e inauguraba cosas, a diferencia del viejecillo estático de las noticias, un abuelete un tanto insípido que, sin embargo, tomábamos como un personaje más de la tele, solo que uno al que no teníamos ganas de ver como a Locomotoro, Pippi o la perrita Marilín.
Su verdadera presencia cotidiana para nosotros era en las monedas, que nos quemaban en las manos porque en cuanto nos caía una corríamos al kiosco a cambiarla por poloflanes, soldaditos, chicles bazookas o cromos (en Málaga decíamos "estampas") de futbolistas. Sí nos sorprendía que aquel perfil un tanto regordete se correspondiera, nos decían, con el viejo escuálido de la televisión. No lo reconocíamos.
Solo vi fotos del Franco joven en el primer fascículo de la colección que mi padre empezó a comprar: Los españoles. Colección en que también aparecieron El Cordobés, Picasso, Massiel y Dalí. De este salía un dibujo de niño con una rata en la boca. Franco era eso: el primero de toda colección de ese género que, por el espíritu de la época, derivaba en pop. Sabíamos, claro, que era el que mandaba. En este sentido, algo nos debieron de inocular; o tal vez fue por inercia. El efecto en todo caso era de carácter familiar: ya digo, Franco nos parecía una especie de abuelo. Entrañable pero sin calor: ni lo queríamos ni lo dejábamos de querer.
Entonces se puso malo. Se abrió un tiempo eterno, como todos los del niño, en que se me entremezclan ya los partes médicos reales con las fotos posteriores del Interviú. Sí son inequívocamente de los últimos días los chistecillos de mis padres y mis tíos. Los pequeños nos sumábamos a las risas, aunque no entendíamos muy bien de qué iba aquello. Solo me acuerdo de uno en que el personaje cantaba una sevillana famosa (veo ahora que es justo de 1975): "No te vayas todavía, no te vayas, por favor". Algo regocijaba a los adultos y no entendíamos qué.
Aquel periodo acabó la mañana del jueves 20 de noviembre, hace hoy cincuenta años. Mi madre me llevaba a la escuela y, al ir a bajar las escaleras de los eucaliptos, nos cruzamos con otra madre que subía con su hijo. "Que no hay colegio, que se ha muerto Franco". En la tele salían grabaciones de desfiles y música militar, imágenes de Franco en la guerra (¿cuándo nos habían hablado de la guerra?), y en mi memoria hay también dibujos animados y cine cómico, pero esto tuvo que ser ya cuando las elecciones de 1977. Lo de Arias Navarro no lo recuerdo en directo. Luego salí a dar una vuelta con el Antoñito y las calles estaban vacías. Nunca habíamos hecho la piarda, pero la sensación era de estar haciendo la piarda. Mi amigo me habló de "los regimientos" que habían salido en la tele, y en ese instante aprendí la palabra “regimiento”.
Después vino el entierro y la coronación del príncipe (de este había otro fascículo, el segundo, de Los españoles). A mi abuelo le impresionó aquello que le decían a Juan Carlos al final de la ceremonia: "Si así lo hiciereis, que Dios os lo premie, y si no, que os lo demande". Repitió, como hacía a veces, lo último: “que os lo demande”. No recuerdo emoción, ni mucho menos lágrimas, por la muerte de Franco. Era algo como irreal, aunque con una dimensión histórica que estaba en el ambiente. Nada que ver, desde luego, con la muerte que nos golpeó un mes y cinco días más tarde: la de mi abuela, que llevaba semanas ingresada. Por esta muerte, y porque mi abuelo se vino a vivir con nosotros y en la casa faltaba una habitación, nos mudamos en el verano de 1976.
Mi pequeño reino afortunado se quedó así encerrado en una burbuja: aquella barriada de Las Flores, un espacio con un tiempo específico, a la que regreso muy de tarde en tarde para que no se disipe el elixir.
Solo unos años después, atando cabos, me di cuenta de algunos indicios de la dictadura (tampoco recuerdo cuándo se empezó a decir esta palabra). Unos estudiantes universitarios corriendo, huyendo de algo que no llegamos a ver. Los adultos hablando en el rincón de alguna reunión familiar de un conocido de ellos al que la policía le había metido la cabeza en un cubo de agua. Una frase del abuelo del Antoñito después de que este dijera, en una discusión, que podía decir lo que le diera la gana: "Si uno pudiera decir lo que le diera la gana...".
La Constitución de 1978 se construyó contra Franco y el franquismo. Mienten los que dicen lo contrario. No se ocultó nada. Se habló abundantemente de la dictadura y de la guerra civil. Otro coleccionable de mi padre fue el de Hugh Thomas, que empezó a publicarse en 1979.
Los niños de entonces llegamos a saberlo todo. Pero de la triste dictadura se pasó a la alegre democracia y esta fue la que se impuso anímicamente. Ayudó que la alegría ya la traíamos. Nuestra niñez alegre se hubiera topado en la adolescencia, como las generaciones anteriores, con el anticlimático franquismo. Por fortuna nos acoplamos a una exaltante democracia, en la que mantuvimos la corriente de nuestra alegría.
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En The Objective.
16.11.25
Sánchez ha calcinado a Rosalía
[Montanoscopia]
1. Sánchez ha calcinado a Rosalía. Inescuchable ya. La ha convertido en la Estrellita Castro de su franquismo.
2. Un amigo me había dicho: "Rosalía es la Sor Citroën del pop mundial". Lo cierto es que ninguna de las monjas de esta insufrible avalancha tiene la modernidad de Gracita Morales en ese papel. Nuestro tríptico insuperable de monjas (dos españolas y una mexicana): Santa Teresa, Sor Juana Inés de la Cruz y Sor Citroën. Las de ahora ni las rozan.
3. Algunos (no muchos) somos tan visceralmente antifranquistas que nos revuelven el estómago los actos que, aunque se presentan como antifranquistas, atufan a franquismo. Así la visita del presidente a Radio 3, con la sumisión de su jefe de propaganda Joseph Paulus y todos los empleados, que se abalanzaban (¡con sus looks tan guays!) para la genuflexión. En otros tiempos Radio 3 era sinónimo de libertad (¡y de buscar la belleza, la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo!). También me eduqué con ella. Quienes señalan que Sánchez no está cumpliendo con los eventos prometidos del Año Franco no se dan cuenta de que lo está celebrando a lo grande: por suplantación.
4. David Uclés se ha enfadado porque ha habido uno (¡uno!), el tuitero Basi, que ha leído su novela y la ha estado comentando en Twitter. Me ha llamado la atención lo mortalmente mala que es. No tenía pensado leerla porque me suscitaba perezón, pero daba por hecho que tendría algún valor literario. Las reseñas han sido elogiosas y se ha vendido como rosquillas. Ahora estos datos son un síntoma del estado catastrófico de nuestra cultura. El autor y los medios oficialistas hablan de odio. Pero lo que ha habido ha sido crítica literaria. Como la que los medios oficialistas han ejercido contra Juan del Val. Una vez más, los hunos y los hotros hablan de lo mal que escribe el autor de enfrente. Y, una vez más, todos tienen razón.
5. He leído Astérix en Lusitania, por Astérix y por Lusitania. Es flojísimo, pero me lo he pasado bien. Como hacía tanto que no leía a Astérix, sobre el menesteroso volumen se han posado los volúmenes grandiosos. El primero que leí, con ocho o nueve años, fue Astérix y el caldero. ¡Qué gustazo entonces! Luego fueron cayendo los demás. Mis favoritos: El escudo arverno, La Vuelta a la Galia por Astérix, Astérix en los Juegos Olímpicos y Astérix gladiador. Del de ahora solo está realmente bien el fatalismo que inyectan los fados. Entona uno Obélix y los romanos que los persiguen entran en depresión.
6. Gloriosa la reaparición de Rubiales. La finta que hace para ir a por el que le lanza los huevos es un prodigio. Este hombre es un portento de elasticidad. Por su ballet gestual en aquel palco junto a la reina y la infanta lo llamé "el Nadia Comaneci del tocarse los huevos". No me cansaba de ponérmelo. Ahora no me canso de ponerme esto otro, con otros huevos. Siempre huevos con Rubiales: parece que su arte lo desencadenan los huevos.
7. Magias de la fisonomía: personas que te caen mal o que te caen bien porque se parecen a otras. Me cayó mal el escritor mexicano Xavier Velasco cuando se plantó en España como enfant terrible, diciendo que le gustaba dar besos con la boca llena de wasabi, sin saber que su cara ya estaba repartida entre nosotros: la tenía Milikito. Y me cayó bien Xabier Azcargorta, que se acaba de morir, porque tenía la misma cara que mi adorado Eugenio Trías. Incluso me parecía que hablaba filosóficamente de fútbol.
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En The Objective.
