11.4.25

Kafka, el piernas de los piernas

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:21:45
 
Buenas noches. Hasta ahora no me he ocupado del piernas de los piernas de la literatura universal. O sea, un superpiernas él mismo y el padre todos los piernas: ¡Franz Kafka! Su prestigio, para mí incomprensible, arroja cada año toneladas de bibliografía elogiosa. Los dos últimos libros kafkianos son el Kafka del alemán Safranski, una biografía, y Dos tardes con Kafka, de Manuel Vilas, un diccionario kafkiano y, justo es decirlo, bastante piernas. Pero la culpa no la tienen los pobres kafkianos, sino el padre Kafka, que les ha colado su mercancía indigente. A Kafka se le celebra su perpetua lucidez, pero yo solo le reconozco un uniquísimo momento lúcido en su vida: cuando le pidió a su amigo Max Brod que quemara sus manuscritos. En su lecho de muerte, Kafka se dio cuenta de que era un piernas y no quiso dejar rastro. Pero Brod lo traicionó y expuso ante la humanidad que su amigo era, en efecto, un piernas. La experiencia íntima de cada lector es que El castillo, El proceso, América y todo lo demás no vale nada. Pero como se ha instalado el gran equívoco de que Kafka es un genio, nadie se atreve a reconocerlo. El lector kafkiano es, así, un personaje de Kafka: durante su lectura se ha convertido en un escarabajo, pero le da vergüenza decirlo. De este modo la fama de Kafka crece y crece, como la bola (¡justamente!) de esos escarabajos peloteros que son sus lectores. En este sentido, he de rendirme a las alabadas dotes proféticas del autor de La metamorfosis, ya que en este relato predijo lo que iba a ocurrir con sus lectores peloteros. Estos no son unos piernas sino unos patas, o patitas: a seis patitas por cabeza. Una legión de patitas al servicio del piernas Kafka.

10.4.25

Malos tiempos para el patriotismo constitucional

Los del patriotismo constitucional siempre hemos provocado risas y ahora provocamos carcajadas. Pero repárese en esto: provocamos. Propugnadores de una patria abstracta, universalista, alejada de maquiavelismos, combativa de ancestralidades, somos la genuina aristocracia del espíritu en política: unos perdedores natos.
 
Nuestra predilección por lo formal nos convierte en esteticistas de la vida pública: somos unos caballeros, en riesgo perpetuo (por nuestra insolencia, desde la atalaya autoconstruida –y hay que añadir que certera– en que nos montamos) de derivar en caballeretes.
 
No podemos mover a las masas porque nos falta calor. Ante un amigo online que me lo reprochaba, compuse este poemita: "El del patriotismo / constitucional / es un amor frío / de mujer fatal". No aspiramos al poder, sino a la preservación del marco en que el poder se ejerza con limitaciones democráticas, conforme al Estado de derecho. En este sentido, no podemos ser más disruptivos. Unos auténticos pesados.
 
Somos un poco como el Rey, y nuestro discurso es el discurso de la Corona. Durante todo el año pronunciamos el mensaje de Navidad. Eso sí, ya que podemos permitírnoslo porque somos unos tirados, salpimentado con chistecillos y sarcasmos y alguna histrionización malota. Ahora me ha dado por soltar, a propósito del presidente del Tribunal Constitucional Pumpido y sus manejos nada neutrales: "Los del patriotismo constitucional deberíamos salir a la calle a quemar contenedores. Y el Tribunal Constitucional".
 
Es un mero desahogo verbal, pretendidamente divertido, un jugar con conceptos (mi campo de batalla es solo la página, la de papel y la electrónica), pero el amigo online de antes –hombre de acción gordito, recalentado en casi todos los fogones populistas de la actualidad (el trumpismo, el putinismo, el lepenismo, el voxismo, ¡hasta el franquismo!)– se reía de mi supuesto alarido, tachándolo de pseudopunki. Su modelo de acción (gordita) es el bisonte asaltacapitolios. O sea, en una situación defectuosa propone algo peor.
 
Nada más alejado de nosotros que las barricadas. Lo nuestro es el sofá comodón; aunque nuestro cuerpo yacente sostiene una cabeza llena de explosivos y cuchillas de afeitar. Estamos disconformes con el mundo. Tal vez estamos disconformes con la realidad. Proponemos un juego que nadie juega. Solo nos queda el despotrique.
 
Nuestra impotencia tiene que ver, dicen, con que no ponemos en marcha los recursos emocionales de la nación. Pero es que consideramos que tales recursos son embrutecedores. Y suelen dar espectaculitos lamentables. Nosotros estamos en otra cosa, apartados. Somos universalistas en el rincón.
 
Tuvimos la desgracia políticointelectual de criarnos en un momento de nuestra historia en que se prestigiaban las formalidades democráticas. Picamos el anzuelo (irredimiblemente) y consideramos que era lucidez lo que no era más que miedo tras una guerra civil y una dictadura. En cuanto el miedo se disipó, se volvió a las andadas: sin formalidades democráticas ni leches.
 
Hay que tener estómago para amar a la patria. Y sobre todo a una patria tan desastrosa como España. La resurrección del orgullo patrio entre quienes no son precisamente los mejores tiene el enojoso remate de que encima nos lo pretenden administrar como aceite de ricino. ¡Ellos!
 
Pero, como le dije al mencionado amigo online, sí que mantengo un vínculo emocional con España. Es decir, que no es para mí un país como los demás, sino el mío: y es que yo, que desprecio todos los nacionalismos, a ninguno desprecio tanto como al nacionalismo español (sin dejar de percibir el plus de ridiculez de los nacionalismos españolitos de vascos y catalanes).
 
Todo da igual, en cualquier caso. Los acontecimientos van por un lado que no es el del patriotismo constitucional. Aunque nunca fueron por aquí. Nuestro ideal siempre fue inoperante.
 
* * * 

6.4.25

El nivel de nuestros capitostes

[Montanoscopia] 

1. No hay nadie al volante. Nada se ha aprendido de la Historia. Esto va a acabar mal. Disculpen el optimismo, pero lo cierto es que podría acabar peor. 

2. Trump nos está sirviendo para valorar a Reagan. Este, al que tanto menospreciamos (todos menos Vargas Llosa), se ve hoy como un campeón de los ideales. Y de las libertades. En uno de sus memorables chistes soviéticos (andan por YouTube) cuenta que un estadounidense y un ruso están comparando sus países. El primero afirma: "Yo puedo ir a la Casa Blanca, dar un golpe en la mesa del presidente y decirle: No me gusta cómo gobierna Estados Unidos". El ruso le responde que en su país ocurre lo mismo: "Yo puedo ir al Kremlin, dar un golpe en la mesa del secretario general y decirle: No me gusta cómo el presidente Reagan gobierna Estados Unidos". Esta ventaja, tan competitiva como moral, amenaza con extinguirse con el mamarracho naranja. Solo nos cabe confiar (también optimísticamente) en que América sea de verdad más grande que el que la quiere empequeñecer. 

3. Hablando de enanos, nunca es más ridículo Sánchez que cuando, en una situación de crisis (sí, de esas que exigen grandeza), aparece infatuado y se estira, y adopta una retórica de hombre de Estado que sencillamente no le sale. Primero, porque ni vale ni está preparado para ello. Segundo, porque hace ya mucho (¡pero mucho!) que arruinó cualquier posibilidad. 

4. Y encima es un actor mediocre, lo que ya es el colmo: toda una vida consagrada a fingir y no ha aprendido a hacerlo. Pero fíjense que hasta en esto hay belleza: por su particular paradoja del comediante, la mala calidad de la actuación le mantiene un último vínculo con la sinceridad. 

5. A propósito del reclutamiento a mansalva de periodistas-soldados del sanchismo para la televisión pública, Carlos Hortelano ha escrito el tuit definitivo: "Menos mal que a Idafe lo ficharon en Moncloa y pudimos librarnos de que tuviera programa en TVE". 

6. Peligro de la autocomplacencia de Ayuso, que también tiene su coro de aduladores: en cuanto se le aprietan las tuercas con finura y no bronca y fraudulentamente como suelen, trastabillea. Así lo hizo Alsina y las consecuencias fueron inmediatas (y no por habituales menos bochornosas): los que suelen tachar a Alsina de facha o fachosférico lo jalearon por su entrevista; los que suelen celebrarlo por sus críticas al Gobierno dijeron que Alsina nunca fue para tanto. Especialmente entrañables resultaron los agradaores de Ayuso, algunos de los cuales están a sueldo de Ayuso. 

7. Arias Maldonado fue invitado a Madrid por la Fundación Civismo para mantener un diálogo con Andreu Jaume y lo comisionamos para que le transmitiera a este un mensaje: "A los malagueños no nos consta el Guadalquivir". Era a propósito de su artículo "Teoría de Andalucía", en el que, aunque no se menciona el río, hace gala de un sevillanismo perfectamente orientalista. Nos pareció simpático, porque vimos detrás la mano negra de nuestro amigo Carlos Mármol, sevillano, pero había que aclarar las cosas. La reacción no se hizo esperar. Jaume se lo dijo a Mármol y este le explicó: "Es que los malagueños son nuestros catalanes". 

8. Mármol, por cierto, me recomendó el podcast Sopa de ganso, de Ramón de España y Javier Melero en La Vanguardia. ¡Delicioso! En un episodio, el editor Enrique Murillo cuenta que, cuando dirigía Babelia, el entonces director de El País, Joaquín Estefanía, le echó una bronca por haber destacado American Psycho, la novela de Bret Easton Ellis. Ese ha sido siempre el nivel de nuestros capitostes. Y ahí siguen, predicando.

* * * 

3.4.25

Los días largos

Mucho tiempo he estado en contra del cambio de hora, esa hora que nos regalan en otoño y nos quitan en primavera. Con eso está dicho todo, proclamaba por ahí: un negocio estatal en favor del apagamiento. Yo era partidario de un horario único: el de verano, naturalmente. Que los tristes trabajadores enfilaran la senda laboral a oscuras, y que a los ociosos (¡a los artistas!) se nos ensanchasen las avenidas del atardecer.

Parece que ha dejado de hablarse de la instauración del horario único, pero me temo que el Estado hubiese mantenido el de invierno, que es el que le conviene. Aijó aijó, silbando a trabajar con ese sol pálido y frígido que no invita a alegrías; y a las seis de la tarde recogiditos en casa para ver el Nodo (un Nodo que ya se extiende en España hasta a los programas del corazón: ni un solo periodista-soldado del sanchismo se ha quedado sin reclutar a cargo del Presupuesto).

Ahora, sin embargo, le he pillado el gusto al cambio de hora, e incluso al cambio de las horas. Estoy por la transitoriedad, por Heráclito. Se acabó la nostalgia del invariable pedrusco de Parménides. Si solo permanecen la Historia y la morcilla de mi tierra ("se hacen las dos con sangre, se repiten"), yo deseo que cambien las horas, y que cambie la hora.

