31.12.18

¡Otra vez!

Otra vez acaba el año, otra vez comienza. Y lo hace envuelto en luces, porque los días de Navidad son los días de las luces. Serían perfectos –también por los abrazos, las buenas palabras, la comida, la bebida y hasta las compras calefactoras (el consumismo nos da genuino calor humano)– si no fuera por la parte acústica: los horrendos villancicos, la espeluznante música que nos ponen en los especiales de televisión (¡y los petardos!). El vals de mañana no compensa.

Hace nada, el 1 de enero, recordaba que, según Borges, la mañana nos depara “la ilusión de un principio”. ¿Por qué la tarde o la noche no habrían de depararnos la ilusión de un final? Hay un cierto tremendismo en los propósitos: todo comienza el 1 de enero, todo acaba el 31 de diciembre. En cierto modo es verdad, pero hay algo que permanece: la ilusión, lo ilusorio. También sabemos que el año es un círculo, una noria; aunque no el tiempo, que es el que nos hace envejecer. Damos vueltas a las estaciones, cada vez con más edad. La gracia del almanaque es que el número de un día, una fecha, puede suscitarnos emoción.

Nietzsche hablaba del eterno retorno, que tenía una deducción ética, una especie de imperativo nietzscheano: vive tu vida de tal modo que quisieras volver a vivirla. Según su doctrina, la volveremos a vivir igual; lo que está en nuestra mano es quererlo; o vivir la vida –vivir el instante– como lo que es: una eternidad.

Este 2018 se ha publicado una biografía del filósofo que es uno de los mejores libros del año: Vidas de Nietzsche, de Miguel Morey (Alianza). Cuando la terminé tuve ganas de releer la que escribió Rüdiger Safranski, Nietzsche: biografía de su pensamiento (Tusquets), de mucha altura. Me dio una cierta pereza al principio, por la repetición de los mismos avatares biográficos; pero entonces caí en que era justo eso y me dije: ¡otra vez! Hasta el punto de que volví a una más: la de Fernando Savater, Conocer Nietzsche y su obra (Dopesa), una joyita de hace cuarenta años.

Morey explica muy bien esa percepción invertida del eterno retorno, que debería ser la nuestra: la que lo contempla desde el instante. Habla Morey de esos instantes plenos en los que “uno aceptaría incluso la repetición de la vida entera y de todo su pasar anterior, porque son precisamente los que ahora la redimen y más allá de cualquier posible cálculo”.

Recuerdo mi 2018 y sí, junto a ciertas negruras hubo momentos que las redimen a ellas y a todo el año. Este será un buen propósito para 2019: sembrar momentos.

* * *
En El Español.

30.12.18

Lecturas 2018

Dijo un amigo de Twitter que mi lista anual de lecturas es el vestido de Pedroche de los intelectualetas. Y sí: además de la expectación (tampoco trascendente: juguetona), muestra y oculta, y tiene transparencias reveladoras. Más que el número (aunque también me pico con el número), me interesan las manchas cromáticas (temáticas, autorales) y el contorno. En este, inevitablemente se recorta también lo que no se es: el límite. Todo lo que no he leído, o el tipo de cosas que no he leído... Y esta ausencia, ciertamente, es una obscenidad. Van en el orden cronológico en que las empecé:

1. Biblia del Oso (1). Libros históricos I.
2. Libro del desasosiego. Fernando Pessoa (tr. Á. Crespo).
3. Lisbon: what the tourist should see. Fernando Pessoa.
4. Los cisnes salvajes de Coole. W.B. Yeats.
5. Historias. Juan Ramón Jiménez.
6. Platero y yo. Juan Ramón Jiménez.
7. Experiencia. Martin Amis.
8. La torre. W.B. Yeats.
9. Espacio. Juan Ramón Jiménez.
10. Diario de un poeta reciencasado. Juan Ramón Jiménez.
11. O sol na cabeça. Geovani Martins.
12. Tú serás Baudelaire. Fernando Poblet.
13. Lo que está y no se usa nos fulminará. Patricio Pron.
14. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Friedrich Nietzsche.
15. Ordesa. Manuel Vilas.
16. Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida. Friedrich Nietzsche.
17. Humano, demasiado humano (I). Friedrich Nietzsche.
18. Correspondencia 1914-1922. Marcel Proust/Jacques Rivière.
19. La tierra baldía. T.S. Eliot (tr. J.Mª Valverde).
20. Thomas Bernhard, Viena y yo. Antonio Ríos Rojas.
21. Asuntos de delirio. Luis Antonio de Villena.
22. Celebración de libertino. Luis Antonio de Villena.
23. La tierra baldía. T.S. Eliot (tr. A. Jaume).
24. Un andar solitario entre la gente. Antonio Muñoz Molina.
25. T.S. Eliot. Northrop Frye.
26. La llamada de la tribu. Mario Vargas Llosa.
27. El entusiasmo. Remedios Zafra.
28. The Waste Land and other poems. T.S. Eliot.
29. Biblia del Oso (2). Libros históricos II.
30. La tierra baldía. T.S. Eliot (tr. Avantos Swan).
31. La tierra baldía [El yermo]. T.S. Eliot (tr. J.Mª Álvarez).
32. La tierra baldía. T.S. Eliot (tr. J.L. Palomares).
33. Sobre Eugenio Trías (ed. David Trías).
34. "La cabra de Portsmouth (Notas de un diario)". Iñaki Uriarte.
35. La tierra baldía. T.S. Eliot (tr. Sanz Irles).
36. La tierra baldía. T.S. Eliot (tr. J.L. Rey).
37. La tierra baldía (reconstrucción editorial). T.S. Eliot.
38. La funesta manía de pensar. Eugenio Trías.
39. El árbol de la vida. Eugenio Trías.
40. La tierra baldía. T.S. Eliot (tr. J. Malpartida).
41. La tierra baldía. T.S. Eliot (tr. A. Bartra).
42. "Goethe y Mr. Eliot". Luis Cernuda.
43. Introducción a La tierra baldía. V. Patea.
44. Cuatro cuartetos. T.S. Eliot (tr. J.Mª Valverde).
45. Cuatro cuartetos. T.S. Eliot (tr. A. Jaume).
46. Antología. Ezra Pound.
47. Subida al Monte Ventoso. Francesco Petrarca.
48. Comentarios a La tierra baldía. Christopher Ricks y Jim McCue.
49. Cuaderno de campo. María Sánchez.
50. Poemas. Ausiàs March.
51. Mamá. Luis Antonio de Villena.
52. La dispersión. Eugenio Trías.
53. Heterodoxias y contracultura. Fernando Savater y Luis Antonio de Villena.
54. Correo literario. Wislawa Szymborska.
55. Poemas de Flash Gordon. Luís Pousa.
56. Muda. Ernesto Hernández Busto.
57. The private worlds of Marcel Duchamp. Jerrold Seigel.
58. Poesias de Álvaro de Campos. Fernando Pessoa.
59. Negra espalda del tiempo. Javier Marías.
60. El hilo de la verdad. Eugenio Trías.
61. El fumador pasivo. Daniel Gascón.
62. El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan. Patricio Pron.
63. En presencia de Schopenhauer. Michel Houellebecq.
64. El arte de la ficción. James Salter.
65. La obra maestra desconocida. Balzac.
66. “Contar el fracaso en el arte”. Pierre Barolsky.
67. El tiempo regalado. Andrea Köhler.
68. Feminismo pasado y presente. Camille Paglia.
69. El oficio de vivir. Cesare Pavese.
70. Un proyecto de Constitución española. Ramón Tamames.
71. Antología poética. Cesare Pavese.
72. “La negra espalda de Javier Marías”. Juan Antonio Rivera.
73. El gobierno de la fortuna. Juan Antonio Rivera.
74. La hazaña secreta. Ismael Grasa.
75. Introducción a la Constitución española. Ramón Tamames.
76. El golpe posmoderno. Daniel Gascón.
77. La vida interior de las plantas de interior. Patricio Pron.
78. Todos os contos. Clarice Lispector.
79. Y. Andrés Trapiello.
80. La uruguaya. Pedro Mairal.
81. Una noche con Sabrina Love. Pedro Mairal.
82. 155. Los días que estremecieron a Cataluña. Teresa Freixes.
83. Biblia del Oso (3). Libros proféticos y sapienciales.
84. La vida cotidiana. Daniel Gascón.
85. Y ahora, lo importante. Beatriz Navas Valdés.
86. Las gaviotas de hielo. Sanz Irles.
87. Extravíos. Cioran.
88. La escritura invisible. Manuel Alberca.
89. El dolor de los demás. Miguel Ángel Hernández.
90. Un miércoles de enero. Bob Pop.
91. El luminoso regalo. Manuel Vilas.
92. La transición democrática. Javier Paniagua.
93. "Equilibrios. El aprendiz bajo el sol". Antonio Juárez.
94. Ubú en bicicleta. Alfred Jarry.
95. Crisis constitucional e impulso constituyente. Pablo Iglesias/Javier Pérez Royo.
96. Un largo Termidor. Gerardo Pisarello.
97. La Transición contada a nuestros padres. Juan Carlos Monedero.
98. El precio de la Transición. Gregorio Morán.
99. CT o la Cultura de la Transición (ed. Guillem Martínez).
100. Elogio de la Transición. Antonio Papell.
101. Vértigo y pasión. Eugenio Trías.
102. Nuevas semblanzas y generaciones. Luis Antonio de Villena.
103. Lo bello y lo siniestro. Eugenio Trías.
104. Cambridge en mitad de la noche. David Jiménez Torres.
105. En el País del Bidasoa (col. Baroja & yo). Sergio del Molino.
106. El país de la niebla (col. Baroja & yo). David Jiménez Torres.
107. Los pequeños mundos (col. Baroja & yo). Jon Juaristi.
108. El ermitaño del Rey. Julio Manuel de la Rosa.
109. Confesiones de un filósofo desaparecido en combate. Enrique Ocaña.
110. Léxico familiar. Natalia Ginzburg.
111. Novela familiar. John Lanchester.
112. El puente. Hart Crane.
113. "El ruiseñor sobre la piedra". Luis Cernuda.
114. "Silla del rey". Luis Cernuda.
115. "Tres poetas metafísicos". Luis Cernuda.
116. Epístola a Arias Montano. Francisco de Aldana.
117. El enigma del Escorial. Henry Kamen.
118. Trilogía de Madrid. Francisco Umbral.
119. Coplas a la muerte de su padre. Jorge Manrique.
120. Un buen tío. Arcadi Espada.
121. El final del amor. Marcos Giralt Torrente.
122. Epístola moral a Fabio. Andrés Fernández de Andrada.
123. El temblor (Lisboa, sábado de Santos de 1755). Juan Carlos Gea.
124. Antropoceno. Manuel Arias Maldonado.
125. Amor (Poesía reunida, 1988-2010). Manuel Vilas.
126. Los que miran. Remedios Zafra.
127. El purgatorio. Javier Salvago.
128. Variaciones y reincidencias (Poesía 1977-1997). Javier Salvago.
129. Sobrevivir a un gran amor, seis veces. Luis Racionero.
130. El asesino tímido. Clara Usón.
131. Uma forma de saudade. Carlos Drummond de Andrade.
132. La Tercera Guerra Mundial. Ismael Grasa.
133. El revés de la trama. Graham Greene.
134. Stoner. John Williams.
135. Gótico cantábrico. Martín López-Vega.
136. La familia socialista. Fruela Fernández.
137. El explorador polar. Joseph Brodsky (trs. E. Hdez. Busto y E. Zaidenberg).
138. Mis premios. Thomas Bernhard.
139. Diario de Ithaca. Miguel Ángel Hernández.
140. Romanza. Catálogo de Miguel Gómez Losada (CAC Málaga).
141. Jorge Manrique o tradición y originalidad. Pedro Salinas.
142. Arias Montano. Ben Rekers.
143. Poesía completa. José Ángel Valente.
144. Anatomía del 'procés'. VV.AA.
145. Contra Catalunya. Arcadi Espada.
146. Gran Vilas. Manuel Vilas.
147. Biblia del Oso (4). Nuevo Testamento.
148. Intenta olvidarme (Antología poética). Mario Quintana (tr. E. Gª-Máiquez).
149. Conversaciones con Octavio Paz. Enrico Mario Santí.
150. Benet. La ambición y el estilo. Rafael García Maldonado.
151. No leer. Alejandro Zambra.
152. Vidas de Nietzsche. Miguel Morey.
153. Todos llevan máscara. Diario 1995-1996. Laura Freixas.
154. Patria. Fernando Aramburu.
155. Poesía, situación irregular. Enrique Lihn.
156. Filosofía del futuro. Eugenio Trías.
157. La deriva reaccionaria de la izquierda. Félix Ovejero.
158. Colección particular. Gonzalo Eltesch.
159. Hopper. Mark Strand.
160. Cantos. Giacomo Leopardi (tr. D. Navarro).
161. Humano, demasiado humano (II). Friedrich Nietzsche.
162. Signor Hoffman. Eduardo Halfon.
163. Monasterio. Eduardo Halfon.
164. Duelo. Eduardo Halfon.
165. Otto Lara Resende ou Bonitinha, mas ordinária. Nelson Rodrigues.
166. Biblioteca bizarra. Eduardo Halfon.
167. Las pequeñas virtudes. Natalia Ginzburg.
168. El jardín de los frailes. Manuel Azaña.
169. El Rastro. Historia, teoría y práctica. Andrés Trapiello.
170. Leopardi. Antonio Colinas.
171. Blanco nocturno. Ricardo Piglia.
172. Los casos del detective Croce. Ricardo Piglia.
173. Nietzsche: biografía de su pensamiento. Rüdiger Safranski.
174. Diccionario de lugares comunes sobre Cataluña. Juan Claudio de Ramón.
175. Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido. Rafa Latorre.
176. Permafrost. Eva Baltasar.
177. El cuaderno del año del Nobel. José Saramago.
178. Hoguera y abanico. Versiones de Bashō. Ernesto Hernández Busto.
179. Las bacantes. Eurípides.
180. Europa. Julio Martínez Mesanza.
181. Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida. Ignacio Peyró.
182. Poemes civils/Poemas civiles. Joan Brossa.
183. Blanco en lo blanco. Eugénio de Andrade.
184. Misterioso asesinato en Manhattan (guión). Woody Allen.
185. Viaje de invierno. Wilhelm Müller/Franz Schubert.
186. Retrato de un joven malvado. Francisco Umbral.
187. Benito Arias Montano. Aubrey F. G. Bell.
188. El ímpetu cruel de mi destino (Antología poética). Francisco de Aldana.
189. Conocer Nietzsche y su obra. Fernando Savater.
190. Otra modernidad. Estudios sobre la obra de Ramón Gaya. Miriam Moreno Aguirre.
191. Mediterráneas. Umberto Saba.
192. Cervantes y la invención del Quijote. Manuel Azaña.
193. Morgue. Gottfried Benn.
194. Noel Rosa. De costas para o mar. Jorge Caldeira.
195. "La 'Carta para Arias Montano'. Génesis y análisis de la última actitud estética de Francisco de Aldana". Lola González.
196. Antología poética. Sophia de Mello Breyner Andresen.
197. La metáfora de Borges. Juan Manuel García Ramos.
198. Los pensamientos del té. Guido Ceronetti.
199. El libro vacío. Josefina Vicens.
200. Sobre la lectura. Marcel Proust.