14.11.25
El aspecto lidibinoso de la Transición
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:47]
Buenas noches. No he leído las memorias de Isabel Preysler ni las del exrey Juan Carlos, porque yo (¡excusadme!) soy un lector hedónico. Pero sí las he rastreado, cruzándolas, con un propósito: atisbar si hubo hueco para que la reina de corazones y el rey de España tuvieran algo, un alguito. Preysler sí menciona varios encuentros con el monarca, pero en ocasiones públicas, cacerías y cosas así. Él, en cambio, no la menciona. Aunque tampoco menciona a Bárbara Rey. En fin, que no hay nada, pero a mi imaginación le habría gustado que sí. ¡Soy un sentimental! Ya que estoy aquí me gustaría hacer un comentario sobre el aspecto libidinoso de la Transición. Esto me lo hizo ver hace tiempo el novelista Juan Francisco Ferré, quien acaba de publicar en Anagrama Todas las hijas de la casa de mi padre, en que los personajes se ven afectados por las transiciones, también eróticas, de la Transición. Su narradora es una chica que transita maravillosamente hacia el lesbianismo; pero desde el punto de vista de un chico como yo (heterosexual, qué le vamos a hacer) se daba algo delicioso, aunque lo supimos más tarde. Resulta que nuestro objeto de deseo era el mismo que el de don Juan Carlos: Bárbara Rey. En mi caso, ella fue la primera mujer que vi desnuda, en algún Interviú distraído a los adultos. Pese a la democracia, se observaba una rígida jerarquía, digna de un bajorrelieve asirio. Los adolescentes le dábamos salida a nuestra pulsión con "la manito", mientras que nuestro rey lo hacía con toda su realeza. Pero era bello pertenecer a una misma comunidad de intereses sexuales. Sí, la Transición tuvo un indudable componente libidinoso... y eso engrasó (¡lubrificó!) la maquinaria democrática, dando aquella hija de penalty y al mismo tiempo querida: ¡la Constitución!
13.11.25
Savater para exaltar el corazón bumano
El nuevo libro de Fernando Savater, Ni más ni menos (Ariel), es estupendo en sí mismo, pero tiene un valor particular para los lectores de The Objective, ya que recoge los artículos publicados en este periódico digital. Aquí se leyeron bien, plenamente; pero verlos en papel, con el ritmo más pausado que este propicia, y todos juntos, potenciándose unos a otros, produce una mezcla de placer y emoción. Es como si el trasiego del día a día hubiese dado un fruto noble, perdurable.
Esta mezcla la percibí cuando cayó en mis manos el primer libro de artículos, precisamente de Savater (con él descubrí el género): Sobre vivir, que es uno de mis favoritos junto con Instrucciones para olvidar El Quijote, Sin contemplaciones o A decir verdad. A partir de un determinado momento, eran los artículos que ya había leído en la prensa, sobre todo en El País, pero en su paso al libro siempre ganaban. La escritura de Savater, la mejor en español desde que él escribe para mi gusto (punzante y ligera, entretenida, limpia, lúcida, juguetona, elegante, con encanto y gracia), funciona tanto en el periódico como en el libro, pero en este se cumple mejor. Al fin y al cabo, lo que escribe en prensa son ensayitos: visiones de la actualidad con un toque de literatura y otro de filosofía.
En lo que a mí respecta, no me abandona el regocijo de publicar en el mismo periódico que él y mi otro articulista preferido absoluto: Félix de Azúa. Este honor me lo dio esporádicamente Jot Down y ahora me lo da todas las semanas The Objective. Al principio tuve el sueño de estar en El País, el periódico con el que me formé y el único con el que he mantenido una relación sentimental. Pero, claro, El País era para mí el periódico de Savater y Azúa. Sin ellos es otra cosa que ya no quiero.
Quién nos iba a decir que para mantener un discurso ilustrado en España sería indispensable criticar a El País, el beato boletín del oscurantista sanchismo. No haberlo hecho es lo que le faltó, por ejemplo, a Mario Vargas Llosa, impecable en todo lo demás. La salida de El País y el paso a The Objective les ha permitido a Savater y Azúa ejercer la crítica completa de un modo abierto. Como dice nuestro director Álvaro Nieto en el epílogo del libro, Savater escribe ahora "más desatado que nunca". A veces es bronco, como quizá no lo había sido antes. Pero es lo que le corresponde a nuestro embrutecido momento. Al igual que la claridad, responder a la realidad es una cortesía del filósofo. Y nuestra realidad es hoy la que es.
Ni más ni menos recoge solo los artículos políticos y de abrupta actualidad (es "una obra de combate", escribe Savater en el prólogo). Los personales y culturales, los consagrados a sus aficiones, que cultiva Savater con fruición, darían para otro libro suculento. En este hay un apartado especial al final con artículos sobre el nacionalismo, el independentismo y los restos del terrorismo, con el título de uno de sus libros gloriosos en los años duros de ETA: Perdonen las molestias. Pero el resto son artículos sobre la podredumbre desencadenada por el presidente Sánchez, ese "ególatra apasionado por el poder", y sus obedientes servidores; es lo mismo que decir que sobre la decadencia y el envilecimiento de la izquierda. Impresiona asistir a este desfile de fechorías... de las que aún no nos hemos librado.
A estas alturas lo único que me separa de Savater es la pujanza, que él tiene y yo no. Yo celebro su activismo, pero desde mi pasividad (salvo en la escritura). Quizá con esto no he aprendido su principal lección, pero carácter es destino. Eso sí, aunque no sirva en la práctica, estoy de acuerdo con la cita de Stendhal que aparece en el libro: "Sirve para exaltar el corazón humano". Savater me lo lleva exaltando más de cuarenta años ya.
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En The Objective.
9.11.25
Presumen del Watergate pero apoyan a Nixon
[Montanoscopia]
1. El que en esta semana informativamente tan loca el emérito Juan Carlos I haya tenido su parte de protagonismo, con la publicación de sus memorias y sus indiscreciones, hace pensar que él, y no Felipe VI, era el rey que le correspondía al sanchismo. Como ha dicho Teodoro León Gross, el exrey se está comportando más bien como un expresidente de república. De haberse mantenido en el trono, España tendría hoy una definitiva unidad de estilo (bajo). Solo cuatro años mediaron entre su abdicación y la llegada de Sánchez al Gobierno. Imagínense que hubiese aguantado: Sánchez sería hoy el dueño de todas las piezas.
2. El aplauso de los fiscales subalternos al fiscal general del Estado, en un receso del juicio en el que es el acusado, aunque no se sienta en el banquillo porque sigue ostentando su pompa, me parece el acto más logrado hasta ahora del Año Franco. Los españoles que no lo conocieron se habrán llevado una impresión muy exacta de lo que fue el franquismo.
3. La épica del periodista, cuando él mismo la exhibe, resulta un tanto sospechosa (además de embarazosa). Máxime si, como ocurre ahora, nuestro autoproclamado héroe del Watergate local por quien se desvive es por Nixon.
4. La otra noche confesó José Ignacio Wert en La Brújula que le gustaba Vicky Cristina Barcelona. Así que somos dos, porque a mí también me gusta. Rafa Latorre y los demás contertulios se reían de esa película, y Daniel Gascón contó algo gracioso que dijo David Trueba cuando la vio: "Woody Allen ha podido comprobar por sí mismo lo difícil que es hacer cine español". Pero a mí me gustó: tenía un toque almodovariano con un cierto aire neoyorquino, más derivaciones landistas, no sé. A todo aquel cine de postal de Woody (París, Roma) en el peor momento de la crisis yo lo llamé "el verdadero rescate de Europa". Se prolongó en San Sebastián (un San Sebastián idílico, sin nacionalistas) y ahora Ayuso pone dinero (de los madrileños) para que Woody ruede en Madrid. Quiero ver esa película, naturalmente. Sería ideal que sacara el jardincito del príncipe Anglona, aunque es improbable. Más probable es que salga el templo de Debod, tan Central Park al atardecer...
5. Al templo de Debod precisamente le quieren meter mano, como a todo lo perfecto. La excusa es su conservación, cuando un encanto del templo es el tiempo pasando por la piedra milenaria. Es también una nube de las de Borges: "No habrá una sola cosa que no sea / una nube. Lo son las catedrales / de vasta piedra y bíblicos cristales / que el tiempo allanará...". Lo que tienen que hacer con el templo de Debod es volver a llenar el estanque, para que la piedra se refleje en el agua. Y para que en la sección que da al horizonte vuelva a manar el surtidor, el ónfalos de Madrid.
6. He tenido la precaución de no escuchar aún el disco de Rosalía. Me libro así (¡provisionalmente!) del riesgo de entrar en éxtasis orgásmico como el de la beata Albertona (así llamábamos jocosamente en el instituto a la escultura de Bernini) y que se me derrame en la columna.
7. Le han dado a Miguel Gomez Losada el I Premio Internacional de Pintura Ciudad de Sevilla por La mesa de Rosa (Sehnsucht). Rosa era su madre. Sehnsucht es una palabra del romanticismo alemán que significa "un incontrolable deseo en el corazón humano hacia no se sabe qué". Veo al jurado apreciando la pincelada. Conozco a Losada desde hace 32 años. Hace ya muchos que es un maestro de la pintura.
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En The Objective.
6.11.25
Ilustración lenta contra el nacionalismo
En La pulsión nacionalista (Debate), que llega hoy a las librerías, Manuel Arias Maldonado se propone una "ilustración lenta" no tanto contra el nacionalismo, como sobre el nacionalismo. Se ocupa del fenómeno de un modo amplio y ecuánime, con un intento de comprensión que no desdeña sus aspectos positivos, sobre todo en su origen; lo que pasa es que los negativos son tan abrumadores a estas alturas, y han sido tan devastadores, que el efectista contra de mi título no deja de resultar pertinente. El carácter lento de la ilustración, por otro lado, asume la dificultad de promover la razón en un ámbito dominado por una arraigada irracionalidad.