Solemos ir por el día distraídos con otras cosas que no son las horas. Estas, como la iluminación del teatro, van mudando mientras se desarrolla la trama, que es lo que aparentemente importa. Pero la trama es banal, nada comparable con las evoluciones del cielo. Me acuerdo de aquel documental de hace veinte años: El cielo gira, de Mercedes Álvarez. Y del libro La luz del sol, de Álvaro Galmés, que hace con palabras, casi de un modo metafísico, lo que hacían los pintores impresionistas. Fue mi principal lectura del confinamiento: ayudándome a discernir lo que sucedía por la ventana, encima de la anodina calle.

En las películas contemplativas de Chantal Akerman, y en las algo menos contemplativas, pero también contemplativas, de Éric Rohmer, las variaciones del día están presentes. El corto de Akerman del colectivo O estado do mundo filma un anochecer en Shanghái, con los luminosos, las músicas, los barcos. En News from home, días y noches del Nueva York de 1976. En Toute une nuit, una noche de Bruselas, repartida en cien encuentros. En casi todas sus películas la cámara se queda quieta durante minutos, ante el mar o un desierto, fachadas, carreteras, árboles. En interiores también: pasillos, habitaciones, muebles, camas, el metro.

En el fondo es una épica que es una lírica (¡y una estética!) que alcanza a todos. Tal vez un drama (más que una tragedia). Y una poética, como en Pere Gimferrer: "Alguna cosa més que el do de síntesi: / veure en la llum el trànsit de la llum" [Algo más que el don de síntesis: / ver en la luz el tránsito de la luz]. Y una ética: en La hazaña secreta, Ismael Grasa invita a respetar "la estructura del día".

Y el cambio de hora, que de repente adoro. Que anochezca más tarde, y de una manera brusca. Sucumbidos en el invierno con las tardes cortísimas, con las noches echadas encima de sopetón (aunque en la costa se demoran un poco las brasas), uno entiende que es una penitencia dura pero prometedora. La carga de melancolía refuerza la posterior felicidad del día largo. En la mecánica del placer participa el dolor previo. Se venía alargando desde Navidad, y de pronto la definitiva hora extra. Estirón de la luz. 

* * * 

30.3.25

'El País' de Vivan las 'caenas'

[Montanoscopia] 

1. Ha bastado que Oughourlian se distancie un milímetro de Sánchez para que la redacción de El País, que le ha lamido a Sánchez hasta la pelusilla del ombligo, prepare un manifiesto "en defensa de su independencia". Arcadi Espada habla, por la directora Pepa Bueno, de "El País de Viva la Pepa". Se podría hablar mejor de "El País de Vivan las caenas".

2. Son particularmente repulsivos los que andan siempre cogiéndosela con papel de fumar pero que en cuanto ven el terreno allanado, apisonado, cuando ya ven que es suelo firme, se lanzan a expresarse con una contundencia impropia, como gustándose en su inopinada contundencia. Ha pasado ahora con algún misceláneo una vez que la "corresponsala de género" ha decretado la fatwa contra Luisgé Martín.

3. Me he apasionado por el cine de Chantal Akerman (por las películas y documentales suyos que hay en Filmin). Son filmaciones aburridas y maravillosas. Éric Rohmer, al que también adoro, parece los hermanos Marx a su lado. Lo de "ver crecer una planta" (o "ver pintar una puerta") es a Akerman a la que se le podría aplicar más que a Rohmer. La crítica ha tenido el hallazgo de decir que son películas contemplativas y no narrativas. Mi favorita es Los encuentros de Anna, autobiográfica. También me encanta la monumental Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles. Me he enamorado de las respectivas actrices: Aurore Clément y Delphine Seyrig; la primera es hoy una abuela, la segunda murió en 1990, con 58 años (la edad que tengo y a la que murió Thomas Bernhard).

4. En la entrada sobre Delphine Seyrig de Wikipedia aparece como último dato biográfico algo que en realidad no es de su vida: "Fue el amor no correspondido de Michael Lonsdale". En la entrada de este actor viene lo siguiente: "Como reveló en sus memorias, durante las clases de teatro con Tania Balachova en 1947 conoció y se enamoró de una de sus compañeras, Delphine Seyrig, con quien no consiguió concretar una relación. 'Era ella o ninguna, y por eso a los 85 años sigo soltero', escribió". Él murió en 2020.

5. Chantal Akerman se suicidó en 2015, poco después de que muriera su madre, una polaca superviviente de Auschwitz que acabó en Bélgica, donde la cineasta nació. A su madre le dedicó News from home, que aún no he visto, y No home movie, su última película. Su afán autobiográfico no omite el cuerpo: la propia Akerman sale en Yo, tú, él, ella (de 1974) desnuda, gordita, felpudónica, guapísima. Me he acordado de la memorable acuñación de Arcadi Espada (de nuevo): "felpudos Nouvelle Vague". Hubo un tiempo en que la mujer europea se dejaba felpudo y leía a Pascal. Así Maud. Por desgracia, ese tiempo ya pasó.

6. Cerveza con Enrique García-Máiquez antes de su charla con José Antonio Trujillo sobre la hidalguía en La Malagueta a propósito de su libro Ejecutoria, que me dedica. De nuestra amena e instructiva conversación se me queda flotando una idea: la del peligro de la satisfacción del columnista. En efecto, produce tanta satisfacción terminar una columna, a veces surgida de la nada, que el columnista ya se considera cumplido por ese día y no hace nada más. Esto no se da en Máiquez, que tiene columna todos los días y, sorteando ese peligro, hace muchas otras cosas, pero sí en mí: mis miércoles y mis sábados, en que escribo para los jueves y los domingos, son solo articulísticos. Francisco Umbral, columnista diario como Máiquez, decía que escribía su columna a primera hora y después se ponía a escribir de verdad

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28.3.25

El reverso de las librerías cuquis

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 1:10]

Buenas noches. Se ha escrito y hablado mucho del libro de Luisgé Martín sobre el parricida José Bretón, también en nuestro programa. Tengo claras dos cosas: una, que el asesino se ha servido del autor para seguir haciéndole daño a la madre de los niños asesinados; otra, que el libro no se debe prohibir. Aquí solo me quiero ocupar de un aspecto relacionado con esto último: el de esas librerías que se iban a negar a vender el libro… antes de que la propia Anagrama haya aplazado sine die su publicación. Creo que la editorial se equivoca y que intenta aplacar a los lectores que ella misma ha maleducado. Pero el impulso censor de las primeras me ha sorprendido. De pronto me he dado cuenta de que está relacionado con la proliferación de librerías cuquis, esas tan bonitas y tan bien cuidadas en las que no hay modo de quitarse al librero de encima. Igual que los restaurantes en que el chef te pregunta a cada sorbo de la sopa. Reconozco que yo tengo una relación un tanto neurótica con las librerías. Las adoro, me dejo mi sueldo en ellas, pero no quiero que el librero me importune. Entro furtivamente, busco mis libros, sin preguntar jamás, los pago y me voy. Mi librería perfecta es la librería funcional, en la que el librero es un aséptico funcionario que no se mete en mi vida ni en mis gustos. Pero cada vez hay más libreros que se expresan y manifiestan su exquisita sensibilidad, y lo que es peor: intentan contagiártela. Y además, editorializan en sus estanterías. El reverso de tanta bondad exhibida no podía ser otro que la ocultación de los libros considerados malvados. El conflicto moral que plantea El odio, de Luisgé Martín, no puede solventarse mediante la prohibición o el boicot. No son las librerías las que deberían decidir, ni siquiera (ya) la editorial, sino los lectores.

27.3.25

Decepción tras decepción tras decepción

El penúltimo ha sido Diego Manrique. El último Luis Gago. Uno inaugural, del que ya he hablado demasiado, Antonio Muñoz Molina. Y otros de su estilo, capitostes de nuestra cultura. Y un montón de jóvenes y menos jóvenes que van por el tobogán de la vileza, tal vez sin saberlo. La inercia de apoyar al PSOE, haga lo que haga el PSOE, ha metido a muchos en un camino tenebroso. Porque ese es el camino que ha tomado el PSOE. No parecen ser conscientes del salto: les nubla la inercia que los lleva.
 
Yo, por mi parte, voy de decepción en decepción (¡tras decepción!). Es algo solo mío, algo que expreso. No se me ocurriría espetarle a nadie: "¡Me has decepcionado!". Sería un chantaje emocional patético, y ciertamente pasivo-agresivo. Que tendría un requisito más patético aún: el de haberse ilusionado. Mi decepción va por otro carril, y como digo es algo mío en exclusiva. Enjuicio a otros, pero hablo de mí. Es una decepción íntima.
 
Sencillamente, me trastorna que un cuerpo político (la sociedad española, y en principalísimo lugar la cultura española) no haya expulsado a un sujeto tóxico como el presidente Sánchez. Que lo haya admitido y asimilado. Que lo haya aceptado. Que lo haya consentido. Y todo porque es del partido adecuado. Y todo porque es del PSOE. La aceptación de cualquier cosa, porque la hace el PSOE, la aceptación sin límite de cualquier barrabasada: eso es lo que me trastorna. Y eso lo hemos terminado de aprender ahora.
 
Aunque ya defendieron los Gal en su día. Hay un veterano articulista de El País que escribió un artículo repugnante en favor del terrorismo de Estado. No digo el nombre porque no lo he encontrado en la hemeroteca (tal vez lo hayan retirado), pero ahí sigue con su prestigio, agasajado por todos. Mientras reprueban a los díscolos como Fernando Savater, que siempre denunció la guerra sucia. Tal vez por eso es díscolo: por haber ido denunciado las guerras sucias de cada momento.
 
En cambio Diego Manrique, de repente, ¡qué decepción! En su día dije que él, en música, y Carlos Arribas, en ciclismo, eran los mejores prosistas de El País. Lo que le debemos a Manrique, en prensa y radio, es incalculable. Pero ahora va y salta con que si "el pelotón de fusilamiento" de El Mundo, o con que si en The Objective "cañonean a Moncloa"... Una mentalidad netamente franquista, anticrítica, gubernamental. ¡Y todo por un sujeto como Sánchez!
 
Y Luis Gago, admirable durante toda su trayectoria de musicólogo, traductor, editor de Revista de Libros y hasta de entrevistador de Miguel Sáenz (¡de lo más refinado que tenemos!), va y escribe en El País un artículo eruditísimo sobre El príncipe del País de las Mentiras, de Erika Mann, la hija de Thomas Mann, del que cita frases fantásticas sobre la mentira ("a quien miente una sola vez, no se le cree, pero a quien miente siempre sí se le creerá") y va y alude ¡a Miguel Ángel Rodríguez! Que bien aludido está, pero caramba: ¡ni mu de nuestro, no ya príncipe, sino emperador de las mentiras Sánchez!
 
Ya dijo Octavio Paz que todo el mundo es falible, que todo el mundo tiene sus sesgos o, si se quiere, su ideología; pero hay un indicio de salud intelectual (y política y moral): la crítica también a los propios, o a los supuestamente propios. Si no hay esto, lo único que hay son emisiones verbales estratégicas o tácticas, palabrería instrumental, obediencia ciega. Esto en sí mismo es lo suficientemente odioso. Pero si encima es por alguien como Sánchez, ¡qué decepción!
 