Epílogo. Mi propósito para 2019: leer menos. No hay que leer tanto.

29.12.18

Jot Down 25

Desde principios de diciembre está a la venta el nuevo trimestral de Jot Down, nº 25, especial Futuro imperfecto. Adelanto aquí el primer párrafo y el último de mi colaboración, "Bomba de relojería":
El futuro es la muerte. Como escribe Jünger: “A un hombre podrán fallarle todas las citas que tenga previstas a lo largo de su vida –menos una: la cita con la muerte”. Y Machado: “Al borde del sendero un día nos sentamos. / Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita / son las desesperantes posturas que tomamos / para aguardar... Mas Ella no faltará a la cita”. Y Heidegger: “El hombre, desde que nace, ya está maduro para morir”. La muerte es el horizonte desde el primer momento. El horizonte, que es un allí por definición, nos puede invadir el aquí ahora mismo. Tarde o temprano, nos lo invadirá.
[...]
La represión del futuro es, en este sentido, signo de decadencia y esterilidad. La cuestión está en no reprimirlo a pesar de que sabemos que el futuro es la muerte y la vida, por tanto, una bomba de relojería. El reto es no quedarse hipnotizado por el tictac.

26.12.18

Cuento de Navidad contado por un idiota

Al final el procés es eso: un cuento de Navidad contado por un idiota. Dickens más Shakespeare. Y Andersen, con un hombretón en vez del niño que dice que el procés va desnudo: “¡Qué república ni qué cojones! ¡La república no existe, idiota!”. Pero no es el momento de comer perdices todavía, porque la revelación del mosso no basta para que caiga el velo y se rompa el engaño. El velo y el engaño están atados y bien atados en el independentismo. La respuesta inmediata ha sido ir a por el hombre que ha dicho la verdad. Una respuesta estrictamente oscurantista.

La nación es un plebiscito cotidiano, decía Renan, y la república catalana es un cuento sostenido por dos millones de catalanes (que son muchos, pero no la mayoría). Un cuento en el que creen con tanta fe, y partiendo tan de la mentira, que da igual que se les diga la verdad: que la república no existe (idiotas), que los políticos presos no son “presos políticos”, que lo que hicieron el año pasado no se le hace a un país democrático, que las razones que se esgrimen para la independencia son falsas, que si hay aquí unos “fascistas” son ellos, que no hay hoy “nacionalismo español” equiparable al nacionalismo catalán, que hay más “republicanismo” en la monarquía parlamentaria española que en la república que ellos han engendrado.

La degradación creciente del independentismo, su estrepitoso aire de parodia, se debe a su carácter ficticio, en su roce aberrante con la realidad. Los independentistas luchan por una libertad que ya tienen, y por eso luchan en el vacío: aunque no flotando, puesto que no se quedan en la ficción, sino tropezando con la realidad, hundiéndose en un viscoso fango material.

Estamos aquí peleando contra ellos porque si se salen con la suya nos van a llevar a la ruina a todos (¡y porque es legítimo que se salgan con la suya!). Pero esta pelea nos degrada también a los demás, porque es absurda, tonta, embarazosísima. Los independentistas nos han metido en una situación superembarazosa de la que no vemos el modo de escapar.

De fondo les aseguro que hay afán de concordia (¡y más en estas entrañables fiestas!). Pero no se puede dialogar con quienes están instalados a machamartillo en la ficción. Tendrían que empezar ellos, saliendo de ella. El único final feliz del cuento es que se salgan del cuento.

* * *
En The Objective.