El ideal que alienta este libro es el cosmopolita, así como el de la democracia liberal. Para ambos, relacionados entre sí, corren malos tiempos: por los populismos y extremismos en boga, por el identitarismo y el nacionalismo. "El protagonismo recobrado por el nacionalismo político en las últimas décadas", escribe el autor, "constituye uno de los fenómenos más desconcertantes de la historia reciente". En efecto, pensábamos que "los desastres del siglo XX seguirían funcionando como una advertencia eficaz contra las tentaciones de la pertenencia agresiva en un mundo cada vez más globalizado".
En las poco más de cien páginas de La pulsión nacionalista, Arias Maldonado logra articular este estupor, con un estudio sobre el origen histórico del nacionalismo (y lo que sean las naciones), un análisis de la "psicopolítica" de la nación (es decir, la psicológica necesidad de pertenencia y sus efectos políticos), una disección del derecho a la autodeterminación y sus reivindicaciones debidas e indebidas, y una propuesta para un horizonte "posnacional" y justamente cosmopolita.
Mientras que el concepto de nación es antiguo y ha ido mudando con el tiempo, el nacionalismo es un fenómeno moderno surgido de la Revolución francesa. Se trataba de arrebatarle la soberanía, es decir, la legitimidad del poder, al monarca en favor del pueblo, lo que explica el carácter liberal que tuvo el nacionalismo inicialmente. El asunto se complica con la diversidad de elementos en juego: por un lado, los Estados nación que se apoyan en el nacionalismo como aglutinante, que en los casos más flexibles impulsan una idea de nación cívica y en los más rígidos una idea de nación étnica; y por otro lado, las naciones o etnias sin Estado, que tienden a suscitar tensión o provocar conflictos en el Estado o los Estados a los que pertenecen.
De entre todos los asuntos de que Arias Maldonado se ocupa, destacaría el hecho de que el nacionalismo crea en buena medida la nación que ensalza y a la que se entrega. Más allá de elementos reales que puedan componer una nación, como la lengua, la religión o las tradiciones, su carácter unitario suele ser fruto de una mitificación (y mixtificación) con participación violenta. Por eso está bien traída esta cita de Ernest Renan (autor de la célebre caracterización de la nación como "un plebiscito diario"): "El progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad". En la misma línea, Ernest Gellner afirma que "el nacionalismo se inventa las naciones".
La claridad admirable de la exposición, presente en todas las obras de Arias Maldonado pero en particular en aquellas en que hace hincapié didáctico, como en la precedente Abecedario democrático (Turner), junto con el estilo elegante y conciso, que se deja espacio para toques humorísticos e irónicos, hace que la lectura de este prontuario, además de provechosa, resulte placentera. La pulsión nacionalista constituye así un ejemplo del ideal que pretende. Ese mundo cosmopolita trabajado por la "ilustración lenta" sonaría de un modo parecido.
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En The Objective.
2.11.25
En un ataúd de Halloween, para llorar o reír
[Montanoscopia]
1. Digan lo que digan las encuestas, a la baja en cualquier caso, el PP parece ya un Javier Arenas colectivo, personificado en el cada vez más arenesco Feijóo. Cunde el miedo al gatillazo: miedo que, como sabemos, es un certero factor del gatillazo. Hay tantos fallos a la vista que no se entiende cómo no los ven ellos mismos. Por ejemplo, que el ominoso Mazón siga pululando por ahí. Su jeta debería haber desaparecido hace un año de la vida pública española. También el espectaculito del Senado, con el meritorio Miranda disparándole epiléptica e infructuosamente al cínico Sánchez, quien se puso gafas de mafioso de Casino. Yo tenía la ilusión de que el PP llegase (¡sin mi voto!) al Gobierno. Primero por el fin del sanchismo. Segundo por ver a amigos míos como subsecretarios de Estado. Pero estos amigos van envejeciendo y nada. Amenazan con ser los sempiternos príncipes Carlos de las subsecretarías de Estado.
2. En su artículo sobre la sesión de escenificación, que no de investigación, del Senado, suelta esta perla Jabois: "el antisanchismo es una enfermedad que está destruyendo a las mejores mentes de la derecha". Está claro que un peligro del antisanchista es convertirse en un sanchista del antisanchismo: el envilecimiento (así como la pesadez) amenazan siempre. Pero que hable de destrucción de mentes ajenas uno que se reboza cotidianamente en las de El País y la Ser, y que además se mira al espejo, es para meterse en un ataúd de Halloween y no parar de llorar, o reír.
3. De todos los giros en curso, el católico (como bien lo ha formulado Garrocho) es el que me resulta más simpático. Es una prueba de la astucia de la Sinrazón. Y también, por cierto, de la implacable vigencia de Nietzsche, cuya "muerte" proclaman ahora Gomá y Ana Iris. En cuanto a la moda monjil, era casi una consecuencia lógica del feminismo puritano de moda. Aunque lo de hoy no pasa de ser un revival ingenuo de lo que ya se ofreció de un modo más avisado en la Movida: de la película Entre tinieblas de Almodóvar a la canción Quiero ser santa de Parálisis Permanente.
4. La clave de Morituri, de Sanz Irles, que acaba de editar Sr. Scott, podría ser: muerte con vidilla. Es una profunda novela sobre la muerte (sobre el envejecimiento y la muerte), pero recorrida (¡animada!) de tal modo por la electricidad literaria que uno lo que quiere es permanecer en la vida para seguir leyendo novelas como esta. La combinación de tema lúgubre y expresión jocosa es en cierto modo medieval, lo que entre nosotros remite a las danzas de la muerte y a obras como el Libro de buen amor o La Celestina; por la misma razón, podría decirse que es joyceana. El desparpajo verbal del narrador, que por estar fuera de la historia puede no solo contarla sino reflexionar sobre el contar, con extremada autoconciencia de las palabras y los procedimientos que utiliza, convierte cada página en un festín para el lector hedónico. Está bien que el contrapeso sea grave, porque así el juego resalta más. De algún modo, se habla de la muerte (y de la eutanasia y el suicidio, con consideraciones médicas, políticas y filosóficas) desde el chisporroteo de la vida: como para ilustrarnos lo que se pierde. La trama, que contiene elementos de la novela picaresca, con un crescendo casi berlanguiano, esperpéntico, humorístico, punteada a la vez de erotismo y de crepúsculo, es, como escribió Jaime Gil de Biedma sobre los poemas de su amigo Gabriel Ferrater, tras su suicidio, una añagaza para retenernos.
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En The Objective.
31.10.25
A favor del cambio de hora
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:08]
Buenas noches. Yo estaba rabiosamente en contra del cambio de hora, pero en cuanto Sánchez se ha manifestado también en contra, yo me he vuelto un fanático en favor del cambio de hora. ¡Así funciono! De pronto me he puesto a verle virtudes formidables al cambio de hora y ya no concibo mi vida sin el cambio de hora. La vida, de hecho, suele ser un tostonazo, un río monótono en el que nunca pasa nada... ¡Salvo el cambio de hora! El cambio de hora nos da vidilla dos veces al año y está bien que al menos nos pase eso. Por otra parte, los ingenuos que se oponen al cambio de hora (yo mismo hasta que habló el presidente) dan por hecho que el horario que se quedará será el de verano. ¡Quiá! Los gobernantes nos quieren con horario de invierno. Por la mañana temprano a trabajar y por la noche en casa recogiditos. Hay un dato que nos permite deducir esta preferencia del Estado por la opción más triste. ¿Qué es lo que hace el Estado ahora que cambia la hora? Pues robarnos una gloriosa hora de primavera para devolvernos, cinco meses después, una marchita hora de otoño. El Estado no engaña a nadie: nos roba oro y nos devuelve ceniza. Pero, aun así, está bien el cambio. A partir del pasado fin de semana, nos comeremos infinidad de tardes tristes, en que a las seis ya es de noche. Pasaremos muchísimas semanas con el ánimo por los suelos, que no levantará ni el suplemento de las luces navideñas. Pero el sacrificio merecerá la pena solo por la primera tarde larga que nos aguarda a finales de marzo, cuando el horario de verano regrese. Sí, solo por ese golpetazo de luz, intenso y deslumbrante (¡cosquilleante!), merecerá la pena.
30.10.25
Nuestra política mata
En el fondo soy optimista. Justo por ser catastrofista. Hago mío este aforismo, tan bernhardiano, de Cioran (lo tradujo en su día Savater): "Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro". No deja de maravillarme que las cosas funcionen más o menos: que salga agua del grifo, que haya fruta en la frutería y carne en la carnicería, que los coches se paren en el semáforo y se pueda pasar, que no andemos a garrotazos por la calle (aunque sí en Twitter), que se encienda la luz.
Es cierto que un día no se encendió la luz, durante horas. Y que ya no puedes asegurar tu tiempo de llegada si coges un tren de The Puentete. La catástrofe se insinúa, está siempre como fondo o posibilidad, amenazante. En el caso del ministrete, altísima la posibilidad. Pero por el momento son excepciones: la vida marcha aproximadamente. Para mí, en verdad, es milagroso.