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23.3.25

El pétreo franquismo sociológico

[Montanoscopia]  
 
1. Escribió Arias Maldonado un importante artículo en The Objective en que se pregunta cuándo se inició el deterioro de la política española desde la Transición, que ha culminado en nuestra penosa actualidad. Su respuesta es original: fue la mayoría absoluta del PP de Aznar en 2000, que no pudo ni quiso digerir el PSOE. Estoy de acuerdo en parte, aunque al final aparece una clave más profunda: "cultura política es destino". Al cabo, a España le falta cultura democrática. Antes también la derecha había acosado a González. Siempre sobrevuela, a derecha y a izquierda, la idea de la falta de legitimidad del otro. Esto hacia el exterior de los partidos. Y hacia el interior: la obediencia ciega, cerril. Obviamente, con Aznar se exacerbó esta tendencia. Pero cuando estalló, literalmente, fue con el 11-M. En concreto (y esta sería mi respuesta a la pregunta de Arias), cuando Zapatero, en lugar de emprender en 2004 una legislatura cauterizadora de las heridas, que uniera al país tras al trauma, hizo todo lo contrario. Y de fondo, ya digo, hasta las heces del hoy sanchista, el pétreo franquismo sociológico. 
 
2. El domingo pasado hice la bromita de que Luisgé Martín había compaginado su trabajo en Moncloa con el "meterse en la piel" del parricida Bretón para su libro El odio. La madre de los niños asesinados ha dicho que el escritor "ha sido la pluma del diablo". Mentalmente he extremado la bromita: sí, pero eso fue cuando le escribía los discursos a Sánchez. En realidad, es un asunto insoportable. Sin duda de ahí las bromitas. Soy partidario de que no se prohíba el libro, que será sobre esa insoportabilidad: la del mal, la del caso. Pero ahora solo pienso en el sufrimiento de la madre. Daniel Arjona ha leído el libro y ha escrito un artículo extraordinario en El Mundo. El final es devastador: "¿Cómo es posible que Luisgé Martín, cuando al principio de El odio analiza cuatro causas posibles que expliquen por qué a Bretón 'le entusiasma colaborar con él', omita la más evidente? Cita el deseo de confesión, la pura vanidad, la justificación de sus actos y, por último, la soledad. Pero no se ocupa, o no quiere ocuparse porque quizás entonces no podría dar rienda suelta a su fascinación, de lo que la madre no ha dudado en observar: el deseo de continuar causándole con la publicación de estas 177 páginas todo el dolor posible". 
 
3. Por otro lado, puede que Luisgé Martín haya querido exponerse, en sentido taurino. Es decir: asumir un riesgo. Solo he leído un libro suyo, El amor del revés, sobre su vivencia de la homosexualidad, que es valiente. Su mayor mérito literario es la recuperación de la obrita que mencioné el otro día, La literatura considerada como una tauromaquia, de Michel Leiris. En él escribía este autor: "lo que sucede en el terreno de la escritura, ¿no carece de valor si queda 'estético', anodino, desprovisto de sanción, si no hay nada, en el hecho de escribir una obra, equivalente [...] a lo que para el torero es el cuerno acerado del toro [...]?". Lo que pasa es que esta vez, como hemos visto, la cornada ha sido también (o ante todo) para otra persona.  
 
4. Se ha producido una carambola maravillosa. Quedé con el arquitecto Juan Antonio Espinosa, cuya tesis doctoral, publicada por la Universidad de Sevilla, es Arquitectura y enfermedad en la obra de Thomas Bernhard. Me estuvo hablando de sus andanzas por Austria, en que visitó las casas de Bernhard y habló, entre otros, con su hermanastro y albacea Peter Fabjan. En el Instituto Cervantes de Viena consiguió el vídeo de unas jornadas celebradas allí a finales de 2005 sobre las relaciones entre Bernhard y España. Me pasó una copia, que vi la otra noche. Uno de los participantes es el traductor Miguel Sáenz, quien hacia el final de su intervención dice con orgullo que entre los comentarios del blog de Arcadi Espada se encontró con uno que decía que él "hace que los libros de Bernhard sean obras maestras de la literatura en español". Le pedí que buscara la frase a Verónica Puertollano, que conserva los archivos, y como sospechaba la había escrito yo. 
 
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20.3.25

Julio Iglesias y el arte banal

Muchos dicen ahora que qué gran idea escribir un libro sobre Julio Iglesias, que esa idea estaba ahí. ¿Pero qué hubiera sido de ese libro si no lo llega a escribir Ignacio Peyró? El español que enamoró al mundo es un libro feliz porque el tema es feliz y el estilo también lo es. La gran idea es haber visto que necesitábamos un libro feliz.
 
Al igual que otros, como Nadal Suau, me he puesto a pensar qué ha significado Julio Iglesias en mi vida. La respuesta de "casi nada" me ha hecho pensar a su vez en el arte banal, en sus virtudes. Sirvan estas líneas como contraste –y complemento– de las que escribí el jueves pasado sobre el "arte serio" a propósito de Tardes de soledad. El torero y el cantante ligero: dos extremos del arte. (Como sombras de cada uno están el bombero torero y el cantante pesado, es decir, el cantautor.)
 
Los años noventa me los pasé escuchando música brasileña y, gracias a mi amigo Losada, funk. Pero en los ochenta lo que escuchaba era música clásica y pop –español e internacional– de la Movida, con La Edad de Oro como canon. Antes, inevitable tributo a la literatura, había incurrido en Serrat y Paco Ibáñez. Nadie más alejado que Julio Iglesias de mi gusto.
 
Pero Julio Iglesias, como Raphael, Manolo Escobar o Mari Trini estuvo ahí siempre. El sonsonete de esas canciones que uno no escoge termina formando parte de la experiencia. Ahora valoro lo escuchado al sesgo, sin que se le preste atención. Se mete por unos conductos distintos de la memoria, tal vez más persistentes.
 
Julio Iglesias se diferenció de todos los demás por su fama mundial a partir del primer tercio de los ochenta. Yo le había tenido una simpatía previa al personaje por su denostada película La vida sigue igual, que vi de niño en el cine de verano y cuya historia me llegó. (Durante años estuve convencido de que el equipo en el que jugó de portero no fue el Real, sino el Atlético de Madrid. He encontrado el porqué: se superpuso a la cara de Julio Iglesias la del portero Reina, que se le parecía.)
 
El único defensor de Julio Iglesias en el mundillo intelectual en aquella época fue Juan Cueto, al que yo admiraba mucho. Le celebraba la defensa como una boutade, pero con la edad me he dado cuenta de que no estaba fingiendo y de que, como con tantas otras cosas, fue un adelantado.
 
El adelanto está justamente en la apreciación de que el arte banal merece un sitio. Ahora aprecio aquella papilla musical de que se hablaba, aquella inanidad sin roce, sin aristas: la emisión de un bálsamo que no moleste a nadie. Conseguir un producto tan sedoso, y encima sin la calidad de mi amada bossa nova, tiene también su gracia.
 
Escribe Peyró que Julio Iglesias no se dejó afectar por las irrupciones de su tiempo, "Dylan y Cohen, la psicodelia y Van Morrison, Bowie y los Beatles y los Kinks", a las que asistió "con una indiferencia infinita". Y de repente encuentro en ello una postura limpia y admirable, de santo musical. Tan limpiamente santo que lo suyo apenas es música.
 
De uno de los míos, el brasileño Péricles Cavalcanti, me hacen gracia estos versos de una canción (los doy traducidos): "Yo podría ser un escritor de moda / del que se habla muy mal / y él ni se incomoda". Estar en ese nirvana, pasando de todo y de todos. He ahí la gran lección banal (¡y lo banal es tan difícil!) de Julio Iglesias.
 
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16.3.25

No se puede ser bueno en este país de todos los diablos

[Montanoscopia]  
 
1. Igual que la guerra civil fue la belle époque para Alberti, según este anotó en aquella foto que descubrió Trapiello, la pandemia fue la belle époque de Sánchez: parlamento cerrado, peroratas todo el día en la tele, a veces con militares de escolta, reuniones con un comité científico fantasma y ancianos muriéndose en las residencias de la Comunidad de Madrid con los que apedrear luego a Ayuso. ¡Qué época más bella para Sánchez! ¡Todo aprovechable, como con el cerdo!
 
2. No murió nadie más. Desde luego, nadie atribuible al Gobierno (a su incompetencia). Solo la cifra esa de 7.291 con que ahora machacan. Los más de cien mil restantes no cuentan, porque no se les puede sacar rendimiento político. A la obscenidad propagandística no le podía faltar el toque sentimental de una Ángeles Caballero o la impostación ¡moral! de un Muñoz Molina. La arremetida es en todos los frentes, con la excusa del quinto aniversario. Cómo ensucian el dolor. Cómo le embuten pastel a la muerte. Autoadornándose en todo momento, faltaría más. La operación ha de ser rentable hasta el último filete. Nada gratuito, todo útil.
 
3. Sigo encandilado con Muñoz Molina: con cómo ejercita su "voz moral", largamente elaborada, un artefacto retórico muy logrado, en sí mismo admirable (yo lo admiré), en la inmoralidad. Una carcasa de palabras ya sin auctoritas, pese al empaque que se autoconcede, y contradictoriamente al servicio partidista. En su último artículo en El País, "Tu verdad no, la verdad", sobre el quinto aniversario del confinamiento, predica que "la falta de respeto a los hechos concretos es tan grave como la falta de respeto a las víctimas", y habla de "la mentira, que volverá a dejarnos inermes y amnésicos". ¿Cómo se puede ser sanchista y escribir estas frases? Bueno, claro: siendo sanchista.
 
4. Otro escritor sanchista, Luisgé Martín (este abiertamente sanchista, puesto que trabajó en Moncloa), publica El odio, sobre José Bretón, quien justo estos días ha confesado que en efecto asesinó a sus niños, por lo que viene cumpliendo condena. El novelista, dice la web de la editorial Anagrama, "durante más de tres años estuvo en contacto con José Bretón". O sea, que al tiempo que ejercía de sanchista Luisgé estaba metiéndose en la piel de un asesino de sus hijos. ¡Muy apropiado!
 
5. Los personajes entrañables del sanchismo son los misceláneos. Esos de quienes dijo con sorna Toscano que "nada humano les es ajeno, salvo las fechorías de Sánchez". En cada entrega van analizando concienzudamente la actualidad, una actualidad en la que no existe Sánchez. Como Georges Perec en la novela en que falta la letra e, nuestros misceláneos componen un enorme lipograma en que todo ocurre sin que aparezca el presidente. Más que a Perec, recuerda un cuento de Borges con heresiarcas que no osan pronunciar la palabra prohibida. No deja de ser fascinante la España que dibujan. Puede que, después de todo, sean unos magnicidas literarios. Para ellos, Sánchez simplemente no está. Se lo han cargado en sus páginas.
 
6. Soy consciente del efecto paródico de la sucesión de mis antisanchismos. Toda obsesión se manifiesta como danza paródica. Soy el Jack Nicholson de Mejor imposible del antisanchismo. Esto, con todo, me podría reportar algún beneficio si no fuera también antipepero, antivoxista, por supuesto antipodemita, antisumarita y despreciador supremo de todos nuestros nacionalismos, independentismos y proterrorismos. Soy antitodo lo que se mueve en la política española. Mi desprecio ha alcanzado un punto loco de no retorno. ¡Si yo solo era un buen chico constitucionalista, socialdemócrata para más inri! Pero no se puede ser bueno en este país de todos los diablos.
 