24.12.18

Pedagogías de la Transición

No se suele resaltar el esfuerzo pedagógico de la Transición, cómo se educó –profunda, machaconamente– en los valores de la democracia, tanto en la escuela pública como en la prensa, la televisión y la radio. Sobre todo en la radio. Yo me aficioné a escucharla con trece años, en 1979, gracias a una enfermedad que me tuvo en la cama un mes, que se me hizo cortísimo porque descubrí el programa de Luis del Olmo. A partir de entonces fui testigo de un montón de horas al día durante años, y puedo decir que no se dejaba pasar ni una: no hubo afirmación antidemocrática que no fuera reconvenida; no hubo falta de respeto que no fuera afeada; abundaban (¡sobreabundaban incluso!) las verbalizaciones en defensa de la tolerancia, de la pluralidad de opiniones, del antidogmatismo, de la libertad en general y de la libertad de expresión en particular. Aquello era, lo veo ahora, la Constitución en ejercicio. Predominaba un esmero por mantener limpio, despejado, el marco formal.

Seguía habiendo recalcitrantes, pero la corriente general iba contra ellos, y ellos mismos se fueron apaciguando. También por la insistencia pedagógica de los demás, con la que se topaban. Para mí fue significativo un episodio que he contado alguna vez. En un concierto de Joan Manuel Serrat al que asistí en Málaga en 1983 ó 1984, algunos lo abuchearon cuando cantó una canción en catalán, después de haber cantado muchas en castellano. No había nadie más querido que Serrat entonces. Lo sería incluso para quienes lo abuchearon, que al fin y al cabo habían ido a escucharle. Aun así, la inercia ceporra persistía; restos del franquismo sociológico. Durante años me abochornó este recuerdo, por vergüenza hacia mis paisanos. Hasta que no hace mucho, ya en plena crisis catalana, recordé algo que mi bochorno había sepultado: los abucheadores, una minoría, fueron abucheados por la mayoría; por mí también, naturalmente. Estábamos por que Serrat cantase en catalán y no permitíamos que fuera abucheado por ello. Y esto, y no lo otro, había sido lo significativo.

Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: ahora son otros los que abuchean a Serrat... por cantar en castellano. La inercia ceporra y los restos del franquismo sociológico están hoy donde están (aunque ahora también estén regresando por donde desaparecieron: acción-reacción). Y están ahí, sin duda, por las antipedagogías del nacionalismo, que empezaron a funcionar al mismo tiempo, y en la dirección contraria, que las pedagogías de la Transición.

En fin, solo me queda decirles una cosa: esta noche háganle caso al Rey. El discurso de la Corona (¡quintaesencia del columnismo constitucionalista!) siempre ha tenido razón. ¡Feliz Navidad!

* * *
En El Español.

17.12.18

¿Qué fue de la izquierda progresista?

Un efecto inesperado que me ha producido la lectura de La deriva reaccionaria de la izquierda de Félix Ovejero (Página Indómita) ha sido la reconciliación con la izquierda progresista. Ha desaparecido del mapa y no recordaba cómo era; no recordaba el entusiasmo que producía –aunque fuera a veces desesperanzado–, con su racionalismo universalista y su afán de igualdad y liberación. Hacía mucho que nuestros autoproclamados izquierdistas eran (son) los nuevos curas, los nuevos inquisidores: exactamente, como dice Ovejero, unos reaccionarios.

Yo recomendaría este libro como lectura navideña (para que procurase un poco de calor) a los nostálgicos de la izquierda progresista, a los que se sientan de esta especie más amenazada que el lince. Y a los que quieran, sin nostalgia, con cabezonería, persistir en ella. Agustín García Calvo recomendaba abandonar sin más las palabras que hubiesen sido tomadas por “el enemigo”. Y sería plausible, ciertamente, abandonar la palabra “izquierda”, porque a estas alturas ya sabemos el significado que se le da y qué género de personajes se la arrogan. Pero a algunos no nos da la gana, sencillamente. Seguiremos aquí, como los últimos terrones del café molido. Lo nuestro sí que es resistencialismo y lo demás son tonterías. Aunque no carece de compensaciones morales: les aseguro que es un gustazo llamar “fachas” a quienes suelen llamar “fachas” y hacerlo desde la izquierda.

Un colega de Ovejero comentó que La deriva reaccionaria de la izquierda lo iban a comprar, por lo atractivo del título y la idea que expresa, lectores que luego no lo iban a poder leer, por su complejidad. Es verdad solo en parte, porque el libro también tiene páginas (bastantes páginas) para el lector más apresurado o menos especializado. Empezando por la larga introducción, que por sí sola justifica el libro, y en la que están concentradas con soltura, brillantez y vivacidad las ideas básicas. Luego vienen los capítulos hechos para el lector paciente y con ganas de profundizar y desmenuzar los conceptos: un espectáculo intelectual –el de tales profundización y desmenuzamiento por parte de Ovejero– fascinante. He ahí a un racionalista en acción.

Junto con el relato, convincente, de que la izquierda (la progresista) es la que ha impulsado la democratización desde la Revolución francesa, Ovejero analiza cómo hoy la izquierda (la reaccionaria) es cómplice de casi todo aquello contra lo que luchó: los particularismos, las identidades, el nacionalismo, el infantilismo, la religión, la superstición, el sentimentalismo. Naturalmente, nuestros izquierdistas reaccionarios llaman a Ovejero “facha”. Y esta es la prueba irrefutable de su progresismo.

* * *
En El Español.

12.12.18

Acertar con el diagnóstico

Continúa deteriorándose la situación en Cataluña, en una farsa sin fondo que ahora fantasea con la sangre en un intento desesperado por que brote la épica. Esa fantasía no es tanto la del crimen como la del martirio, pero esconde un impulso desdichadamente tanático en cualquier caso. Por fortuna, no muchos parecen dispuestos a seguirlo; pero si lo siguieran el resultado tampoco sería la épica, sino una farsa incrementada, más absurda aún, hasta la náusea. La irrisión ya es inaudita, con ese Consell per la República que Puigdemont ha montado en Bélgica, en plan Palmar de Troya del catalanismo, o con el estrafalario Torra en la Generalitat, un Ubú president que ha dejado pequeño a Pujol y a Boadella convertido en el guionista de Bambi. Los que en su día compramos el mito de Cataluña como avanzadilla europeizante de España seguimos pasmados ante el socavón.

La parte buena son los libros que están saliendo, algunos espléndidos. Para desgracia de los independentistas (y bochorno de sus descendientes), todo está quedando bien documentado. La ignorancia no será una coartada. Los dos últimos que he leído (los cito con los subtítulos también, que dicen mucho) son Diccionario de lugares comunes sobre Cataluña. Breviario de tópicos, recetas fallidas e ideas que no funcionan para resolver la crisis catalana, de Juan Claudio de Ramón (Deusto) y Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido. El autosacrificio catalán, de Rafa Latorre (La Esfera de los Libros). Al leerlos juntos he visto que resultan complementarios: el de De Ramón centrado en las ideas, en las palabras, y el de Latorre en los hechos; sin que falten hechos en el primero ni ideas en el segundo. Y los dos logran lo que el primero exige: acertar con el diagnóstico.

“La necesidad de acertar con el diagnóstico” a que urge Juan Claudio de Ramón, para no insistir en el error en el intento de solucionar o paliar el problema, o al menos para no seguir agravándolo, la cumple con brillantez en su libro, como venía haciendo con sus artículos. Este Diccionario de lugares comunes sobre Cataluña podría haberse titulado Ejercicios de tiro, todos en el blanco. Van pasando los tópicos (“Hace falta tender puentes”, “El origen del problema está en la sentencia del Estatut”, “No se puede judicializar la política”, “Es un problema político que requiere una solución política”...) y ¡pumba! El índice es un listado de las piezas cobradas. La conclusión general, que también subraya Francesc de Carreras en el prólogo, es que la causa principal de la crisis catalana es endógena: el nacionalismo catalán. (Los factores exógenos podrán haber influido más o menos, pero secundariamente). Y como el nacionalismo se alimenta del oscurantismo y la mentira, la respuesta ha de ser ilustrada, restablecer la verdad. De Ramón, con su admirable paciencia, de lo que trata es de persuadir. Al menos, a los que no son todavía cerrados creyentes.

Rafa Latorre hace una crónica vibrante de la escalada enloquecida del independentismo, con una capacidad precisa de observación de la que no se evapora la sorpresa. Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido es un título que quiere preservar el carácter alucinante de la realidad que narra. Cuando en el futuro no se dé crédito, este libro será una prueba de que sucedió. La habilidad de Latorre por resaltar lo significativo alcanza al pasado, del que extrae perlas que hoy lo explican todo. Por ejemplo esta de 2010, que comenta con agudeza: "Montilla le había señalado al nacionalismo el enemigo y había enquistado la idea que provocaría la infección del procés. Hela aquí: 'No hay tribunal que pueda juzgar ni nuestros sentimientos ni nuestra voluntad. Somos una nación'. Es difícil encontrar en la historia de las ideas políticas una impugnación tan perfecta de la democracia expresada en menos palabras. Es un milagro conceptual". A continuación basta añadir esto de la solapa: "Así fue cómo una comunidad próspera de un país estable de la Unión Europea se embarcó en un proceso que la conducía a un destino incierto y peligroso".

Este miércoles en el Congreso hay un pleno sobre Cataluña. Me temo que no todos los políticos que intervengan acertarán con el diagnóstico, ni siquiera algunos de los que desearían hacerlo. Tendrían que haber leído estos dos libros.

* * *
En The Objective.