El engranaje del funcionamiento resulta complejísimo. Es un artilugio de relojería que se diría que funciona de chiripa si no funcionase tan persistentemente. Debe de deberse a unos ajustes y reajustes ancestrales, que vienen de muy atrás y que se mantienen en buena medida por una prodigiosa inercia. Pero nada está garantizado y, en el fondo, todo es frágil. Basta eso, un ministrete, para que los trenes (¡por los que, junto a las fábricas, se inventó la hora común!) vayan de estropicio en estropicio y aparezcas a las nueve de la noche cuando tu cita (¡de vida o muerte!) era a la una de la tarde.
Para lo que se sale de la normalidad es para lo que hace falta pericia, fruto de la preparación y la experiencia. Pero los que están al mando carecen en la actualidad de pericia, preparación y experiencia. Son gente que estaba ahí para otra cosa, para el lío político. Como estaba Illa de ministro cuando la pandemia, que le pilló sin tener ni idea de nada. Cuando la cosa va por sí sola, hay poco problema. Ahora, si la cosa se tuerce, se acabó.
Recuerdo que un amigo se apuntó a un curso de conducción deportiva en el circuito del Jarama. Le enseñaban maniobras para momentos de apuro. En su vida diaria de conductor no le hacían falta. Pero tuvo que recurrir a ellas en un par de ocasiones en las que, sin ellas, se la habría pegado. Esa es la cuestión.
La invasión de los políticos en todas las esferas de la vida pública española es la invasión de los inútiles. Por el procedimiento de selección adversa mediante el cual suben (cual mecanismo de retrete aberrante, regurgitador de heces, lo peor de la sociedad sin lugar a dudas; estarían los delincuentes y ellos, que también son delincuentes), no hay nadie en un puesto clave que esté a la altura. Así se puede afirmar que nuestra política mata. Cuando adviene una catástrofe, la irresponsabilidad se cuenta en muertos.
En el primer aniversario de la dana (237 muertos), todos deberían estar tendidos boca abajo en el suelo pidiendo perdón; o mejor, no estar. De Mazón a Sánchez, pasando por el resto, como aquella encargada de las emergencias que no sabía cómo se activaban las emergencias. No hay diferencia entre los partidos porque todos se nutren del mismo tipo de inútiles desaprensivos. Incluidos, naturalmente, los que se presentan como alternativa radical y serían aún peores.
Pero la situación no debe de estar tan mal, en realidad. Exceptuando las catástrofes, en el día a día vamos tirando, pese a nuestros políticos y pese a todo. Es un milagro increíble.
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En The Objective.
26.10.25
Héroes de anécdotas triviales
[Montanoscopia]
1. En homenaje a Diane Keaton revisité Misterioso asesinato en Manhattan. La había visto dos veces y las dos me pareció una película buena y entretenida. Solo ahora he apreciado que también es perfecta. Woody Allen en su plenitud: ¡ametralladora de chistes mientras avanza la trama! Para mí fue además importante porque desde que la vi en el cine en 1994 me sumé al ritual de ver todas las de Woody en la primera sesión del día de estreno (o la más próxima a esa que pudiera). Un ritual que se terminaría, pensaba, cuando Woody muriese. Pero se ha terminado antes, por la nueva Inquisición.
2. Leído el Primer cuaderno Borges de Roberto Alifano (Renacimiento). Anoté aquí que iba a ser un libro para todo el verano, pero pasó agosto, pasó septiembre y seguía con él. Lo he acabado solo ahora, a finales de octubre. Al devolverlo melancólicamente a la estantería caigo en que mi propósito se ha cumplido: el verano se ha venido arrastrando, como mi lectura, hasta esta fecha.
3. El Borges de Alifano no es un libro imprescindible, pero sí interesante. Asistimos a la cotidianidad de Borges en tiempos turbulentos, la Argentina de 1974 a 1976: los últimos meses de Perón, el gobierno de su viuda, el golpe militar; en la vida privada de Borges, la enfermedad y la muerte de su madre, al borde de ser centenaria. Una noche está cenando Borges y el restaurante tiembla: ha estallado una bomba en el edificio de enfrente. Por esos episodios, dice el escritor argentino: "Nos estamos convirtiendo en un país latinoamericano". Pero él sigue dictándole a Alifano sus cuentos y sus poemas. Todos son buenos, algunos son obras maestras. Quizá no hay que olvidar que aquel mundo murió, pero no su obra.
4. Llevo doscientas páginas de las setecientas de la biografía Jorge Luis Borges. Un destino literario de Lucas Adur (Cátedra) y este sí es un libro imprescindible. He pasado por su juventud vanguardista, por sus trifulcas y polémicas. Borges diría maravillosamente de entonces, pasados muchos años: "Todos queríamos ser héroes de anécdotas triviales". Y continuamente hallazgos. A un amigo que se suicidó le dedica un poema (recogido en Cuaderno San Martín) que tiene este verso: "si tu voluntad fue rehusar todas las mañanas del mundo".
5. Una información preciosa de la biografía. Resulta que Lorca, sobre el que Borges siempre hizo chanzas, le influyó: le enseñó a combinar lo popular con la vanguardia. ¡Nunca hagan caso de las chanzas que hacemos los escritores!
6. El usual Lucas y el acomodaticio Del Molino se han confabulado para rebajar el nivel de la cultura española. ¡Juntos componen una genuina pinza jibarizadora! Lucas fue el que propuso a Byung-Chul Han, el Murakami de la filosofía, para el premio Princesa de Asturias, con lo que el premio ha tenido este año menos categoría que el Planeta. Por su parte, Del Molino ha metido en el noble recinto de la Fundación Juan March, para hablar de libros, a Ramoncín y Víctor Manuel. ¡Se dice pronto! Doy por hecho que ya tiene en el cargador, para un próximo disparo goebbelsiano, a Milikito.
7. Si quieren deprimirse con dignidad, elevación y limpieza, pónganse el vídeo de la charla de Manuel Arias Maldonado con Rafael Jiménez Asensio en el Centro Cultural La Malagueta de anteayer: España y su reforma inacabada. Jiménez Asensio habla, a partir de Galdós y Valera, de la incompetencia de España para construir un Estado liberal. Seguimos siendo un país de fanáticos (Valera). Entre las perlas, esta de Tocqueville: "No hay nada más difícil de gobernar que un pueblo de solicitantes".
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En The Objective.
23.10.25
Thomas Bernhard en el momento decisivo
Qué gustazo que Thomas Bernhard sea otra vez novedad editorial. Lo fue hace unos meses con Andar, en la traducción de Virginia Maza para Contraseña, y lo es desde hoy con la edición crítica en Cátedra de Maestros Antiguos, a cargo de Javier Aparicio Maydeu, en la traducción de Miguel Sáenz que ya estaba en Alianza. Antes de entregarle en 1985 esta novela a su editor Siegfried Unseld, le escribió Bernhard: "La producción literaria de hoy, en conjunto, ha llegado a su punto más bajo y alcanzado su peor gusto. [...] No se publican más que cursiladas y basura sin pies ni cabeza. [...] Los escritores son estúpidos sin arte y los críticos charlatanes sentimentales". Estas frases siguen vigentes cuarenta años después. Entonces como ahora una colosal excepción fue y es Thomas Bernhard.
Cada vez que me preguntan por qué libro de Bernhard empezar doy respuestas ligeramente distintas. Pero de un tiempo a esta parte se repite una: por Maestros Antiguos. Es quizá el Bernhard perfecto, el que alcanza la plenitud de su arte con el elemento que hace que todo arte vuele: la ligereza. El aparato bernhardiano, aparentemente (solo aparentemente) pesado, tiene en Maestros Antiguos una insólita levedad. La clave la da el autor en el subtítulo: Comedia. La tragedia de la vida, presente aquí como en todo Bernhard, se aligera de un modo casi entrañable: se diría que humano.
Maestros Antiguos contiene varios de los pasajes más memorablemente humorísticos de toda la obra de Bernhard: las páginas sobre el mal estado de los retretes vieneses ("los retretes más sucios de Europa"), sobre los Habsburgo o sobre el austriaco ("que es siempre un innoble nazi o un católico estúpido") y las andanadas contra Stifter, Bruckner, Mahler y Heidegger, que se saldan a carcajada limpia. De este último dice: "Lo veo siempre en el banco de su casa de la Selva Negra, sentado junto a su mujer que, con su perverso entusiasmo por tricotar, le tricota ininterrumpidamente medias de invierno con la lana tundida por ella misma de las ovejas heideggerianas". Y: "Era totalmente poco inteligente, carente de toda fantasía, carente de toda sensibilidad, un rumiante filosófico superalemán, una vaca filosófica constantemente preñada, que pastaba en la filosofía alemana y durante decenios dejó caer sobre ella en la Selva Negra sus coquetas boñigas".