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14.3.25

A favor de la chaqueta acolchada

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:25
 
Buenas noches. He dejado pasar un mes a ver si se me pasaba el enfado, pero no se me pasa. Los Pantomima Full, esos piernas del humor, se metieron con mi uniforme cotidiano: la chaqueta acolchada. Pese a mi calentón, decidí no ocuparme de ello, porque esta sección mía ha sido ya demasiadas veces una sección de moda. Pero mis fans me empujan a que me pronuncie. Muchos me consideran un árbitro de la elegancia: ¡Montanus Arbiter! Aunque claramente se trata de una elegancia alternativa, que bien se podría confundir con absoluta falta de elegancia. En cualquier caso, es la mía y la defiendo a muerte. El columnista Hughes también se metió con la chaqueta acolchada, aunque de un modo más fino y resaltando sus virtudes: "Es comodísima, abriga, no pesa". También la definió memorablemente como un "fachaleco con mangas". Y concluyó: "Estamos a un tijeretazo de ser todos unos cayetanos". Yo repudio el fachaleco, pero adoro la chaqueta acolchada, que es socialdemócrata y sufridita. Su ausencia de peso es fundamental, y se aviene con mi ideal de la ligereza. También es importante que se la pueda hacer un engurruño. Y lo contrario, que se despliegue como un Transformer. El aspecto uniformador que otorga, de hombres y mujeres Michelín, también me gusta. Los Pantomima Full se reían de la falta de personalidad de los que llevamos chaqueta acolchada. Pero la personalidad está sobrevalorada. Y además da mucho frío. Yo creo que lo que más abriga de la chaqueta acolchada es precisamente la falta de personalidad que propicia. Los enchaquetados acolchados somos una especie de hoplitas urbanos, con algo de luchadores de sumo. Parecemos perpetuos supervivientes del Titanic que no nos atrevemos a quitarnos el chaleco salvavidas. Con la chaqueta acolchada quizá no vivimos, pero sí sobrevivimos. ¡Esta es la clave!

13.3.25

El metrónomo de la muerte


Por supuesto que Tardes de soledad es una película taurina. No es "neutral", como se ha dicho, por mostrar el dolor del toro. El dolor del toro está integrado en la tauromaquia. La división es la de los antitaurinos, que por ese dolor rechazan la tauromaquia. Lo que no es el director Albert Serra es un aficionado a los toros. Pero ha entendido la fiesta en su totalidad. A mí me pasa igual, en los dos aspectos. Por eso la película me ha conmocionado.

Los antitaurinos, en cierta medida, contribuyen a la fiesta: moral y estéticamente; incluso ontológicamente. Marcan el límite que no se ha de traspasar, el del sufrimiento y la muerte del animal, pero que sin embargo se traspasa. De este modo perturban su estética. Desde un punto de vista superior, indican lo que no debería estar sucediendo. Y sin embargo sucede. La tauromaquia sucede, contraviniendo todas las advertencias. Es algo demasiado grande: sublime, en sentido kantiano; también siniestro. Es un resto de barbarie combinado con la más refinada civilización.

Hará como cuarenta años que no voy a los toros ni veo corridas por la tele. Entonces, como estudiante de filosofía, las contemplaba filosóficamente. En verdad, la soledad del torero en el círculo. Afrontando la acometida de la realidad. No sabía de lances ni de suertes, pero apreciaba la compostura en la resolución, con destellos de belleza. Desdeñaba el jaleo, la frivolidad del público, pero entendía que formaba parte de la vida. Al fin y al cabo, era un sacrificio revestido de fiesta. Entre la multitud estábamos, puntos negros, los reconcentrados filósofos: melancolizantes, íntimamente exaltados.

Durante la proyección de la película, en la cueva de Eleusis, lo he vuelto a vivir. Caigo ahora en la diferencia entre la celebración solar de los toros y esta forma de verlos a oscuras, con una plenitud nueva. En un momento me di cuenta de que tenía tensas las manos, y todo el cuerpo. Dos horas con el corazón en un puño: de repente Serra había reinventado también el cine. Desde su punto de vista, este sería el propósito. En los toros ha encontrado la manera de conseguirlo.

Los toros por el cine: la percepción (epifánica) de que se trata de un arte serio. Solo la cuadrilla, al modo de los graciosos de las tragedias de Shakespeare, Lope o Calderón, pone un contrapunto cómico (aunque la del torero Roca Rey no deja de estar admirablemente implicada). Un arte serio: con la muerte depurando. En el toreo puede haber florituras y hasta payasadas, pero incluso en ellas danza la muerte. No caben risas cuando el toro está en la plaza (puede que sí alguna risa nerviosa). Michel Leiris deseó lo mismo para la literatura en La literatura considerada como una tauromaquia.

Víctor Gómez Pin tituló su libro sobre los toros con una expresión de Proust: La escuela más sobria de la vida. (Subtítulo: La tauromaquia como exigencia ética.) El filósofo cita en la Fundación Juan March este pasaje del último tomo de En busca del tiempo perdido: "Afortunados aquellos a los que, por cercana que se halle la una de la otra, les suene antes la hora de la verdad que la hora de la muerte". Al torero esto le ocurre siempre.

Y todo el tiempo en Tardes de soledad, por los prodigiosos micrófonos, la respiración del toro. Su efecto es el del metrónomo de la muerte. Una muerte que tiene la consecuencia inmediata de intensificar la vida. Fiesta, misterio, estímulo nietzscheano, revulsivo para que dejemos de ser cadáveres ("cadáveres aplazados que procrean", anotó el Ricardo Reis de Pessoa). Ciertamente, debería estar prohibido.

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9.3.25

Las doblemente enchufadas de Ábalos

[Montanoscopia] 

1. El consejo de redacción de un periódico suele ser adusto. Es como una mesa de cirujano de la doliente actualidad. Pero cuando la actualidad aporta putas enchufadas en la Administración es muy difícil mantener la adustez. Así ocurre, me dicen, en el de The Objective en los últimos tiempos. Pero la realidad esperpéntica tiene dos filos: el de la risa y el de la desgracia. La amarga mueca de la que hablaba Valle-Inclán. 

2. Qué papelón este 8-M el de los partidos que más exultaban en los 8-M: el PSOE de Ábalos, el Podemos de Monedero, el Sumar de Errejón. Ahora no logramos quitarnos de la fantasía que estos iban a las manis a refregarse la cebolleta. Mi corazoncito sigue estando con Ábalos y sus doblemente enchufadas. Al fin y al cabo, no le hizo mal a nadie salvo al Presupuesto. En las novelas de Galdós estaban las mantenidas y ahora todos los españoles hemos experimentado lo que es tener mantenidas a nuestro cargo. Aunque solo las usufructuara el entonces mano derecha de Sánchez. El presidente, por su parte, se atuvo al principio bíblico de que su mano izquierda no supiera (ni quisiera saber) lo que hacía su mano derecha. 

3. Apoteósico reportaje en El País, cuyo titular lo dice todo: "Cada vez más solteras (y más felices): 'Muchos hombres no saben estar a la altura'". Con esto pasa como con el que está fuera de Twitter y entra en Twitter para decir lo bien que está fuera de Twitter: si estuviera tan bien, no habría tenido la necesidad de entrar para proclamarlo. Yo creo en la soltería y en la felicidad (¡cómo no voy a creer!), pero si necesitas darle una armazón teórica, o ideológica, es que algo falla. Lo más divertido del reportaje es un demógrafo que dice: "Los hombres buscan mujeres que ya no existen y las mujeres hombres que aún no existen". ¡El tipo va y les planta a las tías, en pleno reportaje de ellas, que anhelan el príncipe azul! Por otro lado, es una malagueña la que dice que muchos hombres "no saben estar a la altura". Un diagnóstico que en realidad afecta a los hombres que tiene más a mano, los malagueños: frecuentemente majarones. Aunque el problema que tenemos los (¡escasísimos!) malagueños no majarones es que no encontramos malagueñas a nuestra altura. 

4. Una de esas mujeres felices de estar solteras suelta el siguiente speech: "Si aparece un señor adulto funcional, desertor de la masculinidad hegemónica tradicional y con una responsabilidad afectiva básica con el que compartir mi vida, pues mira, genial y si no, pues también". Y otra habla de "cuidado al otro", "complicidad luminosa", "dinámicas relacionales", "aspiraciones afectivas"... ¡A ver si el hombre que aún no ha nacido es aquel capaz de soportar esta jerga! 

5. Una mujer admirable es Amarna Miller. Desde que dejó su anterior trabajo (lo hizo limpiamente: sin renegar de él), se ha dedicado a viajar: por África, por la India, por todas partes. Va dejando sus comentarios, sus fotos y sus vídeos en las redes sociales (yo la sigo en Instagram). Es precioso ver cómo la va curtiendo el mundo: en su caso es la edad (que siempre trabaja) más una experiencia intensa, muy aireada. Es por ello una belleza moral. 

6. Agustín Rivera me recomendó el podcast de la editorial Anagrama. En cada episodio dialogan dos de sus autores. Escogí el de Leila Guerriero y Juan Tallón. Muy interesante, pero yo solo quiero contar una anécdota pronunciativa: para no decir argentinamente Tachón, Guerriero (extremando ese consejo de pronunciar "li" cuando es elle) decía Talión. 

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6.3.25

La ideología es el primer refugio de los bribones

Los tertulianos, a los que los columnistas les debemos no ser lo más bajo de la prensa (hay tertulianos que son también columnistas, por lo que son simultáneamente lo primero y lo segundo más bajo), resaltaban siempre, a propósito de las acusaciones a Monedero de ser un baboso con sus alumnas y otras mujeres (incluso compañeras), que parecía mentira que fuese de Podemos, partido que ha destacado por luchar contra esas conductas. En realidad, Podemos jamás ha luchado contra esas conductas. Solo las ha esgrimido para atacar a los demás. Nunca fue una norma de actuación, sino un arma. Con Sumar ocurre lo mismo a este respecto, como vimos con Errejón un poco antes.

La ideología no es el último refugio de los canallas (a los que prefiero llamar bribones en esta columna), sino el primero. Es en concreto un trampolín. En esta pesadísima época de sarpullido ideológico, los de la tabarra acusatoria no se han privado de incurrir en el comportamiento que reprobaban. Podían practicarlo impunemente porque se habían atrincherado en la ideología correcta: aquella desde la que, por un lado, se podía disparar y, por el otro, se estaba protegido. El ser humano tiende a ser un cabroncete. Si estás en una posición de superioridad, sin control, la tendencia se desboca.

En el PSOE ha pasado lo mismo. Pasa a mansalva. El autoproclamado antifranquismo de Sánchez es el baluarte de su franquismo particular. Su monserga con Franco le sirve para blindarse frente a las críticas a su autocracia. Siendo de facto su definición de franquista "todo aquel que se opone a Sánchez". (Y siendo que muchos nos oponemos a Sánchez justo por lo que tiene de franquista.) 

