Me espeta uno, a raíz de mi artículo sobre Las autonosuyas: “¿Pero no eras tan constitucionalista? ¿Ahora pretendes suprimir las autonomías? ¡Eso es inconstitucional!”.
No, hombre, no, yo no pretendo suprimir nada. Lo mío es solo reflexionar. Soy un hombre de palabras y no de acciones. Y solo defiendo las acciones que se realicen dentro del marco constitucional, que es el que acepto. Considero que las autonomías se nos han ido de las manos, sí; pero solo aceptaría que se modificase el modelo de Estado legítimamente: por los procedimientos establecidos en la Constitución. Estos procedimientos requieren amplias mayorías, como pide la sensatez. En este asunto, lo único que hago es intentar persuadir con mi opinión, para que sea lo más mayoritaria posible. Descomunal propósito, que me vence de antemano.
En realidad, soy pesimista. Está claro que las autonomías nos restan funcionalidad, operatividad; que probablemente nos hundiremos por ellas. Pero no es suficiente. El quijotismo hispánico se ha acoplado ahora al patriotismo regional, y de ahí no hay quien lo saque. La organización autonómica, que no era más que eso, una manera de organizar el Estado, ha fabricado su metafísica. Si uno critica la autonomía andaluza, la autonomía catalana o la autonomía vasca, los predicadores locales trasladan la crítica a “Andalucía”, a “Cataluña” o al “País Vasco”; entes absolutos que no admiten discusión. Y espero que ninguno replique: ¡como “España”! Porque estamos hartos de discutir sobre ella.
La descentralización podría haber resultado aligeradora, pero lo que ha hecho ha sido multiplicar la pesadez. Y dificultar los flujos. Podría haber contribuido a vertebrar España, según el viejo sueño de Ortega y Gasset; pero la ha desvertebrado todavía más. Yo cada vez tengo más la sospecha de que con una democracia centralista (que no centrípeta) nos hubiera ido mejor. El empuje democrático de la Transición, su desarrollo económico, la libertad de costumbres, habrían llegado más lejos sin las trabas autonómicas: que tiraron para lo local y lo folclórico, alentaron el catetismo, estropearon la educación, añadieron tics, fomentaron el clientelismo y, sobre todo, segregaron la casta de políticos autonómicos, que es lo más africano que tenemos en Europa.
Pero yo no pretendo suprimir las autonomías. Me limito a lamentar que el pueblo español, por vía constitucional y democrática, no vaya a hacerlo. Como el que se quita un corsé.
[Publicado en Zoom News]