28.8.25

Curiosos eventos las presentaciones de libros

Un mérito de los escritores es fijarse en una zona de la realidad que aún no había sido tema de escritura. La realidad es entera una carta de Poe y, aunque está a la vista de todos, extraer de ella lo que se ve requiere una educación de la mirada. Esto ha hecho Enrique Bueres con esos curiosos eventos que son las presentaciones de libros. Estaban ahí a la vista de todos, particularmente de los escritores, pero el que las ha visto ha sido él.

De ellas trata su libro Lo propio y lo ajeno (Renacimiento), una lectura deliciosa cuya delicia incrementan el prólogo de David Trueba y el epílogo de Pepe Colubi, estupendos. Dice Trueba: "Bueres es ácido, asentimental, ingenioso y malvado solo en la gradación que resulta soportable". Y Colubi: "Cuando lo cree conveniente, reparte Bueres estopa con la precisión de un espadachín, la furia de un bateador y la inmisericordia de un obispo". Llegué al libro por el podcast de Manuel Sollo, que recomiendo; y recomiendo el libro como lectura para el final del verano (sintagma este que uno no puede formularse sin la entonación del Dúo Dinámico, DEP).

De las presentaciones narradas en Lo propio y lo ajeno, que pertenecen al periodo 2000-2002, yo estuve en una de 2001 en la Fnac: la de Terapia de Ariel Dorfman, con Joaquín Estefanía y José Saramago. La recuerdo perfectamente. Para preservar mi integridad física asistí disfrazado de saramaguiano, lo que consistía en llevar colgado un zurrón (¡ir de Uclés avant la lettre!). En los últimos años he encontrado a Bueres en algunas presentaciones de Tipos Infames, y en una (creo que de Ray Loriga) estuve sentado a su lado. Lo conozco solo de vista y de nombre, por la ya desaparecida revista Clarín, donde se publicaron por primera vez estas crónicas. Ahora adquieren gracia tales coincidencias.

Asistir a presentaciones de libros, y conferencias y charlas en general, es una afición de mis tiempos de estudiante en Madrid. Por la mañana miraba las convocatorias en los periódicos del colegio mayor y me armaba el programa de tarde. La primera fue en la Biblioteca Nacional (¡hace cuarenta años!), la del libro La perversión del lenguaje de Amando de Miguel, con Jesús Hermida, otro que no recuerdo (¿Senillosa?) y Luis Antonio de Villena, de quien era fan y por eso asistía. Me senté en primera fila y me levantaron abruptamente unos gorilas. Pasé a la segunda y en mi sitio recién dejado se sentó el ministro Barrionuevo, a quien tuve delante durante toda la presentación. Aún me impresiona saber que entonces estaba metido en los GAL.

No me cabe consignar todas las presentaciones a las que asistí, solo digo dos. Una de Luis Racionero, creo que la de su novela sobre Ramón Llull, que me hizo gracia porque el autor se quedó en blanco y dijo sin más (sin ansiedad): "Pues hemos terminado". Y otra de Fernando Savater, la de A decir verdad, de la que el presentador Tomás Pollán (entonces ágrafo célebre) dijo que con esa publicación Savater alcanzaba el mismo número de libros que de años.

En la actualidad voy ya a presentaciones de libros de amigos, con su trastienda: la cena posterior. Y hasta he asistido a presentaciones de libros míos. En la de El Rastro de Andrés Trapiello en 2018, Javier Gomá empezó esbozando una Fenomenología de las presentaciones de libros: una operación de la mirada, caigo ahora, como la de Bueres, solo que desde el punto de vista filosófico. Así que a las presentaciones de la rentrée asistiré (también virtualmente) de otro modo mejor, más perceptivo.

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