En The Nihilism of Thomas Bernhard, Charles W. Martin observa dos grandes periodos en la obra narrativa bernhardiana, con la pentalogía autobiográfica como eje o transición. El primero, duro, radical, asfixiante, lo compondrían las novelas Helada, Trastorno, La Calera y Corrección. Cada una de ellas con una novela corta con la que haría pareja; respectivamente: Amras, Ungenach, Jugar al watten y Andar. Tras la pentalogía autobiográfica, entreverándose inicialmente con ella, vendría el segundo periodo. Al principio, novelas más breves, menos densas, marcadamente irónicas: Sí, Los comebarato, Hormigón y El sobrino de Wittgenstein. A continuación la llamada "trilogía del arte": El malogrado, Tala y Maestros Antiguos. Por último, el testamento: Extinción. Se ha venido diciendo (Maydeu lo repite) que esta, última en publicarse, fue en realidad la penúltima en escribirse y que la verdaderamente última es Maestros Antiguos. Pero J. J. Long deshace el malentendido en The Novels of Thomas Bernhard: el orden de publicación es acorde con el de escritura.
Lo cual no quiere decir que Maestros Antiguos no sea otra especie de testamento. Ante todo, un testamento literario. Es la novela del segundo periodo formalmente más parecida a las del primero, con un personaje monologante (aquí Reger) de cuyos monólogos da cuenta otro (aquí Atzbacher) y con uno más en liza (aquí Irrsigler). El prodigio de Bernhard es haber logrado que ese tipo de novela, que ya era valioso en su primera fase, con sus cuatro novelas maestras más sus cuatro novelas cortas también maestras, fluya con una naturalidad fuera de serie. Es la consumación maravillosa de un arte.
El esquema argumental, como ocurre habitualmente con Bernhard, es sencillo: Reger, octogenario crítico musical del Times, ha quedado con su discípulo Atzbacher en el Kunsthistorisches Museum de Viena ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto. Reger se sienta ante ese cuadro tres o cuatro horas, a veces cinco, "un día sí y otro no, salvo los lunes", desde hace más de treinta años. Para ello cuenta con la complicidad del vigilante del museo, Irrsigler, que a veces le cierra la sala para él solo. En esta ocasión, de manera excepcional, Reger ha vuelto a citar allí a Atzbacher por segundo día consecutivo, con un propósito que se revelará en la última página. Atzbacher ha aprovechado para ir una hora antes y poder espiar a Reger desde otra sala. Naturalmente, en este esquema Bernhard introduce evocaciones del pasado, historias en diferentes planos y, sobre todo, las elucubraciones verbales de Reger sobre asuntos filosóficos, literarios, artísticos, históricos, políticos, vitales y (¡sorpresa!) amorosos.
Bernhard escribió Maestros Antiguos justo tras la muerte de su mujer, Hedwig Stavianicek, treinta y cinco años mayor que él y a la que llamaba a veces "mi tía" y a veces "el ser de mi vida". Llevaba con ella desde los diecinueve años. Reger ha perdido también a su mujer y hacia el final de la novela se cuenta su duelo, en las que quizá sean las páginas más intensas y emocionantes de Bernhard. Tiene que ver con el asunto, con el título. Los Maestros Antiguos de la pintura, a los que por otra parte Reger les encuentra defectos ("un cuadro genial al ciento por ciento, eso no lo consiguió nunca ninguno de esos, así llamados, Maestros Antiguos; o fracasaron en la barbilla o en la rodilla o en los párpados, así Reger"), nos dejan solos en el momento decisivo.
Así lo escribe Bernhard, y no encuentro conclusión mejor:
Nos acostumbramos naturalmente durante decenios a un ser humano y lo amamos durante decenios y lo amamos en definitiva más que a cualquier otro y nos encadenamos a él y, cuando lo perdemos, es realmente como si lo hubiéramos perdido todo. Siempre había creído que era la música la que lo significaba todo para mí, a veces al fin y al cabo también que era la filosofía, la literatura elevada y más elevada y elevadísima, lo mismo que, en general, que era sencillamente el arte, pero todo eso, todo el arte, el que sea, no es nada en comparación con ese único ser querido. [...] Cuando uno ha perdido a su ser más próximo, todo le resulta vacío, ya puede mirar adonde quiera, todo está vacío y uno mira y remira y ve que todo está realmente vacío y de hecho para siempre, así Reger. Y uno comprende que no son esos Grandes Ingenios ni esos Maestros Antiguos los que lo han mantenido vivo durante decenios, sino solo ese ser único, al que quiso más que a ningún otro.
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En The Objective.
19.10.25
Ser español es lo más pesado que hay en el mundo
[Montanoscopia]
1. El pobre PP, después de tropezar con las mamografías y el aborto, tropieza con la inmigración. "La nacionalidad española no se regala, se merece", ha dicho Feijóo. ¡Jóo, macho! Yo solo firmaría la frase si se entendiese el último verbo en su sentido de merecer castigo. La nacionalidad española es una formidable condena. Ser español es lo más pesado que hay en el mundo. Y no digamos en sus variantes catalana y vasca: las maneras más pesadas, de entre las pesadas, de ser español. García Calvo caló muy bien a estas Españitas. El gran problema español, no me canso de repetirlo, es la incapacidad para el pensamiento abstracto. Incluido el pensamiento político abstracto. No se comprende la limpia noción de ciudadanía universal, vacía, sin adherencias. Hay una pulsión fatalmente falangista por introducir contenidos espurios. También (ninguna facción española se libra) en nuestra malbaratada izquierda.
2. Me ha hecho gracia el revolcón al gañán Aroca por ponerse a cloquear en la cadena Ser mientras hablaba la perla Harbour. El feminismo ha empezado a criticar el machismo de la izquierda. Ha tardado, pero está llegando. Lástima que no le alcanzase, porque ya murió, a un celebrado mago de la literatura. Este no dejó pruebas escritas, a diferencia de Neruda con su "me gusta cuando callas", contra el que ya espabilaron también. El de Luisgé fue un episodio anterior a este de Aroca. El feminismo no duda ahora en meterse en el corazón del sanchismo para afirmar su hegemonía.
3. Escribe Del Molino una simpática columna sobre Antonio Famoso, el hombre que pasó quince años muerto en su casa sin que nadie lo advirtiera. Como sus cuentas estaban automatizadas, "era el ciudadano perfecto, siempre al corriente de pago". Añade el columnista de El País: "Ni siquiera votaba, para no estropear las encuestas ni exacerbar la polarización". Esto último es particularmente simpático. Más simpático aún, aporto yo, es que Famoso superase a Ábalos en el número de años sin pasar por el cajero (quince a seis). Pero lo que convierte a Famoso en el ciudadano definitivamente perfecto es que jamás dijo ni mu sobre Sánchez, como cualquier simpático columnista de El País.
4. El nombre sórdido de Rodríguez Menéndez no me evoca sordidez, sino felicidad. Al leerlo en la noticia de su muerte me ha llegado el inconfundible aroma. La felicidad es por la tertulia que tenía entonces en Madrid con el escritor Fernando Marías y otros amigos. Es la única vez que he tenido una tertulia fija y era estupendo, porque te arreglaba la semana. Nos reuníamos en el Café del Prado, en la mesa del altillo. Había un piano cerca. Entonces no sabía que en aquella calle del Prado (no confundir con el paseo) vivía el narrador de El malogrado de Thomas Bernhard, una historia de pianistas. Pero en la tertulia nunca hablábamos de literatura. En aquel tiempo le dieron el premio Nadal a Fernando por El niño de los coroneles y en las entrevistas le oímos hablar de libros por primera vez. "Nos hemos tenido que enterar por la prensa de que te gusta Joseph Conrad", le dijimos. De lo que hablábamos era de cine y de cotilleos. Rodríguez Menéndez salía todas las semanas. Era nuestro héroe negativo. Nos reíamos con sus exabruptos. Uno de nosotros supo un suceso terrible del abogado en un piso de Atocha y lo contó una tarde. (No lo puedo revelar.) Me lo crucé una sola vez, mientras me dirigía a un concierto de Bebel Gilberto. La vida es así de rara. Un tipo como ese formaba parte de un paisaje en que fui feliz.
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En The Objective.
17.10.25
El más distinguido club de escritores
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:03]
Buenas noches. ¡Semana de premios! Merecidísimo el Antena de Oro para nuestro Rafa Latorre (¡felicidades, jefe!). Merecidísimo también el Nobel de la Paz para María Corina Machado. Sobre el Planeta no digo nada, porque es de esta casa. En cuanto al Nobel de Literatura, me da buena espina el húngaro de nombre raro. Pero tengo que decir una cosa: respetar este premio después de que se le negara a Borges me parece mucho respetar. Los suecos se hicieron ahí los suecos de manera irreversible y se autolesionaron mortalmente. Cada año entramos en el juego de valorar al premiado, y me parece bien, porque con algo hay que llenar la vida; pero no debemos olvidar que es eso, un juego. El Nobel de Literatura hay que verlo al revés. El verdadero premio es no ganarlo. El escritor sin Nobel pertenece a un club del que forman parte –además de Borges– Proust, Joyce, Jünger, Salinger, Lispector, Pessoa, Vallejo, Onetti, Galdós, Kafka, Rulfo, Nabokov, Greene, Highsmith, Ginzburg, Cavafis, Rilke, Chesterton, Svevo, Simenon, Piglia, Marías, Conrad, Cioran o Bernhard. Los escritores pertenecemos de entrada a este club tan distinguido. Pero cada mes de octubre uno de nosotros es expulsado. La ejecutora de la patada en el culo es la Academia Sueca, que, aunque malvada, al menos se compadece de los pequeños y escoge a los más envalentonados. Fue maravilloso cuando expulsó a Saramago, por ejemplo. Es cierto que a los no poseedores del Nobel nos da pena que ya no podamos contar con Mann, Faulkner, Beckett, Bellow, Jiménez, Paz, Varguitas, Coetzee, Szymborska, Glück o Jelinek. Sin ellos, el club es algo menos distinguido, ciertamente. Pero lo que jamás le perdonaremos a la Academia Sueca es que haya mantenido entre nosotros a Tolstói, quien, como saben los asiduos de estas opiniones ultramontanas, es un piernas.