Con lo de las putas y el dinero es idéntico. Un partido que quiere abolir la prostitución cobijó a usuarios de la misma. Un partido que se presentaba como sanador de la corrupción (¡con lo que ese partido ha sido en corrupción!) ganó una moción de censura contra el PP por esa causa. La defendió Ábalos. Todo esto no a pesar de, sino precisamente por ello. El recurso ideológico es una simple estratagema. Se trata únicamente de erigirse en una posición de ventaja.

La topología, como en otras ocasiones, nos puede ayudar. Si uno logra situarse en el lugar desde el que se ataca, la fiscalización va hacia fuera y no hacia dentro. La construcción de ese lugar se lleva a cabo ideológicamente: con acarreos de materiales ideológicos. Una vez construido, uno puede hacer de su capa un sayo: puede ser un fascista bajo la capa del antifascismo, un machista bajo la capa del feminismo, incluso un trumpista (son los personajes del momento) bajo la capa del liberalismo, o un traidor (¡un saludo, Abascal!) bajo la capa del patriotismo.

La muestra más pimpante, de anteayer, es la lepenización del PSOE. Puesto que el PSOE se autoproclama antilepenista y dirige todas sus flechas contra el lepenismo, está a salvo para hacer un pacto puramente lepenista con Puigdemont, con Junts. El propio Sánchez calificó de lepenista a Junts, cuando el president era Torra, hace apenas unos años, pero ahora que Sánchez pacta con Junts, el garbanzo deja de estar en el cubilete. Y todos los sanchistas españoles, que se perciben a sí mismos como antilepenistas, aplauden el lepenismo de Sánchez y del PSOE.

La ideología (o el partidismo, que vendría a ser la ideologización vacía de unas siglas) sirve, en suma, tanto para arremeter como para esconderse. Igual que los pederastas encuentran un hábitat propicio en el seno de la Iglesia, los bribones están en su salsa en la ideología, en los partidos.

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3.3.25

Sábana de sonido


No se pierdan el podcast de música funk que ha preparado primorosamente el pintor Miguel Gómez Losada. Se titula 957 Funk. El capítulo piloto está en dos partes aquí: primera y segunda. La presentación es sobria, punteada de autobiografía, y la música de una belleza vibrante. ¡Sábana de sonido!

2.3.25

Trump-Vance: 'ticket' canalla

[Montanoscopia]
  
1. A Trump ya se le podría hacer, técnicamente, un impeachment. Su principal promesa fue que "América" volviera a ser grande. En mes y medio ha logrado que sea más pequeña que nunca. Con el matonismo contra Zelenski en el Despacho Oval, "América" ha alcanzado el punto más irrisorio de su historia.  
 
2. Nuestros trumpistas, ávidos de canallas, han hecho el negocio perfecto con el actual ticket presidencial de Estados Unidos: han obtenido dos canallas por el precio de uno. El vicepresidente Vance, Rústico en Dinerolandia, ha salido aún más canalla que el presidente Trump; siquiera sea porque su canallismo está propulsado por la sumisión al amo. Con su retórica pseudointelectual, Vance prueba también que no hay nada peor que tener lecturitas. Bueno, sí, escribir un librito: canallada suprema. El ticket Trump-Vance, con la encerrona a Zelenski, se ha consagrado de manera irreversible como un ticket canalla y ha infectado de canallismo a todos los trumpistas, en particular (para nosotros) a los nuestros. Ya no se puede ser trumpista sin ser un canalla. Algo que no preocupará a nuestros trumpistas: al fin y al cabo, se hicieron trumpistas por canallas.  
 
3. Lo primero que hizo un periodista trumpista el pasado viernes fue recriminarle a Zelenski su falta de respeto por entrar en la Casa Blanca sin traje. Zelenski debería haberse puesto el uniforme trumpista de entrar respetuosamente en los sitios: el de bisonte.  
 
4. Trump, Vance y nuestro Obescal han encontrado por fin la manera de acabar con todas las guerras, empezando por la de Ucrania: no dar batalla, dejarse vencer. ¡Cráneos privilegiados! 
 
5. Comparado con cómo está el mundo, la inversión de Ábalos en amor, aunque fuese con el dinero de los españoles, me parece de una ternura adorable. El exministro era un Kennedy sin fondos y necesitaba recabarlos de donde fuera para mantener su tren de vida sexual. Como contribuyente, le perdono mi cuotaparte. Parafraseando a Dante, el amor mueve el sol, las demás estrellas y lo que se precise del presupuesto. 
 
6. De acuerdo con la premisa anterior, también debería relativizar lo que ocurre en la celebración oficial del Día de Andalucía: en fin de cuentas, no es más que una retórica empalagosa, festivalera, bienintencionada. Solo que yo, como andaluz, no la puedo soportar: me resulta repugnante. No quiero decir con esto que la eliminaría si pudiera. Como en tantas otras ocasiones, acepto que esté, pero sin mí. Solo pido que no me obstaculicen el paso en la dirección opuesta. 
 
7. El PP andaluz, ya desatadamente PNV andaluz (aunque sin antiespañolismo: este es el elemento simpático del andalucismo), sí ha encontrado la manera de protegerse del Gobierno del PSOE: mediante el buen rollo. El presidente de la Junta felicitó a la ministra de Hacienda y nueva candidata a la Junta, allí presente. Un buen rollo asesino: al tiempo que la felicitaba, la liquidaba.  
 
8. Con lo de la quita de la deuda de las comunidades autónomas, una quita que no se quita sino que se redistribuye entre los españoles, el Gobierno hace el numerito del barón de Münchhausen: pretende elevarse a sí mismo del suelo tirándose hacia arriba de la coleta. Un trilerismo nada sofisticado, pero en el que Sánchez se ejercita porque sabe que los sanchistas se lo compran todo. Canallitas también.  
 
9. Relájense de la semana con el podcast de funk que ha preparado primorosamente el pintor Miguel Gómez Losada. Se titula 957 Funk y lo ha alojado la Universidad de Sevilla (en dos partes: primera y segunda). La presentación es sobria, punteada de autobiografía, y la música de una belleza vibrante. ¡Sábana de sonido! 
 
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28.2.25

Miserable vejez

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:22:05

Buenas noches. Las opiniones ultramontanas de hoy no son mías y van en verso. Son las de Luis Antonio de Villena en su nuevo libro de poemas, Miserable vejez, publicado en la editorial Visor. Lo provocador es que habla de la vejez como una maldición, algo que en la actualidad parece proscrito. Nada de "tercera edad", ni de "pozo de sabiduría", ni de "beneficios de la experiencia". La vejez es una cabronada que nos cae a todos si no morimos jóvenes. Cita a Céline: "La vejez es lo que sobra de la vida". Villena lo afronta sin subterfugios, en un cuerpo a cuerpo con la edad. Escribe, por ejemplo: "Al ir a lavarte los dientes –implantes– no debes flexionar / la cintura, pues la lumbalgia trotará como potro desbocado. / Al agacharte (las cosas se caen y nunca te dabas / cuenta) debes esperar el chasquido de la rodilla, que / –palabras doctorales– no es sino un cartílago viejo, / desgastado". Villena cantó siempre la belleza juvenil en sus poemas, pioneros en España por su valentía homoerótica: solo otro poeta, Luis Cernuda, fue tan valiente como él. Ahora la belleza pasa como un desgarro. En general ajena, pero el poeta (desdeñando que puedan llamarlo "viejo verde") la busca y la encuentra. Por eso Miserable vejez es un libro apasionado, en lo doloroso cotidiano y en lo placentero cuando se alcanza. Leí en el ensayo de Pascal Quignard El sexo y el espanto una frase que me impresionó: "Lo contrario de la muerte no es la vida, sino el sexo". Villena, a sus setenta y tres años, no ha renunciado a él. Ha sido fiel a estos otros versos que escribió en su juventud: "Y si todo va mal, si al final todo es duro, / como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno".

27.2.25

De nuevo el 'amor fati'

Me interesa la idea del amor fati, amor al destino, que emplearon los estoicos y Nietzsche, este aportando dulzura y vitalidad (reforzando lo que le corresponde al amor). Se podría entender como reconciliación con la propia historia, sin sentimentalismo, con alegría: como aceptación de su gravedad con ligereza.

Extraigo dos anotaciones de mi diario Oficio pasajero, para que estén también en el periódico.

Esta es de cuando tenía veintiocho años (1994): "Hay una sabiduría –enjundiosa y tersa– que consiste en aceptarnos a nosotros mismos y en aceptar nuestra historia de un modo total, pleno, aunque sobrio, sin alharacas ni tragedia. Eso produce una sonrisa íntima y una suerte de felicidad. Todo lo que nos ha pasado, todo lo que no nos ha pasado para llegar aquí. Ahora descubrimos que cada instante transpiraba miel: una miel translúcida y ligera que entonces no percibíamos pero que nos llega ahora, atravesando los años, con toda su dulzura. Lo que hemos vivido, sin que haya sido gran cosa, nos produce una alegría de carácter irónico, nos produce una piedad limpia, sin resentimiento. El amor fati, el amor al destino (no tanto el que nos va a llevar a otro punto, como el que nos ha traído a este), es el sentimiento que se produce en uno cuando acepta –de manera física, sensible, plena– la inocencia del devenir. Es precisamente su sustancia, su incesante pasar, lo que hace valioso el tiempo. Si se detuviera, moriría –a la vez que lo desamaríamos".

Y esta del día en que cumplí treinta y uno: "El sentido hondo, radical, del amor fati: el tiempo, la vida, nos ha traído hasta aquí, y justo de esta forma que somos; no podemos eliminar (ni eludir) ni una sola de sus circunstancias. Todo desemboca en este instante, y de otro modo no seríamos. Quejarse no tiene sentido. Implica una falta de comprensión profunda de la inocencia del devenir. (Lo que se anhela en el fondo con la queja es la repetición, la irrealidad, la muerte.) La madurez, la responsabilidad, no tiene otro camino que el doloroso –y gozoso– juego de los límites".

La sabiduría de esos dos párrafos, agudizada cuando los escribía, la he perdido a veces, incluso con frecuencia: uno alcanza momentos que se quedan en la página y no en uno. No siempre la experiencia ha ayudado: la celebración de todo lo que desemboca en este instante, cuando este instante es lamentable, resultaba grotesca. Pero hay que tener quizá visión de conjunto. Y la noción de que "también esto pasará".

Entonces vuelve la ligereza (¡el eterno retorno!): de nuevo el amor fati. Y ahí sigue Nietzsche, iluminando la ocasión: "La salud se anuncia: 1) por un pensamiento con un vasto horizonte; 2) por sentimientos de reconciliación, de consuelo, de perdón; 3) por el melancólico reírse de la pesadilla con que hemos estado peleando".

No ha sido en mi caso enfermedad física, ni psíquica, pero sí anímica. El estado de ánimo como un filtro oscurecedor. Además de los avatares biográficos, con los que hay que lidiar necesariamente, uno incurre en la debilidad de dejarse afectar por los históricos, lo que es la estupidez suprema, y peor aún por los políticos: terreno ya exclusivo de canallas. Aquí es donde hay que aplicar repliegues helenísticos o alejandrinos: sin por ello dejar de ejercer la crítica.