3.12.18

Elecciones generales: primer asalto

Aunque en estas elecciones andaluzas ha imperado como nunca el tipismo, con una campaña y unos debates a los que solo les ha faltado que los presentase Juan y Medio, el voto ha sido inevitablemente en clave nacional. La inanidad de los candidatos –como dijimos– no solo invitaba a ello, sino que casi lo exigía. Era el único aliciente: o votaba uno en clave nacional, o se quedaba en casa. Muchos andaluces han optado por lo segundo.

Hay una acusada politización, pero también un cansancio de la política. La situación de bloqueo, por otra parte, hace que esto sea una guerra de trincheras. Se duda de que el voto individual pueda servir para algo. A muchos también los habrá retenido la convicción de que estas autonómicas no son más que el primer asalto de las elecciones generales. Yo particularmente he ido a votar en clave nacional de un modo tan descarado, y hasta desvergonzado, que temía que no me dejaran echar la papeleta.

Había que poner la mirada de Despeñaperros para allá, porque de Despeñaperros para acá el votante estaba condenado a ser un damnificado. Para votar a Susana había que taparse la nariz, para votar a Juanma había que taparse el oído, para votar a Joe Rígoli había que taparse los ojos y para votar a Teresa había que taparse el entendimiento. Tampoco se escapaba el votante de Vox, que huyendo del podemismo de izquierdas cae en el podemismo de derechas: damnificado, pues, por asimilarse a lo que supuestamente odia. (Como el ser humano es un animal agónico, este votante era el más motivado).

Vox, que se pone de largo en Andalucía tras Vistalegre, es un gran triunfo de la izquierda reaccionaria, que al fin tiene su partido de extrema derecha español. Llevaba años luchando por él, inventándoselo en partidos que no eran de extrema derecha: invención que ahora queda desenmascarada por el énfasis con que señalan al partido de extrema derecha de verdad. Un énfasis delator.

La fuerte caída del PSOE en Andalucía es por Sánchez, por supuesto. Y también por su enemiga Susana: me temo que estos dos tienen la prodigiosa habilidad de restarle votos al PSOE simultáneamente. Ahora se rasgarán las vestiduras por Vox, cuando gobiernan en España con el apoyo de los únicos partidos peores que Vox, y que han atacado la Constitución de un modo en que Vox todavía no lo ha hecho.

Resultado pues: Sánchez sale grogui del primer asalto. Me parece que nos iremos al domingazo electoral del 26 de mayo. Y hasta entonces vamos a ver a Sánchez envolverse en la bandera de España como cuando sacó la gigante en Cataluña. Caerá amortajado en ella, que ya conocemos al personaje.

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En El Español.

26.11.18

Paradojas andaluzas

El hecho de ser un descastado me protege un poco de la política andaluza. Pero solo un poco: también me afecta, como a todo andaluz. Simplemente intento que no me abrase, o que lo haga por la espalda. A las elecciones les temo como a un nublao, porque me quedo sin excusa. No tengo más remedio que ponerme. El lunes pasado me vi por profesionalidad el debate de Canal Sur y mi conclusión fue que la profesionalidad no está pagada. De ahí el mérito impagable de amigos periodistas como Carlos Mármol, Berta González de Vega, Agustín Rivera, Teodoro León Gross, Rafael Porras, Ignacio Martínez o el siempre añorado Félix Bayón, que sacaba oro del erial.

El nivel fue bajísimo, en consonancia con los, así llamados, cuatro líderes: Susana (en los carteles pone eso), Juanma (como gusta de ser llamado), Teresa (¡no voy a discriminarla dando el apellido!) y Joe Rígoli (a este lo llamo directamente por el caricato al que me recuerda). Creí detectar una acentuación del acento andaluz en todos ellos, supongo que para conectar con el electorado no descastado; aunque el resultado los hizo aptos para series nacionales con personaje autonómico. Fue una paradoja que los ataques más duros se escenificasen entre los dos líderes por un lado y las dos lideresas por el otro, cuando sabemos que los pactos poselectorales serán esta vez entre personas del mismo sexo. Ante todo llamaba la atención el tono mortecino de los cuatro, lo poco que creían en sí mismos. En este sentido, fueron honrados.

El resumen de esta campaña es que no hay nada enfrente de Susana, que también es nada. Los partidos no se han tomado en serio a sus electores, y esto es aún más grave en el PP, Ciudadanos y Podemos que en el PSOE, porque en teoría eran los que debían proponer la alternativa. A los casi cuarenta años de gobierno socialista no se les puede oponer la nada, por más que los socialistas sean en estos momentos la nada también. (La presumible entrada de Vox en el parlamento andaluz prolongará la tendencia: los electores que lo voten buscando algo caerán en otra nada, solo que enfática).

Hay una paradoja más, montada sobre otra paradoja: los líderes nacionales de los autonómicos Susana, Juanma y Teresa querrían su fracaso autonómico para quitárselos de encima (al de Joe Rígoli le da igual, como da igual Joe Rígoli); pero al mismo tiempo necesitan su éxito para afianzarse a nivel nacional. Pero la mayor paradoja es que la inanidad de los cuatro candidatos hace inevitable que estas elecciones autonómicas se voten (¡absolutamente!) en clave nacional.

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En El Español.

14.11.18

Viva el señor don Cristóbal

La retirada en Los Ángeles de la estatua de Cristóbal Colón me ha producido un desagrado no patriótico, ciertamente, sino filosófico, existencial. Una náusea. Ha sido otra manifestación de nihilismo, de individuos que no aprecian su existencia. Los ufanos derribaestatuas no estarían ahí sin Colón. Derribaban una de sus condiciones de posibilidad, quedándose colgados en un limbo obsceno, como fantasmas. No solo avanza el nihilismo: también la necedad. Revestida de puritanismo, como viene siendo costumbre.

Una pesadez, una tristeza, lo está aplastando todo. La vida asusta. Y por lo tanto asusta la historia. Las salvajadas que nos han conducido hasta aquí. No soportamos la carga de materia y sangre que arrastramos, la carga puramente carnal, descarnada. Quisiéramos ser ángeles, y rebañamos aquello de donde venimos, arrasándolo. Nosotros somos los genocidas: los genocidas de quienes nos precedieron.

Frente a esta mentalidad torturada, tan peñaza, qué alivio reencontrarse con la alegría de una canción como “Las tres carabelas” de Augusto Algueró, que los tropicalistas convirtieron en pepsicola, o colacola: la chispa misma de la vida. Me despedí de Brasil, pero ya vuelvo (¡la pasión tira!). Pónganse las “Três caravelas” de Caetano Veloso y Gilberto Gil, con los arreglos jocosos del maestro Duprat, y seguimos.



El “navegante atrevido” que “salió de Palos un día” fue “hacia la tierra cubana”. Y dice luego la canción, deliciosa, guasonamente: “Mira tú qué cosas pasan / que algunos años después / en esta tierra cubana / yo encontré a mi querer”. Acontecimiento ante el que no puede sino exclamar: “Viva el señor don Cristóbal, / que viva la patria mía, / vivan las tres carabelas: / la Pinta, la Niña y la Santa María”.

La felicidad personal, el amor (¡el amor fati!), como aceptación (no necesariamente justificación) de la historia; de la propia biografía y de la historia en su totalidad: no cabe mayor muestra de antinihilismo. La afirmación de la vida, como quería Nietzsche, sin rechazar lo desagradable, lo doloroso, lo oscuro. La afirmación de la vida es tan inequívoca, tan incondicional, que lo acoge. No se anda con los melindres de los moralistas.

El tropicalismo era, al fin y al cabo, una deglución: un ejercicio de antropofagia cultural, en la tradición brasileña (la étnica y la vanguardista), que se apropiaba de todo con ánimo dionisíaco. En el añadido en portugués de la canción (además de “viva Cristóvão Colombo / que para nossa alegria / veio com três caravelas...”) dicen: “Muita coisa sucedeu / daquele tempo pra cá: / o Brasil aconteceu. / É o maior que que há?!”. No hay nada más grande, en efecto, que haber llegado a existir. Y para esto era imprescindible todo lo anterior.

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En The Objective.

12.11.18

La frustración del magnicida

En España todo magnicida posible e imposible está condenado a la frustración. Por grandes que sean sus ambiciones el resultado, aunque consiga llevar a cabo lo que pretendía, será inevitablemente pequeño: no un magnicidio sino, inevitablemente, un pequeñicidio. En algunos casos, incluso, un irrisoricidio.

Hemos de aceptarlo con deportividad: a la política española (e incluyo naturalmente –hasta extremos hilarantes– la catalana) el magnicidio le viene grande. No da la talla para una palabra tan estupenda. Al propio Franco, con cuyo magnicidio se soñó tantas veces, le hubiera sobrado por todos lados. Aún me río al recordar el uniformito de Franco que vi en un museo militar: parecía un traje de primera comunión. Hace unos años una amiga mía muy joven, militante del antifranquismo juvenil, se quedó consternada al ver por primera vez un vídeo del dictador y oír su vocecilla. No es que exculpara entonces su dictadura, sino que se sintió empequeñecida por haberle dedicado tanto ardor a un tío tan pequeño. Esperaba encontrarse un ogro y se encontró con la ridiculez del mal.

Pero el que con nuestros políticos solo cupiese el pequeñicidio no quiere decir que se lo merezcan: ningún ser humano merece ser asesinado, por pequeño que sea. Esta precisión hubiese sido innecesaria hace no tanto. En estos tiempos embrutecidos, sin embargo, hay que pagar el peaje, melancólicamente. Se presupone que el chistoso está deseando que se cumplan sus chistes, incluso los negros.