16.10.25
De la imposible persuasión
Hay columnistas que intentan persuadir. Ofrecen argumentos y datos, se fundamentan en los hechos y en la razón. Yo los admiro sin ironía, pero no estoy entre ellos. Su encomiable esfuerzo inútil me noquea melancólicamente. Porque se trata de un esfuerzo inútil en este corral; tal vez (ya vemos cómo va el mundo) en todos los corrales. Su única utilidad será, valga la paradoja, estética: ilustrarán a los lectores del futuro sobre las iniquidades del presente y les mostrarán que algunos no estuvieron del todo embrutecidos. Se salvarán ante ellos. Ya ocurrió con nuestro Jovellanos o nuestro Larra. Los cuales tuvieron (conviene no olvidarlo) cárcel o pistoletazo.
Descartado el afán de persuadir (quizá porque, además de impacientarme y aburrirme, tampoco sé hacerlo), me queda dar un poco de espectáculo, dispensar vidilla, juguetear con las noticias, soltar alguna ingeniosidad (si se me ocurre, cada vez es más complicado), marear (con cierto ritmo) la perdiz hasta llegar a las seiscientas palabras, propinar mandobles verbales, emitir diagnósticos abruptos (me temo que sin terapia), endilgar algún lirismo, captar o transmitir estados de ánimo, acompañar (¡desde mi misantropía!), vengarme, reaccionar, señalar, encomiar si toca y, en resumidas cuentas, expresarme. Haciendo de la necesidad (o de mi limitación) virtud, añadiría que tratar de persuadir es una vulgaridad.
En realidad, les tengo un respeto último a mis detestados y despreciados: prefiero que sigan en sus (¡detestables y despreciables!) trece antes de que me hagan caso a mí. Si me hicieran caso, no sabría cómo manejarme con ellos. Y sin duda los detestaría y despreciaría el doble. Y me darían pena. De la detestación y el desprecio pasaría a la pena, lo que sería un mal negocio para todos. Con semejantes pulsiones estoy condenado al fatalismo dialéctico. Esta mezcla de una visión conflictiva del mundo con el convencimiento de que en el fondo todo da igual (o de que no hay nada sustancial que se pueda hacer) sería mi salsa.
Si los persuasores ilustrados, que como he dicho admiro desde fuera, me producen melancolía por la inutilidad de su esfuerzo, entre mis detestados y despreciados se encuentran en un alto lugar los predicadores. Estos vendrían a ser unos persuasores oscurantistas, que tratan de persuadir con la mentira y la sinrazón. Además de unos pesados, son peligrosos. Y son los que abundan y los que tienen éxito. En este setido malo, la persuasión sí que es posible. Lo comprobamos todos los días. Aunque como funcionan mejor es oralmente, no por escrito.
Las redes sociales están llenas de tales predicadores o propagandistas. Desde mi carácter dubitativo (una duda real que me inutiliza y arrasa, no esa duda cosmética que algunos se ponen de adorno), me llama la atención la firmeza de tales predicadores (o propagandistas o vendemotos): la tajante ejecución de sus movimientos de manos, como encajonando el aire, como cortando quesitos, la emisión potente de la voz, hábilmente modulada, las jetas impávidas, de piedra pómez, aunque con su estudiada coreografía de boca, ojos y cejas. Cada uno es emisor de un mensaje contundente. La única esperanza es que la batidora universal haga una papilla con todas sus contundencias.
Como decía el Ricardo Reis de Pessoa: "Sabio el que se contenta con el espectáculo del mundo". Intervenir no deja de ser una obscenidad. Con los años uno va adquiriendo una única enseñanza sobre los seres humanos, nuestros entrañables congéneres; o mejor dicho, una enseñanza doble: que cada uno hace lo que puede (con la acumulación de lo que arrastra) y que todos somos unos desgraciados. No dar la tabarra puede ser la conclusión moral que se deduzca de este aprendizaje.
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En The Objective.
13.10.25
Que alguien la meta, aunque sea Ábalos
[Montanoscopia]
1. Entre tanta sordidez, solo Ábalos me parece digno. Un hombre dominado por su pizarrín, ese pajarillo al que continuamente había que darle alpiste. El alpiste se compraba o con dinero público o con dinero turbio del PSOE. El que el partido antiputas (supuestamente) le pagara las putas a su secretario de Organización es más bello que la Victoria de Samotracia. Eso por la parte del partido. Pero por la parte de Ábalos, ¡qué bicoca! Todo se lo ha llevado o llevará el río. Ábalos puede que termine en la cárcel. Pero aquellas fornicaciones, aunque venales, ya nadie se las quita. La sabiduría popular lo sabe: "De la vida sacarás / lo que metas, / nada más". Es una rima puramente para hombres, o para seres con pizarrín, sean hombres o mujeres. (Que los seres sin pizarrín inventen la suya.) Me hace gracia que, en el contexto torrentiano de Ábalos, hay una frase que tenía que salir fatalmente y que por fin lo ha hecho: "He dejado el pabellón muy alto". En cuanto a si fue con dinero público, este contribuyente ya ha declarado que cede gustosamente su cuotaparte. Como buen socialdemócrata, quiero que mis impuestos financien la sanidad y la educación. Pero que unos eurillos se deriven a la alegría de vivir no me parece mal. Que alguien la meta, aunque sea Ábalos.
2. Entiendo la decepción de la izquierda española: es un fastidio que las matanzas en Gaza no se hayan prolongado al menos hasta los Goya. ¿Qué son los miles más de muertos que habría habido de aquí a febrero comparados con el fabuloso escenario de la exhibición moral con lentejuelas? En los alrededores del cine está Barbie Gaza, de bajona también: ¡han frenado en seco su incipiente carrera de famosa! Y ni siquiera está ya Interviú para que le hubiese dado tiempo a inmortalizar sus tetas. La flotilla ha sido el gran símbolo festivalero de este espíritu. Me ha recordado a aquella foto que descubrió Trapiello en que Alberti se refería a la guerra civil como la belle époque. Así la vivieron. Así lo viven. No dejan de ser también homenajes a la vida, sobre un fondo de muerte.
3. Hay que admirar la coherente relación de esta izquierda con la democracia. Si a la democracia española la acusa de no ser una democracia, es lógico que una dictadura como la de Maduro cuente con su aprobación. Y que desapruebe rabiosa y hasta sarnosamente el premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, luchadora por la democracia en Venezuela. Pablo Iglesias la compara con Hitler, clavando su autorretrato político.
4. Ya que esta Montanoscopia cae en 12 de Octubre, traigo de nuevo una canción que para mí indica cómo hay que tomarse esta fecha histórica: justamente por el lado de la alegría de vivir. Es Las tres carabelas, compuesta por nuestro Augusto Algueró, en la versión maravillosa para el disco Tropicália (1968) de Caetano Veloso, Gilberto Gil y Os Mutantes, con la orquestación de Rogério Duprat. Se habla del descubrimiento de América, pero lo que importa es lo que sigue: "Mira tú qué cosas pasan / que algunos años después / en esta tierra cubana / yo encontré a mi querer". Por lo tanto: "¡Viva el señor don Cristóbal, que viva la patria mía! / ¡Vivan las tres carabelas: / la Pinta, la Niña y la Santa María!". ¡La de cosas que no tendría sin el señor don Cristóbal! Algunas amigas, algunas músicas, algunos paisajes, algunas plantas, algunos alimentos, el ciclismo colombiano, el cine americano, la vidilla extra de nuestras calles, Venus Williams, Clarice Lispector, sor Juana, Borges, Darío, los dos Vallejo, Parra, Varguitas, Bryce Echenique, Cabrera Infante, Elena Garro, Octavio Paz o Brasil.
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En The Objective.
9.10.25
La casa de Aleixandre
En estos días de octubre de 1985 llegué a la habitación que me habían asignado en el sexto piso del Johnny y vi que debajo de la ventana estaba la Escuela Diplomática y más allá, distinguiéndose entre las casas, la amarilla de Vicente Aleixandre. Este había muerto menos de un año antes, en diciembre de 1984, justo cuando yo leía su Historia del corazón.
Durante todo aquel curso tuve ese paisaje a la izquierda, desde mi escritorio. Allí cumplí veinte años. Con frecuencia paseaba por delante de la casa y me quedaba ante su verja y su puerta verde. Imaginaba a los visitantes que habían pasado por allí: todos los del 27, Neruda, Miguel Hernández, Valente, Gil de Biedma, Gimferrer, Villena. Una tarde calurosa de junio, mientras sonaba en mis auriculares el adagio del concierto para piano núm. 23 de Mozart, vi a Cernuda. Subía la cuesta con la chaqueta en el brazo, pasaba por delante de mí sin verme y entraba.