Hay que verse como resultado, a cada instante. Y a cada instante, qué épica (con su lírica) la que nos ha conducido a él. Cada vida es una aventura; cada vida reclama su absolución. La película de cada cual, proyectada sin pausa, y avanzando. Hasta el The End.

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23.2.25

Hora de cierre en los jardines de Occidente

[Montanoscopia] 

1. En Málaga, conocida por algunos, no sin guasa, como la Nueva Atenas, nuestro amigo Irles ha venido haciendo de Casandra en los últimos años. En mitad de las jocosas catacumbas, agravaba la voz y citaba a Cyril Connolly: "¡Ha sonado la hora de cierre en los jardines de Occidente!". Como a Casandra, no le hacíamos caso. Como Casandra, tenía razón. 

2. Casandra, la profetisa griega, sale también en la estupenda entrevista de Ramón González Férriz a Félix de Azúa en la Fundación March. Póngansela porque es una gozada: Azúa está en forma. Pero pasa algo divertido. Férriz confunde a Casandra con Andrómaca y dice Andrómaca cuando quería decir Casandra. En realidad, el lapsus es del propio Azúa. Hace unos años, en otra charla de la March, Azúa dijo Andrómaca. Se ve que Férriz, al documentarse, escuchó aquello y se quedó con el error. 

3. Hasta hace una semana la postura de nuestros trumpistas era simplemente payasa. Desde esta semana, además de payasa, es una postura criminal. 

4. He hecho tres grandes razzias en mi Twitter. El 7-O hice razzia de antisemitas. El día de la amnistía hice razzia de sanchistas. Ahora estoy haciendo una razzia de trumpistas. No las decido yo. Es una repugnancia que me sale del estómago y va directa al dedo de los unfollows

5. "No aprendemos", dice una sobre Trump. Una que se ha tragado entero a Sánchez. 

6. Guardans se enfada con quienes equiparan a Sánchez con Trump. En efecto, hay una importante diferencia (aparte de la brutalidad específica de Trump): a Trump no lo apoyan los Guardans. 

7. Rufián: "Aliança Catalana es una victoria del españolismo". ¡Es justo al revés! El españolismo (actual) es una victoria del catalanismo (incluido Rufián). 

8. Moreno Bonilla, presidente andaluz, ha encontrado la fórmula para perpetuarse en el poder andaluz: convertir el PP andaluz en el PNV andaluz. Venía asimilándose al PSOE andaluz (como dijo el finísimo analista Carlos Mármol, con el PP en Andalucía respecto al PSOE no se ha producido un cambio, sino una sustitución), pero le sabía a poco. Al fin y al cabo, el PSOE se ha demostrado falible en Andalucía. El auténtico partido autoblindado en España es el PNV. Así que allá ha ido Moreno Bonilla: exaltación de la bandera andaluza y promoción del habla andaluza. Algo que será muy del gusto de los andaluces. Los conozco bien. Aunque no tan bien como Moreno Bonilla. 

9. Que el apodo de Monedero entre sus alumnas sea El Babas es más bello que la Victoria de Samotracia. Al final, los viejos izquierdistas se limitaban a meterse a cantautores para follar. Los nuevos, para lo mismo, han tenido que meterse a políticos y embrutecer todo un país. 

10. Elvira Lindo se ha convertido en la nueva Almudena Grandes. Ignoraba que aspirase a ese puesto, pero ahí está: hablando de que el problema en España es "la derecha". Yo a veces bromeaba con los matrimonios cruzados García Lindo y Muñoz Grandes. Mi broma ha resultado ser también cosa de Casandra. 

11. Veo al ministro Puente, alias The Puentete, entregando unos llamados Premios del Tren ante una cohorte de pohetas, entre los que no faltan el fatal Benjamín Prado ni el bienqueda Luis Alberto de Cuenca. La poesía, naturalmente, está fuera, lejos de ahí: en el nuevo libro de Luis Antonio de Villena, Miserable vejez. Un admirable cuerpo a cuerpo con la edad. 

12. Esta semana nefasta no acaba hasta esta noche, con el recuento alemán. Musk y Bannon ya han saludado a Alternativa para Alemania con el brazo en alto. La nazi rubia es una Nancy rubia. 

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20.2.25

No hay más Europa que la que arde

Como buen europeo acolchado, la crisis que se avecina (en la que ya estamos, de hecho: y no es una crisis económica, sino bélica) la sigo en los libros. La emulsión frenética de los periódicos (tan europea también, por otra parte) no es nada comparada con las cristalizaciones de la historia. Estas se resquebrajan a veces como si un mamut saliera del hielo.

Llevaba unas semanas deleitándome con El genio austrohúngaro, el libro de William M. Johnston que causó sensación cuando lo editó KRK en 2009. Su edición original es de 1972 (con algunas reediciones aún en inglés) y se titula The Austrian mind. Se ve claro que la Unión Europea es un remedo de Roma en primer lugar y del Imperio Austrohúngaro en segundo lugar. Aunque en ambos casos sin emperador. Y sin ejército.

La comparación tanto con Roma como con el Imperio Austrohúngaro se refiere ya a sus fases terminales. En El genio austrohúngaro se ve la Europa de hoy, pero sin genios. Su gran problema era también el nacionalismo (como en España, tan austrohúngara ella misma). Conmueve la pobreza posterior a la derrota en la Primera Guerra Mundial y la disolución del Estado. Una Austria miserable, como volvería a verse tras la Segunda Guerra Mundial (esta la describe muy bien Thomas Bernhard en El origen).

Uno lee como si fuera otro mundo, pero de pronto cae: ¡solo hace un siglo, o menos de un siglo! En España igual: todavía nuestros padres, y no digamos nuestros abuelos, padecieron la miseria. Es nuestro mundo. Pasó y puede pasar. El pasado es lo que se avecina. La envidiable prosperidad europea ha sido quizá un paréntesis.

Ernst Jünger hablaba de las ilusiones ópticas en tiempos de paz. En ellas nos hemos criado. En La emboscadura viene este conocido pasaje: "Los periodos prolongados de calma favorecen ciertas ilusiones ópticas. Una de ellas es la suposición de que la inviolabilidad del domicilio se funda en la Constitución, se encuentra asegurada por ella. En realidad la inviolabilidad del domicilio se basa en el padre de familia que aparece en la puerta de la casa acompañado de sus hijos y empuñando un hacha en la mano". (Iba contra los nazis, aunque lo celebren nuestros trumpistas.)

En la reunión de dirigentes europeos de esta semana no pude evitar acordarme de otra sentencia de Jünger: "Una de las notas características y específicas de nuestro tiempo es que en él van unidas las escenas significativas y los actores insignificantes". Actores significantes son ahora Trump, Putin y Xi Jinping. Se van a repartir el mundo como leones hambrientos. La democracia liberal ha sido tal vez otra gran ilusión óptica. Al fin y al cabo, iba contra el espíritu depredador del ser humano. Cuando leí 1914, de Margaret MacMillan, me espanté con la calaña de los dirigentes mundiales del momento. Eran algo así como presidentes autonómicos españoles pero armados hasta los dientes. Con tipos así volvemos a estar.

No hay más Europa que la que arde, que la que ardió. No sé si tenemos instinto ya para sostener nuestra ilusión óptica, en la que hemos hecho la vida.

Para acabar con Jünger: auguraba un futuro terrible en Los titanes venideros. Solo llegó a conocer de un modo incipiente las nuevas tecnologías, pero lo que dijo de las anteriores vale. Jünger, además del cultivo de un jardín (metafófico y no), recomienda frialdad: "sobre un pantano helado se avanza con más seguridad y rapidez".

Los librescos no pensamos hacer nada, pero veremos alzarse ante nosotros lo que leímos en los libros. No está descartado que eso que se alce nos lleve también.

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16.2.25

Desafección por la fauna que habita el Congreso

[Montanoscopia] 

1. Los lectores saben que siento debilidad por mis detestados. Es decir, no dejo de detestarlos, pero quiero que les vaya bien: en la salud, en el trabajo, incluso en el amor. Por eso me ha alegrado el fichaje de Idafe Martín por Moncloa, gracias al cual progresa en el trabajo (un carguito oficial) y en el amor (un amor correspondido por el Poder, ¡enhorabuena!). De su salud no sé nada, pero se la deseo larga, para que nos sigamos divirtiendo. No son tan frecuentes espectaculitos antropológicos como el que Idafe nos brinda. 

2. Tampoco es moco de pavo el espectáculo de los trumpistas españoles, que no cesan de pepsicolear con las bravuconas ocurrencias del presidente Trump y su vicepresidente Vance, rústico en Dinerolandia. Ahora, con la traición a Ucrania, se ha hecho trumpista hasta Podemos, que al fin está en su espacio natural junto a Vox. 

3. En el canal de Pablo Iglesias (que fue vicepresidente del Gobierno gracias a Pedro Sánchez, no se olvide) salió una Irene Zugasti diciendo que La infiltrada "es una película que romantiza las infiltraciones policiales en Euskal Herria y el espionaje a la sociedad vasca. Me parece una de las películas más reaccionarias y peligrosas que se ha hecho en los últimos tiempos". ¡Criminalizar a ETA, a quién se le ocurre! 

4. Confieso que la presencia del yihadista en el Congreso de los Diputados me ha dejado indiferente. Tal es mi desafección ya. Delincuentes como él hay en los escaños a cascoporro. Y con víctimas a cuestas: desde la dana, la incompetencia política española se salda con muertos contantes y sonantes. Más la correspondiente bellaquería aprovechona posterior, tanto del Gobierno de España como del de Valencia: o sea, del PSOE y del PP. Por no hablar de los diputados de otros partidos que son proterroristas o golpistas, o castristas, chavistas, trumpistas, lepenistas, putinistas o abiertamente antisemitas; no hay deyección en el mundo sin representación parlamentaria española. Como último mohicano del patriotismo constitucional, mi papeleta es tremenda ahora: defiendo la estructura institucional, pero a casi ni uno de los que actualmente la habitan (corroyéndola). Apoyo el Congreso de los Diputados, pero me da igual la fauna de dentro. 

5. El 12 de febrero hizo treinta y seis años de la muerte de Thomas Bernhard. Sus disposiciones al respecto fueron deliciosas y prolongaron la fiesta bernhardiana: la fiesta del aguafiestas. El día de su muerte sus familiares debían comunicar que había caído gravemente enfermo. Dos días después, que había experimentado una espectacular mejoría. Tres días después, que llevaba muerto tres días. Entretanto, lo habían enterrado discretamente. También con algo de broma: en la misma tumba están Bernhard, su amada y el primer marido de su amada. 

6. Otra efeméride: veinte años del incendio del Windsor. Yo vivía en Madrid entonces, pero no me acerqué a ver las llamas porque estaba agotado: me había pasado horas caminando con un amigo (curiosamente, el que tiempo después serviría de inspiración para el protagonista de Cicatriz, de Sara Mesa). Me tendí en el apartamento, puse la tele y supe la noticia. Estaban los periodistas del corazón, porque era la noche de Tómbola, y se notaba que trataban de redimirse hablando de algo serio. Fui a la zona al cabo de dos o tres días. No recuerdo bien lo que vi (¿un socavón o un muñón calcinado?), pero sí que era una mañana transparente de febrero, con sol frío. Yo ya estaba en las semanas que me iban a hacer abandonar Madrid, por lo que el Windsor se convirtió en el símbolo del fuego (de la calcinación) que dejaba atrás. 