Curiosamente, los que más escandalera han armado con el magnicidio fracasado del presidente Sánchez (fracasado en un grado anterior a su intento) son los que hace una semana mostraban simpatía no ya por Otegi, sino por el Carnicero de Mondragón y el muy hospitalario pueblo proetarra de Alsasua. La sobreactuación histérica ante un asesino falso acaso pretende perfumar el pestazo de los achuchones con asesinos verdaderos. Y demuestra que para algunos el límite no lo marca la ética, ni los derechos humanos, sino solo la ideología.

En cuanto al magnicida en cuestión: era más pequeño aún que el pequeñicidio que le hubiese salido. De francotirador tenía su franquismo, no la puntería. Dice que se envalentonó para ver si ligaba con una de Vox, que fue la que lo denunció a los Mossos. (Hasta para meterla falló el tiro). Sus proclamas, por lo demás, eran de una estupidez considerable. Exactamente igual que las de los terroristas a los que había que escuchar y tomarse en serio. Solo que estos llevaron su estupidez hasta el crimen.

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En El Español.

31.10.18

Bye bye, Brasil

El amor por Brasil se me ha agriado. Veintinueve años tenía: empezó justo en octubre de 1989, cuando me aficioné a las cintas de la colección Personalidade. Fue en la antesala de los 90 y no me enteré de los 90, porque los pasé escuchando música brasileña. Y de ahí pasé al idioma, a la literatura, a las mujeres, a la comida, a la cultura y a Brasil mismo, que conocí en dos largos viajes. Me dicen que aguante, pero no. Mi amor era al país entero y mi rechazo lo es ahora también. Hasta que pase Bolsonaro. (Una cosa es cuando a un pueblo le dan un golpe de Estado y otra cuando es el pueblo el que vota al militarote). Mi amor estaba hecho de placer. Con amarguras solidarias, pero recubiertas enseguida de placer. Ahora el careto irrisorio de Bolsonaro me estropea todo placer posible e imposible.

Tengo amigas brasileñas que han votado a Bolsonaro. No he podido convencerlas de que no. El miedo era, por encima de todo, “Venezuela”. Con el candidato del PT, Haddad, ese miedo era falso. Pero era inútil decirlo: con tantísima tradición petista de abrazos y colegueo con Chávez, Maduro, los Castro... Lo más patético para ellas, y para todos los votantes de Bolsonaro, es que el “Maduro” entre Bolsonaro y Haddad era Bolsonaro. Todo por lo que lo han votado (la segunda razón era “limpiar Brasil”) empeorará. Brasil será peor. Cuando triunfa el populismo todo se va (más) a la mierda. Esto es una ley física, metafísica. Y científica: porque está suficientemente contrastada.

Pero más que el triunfo de Bolsonaro ha sido el fracaso de la pseudoizquierda latinoamericana. Todavía me acuerdo de cuando el PT llamaba fascista al socialdemócrata Cardoso. Si llevaban décadas malversando la palabra “fascista”, ¿qué credibilidad iban a tener ahora que era verdad? Ni un candidato formado, razonable y de centroizquierda como Haddad ha podido hacer nada para salvarse del discurso histórico de su partido y concentrar el apoyo de todos los demócratas brasileños. El miedo a la venezuelización era falso con él; pero quien lo tuviera o lo propagara encontraba elementos para alimentarlo.

Además de la corrupción del sistema y de la brutal desigualdad social (que se ha manifestado en el voto: según el Estadão, Bolsonaro ha ganado en el 97% de las ciudades más ricas y Haddad en el 98% de las pobres), la culpa del apoyo masivo a Bolsonaro la tiene esa pseudoizquierda brasileña equivalente a la nuestra de Podemos. Impresentabilidades como esta de Echenique son las que fabrican bolsonaristas: “El odio de Bolsonaro ha ganado en Brasil con el apoyo de los millonarios y noticias falsas. En España, Bolsonaro es Casado, Rivera y VOX”.

Ahora la única defensa contra Bolsonaro en Brasil es la del Estado de derecho: ese que los Echeniques no contribuyen precisamente a fortalecer. En la medida en que sea fuerte, el estrago de Bolsonaro será menor. De lo contrario, como repetían en Twitter los brasileños, y yo entre ellos: Desordem e retrocesso. Estaré atento y les deseo suerte, pero hasta nueva orden pongo entre paréntesis mi brasileñismo. Bye bye, Brasil.

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En The Objective.

29.10.18

Zumbándole a Sánchez

En una situación política tan grave como la de España, es un desastre la agresividad de Casado y Rivera contra Sánchez y la de Sánchez contra Casado y Rivera, como se vio el pasado miércoles en el Congreso. Tres partidos que deberían estar gobernando en coalición contra los nacionalistas y los populistas –al coste electoral que fuese– se están peleando entre ellos; uno en alianza con los nacionalistas y los populistas. La bajura de miras de nuestros políticos clama al cielo.

A los que no nos gusta la política nos resulta obscena la lucha por el poder. Ese acarreo de infamias con propósitos rastreros. El desprecio de la coherencia. La utilización de todos los recursos, hasta los más bajos, sin pudor. El barrer para casa con descaro. El destripamiento de los hechos y de las palabras para sacarles algún beneficio, por pequeño que sea, y tirarlos a la basura –los hechos y las palabras– cuando ya no sirven (como sirvientes). Ese manoseo.

Hay que carecer de escrúpulos –y tener estómago– para estar aliado, como lo está Sánchez, con los nacionalistas y los populistas: haber pasado esa línea, haberse metido en esa congregación de impresentables, en la que no falta ni el proetarra de turno. Estar atendiéndoles y masajeándoles (solo) por el poder.

Y hay que ser un irresponsable, como lo fue Casado, para malversar la palabra “golpista” en un momento de batalla dialéctica crucial sobre ella. De lo dicho en el anterior párrafo, con ser grave, no se deduce que el presidente sea “partícipe y responsable” del golpe de Estado de los separatistas. Sánchez está jugando con fuego, y a mi juicio con dejadeces notables y complicidades chungas (que aún no sabemos hasta dónde llegarán), pero no es ni partícipe ni responsable del golpe de Estado. El año pasado estuvo donde había que estar en el momento decisivo. En la actualidad hay gravedades verdaderas suficientes que achacarle a Sánchez como para tener que recurrir a una falsa: que debilita el cuestionamiento general. En su lucha particular por el poder, Casado perjudicó a los constitucionalistas.

Por lo demás, la agresividad de Casado y Rivera contra Sánchez se la merece Sánchez: fue la misma agresividad que él empleó contra Rajoy. Estamos en ese tétrico momento político de acción-reacción. Un momento malo. El populismo ha impuesto su estilo. A los que no nos gusta la política todo esto nos da bastante repelús. Y una insondable pereza. Mi única ventaja es que tengo que escribir sobre ello, y aquí sí me lo paso bien.

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En El Español.

22.10.18

El albondigón

Encuentro en el libro Benet. La ambición y el estilo (el original homenaje de Rafael García Maldonado a Juan Benet en el veinticinco aniversario de su muerte) que Mercedes Formica llamaba “el Albondigón” a la mezcla de partidos fascistas, tradicionalistas y conservadores que formó Franco para sostenerse. No sé si es porque Sánchez ha ligado ya su nombre al del dictador –y nos acordaremos de Sánchez más que del dictador cada vez que pasemos por los alrededores de la Almudena– por lo que, al leer lo del albondigón, he pensado automáticamente en Sánchez.

En efecto, los partidos que apoyaron la moción de censura del PSOE contra Rajoy forman, con el PSOE, un genuino albondigón: una enorme bola de carne picada con los sanguinolentos desechos ideológicos del siglo XX, y aun del XIX. El PSOE se ha ofrecido como base para hacerlos comestibles, a riesgo de que el propio PSOE se vuelva incomestible.

Esa es la tensión que existe en el seno del albondigón. La posibilidad buena, que es la que está cantando la prensa socialdemócrata con un entusiasmo poco hipotético, es la de que los ingredientes nacionalistas y populistas oscilen hacia la comestibilidad desde su incomestibilidad casi consustancial. La posibilidad mala es la indicada anteriormente: que tales ingredientes hundan al PSOE en la incomestibilidad. Ojalá ocurra lo primero; pero en cuestiones de comida suele suceder lo segundo. El cocinado mismo del albondigón me parece una mala señal, porque ha sido meter en la olla ingredientes que deberían estar, si no en la basura, por lo menos fuera de la mesa. Aunque intento animarme con la posibilidad positiva, me resulta muy difícil de digerir.

El espectáculo de los Presupuestos Generales del Estado se está desarrollando de acuerdo con esta lógica. La lógica del albondigón. Lo acordado entre el Gobierno y Podemos debe seguir rodando para que se le adhieran el PNV, el PDeCAT, ERC y hasta Bildu. Los Presupuestos se plantean, así, como un Frankenstein cuyas condiciones de existencia son los vicios y deformidades que ha de contener. Ser un monstruo o no ser. Un pecado original que está en el nacimiento mismo del Gobierno: Sánchez se apoyó, contra Rajoy, en quienes eran peores que Rajoy.

Ahora Pablo Iglesias va –con el consentimiento del Gobierno– por cárceles, despachos y escondrijos mendigando la carne que falta para la bola, en una peregrinación ciertamente nauseabunda. Al final lo peor de los Presupuestos es que sabemos cómo se han hecho, cómo se están haciendo.

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En El Español.