Lo recordé el otro día durante el pase en Málaga de Velintonia 3, de Javier Vila, al que me había invitado su productor José Antonio Hergueta. Fueron dos horas de emoción, porque vi por dentro la casa que tantas veces había visto por fuera. Está abandonada y vacía. La cámara recorre las paredes desconchadas, con manchas de humedad y el contorno aún de los cuadros que hubo y el reloj de péndulo, los suelos con virutas, algún objeto tirado, enchufes antiguos. Permanece la luz que entra por las ventanas, haciendo sus dibujos, postulando sus mapas, así como el verde de las hojas de los árboles, que se renueva en cada generación de hojas (así lo observaron los líricos griegos).
Hay un guía para poetas jóvenes, que les va contando la historia de aquellas estancias. Y hay poetas viejos que recuerdan lo que vivieron y hablaron allí cuando ellos eran los jóvenes y el viejo Aleixandre: Carnero, Siles, Colinas, Molina Foix, Dionisio Cañas, Lostalé, Barnatán y su mujer la periodista Pereda. Eché en falta a Villena y Gimferrer. Se completa la película con la preparación de un concierto de campanas en el jardín, que se celebra al final, de noche, con velas, la lectura de textos (versos, cartas, artículos) e imágenes de archivo de Aleixandre en la casa, deambulando por ella o contestando en el sillón al cuestionario Proust. Trabajaba acostado, pero trabajaba. Se me quedó una frase: "Hacer es vivir más".
La calle se llamaba Wellingtonia, aunque para Aleixandre y su círculo era Velintonia, como aparece en muchos escritos; hasta se inventaron el verbo "velintonear", cuyo significado era ir a visitarlo. Cuando le dieron el Nobel en 1977, el mejor homenaje de las autoridades habría sido rebautizarla así. Pero no, la llamaron calle Vicente Aleixandre, lo que disgustó al poeta, que ni siquiera salió a inaugurar la plaquita. Así son las autoridades. (En Brasil pasó lo mismo: al aeropuerto de Galeão, que sale en canciones de Jobim, le pusieron aeropuerto Antonio Carlos Jobim.)
Se ofrece a la vez un recorrido por su obra, desde Ámbito hasta Diálogos del conocimiento. Se resalta la importancia de Sombra del paraíso en la posguerra. Carnero elogia al Aleixandre tardío de Poemas de la consumación. Se repite el tópico lanzado por Umbral de que la poesía surrealista francesa no alcanzó el nivel de los libros surrealistas de Aleixandre, Espadas como labios, Pasión de la tierra y La destrucción o el amor. Es un tópico falso (ahí están los poemas de Éluard, Char, Péret o el propio Breton), aunque los de Aleixandre son grandes libros. El mecanismo del símil por inversión del primer título lo ejemplificaba el profesor Escartín con un equivalente vulgarote que no he logrado olvidar: "balines como garbanzos". El espíritu rabiosamente surrealista, por otro lado, estaba más (aparte de en el Lorca de Poeta en Nueva York) en el Cernuda de Un río, un amor y Los placeres prohibidos.
Por Cernuda pasé a despreciar a Aleixandre, al que yo empecé apreciando. La valentía homoerótica del primero, con sus pronombres y adjetivos masculinos ya desde los años treinta, dejaba en evidencia al segundo, con sus cobardones femeninos. He tratado de refrenar mi juicio, por reconciliarme... pero esos femeninos volvieron a salir en algún recitado del documental y no puedo con ellos.
Pero sí, a Aleixandre lo leí mucho y de aquellas lecturas tengo un recuerdo cálido. Me ha alegrado saber por Velintonia 3 que uno de los poemas que Aleixandre más quería es uno que a mí me emocionó también y que me sé de memoria. Se titula "Adolescencia" (yo era adolescente entonces) y dice:
Vinieras y te fueras dulcemente,de otro caminoa otro camino. Verte,y ya otra vez no verte.Pasar por un puente a otro puente.–El pie breve,la luz vencida alegre–.Muchacho que sería yo mirandoaguas abajo la corriente,y en el espejo tu pasajefluir, desvanecerse.
Hoy el Johnny, el Colegio Mayor San Juan Evangelista, está tan abandonado como la casa de Aleixandre. Aunque parece que esta se va a rehabilitar.
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En The Objective.
5.10.25
Yo solo me merecería ser gobernado por Cleopatra
[Montanoscopia]
1. Paradoja de la flotilla: si Israel fuese el país que postulaba, sencillamente no hubiera zarpado.
2. Los familistas son esos individuos que, en vez de estar disfrutando de la vida familiar, que por lo visto es la repera, se dedican a predicarles a los otros las glorias de la vida familiar. Mucho se tienen que aburrir, pienso yo. Los argumentos a los que recurren son variopintos, pero ninguno como el que oí el otro día en Málaga. Se lo regalo para reforzar sus predicaciones. Caminaba yo por calle Mármoles y adelanté a un par de sujetos de aspecto algo lumpen. Cacé una brizna de lo que iban conversando. "Tiene mucha familia", dijo uno con voz apagada. Y el otro: "Sí, ese es el rollo. Nadie se puede meter con él porque tiene mucha familia".
3. Al término del homenaje que le hicieron a Javier Marías poco después de su muerte hace tres años, que tuvo ráfagas emocionantes a pesar de todo, tocó la flauta su hermano Álvaro Marías. La Pavana Lachrimae, leo, de John Dowland, en la versión glosada para flauta sola de Jacob van Eyck (siglo XVII). Había un desvalimiento como de huérfano, huérfano de hermano, que me emocionó definitivamente. Ahora me he puesto una entrevista de Ramón González Férriz a Álvaro Marías en la Fundación Juan March que me ha desarmado. ¡Qué ser humano más extraño y entrañable! Los Marías han sido todos así. Además de por el escritor Javier Marías, he sentido devoción por el cinéfilo Miguel Marías. Del historiador del arte Fernando Marías no sé aún nada, pero sí tengo de él una anécdota indirecta. El escritor Fernando Marías, que solo era primo muy lejano de los Marías, me contó que cuando empezó a publicar recibió una carta enfurecida de Javier Marías en que le reprochaba que hubiera usurpado el nombre de su hermano el historiador del arte. Pero el escritor Fernando Marías no había usurpado ningún nombre: se llamaba así. Ahora he conocido a Álvaro Marías por la entrevista de Férriz. Empieza titubeante, pero poco a poco va desvelando el enorme personaje que es. Toda su vida la ha consagrado a la flauta. Con momentos como de Woody Allen. Es un refinado humorista. Parece frágil, pero es un titán: un titán de la flauta. Además de intérprete, las colecciona. Y escribe de música. Menuda familia los Marías. Empezando por el padre don Julián, cuyas apariciones son siempre nobles. Pónganse la entrevista y se admirarán. Pasarán un buen rato.
4. Ya les conté mi absoluta simpatía por el hermano de Sánchez, que es mi semejante y también (¡más que de Sánchez!) mi hermano. A los dos nos gusta lo mismo: Portugal, las japonesas, la música, los pseudónimos, no trabajar. Ni él ni yo nos desenvolvemos bien en la vida, porque no sabemos estar en la batalla: somos lo contrario de combativos. Así que si alguien nos saca las castañas del fuego mejor. Al final un rasgo positivo del presidente es que haya asistido a su hermano el inútil. Lo de este viviendo en Moncloa da para una comedia: ¡el verdadero documental sobre Moncloa! El hombre deambulando por sus dependencias, zánganamente. Y pasan cosas. Si el cine español no fuera el brazo tonto del sanchismo, estaría ya con los guiones.
5. El sanchismo, como el zapaterismo, es una ominosa danza a dos. Tras Zapatero llegó la contraparte de Rajoy y tras Sánchez llegará la contraparte de Feijóo, con Abascal. Yo no me mereceré ese Gobierno del PP con Vox. Pero los españoles (¡esos tipos!) sí se lo merecerán. Yo solo me merecería ser gobernado por Cleopatra.
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En The Objective.
3.10.25
Hasta los huevos de Caetano Veloso
[La Brújula (Opiniones ultramontanas)m 4:00:30]
Buenas noches. Mi pasión por la música brasileña, que muchas veces he proclamado aquí, se encuentra en crisis. No exactamente por la música, sino por los músicos. Siempre los he adorado, al plantel completo. Desde Vinicius de Moraes, Antonio Carlos Jobim, João Gilberto o Gal Costa, que ya murieron, hasta los que siguen vivos y coleando, aunque algunos un tanto renqueantes: Caetano Veloso, Gilberto Gil, Maria Bethânia, Chico Buarque, Milton Nascimento, Djavan o Adriana Calcanhotto. A estos últimos me puse a seguirlos en las redes sociales, pero ya no puedo más. La saturación es idéntica a si estuviera casado con cada uno de ellos; o peor: con todos ellos a la vez. Los veo a diario levantándose, acostándose, vistiéndose, desvistiéndose, en pijama, en bañador, con ropa tropical, con ropa europea, comiendo, bebiendo, riendo, llorando, ¡soltando peroratas interminables! ¡El primero Caetano Veloso, al que amo pero al que ya no aguanto más! Se han tomado las redes sociales, ante todo Instagram, como una parte esencial de sus vidas; yo diría que más que nadie en el mundo. El afán de comunicación de los brasileños ha hecho que se vuelquen a comunicárnoslo todo en todos los minutos. El colmo es que también se comunican entre ellos, desaforadamente. No hay día del padre, ni de la madre, ni de la infancia, ni de nada, y no digamos los cumpleaños, en que no se lancen a felicitar y recordar y poner fotos. Es una locura inflacionaria de efusividad y buen rollo que ya no pueden parar. El día que uno no le felicite el cumpleaños a otro (y cada día cumple años alguien), se pinchará la burbuja y puede que lo asesinen. En realidad es entrañable. ¿Qué se puede objetar a la explosión del calor humano? Pero yo, francamente, estoy ya hasta los huevos.
