Es una lástima que, de los dos partidos que suben en las encuestas, uno de ellos parezca estar subiendo más que nada al monte. Me refiero, naturalmente, a Izquierda Unida, a la que en el Parlamento deberían cambiarle el escaño por unos matorrales, quizá traídos de Sierra Maestra. El impulso racionalizador que –pese a populismos y extravagancias– aportará UPyD, se verá irremisiblemente contrarrestado por una IU cada vez más antisistema y perroflauta (¡con perdón!). El balance global será el que ya conocemos: que el auténtico drama es el hundimiento del PP y del PSOE. Mejor dicho, no tanto el hundimiento (catastrófico pero justo) como la irresponsabilidad que les ha conducido a él.
Pero resulta desolador que la irresponsabilidad de los dos grandes partidos termine beneficiando a un tercer partido que es todavía más irresponsable que ellos. Después de las voces (¡cráneoprivilegiadas!) que pedían que no se pagara la deuda, para que esta desapareciera como en un truco de Juan Tamariz, ahora la coalición ha aprobado que los catalanes solitos tienen derecho a decidir la ruina de todos los españoles. Porque, más allá de vaporosidades patrióticas (¡lo que Marx llamaba la “superestructura”, a ver si se lo leen!), es justamente eso, la ruina, el pan, la cruda realidad que hay bajo las pajas mentales, lo que nos estamos jugando aquí. Desde que empezó la crisis, llevan con la matraca de que Europa le roba soberanía a España: y ahora van y se la regalan a los retrógrados nacionalistas.
Mi tesis es que, en vista de que la utopía no llega, han decidido tomarse al pie de la letra esa palabra e instalarse, sin más aplazamientos, en un no lugar. Es decir, estar aquí, pero no estando; o estar en otro sitio que no es el de aquí y ahora: un sitio sin exigencias ni responsabilidades. Su negación de la democracia que tenemos y su afirmación de lo que no tenemos, sea la República, Cuba, Venezuela o hasta Corea del Norte, así como el eterno combate contra los fantasmas del franquismo, no son más que procedimentos desrealizadores. Se trata, en suma, de negar la realidad por un sueño. El típico sueño que, a poco que tropieza con la realidad negada, deriva en pesadilla.
[Publicado en Zoom News]