15.10.18

Error de protocolo

Al fin Pedro Sánchez me representa: su error de protocolo simboliza ese gran error de protocolo que es mi vida entera. Pero no voy a hablar de mí sino de él, que está quemando su presidencia como un juerguista el fin de semana. La posibilidad de que esté siendo un sueño rápido le hace querer vivirlo de todas las maneras.

El 12 de octubre pasó de recibir los abucheos a presidir una república de nueve segundos. Los he cronometrado: ese tiempo transcurre desde que se sitúa al lado del Rey –superándolo, en terminología dialéctica– hasta que se lo lleva el figurín de protocolo (que tenía, por cierto, un aire a Albert Rivera). Lo mejor del vídeo, con todo, es cuando Sánchez se retira respetuosamente, con las manos entrelazadas por delante, la cabeza semiagachada y el gesto entre sereno, introspectivo y grave del que ha recibido la primera comunión.

El mismo Día de la Hispanidad, Albert Boadella proclamó la autonomía de Tabarnia durante nueve segundos también. Tanto Sánchez como Boadella superaron en un segundo, pues, a la República Catalana del año pasado, que duró ocho. Fue una jornada doblemente feliz. Una pinza humorística memorable a la gran parodia del independentismo.

Luego se ha dicho que el error no fue de Sánchez sino de las instrucciones que le dieron, o que Ana Pastor se adelantó más de la cuenta. Pero da igual. El error no tuvo ninguna importancia. Lo significativo ha sido la aspereza con que se ha juzgado: el lugar insufrible en que se ha convertido la política española ha puesto pomposidad donde no había más que para unas risas. Los españoles nos hemos convertido en unos nuevos ricos de la fiscalización del prójimo. Francamente, nos estamos volviendo un coñazo.

El protocolo está bien, hay que cumplirlo. Forma parte de la gran representación de la vida pública. Pero si uno se equivoca, la crítica no puede ser metafísica, sino que ha de referirse solo a la actuación. Era un fallo de lenguaje y punto; y tanto menos importante cuanto que fue de inmediato corregido.

Pero hay otra cosa significativa: además de los inquisidores del protocolo, están los supuestamente antiprotocolo como Pablo Iglesias, que ejercen una inquisición igual de protocolaria. Tanto unos como otros contribuyen a la expansión de aquello que combatía Nietzsche: el espíritu de la pesadez.

En cuanto a los abucheos a Sánchez: estuvieron mal, naturalmente, en el contexto de la Fiesta Nacional. Como está mal que Sánchez esté sosteniendo el Gobierno de la nación en aquellos que no acuden a una ceremonia así. Pero eso es ya otra historia: la de todos estos días.

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En El Español.

8.10.18

8-O: una fecha luminosa

Recuerdo que la convocatoria de la manifestación fue antes del discurso del Rey del 3 de octubre y después de la oscura fecha del 1. La sensación que predominaba era esa: de “noche oscura del alma”. Maldije los empujones de la historia, yo que soy un lírico; que unos papafritas como los indepes me marcasen la agenda. Pero a Barcelona había que ir, a acompañar a mis amigos catalanes (antinacionalistas, por supuesto). La sorpresa fue que lo que se esperaba una jornada de resistencia triste, minoritaria, resultó una jornada luminosa, multitudinaria, alegre, de la que nos hemos pasado hablando todo el año, con agradecimiento y felicidad.

El discurso del Rey no prometía el éxito del 8 de octubre, pero sí dio moral. Hacía falta una reparación, verbal aunque fuese. El presidente Rajoy no tuvo a bien darla. Así que la dio –la tuvo que dar– Felipe VI. Un articulista catalán se quejaba hace poco de aquel discurso “sin perdón ni empatía”. Hasta en pleno golpe de Estado se le pide al Rey que esté empático con los sensibles golpistas. Pero el Rey no estuvo esta vez por el merengue e hizo algo inaudito: tratar a “los catalanes” como adultos. Fue el primero en década que se los tomó en serio, y desde esa seriedad solo cabía regañarles. Porque habían sido malos, muy malos. Habían asaltado una democracia con procedimientos fascistas o fascistoides. Y eso no se le hace a una democracia.

Junto con esto último lo grave (¡nunca me cansaré de repetirlo!) es que los nacionalistas catalanes han ido y siguen yendo –antes que contra los españoles– contra sus convecinos catalanes no nacionalistas. La impresión sorprendente en Barcelona sobre los que se manifestaban el 8 de octubre es que se trataba de una mayoría oprimida. La llamada mayoría silenciosa era, en efecto, una mayoría silenciada, que recuperaba el espacio público arrebatado o cedido. En el libro colectivo Anatomía del ‘procés’ (Debate) se hablaba de en qué se sostuvo la “concordia” catalana de la Transición: en que los no nacionalistas hubiesen aceptado que el poder lo detentasen en exclusiva los nacionalistas. Un equilibrio truculento que se han cargado los propios nacionalistas, por abusones. La respuesta ha sido la emergencia de la Cataluña no nacionalista. Rompiéndoles a lo grande el relato del “un sol poble”. El 8 de octubre se vio en Barcelona a los catalanes contra los que pretendían construir los nacionalistas su “nación”.

Fue una fecha de felicidad política que nos ha alumbrado en todo este año de notable infelicidad política.

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En El Español.

3.10.18

La gallina

Creo que fue Forges el que dijo que para relajarse ante un poderoso –por ejemplo, ante el jefe al pedirle un aumento de sueldo (sí, debía de ser Forges)– lo mejor era imaginarlo con una gallina encima de la cabeza. Esa gallina (no imaginada, sino real) es la que veo yo en la cabeza de nuestros autoproclamados republicanos, que tienen la palabra “República” todo el día en la boca al tiempo que demuestran con cada una de sus palabras y cada una de sus acciones que no tienen ni idea de republicanismo. Son de hecho, hoy, los de conducta menos republicana del país.

A los independentistas catalanes (incluida Talegón e incluido Cotarelo) también les veo la gallina, que viene a ser la misma gallina. “Som tossudament republicans”, decía una pancarta este 1 de octubre, eco del “Tossudament alçats” del tuno Lluís Llach, que hizo suyo ERC. "Tossudament" es la manera catalanista de decir "cipotudamente": o sea, que es su manera de ejercer el empecinamiento español del que se ha ocupado Jorge Bustos. Se dicen antiespañoles y yo les veo la gallina de la más obcecada españolidad encima de la cabeza (en el caso de Llach, concretamente, encima del gorrito).

Mucha "República catalana" y no aceptan ni uno solo de los valores del republicanismo político, empezando por el de la separación de poderes. Cuando los independentistas le piden al Gobierno que suelte a los "políticos presos" lo que están mostrando, por encimísima de todo, es que no saben de qué va el republicanismo, en el que la democracia es inseparable de la ley. Insultan, de hecho, al republicanismo con la mera enunciación de esa expresión falsa en un Estado de derecho, "presos políticos". Mientras escribo estas líneas, el Parlament acaba de aprobar la desobediencia al Tribunal Supremo...

Como el Jueves de Chesterton, el hombre que es Torra ejerce al mismo tiempo de jefe de la policía y de jefe de los que se enfrentan a ella, asaltando, por ejemplo, el Parlament. El puesto que le debe a la ley lo utiliza para violarla: la peor corrupción, y a la vista de todos. En España hay que remontarse a Franco para asistir a aberraciones semejantes. Sí, nuestros antifranquistas también llevan en la cabeza la gallina del franquismo.

Los manifestantes independentistas del 1 de octubre iban muy ufanos: muchísimos jóvenes con caras como de querer libertad, como de estar en el camino democrático. Pero yo les veía la gallina en la cabeza. Una gallina doble: en primer lugar, todo esto se lo están haciendo a una democracia; en segundo lugar, se lo están haciendo antes que a nadie a sus convecinos catalanes. Contra eso se movilizan: contra una democracia y contra sus convecinos. Mucha "República" y bla bla bla. Pero yo les veo la gallina.

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En The Objective.

1.10.18

La putrefacción (catalana)

¡Qué memorable ejercicio leer ahora Contra Catalunya de Arcadi Espada! Y digo leer y no releer porque (¡negligencia en mi arcadismo!) no lo había leído en la edición de 1997, sino que acabo de hacerlo en la nueva de Ariel. Sin duda hubiera estado bien leerlo antes, pero este ha sido el mejor momento. Me permite llegar al aniversario del ominoso 1 de octubre ciertamente oxigenado.

La putrefacción de la sociedad catalana por obra de los nacionalistas es el tema del libro, y produce melancolía (y rabia) ver cómo lo que estaba ocurriendo hace veinte años, y desde veinte años antes de la escritura de esta crónica, haya continuado ocurriendo más de veinte años después. Con un grado de putrefacción creciente. El 1 de octubre de 2017 fue el punto culminante: en él se encontraron la borrachera nacionalista en su cota máxima y la torpeza del Estado tratando de contener en un día el fruto de cuatro décadas de dejadez.

El tema de Contra Catalunya es, en realidad, esa dejadez: la putrefacción debida a esa dejadez. La complicidad casi unánime de los que callaron y dejaron hacer a los nacionalistas, cuando no colaboraron abiertamente con ellos. “Ahora, más de veinte años después –escribe Espada en el postfacio de 2018–, una lectura amable puede concluir que este libro fue un presagio y que advertía con más o menos detalle de la catástrofe moral y política que se iba a desencadenar en Cataluña y en el resto de España. No despreciaré ninguna amabilidad. Pero creo que este libro no era anuncio de lo que iba a pasar sino descripción de lo que ya estaba pasando. Una crónica. Un tipo de enfermedad. Pues lo que estaba pasando entonces es lo mismo que sustancialmente está pasando ahora: la distribución sostenida, envolvente y eficaz de un compacto amasijo de mentiras”.