2.10.25
Sorpresa de Borges
Qué impresionante biografía de Borges acaba de publicar Cátedra. Apenas llevo sesenta de sus setecientas páginas, pero estoy encantado: la escritura es sólida y eficaz, la información está actualizada, el biógrafo se toma el trabajo de hacer el relato de la vida, con la obra como eje, y no hay hojarasca. Se titula acertadamente Jorge Luis Borges. Un destino literario. El autor, Lucas Adur, nació en Buenos Aires en 1983. Ver este año es lo que me ha dado el impulso de escribir ahora, porque no voy a hacerlo sobre la biografía, cuya lectura he decidido que me acompañe hasta el 31 de diciembre. Es que en 1983 leí a Borges por primera vez. Aún no se me ha extinguido la sorpresa.
A mis diecisiete años yo era un lector incipiente. Había leído todo Mortadelo, Astérix y Tintín, algo de Flash Gordon y Spiderman, algo de Salgari, toda Agatha Christie, todo Sherlock Holmes, y llevaba unos meses con García Márquez, Vargas Llosa, Umbral, Baroja, Unamuno, Cela, Hesse, Huxley, Carpentier, los diálogos de Platón o Bertrand Russell. De Borges no sabía nada. Cuando le dieron el premio Cervantes, entendí por la radio que se lo habían dado a Forges. Tampoco sabía nada del premio Cervantes. Y entonces abrí El Aleph, porque pertenecía a aquella colección marrón horrible de kiosco que había empezado a coleccionar, y era rarísima la prosa: rara y perfecta. Creo que fue el primer libro raro y perfecto que leí.
¿Qué eran esas frases del inicio, con las que comenzaba el primer relato, "El inmortal"?
En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Cartaphilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Ilíada de Pope.
¿Y las del que le daba título al volumen, hoy míticas?
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
En cuanto a los finales, el de "Emma Zunz":
La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.
O el de mi relato favorito, "La busca de Averroes", una sorpresa absoluta:
Sentí que la obra se burlaba de mí. Sentí que Averroes, queriendo imaginar lo que es un drama sin haber sospechado lo que es un teatro, no era más absurdo que yo, queriendo imaginar a Averroes, sin otro material que unos adarmes de Renan, de Lane y de Asín Palacios. Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que yo fui, mientras la escribía y que, para redactar esa narración, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel hombre, yo tuve que redactar esa narración, y así hasta lo infinito. (En el instante en que yo dejo de creer en él, "Averroes" desaparece).
En este último pasaje se ve el gran secreto de Borges, su potencia: su alejamiento de los libros, desde los libros (y en los libros), para aproximarse a la vida. Con el artificio de la literatura desenmascara a la literatura: una autoconciencia que libera. Pero una liberación extrema, como de flotar en el vacío, en parte angustiosa, en parte eufórica. Eso es la vida. Curiosamente, el autor en principio más libresco de todos es el menos libresco: por un lado, porque vive los libros como muchos no viven la vida; por el otro, porque utiliza los libros para salir de los libros. También lo logra con la instalación del pensamiento metafísico en la vida cotidiana, que la abisma y la enriquece, le da densidad épica y lírica: "pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita".
Después leí Ficciones, que fue anterior a El Aleph y cuyo primer relato causó, según Piglia, una extrañeza como la mía en los inéditos lectores argentinos. Y leí todos los libros de conversaciones con Borges, los más deliciosos de entre los libros. Y leí su poesía. Una mañana en el colegio mayor empecé Fervor de Buenos Aires, sin pensar que fuese a decirme nada nuevo, y me encontré con estos versos formidables:
Convencidos de caducidad
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto.
En su último libro, Los conjurados, persiste la caducidad:
Todo nos dijo adiós, todo se aleja.
La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda
y sin embargo hay algo que se queja.
Al final de aquel curso en Madrid, junio de 1986, Borges murió. Yo había tenido poco antes un éxtasis con su "Otro poema de los dones", de El otro, el mismo, que desde entonces es el poema que más amo. (Hay una réplica que también me gusta de José María Álvarez en su Museo de cera.) Era otra mañana (mis recuerdos de la poesía de Borges son recuerdos de mañanas) y me había puesto la sonata D. 894 de Schubert, por Richter. Al llegar a ese poema sonó el allegretto, una reconciliación plena con la vida. Había que dar las gracias. "Gracias quiero dar al divino / laberinto de los efectos y las causas / por la diversidad de las criaturas / que forman este singular universo". Una de las criaturas más extraordinarias, y a la que más hay que agradecer, por su sorpresa, es Borges.
* * *
En The Objective.
28.9.25
Escribo en pelotas, el uniforme de los triunfadores
[Montanoscopia]
1. Lo de los lapsus es precioso. Uno incurre en el mismo una y otra vez, hasta que se para a pensarlo. Si detecta la causa, no lo volverá a cometer. Es un psicoanálisis de un minuto. Me venía sucediendo con el nombre Charlie Kirk. Cada vez que intentaba decirlo, me salía Michael Kirk. Hasta que desvelé la fuerza de ese Kirk, cuyo dueño siempre ha sido Douglas. Y que tira por simetría hacia su hijo Michael. Una fusión edípica en realidad: Michael Kirk (Douglas ambos).
2. La abstención es mi guarida y mi castillo, mi destino (¡fatal!). Al decir abstención quiero decir voto en blanco, porque a votar hay que ir. Aunque con el voto en blanco no se respeta el secreto de voto, ya que el sobre se entrega vacío y se ve que está vacío. Tal vez sea mejor el voto nulo: pintar monigotes, insultos. El caso es que de la abstención me sacaron UPyD y Ciudadanos, y a ella volví sin ellos. Me dio una esperancilla Izquierda Española, pero su putinismo (o su no antiputinismo) me la hace invotable. En los momentos de cabreo antisanchista se me ocurre votar al PP, en plan voto antisanchista útil (y de castigo). Pero el PP nunca tarda en hacer algo que arruina mi intención de voto. Ahora es la aproximación a Espinosa de los Monteros, lo que lo liquida definitivamente para mí. Como lo viene haciendo (¡definitivamente!) la conciencia de que solo podrá gobernar con Vox. Y yo no he llegado hasta aquí para favorecer nada con Vox.
3. Gracias a Espinosa de los Monteros tuvo grandísimos momentos Losantos, cuando estiraba jocosas peroratas sobre su barba asiria. Como estaba también su mujer Monasterio, ahora ocultada, mi amiga Dolores los llamaba Los Monastis. Y Losantos: Los Aristogatos. Con Espinosa de los Monteros he tenido asimismo un problema personal: lo encontraba clavadito a Guille Ortiz. A su nuevo proyecto político le ha puesto Atenea. Yo le habría puesto (remontándome a Losantos) Asurbanipal. Pero el mejor nombre es el que corre por los mentideros madrileños: Pesca de Arrastre.
4. Entrañable reunión de psocialistas para buscarle una salida al PSOE. Yo personalmente creo que el PSOE ya solo puede ser mejorado mediante su destrucción. El PSOE: ese partido que le niega un aplauso póstumo a Lambán. Pero los reunidos son entrañables porque pretenden una salida sin un Brutus. O quizá les pasa como a Feijóo: esperan que el Tiempo sea su Brutus.
5. Putin y Xi precisamente, con su sueño de inmortalidad, ansían arrebatarle al Tiempo su carácter de tiranicida infalible. Que los autócratas no se mueran ni siquiera en la cama. Imagínense España sin "el hecho biológico": la democracia no habría llegado jamás. Por otra parte, ya dije que en la España actual es ontológicamente imposible un magnicidio. Si alguien lo intentara con éxito, le saldría como mucho un parvicidio. Nuestros gobernantes no dan para más.
6. El presidente no se la cuela a The Telegraph, que titula: "Sánchez usa Gaza para salvar el pellejo". Los estudiantes de la Universidad de Columbia sí le fueron afines. Recreo libremente el diálogo: "¿Trump o Sánchez?". "¡Sánchez, Sánchez!". "Da igual, también soy Trump".
7. Todo cae en el bolsillo del narcisismo. La ministra de Igualdad se toma la reprobación del Congreso como una condecoración. Ahora va por ahí presentándose como "ministra reprobada". Es por una incompetencia, pero ella lanza su grito cheroqui: "¡Somos incómodas!".
8. Vidal-Folch (el nuestro, el bueno) afirma en su deliciosa última columna que escribo en pijama, "el uniforme de los fracasados". En realidad escribo en pelotas, el uniforme de los triunfadores.
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En The Objective.
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