1. Se multiplican los artículos de admiración por la obispa que le leyó la cartilla a Trump. Los escriben los monaguillos de Sánchez.
2. El patán Trump esparciendo su barata porquería ideológica con los cadáveres del accidente de aviación de Washington aún sin enterrar. Aprovechamiento político rastrero sin un miligramo de compasión ni compostura. Pero en Estados Unidos, como en España, yo ya no veo solo a los fantoches, sino también a los votantes que los sostienen. En democracia la responsabilidad es compartida: los fantoches lo hacen porque les funciona.
3. Férrea ley del populismo: una ley de gravedad (sin gravitas) que empuja hacia el suelo, hacia el fango. Lo contrario, que es raro y difícil, se produce cuando la gente está por encima de sí misma. Por lo general, porque una élite tira de ella para arriba. (Improbabilísima esa élite hoy.)
4. Los trumpistas españoles predican Dios, Patria y Familia. Su neocatolicismo no lo ven incompatible con el despiadado Trump, tal vez porque se apoyan en el ejemplo histórico de la Iglesia. La matraca de los "viejos valores" la compatibilizan también con el lepenismo, el putinismo y todo asomo de política criminal. Siempre que se embadurne con la retórica adecuada: para la otra, ya están los de enfrente.
5. Irene Montero se codea con el dictador de Cuba y Juan Carlos Monedero da una conferencia en el mayor centro de tortura de Venezuela. A los torturadores les llama amistosamente "filósofos policiales": sin duda devotos del último argumento que proponía Schopenhauer en su arte de tener razón, el argumento ad baculum. Montero, Monedero y todos los suyos encuentran dictadura (¡franquismo!) en el democrático "régimen del 78". Pero en las dictaduras realmente existentes no solo no encuentran dictadura, sino que encuentran democracia: una democracia tan ejemplar que es la que proponen para España.
6. El ministro de Asuntos Exteriores y el fiscal general del Estado, Albares y García Ortiz, parecen sacados de una novela de burócratas austrohúngaros. Cada uno es una caricatura perfecta de sí mismo, por lo que cualquier caricatura de la caricatura será inferior. La obediencia servil al jefe se corresponde, como era de esperar, con el despotismo hacia los subordinados. La noticia de que el ministro ha destituido a un embajador por quedársele dormido en un discurso confirma que es imposible de caricaturizar.
7. El inoperante Feijóo no heredará nunca por sus propios méritos el poder. A falta de conquistarlo por sí mismo, algo que ya podemos descartar, sus perspectivas son oscuras: o no le llegará nunca el poder, o le llegará con el país destruido.
8. Ya es imposible que Karla Sofía Gascón vaya a obtener su segunda estatuilla. Me da pena, aunque como brasileñista yo apoyaba en los Oscar a Fernanda Torres. Espero en cualquier caso que no se lo lleve Demi Moore, horrible en su horrible película. Pero algo bueno sí tiene La sustancia: salen más tetas que botellines.
9. Los que tenemos un pasado macarra en Twitter, como el glorioso pasado macarra de Karla Sofía, somos los verdaderos excluidos de la sociedad: ningún nombramiento, ningún reconocimiento, ni oficial ni comercial, será ya para nosotros. Nos metíamos con todos, pero nos perjudicábamos a nosotros mismos. No dejaba de ser una ofrenda elegante a nuestros detestados: les dábamos nuestra cabeza en una pica. Lo bueno es que no corremos el riesgo de ser alguna vez, por ejemplo, ministros: entre todos los flamantes ridículos que nos tiene reservados la vida, ya no estará el de ser un Bolaños.
10. Todo lo contrario del pasado tuitero de Sánchez: siempre se estuvo labrando la presidencia, adiestrándose en el mentir.
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En The Objective.