Uno que lo vio desde el principio fue Federico Jiménez Losantos, al que unos terroristas de Terra Lliure le pegaron un tiro en la pierna en 1981. En 1982 escribió Félix de Azúa en El País su artículo antinacionalista “Barcelona es el Titanic”. Es un artículo justamente célebre. Se ha olvidado, sin embargo, la respuesta que le propinó Carlos Barral: excelente síntoma de los mecanismos de defensa del pudridero, y eso por parte de alguien no nacionalista, de izquierdas y tan sofisticado como Barral. Menos sofisticado fue Manuel Vázquez Montalbán en el artículo –este también célebre– en que salió en defensa de Jordi Pujol cuando el caso de Banca Catalana (1984): “De Pujol se podrá pensar que ha sido un mal banquero, que es de la derecha camuflada o que es feo, pero nadie, absolutamente nadie en Cataluña, sea del credo que sea, puede llegar a la más leve sombra de sospecha de que sea un ladrón”.

Espada sitúa en aquel episodio de 1984 el momento crucial de la rendición de la izquierda ante el nacionalismo: “La tarde de Banca Catalana fue la primera vez que los [nacionalistas] los llamaron [a los socialistas] una y otra vez traidores”. La consecuencia fue rápida y desoladora: “Los primeros que confundieron a Pujol con Cataluña fueron los socialistas de Cataluña. Se trató de una gran desgracia para todos”.

Contra Catalunya era (y es) la expresión con que los nacionalistas han tratado siempre de conjurar e impedir la crítica. No es contra ellos, sino “contra Catalunya”. Arcadi Espada se atrevió a transgredir esa barrera hace veinte años, pagándolo, naturalmente, pero también haciéndose un nombre. Y un hombre: en el libro está cómo se hace. Abriéndose paso en el caparazón de silencio.

Y están además el periodismo y Barcelona. Espada detesta las novelas y no diré esta vez que Contra Catalunya sea una novela, por más que haya disfrutado (incluso novelísticamente) con el libro. Sí diré que si un novelista escribiese sobre aquella Barcelona, en su novela tendría que estar la de Contra Catalunya para que resultase veraz, y tendría que recibir en consecuencia, por parte de los putrefactos, esa misma acusación. Que yo sepa, aún no ha sucedido.

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En El Español.

24.9.18

Sánchez, melón calado

Hay que reconocerle a Pedro Sánchez una cortesía exquisita para con los electores: estos irán a las urnas sabiendo con exactitud lo que votan, si le votan. Abra o no el famoso melón constitucional, él sí se ha abierto como presidente: es un melón calado. Alguna ventaja tenía que tener esta campaña electoral simultánea a una acción de gobierno.

Lo mejor de la presidencia de Sánchez a estas alturas es que será breve: dos añitos como mucho. Y si al final sigue, al menos los electores habrán votado su política. Algo que no ha ocurrido hasta ahora: una de las características del electorado español, por el momento, es que históricamente ha votado poquísimo a Sánchez.

¡Qué lejos queda mi neosanchismo! Han pasado cien días: un mundo. El rutilante gobierno que vimos en el escaparate como una caja de bombones está preso ya de una obsolescencia no programada sino descontrolada. Sánchez como presidente anda como vaca sin cencerro, y sus ministros (¡y ministras!) como pollos (¡y pollas!) sin cabeza. Serán solo dos añitos como mucho, sí: pero si se agota la legislatura, puede resultar agotador.

Fui comprensivo con la moción de censura de Sánchez, porque era la medida desesperada (maquiavélica) de un candidato descartado. Gracias a ella entró en juego, y desde la cumbre. Pero parece que a nuestros políticos siempre les falta saber dónde están y por qué están. Una vez en la cumbre, se creen que están ahí no por azares ni triquiñuelas sino por lo que son. Y se ponen a gobernar sin pudor, y casi diría que sin vergüenza. El caso de Sánchez es irritante porque el origen de su poder es espurio: lo apoyaron –además de sus ochenta y cuatro diputados– los populistas y los nacionalistas (separatistas y filoterroristas incluidos); o sea, lo peor del parlamento. Pero una cosa era aprovecharse de la urgencia que tenían por echar a Mariano Rajoy y otra gobernar de acuerdo con ellos o teniéndolos en cuenta.

El daño que Sánchez le ha hecho –o le va a hacer– al centro izquierda es incalculable: probablemente lo va a barrer del panorama español durante lustros. Salvo que Ciudadanos espabile y colonice ese terreno que el PSOE abandona; aunque puede que sea un terreno quemado. Está arruinada la solución que a algunos nos parecía la deseable: la alianza entre el PSOE y Ciudadanos (“el Pacto del Abrazo”, como lo llamó el director de este periódico), que hubiera centrado y mejorado a ambos partidos.

Pero en vez de aliarse con quienes lo hubiesen mejorado, Sánchez ha escogido hacerlo con quienes lo empeoran. Quizá era lo que se le adecuaba.

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En El Español.

19.9.18

El tiempo grande



Me temo que tengo un pie dentro y otro fuera de la actualidad. Y casi diría que eso es lo que hay que tener. Como columnista debo mantenerme informado, cosa que hago con gusto: me lo paso pipa en el estrépito, en la trituración eléctrica de la jornada. Pero cuando todo es actualidad me ahogo. Hacen falta fugas, accesos al tiempo grande. Y para eso –además de la contemplación, el sueño, el erotismo, los paseos, la embriaguez o la amistad catacumbística– están las artes: la literatura, la música, el cine, la pintura.

Hoy voy a escribir un poco de pintura, porque fue el pintor Miguel Gómez Losada el que me habló del tiempo grande. Estábamos entre los cuadros de su exposición Romanza en el CAC Málaga y trataba de describir su trabajo: "Yo no quiero ocuparme del tiempo chico, el tiempo de la información, el que se pierde todos los días, el que mañana no significa nada, sino del tiempo grande. Quiero que mis cuadros se puedan ver mañana, que no estén lastrados por ningún elemento caduco. Que sean esenciales, que contengan lejanía...". Me parece un modo ejemplar de ser un artista contemporáneo: estar en la punta del tiempo, pero elaborando un tiempo limpio, fijado en la obra.

He visto evolucionar a Gómez Losada, desde que nos conocimos a principios de los noventa, y se me ocurre que ha tenido un crecimiento vegetal, orgánico: hay continuidad en su arte, en el que no detecto rupturas sino ganancias, en depuración, en vitalidad, en libertad, en riesgo, en soltura, en ahondamiento, en ligereza. La continuidad ha sido también física: en su esfuerzo y en su dedicación. Aunque suene a tópico (y eso que son escasísimos los casos), ha seguido su camino sin concesiones, de acuerdo con su llamada íntima; en comunicación con el mundo, pero sin dejarse manosear por el mundo. Siendo un perfecto conocedor del arte contemporáneo, el español y el de fuera, él era consciente plenamente de la osadía de lo que estaba haciendo. Una osadía no estrepitosa, sino sutil, valiosa de verdad. Me acuerdo de este aforismo de Nietzsche: "No todo lo que es oro reluce. El brillo suave es propio del metal más noble".

Quien visite Romanza (la exposición estará hasta el 25 de noviembre) se hallará en una sala mágica, poética, magnetizada por una pintura de muchos quilates. Ahora que tantos pintores pintan para internet, Gómez Losada –cuyos cuadros también funcionan por internet– ofrece el valor añadido de su pincelada, de su textura, de su lienzo vibrante. No hay zonas muertas en sus obras: todo está vivo. Cuando uno se sitúa ante ellas, está ante genuinas presencias; tanto más imponentes por cuanto que ahora son figuras humanas, mujeres casi todas. El enorme cuadro central, El Rito (de 975 x 280 cm), domina de tal modo la sala que todos los demás cuadros parecen formar parte de él, con sus figuras ejecutando también el rito a su manera. El propio espectador ejecuta su ritual de miradas y pasos, en ese ámbito de intensa belleza, de evocación, de trascendencia, de misterio, de homenaje a la vida. Habitando por unos minutos el tiempo grande.

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En The Objective.

17.9.18

Estación de Francia

El sueño ilustrado español ha sido francés y ahora Manuel Valls tiene que ver con ese sueño. El jueves estuvo en Málaga, en La Térmica, para presentar el libro colectivo Anatomía del ‘procés’ (Debate). Predominaba entre los asistentes, junto con la admiración, un cierto espíritu catetillo. Habíamos llenado la sala para ver a un político (¡uno al menos!) que hubiese hecho un buen bachillerato. Algo que en Francia vale más –pensábamos– que todos nuestros másteres y doctorados juntos. El sueño era también personal: al ver los resultados en un hombre de origen español añorábamos lo que hubiese podido hacer con nosotros el bachillerato francés.

Valls no decepcionó. Era algo insólito por estos pagos: un intelectual de acción. Es decir, un político con pensamiento. Su discurso era preciso, riguroso, claro, complejo, de largo alcance. Con la dosis adecuada de retórica, representación y seducción. “Es la NBA”, me dijo un amigo. Su implicación en la política española, que se concretará con su candidatura a la alcaldía de Barcelona (no lo confirmó expresamente, pero es indudable que se va a presentar), producirá un efecto paradójico: elevará el nivel... pero por esa razón veremos cuán bajo era el de los canditatos (¡y candidatas!) locales.