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14.2.25

Los mítines de los Goya

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 22:34

Buenas noches. Se equivocan quienes se molestan por que la, así llamada, gente del cine español aproveche los premios Goya para soltar sus mítines políticos. Desde mi punto de vista, lo que ocurre es justo lo contrario. No es que haya un gran cine español y una ceremonia maravillosa que lo celebra y en la que se cuelan inoportunos mítines. Lo que no hay es ni gran cine español ni ceremonia maravillosa, por lo que se impone recubrir la carencia con algo; por ejemplo, con mítines. En los mítines que sueltan al recoger el premio se cumplen las personas del cine español, que llevan toda la vida preparándose para ello; es decir, no para el cine, sino para el mitin. La estatua del Cabezón (así llaman al pobre Goya) viene a ser, en quien la recibe, el pase para soltarle el mitin a toda España por la tele. La gloria no es hacer una buena película, sino hacer una película que te dé acceso al Cabezón y, por consiguiente, al mitin. Este año la fiesta la empezó Miguel Ríos, que no es del cine español pero podría serlo por los mítines que endilga. El asesino de Beethoven es astuto y sabe que el aplauso no lo va a obtener por su, así llamada, música. Hace como veinte años, el director José Luis Cuerda lanzó un diagnóstico fulminante: "El cine español naufraga en océanos de autocomplacencia provocados por la cocaína". No sé si la cocaína ha desaparecido en este tiempo, me temo que no mucho, pero sin duda ha sido desbancada por la ideología. Así que podríamos afirmar: "El cine español naufraga en océanos de autocomplacencia provocados por la ideología". Se trata siempre, naturalmente, de la ideología adecuada. En realidad, los Goya son una gran primera comunión. ¡Buenos chicos! ¡Buenas chicas!

13.2.25

La educación trágica

Lecturas transitivas: un artículo de Helena Farré le ha recordado otro de Jonathan Franzen a nuestro Ricardo Dudda, que ha escrito a su vez "El club de los trágicos". Sigue por mí, porque lo he leído justo después de un prólogo de Fernando Savater del que hablaré en seguida y que concluye también con lo trágico. La "filosofía trágica", en la que me eduqué, tuvo en España a Savater y a Eugenio Trías como principales impulsores. La corriente venía de Nietzsche. (El Unamuno de El sentimiento trágico de la vida era menos trágico que agónico.)

Pensaba que de Savater me lo había leído todo, pero llegó el otro día mi amigo Curro, savateriano también, con uno de sus mejores textos, del que no teníamos ni idea. Es el prólogo a una antología de Schopenhauer editada por Montesinos en 1986: Schopenhauer: la abolición del egoísmo. Ya solo está en librerías de viejo. Es deslumbrante lo que hace Savater en treinta páginas: una síntesis perfecta de la filosofía de Schopenhauer, con un vigor y una calidad literaria de quitarse el sombrero, más unas consideraciones finales donde asoma lo trágico.

La visión budista de Schopenhauer es implacable: el mal es el mundo, y la ligazón del ser humano al mundo, a la vida, por el deseo. La aniquilación de este es la aniquilación del mal. Es un sistema cerrado, coherente: el problema y su solución. Lo trágico consiste en quedarse en el problema, sin solucionarlo. Otro extremo absolutorio sería el de Duchamp, tan zen: "No hay solución porque no hay problema". Cioran alcanza a cabalgar ambas visiones: "Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro".

Savater lo formula así al final de su prólogo, tras la exposición de la filosofía de Schopenhauer: "Es posible, teóricamente aceptable y vitalmente plausible, el asumir con júbilo trágico la inanidad de la existencia que el conocimiento revela. Y ello, insistamos, sin dejar de verla como inanidad, sin maquillar ni ocultar el espanto y el hastío de sus incansables procedimientos. [...] El pensamiento trágico pretende conservar tanto el horror como el júbilo de la existencia, en lugar de intentar la disolución apaciguadora de la contradicción en el nirvana". Tal fue la actitud de Nietzsche, que recogió así el guante de su maestro. Luego cita Savater unos párrafos admirables que escribió el mexicano José Vasconcelos tras su lectura de El mundo como voluntad y representación: "¡Pesimismo alegre! Tal es la fórmula. [...] Alegría porque ya todo lo perdimos, porque ya nada nos detiene, porque si todo se va también todo es vano. Alegría porque en el fondo inescrutable hemos advertido un proceso de tránsito". En fórmula de Nietzsche: la inocencia del devenir.

Trías, en Drama e identidad, distinguía la tragedia irresoluble de los apaños del drama. En este es una solución el final, incluso el final infeliz. La estructura dramática es la que tiene por inercia la mente occidental. El esfuerzo por la tragedia es un esfuerzo por la intemperie; un esfuerzo o una lucidez: "No hay por tanto salvación, no hay por tanto solución".

La ola reaccionaria actual (que incluye a la izquierda antiilustrada, que es hoy casi toda la izquierda; además, por supuesto, de a la derecha neocatólica del Dios, Patria y Familia) pretende erigir un cobijo donde no lo hay, con mampostería neoclásica no solo arquitectónica. La repetida definición del populismo como "ofrecer soluciones fáciles a problemas difíciles" no es acertada salvo en este punto: el de la satisfacción dramática del cierre; es decir, del cierre truculento.

Pero la situación no es dramática, sino trágica. Es decir, peor. Es decir, mejor. 

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9.2.25

El asteroide acabará con todos nuestros problemas

1. Qué ascazo da el, así llamado, mundillo cultural español. Aquí no necesitan ningún senador McCarthy: la entrega a la caza de brujas es voluntaria y masiva. Lo que le están haciendo a Karla Sofía Gascón no tiene nombre. Mi desprecio es infinito. 

2. (Un último aspecto del asunto Karla Sofía.) Tuiteamos con desesperación. Decimos burradas desde la derrota, desde la exclusión o la autoexclusión. No aspiramos a nada, a ningún logro, a ningún reconocimiento. Con la toalla tirada, nuestro desahogo es Twitter. Soltamos ingeniosidades, exabruptos, macarradas. No dejamos títere con cabeza. Ignorantes de que el triunfo llegará un día. Y se volverá a marchar. Justo por aquellos desahogos, que tenían razón para siempre, de forma siniestra: nos anclaban en el fracaso. 

3. No debe cundir el pesimismo: con Trump, con Sánchez y con todos nuestros problemas acabará el asteroide que puede chocar con la Tierra el día del sorteo de Navidad de 2032. Hay un 1% de probabilidades (muchas más de que nos toque el Gordo), pero es que sin el asteroide las probabilidades serían del 0%. En las fluctuaciones electorales no cabe confiar: Sánchez volverá a ser presidente en 2027 y 2031. En cuanto a Trump: es un pato cojo de siete patas. Su manera de hacer "más grande" Estados Unidos será muy similar a la de Chávez, que empezó haciendo "más grande" Venezuela con la revocación del límite de mandatos. Pero el asteroide nos puede salvar. Un magnicidio masivo, que sería de paso el parvicidio (¡el pequeñicidio!) de todos los demás, entre los que me cuento melancólicamente. No quedarían cabos sueltos. El crimen perfecto, al fin. Aunque solo fuera por la falta posterior de detectives. 

4. La célebre frase de Benjamin "No hay documento de cultura que no lo sea a la vez de barbarie" quedaría reformulada, si la última ocurrencia de Trump se llevara a cabo, así: "No hay documento de turismo que no lo sea a la vez de barbarie". Lo sórdido en este caso (ocurre también en el de Sánchez) no está tanto en el patán que propone como en los verdugos voluntarios que jalean su propuesta y se prestan a ejecutarla. La idea de Gaza como resort, con sus hipotéticos turistas, me hace recordar los versos de Gimferrer: "mientras en una bocanada ardiente / la muerte ocupa un puesto entre los parasoles". 

5. Por invitación de Abascal se cita en Madrid lo más nutrido de la xenofobia internacional (valga la paradoja): los "patriotas" Orbán, Le Pen, Salvini, Wilders. Faltan Puigdemont, Orriols y Otegi, aunque estos (junto con el anfitrión) pertenecen a la xenofobia nacional. Con todo, ninguna de las frases ultraderechistas pronunciadas estos días están a la altura de las que dijo Otegi sobre los extranjeros como peligro para "la identidad nacional" (vasca). Otegi debería haberse ido de vinos por Madrid con sus colegas xenófobos, y sintiéndose además el primus inter pares: al fin y al cabo, ninguno de los otros (¡por el momento!) está directamente vinculado con el asesinato, el secuestro y la extorsión, instrumentos patrióticos por excelencia. 

6. El énfasis de Sánchez (y sus ministros y sus periodistas) en la lucha contra la mentira certifica que la verdad conserva su prestigio. Sigue haciendo falta recurrir a ella para sellar la otra. 

7. Después de haber leído por cuarta vez Hormigón, creo que es mi novela favorita de Thomas Bernhard y sin duda una de las mejores, siendo buenas todas. La propondría para empezar, tras el aperitivo de Mis premios. Hoy 9 de febrero es el aniversario de su nacimiento. El miércoles 12 será el de su muerte. Próximas sus trabadas fechas fatales. 

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6.2.25

Bob Pop, inquisidor contenidista

Es repugnante el vídeo de Bob Pop bailando sobre la tumba civil de Karla Sofía Gascón, empujándola al hoyo. Siempre me acuerdo (desgraciadamente) del aserto de Cioran: "Por las víctimas hay que tener una piedad sin esperanza". En la medida en que Bob Pop haya sido víctima, en esa misma medida es hoy inquisidor. Hoy está entre los curas: sacerdote abyecto de la religión ideológica. Imparte sus sermones desde un púlpito del poder: la cadena Ser, órgano gubernamental. Àngels Barceló oficia de monaguilla. Sánchez los bendice.

Como aficionado a la literatura, que me hace estar al día más o menos, observo el arrasamiento de la ideología en los talentosos y en los no talentosos. Con estos últimos no se pierde nada, se limitan a darle a la manivela al uso para ser algo o alguien y estar ahí y cobrar (lo poco que se cobra en la literatura). Con los talentosos la pérdida es total, de su talento para abajo. Bob Pop está entre ellos. Tiene talento y tiene algo más difícil: carisma. Tiene también una energía envidiable que le permite estar dando la batalla desde una silla de ruedas. Lástima que todo este potencial lo haya arruinado su entrega a la ideología, que es una rendición: una rendición existencial. La entrega a todo bálsamo lo es.

La ideología te ordena el mundo, lo cerca frente al caos; gracias a ella sabes dónde está el bien y dónde está el mal, qué es virtud y qué es pecado, identificas a amigos y enemigos. Inamoviblemente. Es una religión cruel, porque a diferencia de la católica, que reconoce una gradación en los pecados y, en último extremo, contempla la salvación y el perdón (cierto que con un complemento divino, ontológicamente totalitario), la religión ideológica solo reconoce pecados absolutos, para los que no hay salvación, ni perdón, ni compasión (la ausencia de un Dios tal vez la convierta en un callejón sin salida, en cuanto religión).

Al cabo, es otra muestra de la pérdida del sujeto universal, formal, de la Ilustración. Ya no hay ciudadanía abstracta, sino individuos que han de amoldarse a los contenidos que les exigen arbitrariamente. La ciudadanía universal, como era formal, protegía el juego libre de los contenidos. Por debajo, por decirlo así, de la capa de la ciudadanía, cada cual podía pensar y actuar como le viniera en gana. La ciudadanía era solo un marco, un campo de juego con reglas básicas de carácter formal. El contenidismo, en cambio, impone maneras concretas de ser: concretas, entiéndase, desde la abstracción ideológica. Diversidad aparente: uniformidad real.

Ya vimos que para un cierto feminismo (el de las Irenes Montero) las mujeres carecían de un derecho fundamental: el de ser de derechas. Ahora Bob Pop les niega a las mujeres trans el derecho a decir enormidades (o lo que les salga del coño, o de la polla) que puedan parecer de Vox. Para ambos, Montero y Pop, la virtud se halla en lo que se piense y en lo que se diga, que ha de estar de acuerdo con lo que ellos (Montero y Pop) piensan y dicen. No solo se ha recuperado el pecado de pensamiento y de palabra, sino que ahora, como hemos visto, es un pecado absoluto, que solo admite condena. Pero lo más patético de nuestros inquisidores contenidistas es que su división es encima falaz: acusan de "fachas" a quienes tienen menos ítems de facha que ellos mismos.

Queda Karla Sofía como víctima impresionante de una tragedia. Excomulgada por todos, de Netflix a Bob Pop, en soledad, sin futuro profesional, rabiando su soledad, muñeca rota. ¡Saca fuerzas, guapa!

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2.2.25

La obispa de Trump y los monaguillos de Sánchez

[Montanoscopia] 

1. Se multiplican los artículos de admiración por la obispa que le leyó la cartilla a Trump. Los escriben los monaguillos de Sánchez. 

2. El patán Trump esparciendo su barata porquería ideológica con los cadáveres del accidente de aviación de Washington aún sin enterrar. Aprovechamiento político rastrero sin un miligramo de compasión ni compostura. Pero en Estados Unidos, como en España, yo ya no veo solo a los fantoches, sino también a los votantes que los sostienen. En democracia la responsabilidad es compartida: los fantoches lo hacen porque les funciona. 

3. Férrea ley del populismo: una ley de gravedad (sin gravitas) que empuja hacia el suelo, hacia el fango. Lo contrario, que es raro y difícil, se produce cuando la gente está por encima de sí misma. Por lo general, porque una élite tira de ella para arriba. (Improbabilísima esa élite hoy.) 

4. Los trumpistas españoles predican Dios, Patria y Familia. Su neocatolicismo no lo ven incompatible con el despiadado Trump, tal vez porque se apoyan en el ejemplo histórico de la Iglesia. La matraca de los "viejos valores" la compatibilizan también con el lepenismo, el putinismo y todo asomo de política criminal. Siempre que se embadurne con la retórica adecuada: para la otra, ya están los de enfrente. 

5. Irene Montero se codea con el dictador de Cuba y Juan Carlos Monedero da una conferencia en el mayor centro de tortura de Venezuela. A los torturadores les llama amistosamente "filósofos policiales": sin duda devotos del último argumento que proponía Schopenhauer en su arte de tener razón, el argumento ad baculum. Montero, Monedero y todos los suyos encuentran dictadura (¡franquismo!) en el democrático "régimen del 78". Pero en las dictaduras realmente existentes no solo no encuentran dictadura, sino que encuentran democracia: una democracia tan ejemplar que es la que proponen para España. 

6. El ministro de Asuntos Exteriores y el fiscal general del Estado, Albares y García Ortiz, parecen sacados de una novela de burócratas austrohúngaros. Cada uno es una caricatura perfecta de sí mismo, por lo que cualquier caricatura de la caricatura será inferior. La obediencia servil al jefe se corresponde, como era de esperar, con el despotismo hacia los subordinados. La noticia de que el ministro ha destituido a un embajador por quedársele dormido en un discurso confirma que es imposible de caricaturizar. 

7. El inoperante Feijóo no heredará nunca por sus propios méritos el poder. A falta de conquistarlo por sí mismo, algo que ya podemos descartar, sus perspectivas son oscuras: o no le llegará nunca el poder, o le llegará con el país destruido. 

8. Ya es imposible que Karla Sofía Gascón vaya a obtener su segunda estatuilla. Me da pena, aunque como brasileñista yo apoyaba en los Oscar a Fernanda Torres. Espero en cualquier caso que no se lo lleve Demi Moore, horrible en su horrible película. Pero algo bueno sí tiene La sustancia: salen más tetas que botellines. 

9. Los que tenemos un pasado macarra en Twitter, como el glorioso pasado macarra de Karla Sofía, somos los verdaderos excluidos de la sociedad: ningún nombramiento, ningún reconocimiento, ni oficial ni comercial, será ya para nosotros. Nos metíamos con todos, pero nos perjudicábamos a nosotros mismos. No dejaba de ser una ofrenda elegante a nuestros detestados: les dábamos nuestra cabeza en una pica. Lo bueno es que no corremos el riesgo de ser alguna vez, por ejemplo, ministros: entre todos los flamantes ridículos que nos tiene reservados la vida, ya no estará el de ser un Bolaños. 

10. Todo lo contrario del pasado tuitero de Sánchez: siempre se estuvo labrando la presidencia, adiestrándose en el mentir. 

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31.1.25

La lucha de mandos a distancia

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:14
 
Buenas noches. En los ochenta se puso de moda contraponer políticamente el Norte y el Sur. Se volvió tan pesada la cosa, que el añorado Juan Cueto protestó. Dijo que se había cambiado la lucha de clases por la lucha de puntos cardinales. Él, que dirigía la revista Cuadernos del Norte, se mosqueó con el disco que hicieron Joan Manuel Serrat y Mario Benedetti: El sur también existe. Dicho sea de paso, este disco fue para mí de justicia poética. Siempre he sostenido que Serrat es el asesino de Antonio Machado, porque la musiquilla que les metió a sus poemas los liquidó literalmente. Pues bien, la poesía se vengó y Benedetti asesinó a su vez a Serrat, puesto que este ya nunca se recuperó del disco que hicieron juntos. Pero parezco Yolanda Ramos mareando la perdiz por falta de guión, porque lo que yo quería decir es que la lucha de clases ya ni siquiera es la lucha de puntos cardinales, sino algo más banal aún: la lucha de mandos a distancia. Desde que el Gobierno puso a David Broncano a competir con Pablo Motos, y lo puso también a dar las campanadas de Nochevieja junto a Lalachús, hay montones de comentaristas que cantan las virtudes políticas de esos programas de televisión promovidos y bendecidos por el Gobierno. De pronto ver tales programas te hace políticamente bueno. El vicio que es siempre ver la tele se convierte de pronto en virtud, en virtud política. Mariola Cubells, por ejemplo, escribe que por primera vez vio las campanadas "con ilusión, con interés genuino", que ya hay que tener ganas. Pero claro, es que por primera vez las campanadas servían para comulgar con el Gobierno. Igual que ver a Broncano como misa diaria. Nuestra izquierda ha descubierto que el prime time también existe.

30.1.25

Estuve a punto de morir junto a Juanito Valderrama

Viví unos años en Antena 3 Televisión, porque me contrataron como guionista y el horario era de echar allí el día. Fue poco después de su inicio, hace ahora 35 años. Tengo pues una memoria, incluso sentimental, de aquellos encierros maratonianos con el edificio burbujeando de famosos, los fijos y los de paso.

Las plantas eran amplias y despejadas. La redacción de Pepe Navarro, que era la mía, se encontraba en un extremo. Justo enfrente estaba la de Jesús Hermida, en la que siempre celebraban cumpleaños, y a su lado la de Nieves Herrero. A veces, cuando empezaba el programa de esta, en su equipo apostaban en qué minuto haría llorar al invitado.

Podría contar mil anécdotas, pero me caben unas pocas. Un día a los guionistas nos dio por imitar a José Luis López Vázquez: "Señorita, es usted un monumento, ¡mo-nu-men-to!". Entonces sonó el teléfono y era él. Casi le repetí la imitación. También solía llamar el novio de una redactora, que le había dado nuestro número por discreción. Él era el compositor del anuncio del turrón El lobo, que terminaba con un aullido. Así que avisábamos a nuestra compañera aullando: "¡Auuuuuh!".

Un día llegó para el programa Sabor a Lolas, de Lola Flores y Lolita, Leopoldo María Panero, que se pasó horas de aquí para allá bebiendo cocacolas. Pregunté luego en el bar y me dijeron que había consumido como cincuenta.

Por aquel tiempo apareció Boris Izaguirre, que se deslizaba como una esfinge y a sus espaldas susurrábamos: "Es el guionista de La dama de rosa". Durante unas semanas me cruzaba continuamente con Fofito, que hacía Trilocos. Un día, en el comedor, les solté a mis compañeros: "¡Me persigue Fofito!". Miraron con discreción a la mesa de atrás. Me volví y allí estaba Fofito.

Estábamos en la fase terminal del felipismo e hicimos montones de sketches sobre las fiestas y la fuga de Luis Roldán, sobre el piano de Narcís Serra, sobre José María Aznar. Un puntazo era que el mismo imitador de este, Daniel de la Cámara, imitaba también a Felipe González. De manera que a veces poníamos a Aznar hablando como González y al revés, lo que fomentaba la carnavalada.

Ya por el 2000 adquirí la costumbre de subir, justo después de comer, al estudio desde el que se emitía las noticias del mediodía. Yo tenía de perfil, tras un panel de cristal, a Matías Prats y Susanna Griso. Me gustaba sentir la tensión de los minutos previos. Entonces sonaba la sintonía, Prats y Griso saludaban y yo me iba.

Pero el momento más notable fue cuando estuve a punto de morir junto a Juanito Valderrama. De vez en cuando bajaba a los platós a ver un rato los directos. Por aquellos pasillos laberínticos encontré a Valderrama, que se había perdido. Me dijo a qué programa iba y lo conduje a la salita de invitados. Por el camino le fui diciendo cómo era el ídolo absoluto de mi abuelo, la de veces que había puesto en casa sus casetes. Abrí la puerta de la salita y nos salieron unos cuantos tipos malencarados, apuntándonos con metralletas. Resulta que otro invitado era el arrepentido Portabales, que llevaba su escolta.

Una mañana, allá por 1994, nos llegó a la redacción un guionista de prueba. Era mayor, melifluo, anticuado. Le preguntamos qué era lo último que había hecho en televisión y nos dijo que trabajar con Isabel Tenaille. El socavón temporal que se me abrió al oír el nombre de aquella presentadora de los setenta es el que se les ha debido de abrir a los lectores de este artículo.

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