Es una gran ocasión para Barcelona, con beneficios para Cataluña, el resto de España y el resto de Europa. El simbolismo es directo, como ideado a propósito: un hispano-francés (o catalano-francés) nacido en Barcelona puede devolverle a su ciudad el espíritu afrancesado que le veíamos los españoles. Ahora sabemos que el cosmopolitismo que le otorgábamos a Cataluña era en realidad de Barcelona, y el problema ha sido últimamente que la región ha tirado de la capital y no al revés como antes. (No sé en qué medida hablo de lo que sucedía de verdad, pero tales eran nuestras proyecciones: no despectivas sino admirativas; quizá provincianas).

Mis amigos barceloneses y yo nos detuvimos para escuchar los discursos del pasado 8 de octubre, tras la manifestación feliz, ante la Estación de Francia. Involuntariamente fue también simbólico. Contra los que hablan de nacionalismo español, allí había “mezcla de banderas españolas, catalanas y europeas”, como escribe Valls en el prólogo de Anatomía del ‘procés’ y como vimos quienes lo vivimos. Mario Vargas Llosa habló aquel día de la Barcelona cosmopolita que conoció. Y me acordé de mi profesor de Filosofía del instituto, que había estudiado en Barcelona y nos contaba cosas como si aquello fuese París. Se trata ahora de que Barcelona vuelva a ser nuestra puerta de Europa y no ese socavón en que Europa parece interrumpirse por la obra nefasta de los nacionalistas. Con Valls tendrá una oportunidad, quizá la última.

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En El Español.

12.9.18

Jot Down 24

Ha salido el nuevo trimestral en papel de Jot Down, núm. 24, especial Francia. Yo colaboro con el artículo "Mitologías del Mont Ventoux", que he dividido en cuatro apartados: 1. El ciclista ético; 2. Tom Simpson; 3. Petrarca; y 4. Signo ascendente. El apartado 1 empieza así:
Lo primero fue el imperativo ético: el dibujo de Marcel Duchamp Avoir l’apprenti dans le soleil [Tener el aprendiz al sol], que yo descubrí en el libro La vida como azar de José Jiménez. El enigmático título de Duchamp aparece al pie de ese dibujo de 1914 que, como escribe su autor, “representa a un ciclista ético subiendo una cuesta reducida a una línea”. El fondo del ciclista y de su cuesta lo atraviesan pentagramas: el dibujo está hecho en papel pautado, en papel musical. Las pedaladas del ciclista compondrían, pues, arte. Su ascenso ético tendría un resultado estético. Bajo un sol que no se ve –el sol del título– pero que alumbra y calienta la imagen. El ciclista, por lo demás, solo está concentrado en su tarea, unido a su bicicleta.
La revista se puede adquirir en librerías o en la web de Jot Down.

10.9.18

Todos son ya Boadella imitándoles

Llevo ya un montón de Diadas citando este aforismo de Nietzsche, que se cumplirá otra vez mañana: “En las fiestas patrióticas también los espectadores forman parte de los comediantes”. La comedia sigue porque los líderes independentistas no solo no atenúan, sino que intensifican su histrionismo (todos son ya Boadella imitándoles); pero sobre todo porque dos millones de catalanes les apoyan. Un apoyo que es en sí mismo histriónico a estas alturas.

Y a estas alturas el columnista duda si seguir con lo mismo. Hay un cansancio acumulado, por la gota malaya de la tabarra catalanista. Pero también el convencimiento de que las agresiones contra la democracia, por más que insistan, no deben quedar sin respuesta. Este es uno de esos pulsos pesados en que no se puede flaquear, aunque el brazo duela. Solo que mientras que ellos, los nacionalistas, se lo pasan pipa con su delirio estólido que les llena la vida, nosotros los antinacionalistas maldecimos todo el tiempo que nos están haciendo perder y que nos la vacía.

Una clave decisiva la ofreció el comediante mayor Quim Torra en julio, cuando tras su visita a Moncloa declaró en Catalunya Ràdio: “Le he dicho a Sánchez que tengo cincuenta y cinco años, los hijos mayores y nada que perder”. Qué triste vida la que a esa edad carece de otro horizonte más apetecible que la inmolación por una causa idiota. La riquísima vida reducida a una pijada abstracta, que además se sustenta en la mentira. Por otro lado, está el egoísmo escalofriante del president, como señalaba un lector de El País: el que Torra considere que no tiene nada que perder le parece razón suficiente; sin atender a lo que puedan perder los otros. Es, como supo ver Boadella, otra variante del padre Ubú.

Así que estamos en la rueda del año, pasando en 2018 por las fechas ominosas de 2017. Ya se han cumplido las del 6 y el 7 de septiembre, en que los finos señoritos independentistas aprobaron en el Parlament una ley equivalente a la ley habilitante de Hitler de 1933. Y hasta que llegue el 1 de octubre hay que pasar otra vez por la Diada. La historia catalanista se repite como comedia atroz. Y con fingido escándalo cuando se denuncian obviedades como que TV-3 es una televisión propagandística y manipuladora.

Pero ante todo hay que insistir en que la manifestación de mañana es contra España y los españoles solo en segundo lugar. En primer (¡en primerísimo!) lugar es contra los conciudadanos catalanes de los manifestantes. Se trata de seguir metiéndoles el palitroque por la oreja a sus vecinos. Me acuerdo de aquella comedia que estuvo de moda hace un tiempo: La catarsis del tomatazo. Me temo que el procés seguirá siendo un tomatazo sin catarsis.

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En El Español.

5.9.18

El entusiasmo como trampa

Remedios Zafra. El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Barcelona, Anagrama, 2017. 264 pp. 19,9 €.

Al leer sobre la problemática de los creadores o entusiastas actuales en El entusiasmo de Remedios Zafra (Premio Anagrama de Ensayo 2017), me he acordado de un texto que me dejó tocado de jovencito, en los ochenta. En la antología Joven poesía española de la editorial Cátedra (1979), la poética de uno de los antologados, José Luis Jover, consistía en una lista de decenas y decenas de nombres de poetas en ejercicio entonces, al término de la cual decía: “Una sola cosa es cierta. Que somos demasiados”. La conciencia de ser demasiados se ha multiplicado exponencialmente en estas cuatro décadas, debido sobre todo a internet. Y este es uno de los aspectos de los que se ocupa la autora en su libro. Un libro que es de ensayo pero que –intentaré explicarlo luego– puede leerse en parte como una novela. Una novela de tesis.

Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973) es escritora y profesora de Arte, Estudios Visuales, Estudios de Género y Cultura Digital en la Universidad de Sevilla, y de Antropología Social y Cultural en la Uned. Ha publicado, entre otras obras, Netianas. N(h)acer mujer en Internet (Lengua de Trapo, 2005), Un cuarto propio conectado. (Ciber)espacio y (auto)gestión del yo (Fórcola, 2010), (h)adas. Mujeres que crean, programan, ‘prosumen’, teclean (Páginas de Espuma, 2013) y Ojos y Capital (Consonni, 2015). El título nuevo prosigue la línea de investigación de los citados, orientada, como la autora escribe en su página web, hacia el “estudio crítico de la cultura contemporánea, la ciberantropología, la creación y las políticas de la identidad en las redes” y “desde enfoques feministas y antropológicos”.

La idea central de El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital es que el entusiasmo puede ser una trampa para quienes se dedican a tareas culturales (creativas, relacionadas con el ramo o incluso académicas). Al poner tanta pasión en lo que hacen, se tiende a considerar que con el propio trabajo ya están pagados, lo que les hace susceptibles de explotación. Explotación que se cumple y se generaliza en la medida en que son muchos los que suelen aspirar a los trabajos, la situación económica lo propicia y la tecnología lo permite. La autora cuenta en alguna entrevista lo que un jefe le dijo en su día: “Eres tan entusiasta que es imposible no abusar de ti”. Me ha recordado a la tesis de Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe: que sor Juana era cómplice de la fe que la condenaba.

En este caso, la fe es en la creación. El libro se desarrolla desde esa premisa. A partir de una frase de Fernando Pessoa, la autora establece esto al principio: “Puede que solo dos estados de ánimo constante hagan que la vida valga la pena ser vivida. Yo diría el noble goce de una pasión creadora o el desamparo de perderla”. Las cursivas son de la autora e indican lo que toma de Pessoa; significativamente, ella pone “pasión creadora” donde el poeta portugués puso “religión”. Para Zafra, la pasión creadora es “esa pasión que punza y arrastra y que nos motiva a anteponer el deseo frente al inmovilismo, el hacer frente al tener, una práctica creativa frente a, por ejemplo, un trabajo alienante, esa sensación que perturba ‘profundamente’ frente a la que resigna o reconforta”.

El progreso les ha permitido a “los pobres” estudiar y crear “allí donde unos mínimos democráticos garanticen la educación pública”. Sin embargo, parecen subsistir los esquemas del pasado acerca de quiénes pueden dedicarse a la creación. Según la autora, “si el poder en Occidente tuviera voz”, pareciera llegarnos el eco de esta frase: “No es bueno que los pobres creen”. En efecto, en su día fueron idealizados los artistas “primero como hombres, y segundo como individuos capaces de vivir al límite y de lindar con el precipicio de la pobreza”. Pero esta opción tenía truco, puesto que la escogían sujetos procedentes de contextos acomodados. A los pobres ni siquiera se les presentaba la posibilidad de “desear crear”. Hoy, gracias a las condiciones mencionadas, son muchos los que lo desean y lo intentan. Pero solo pueden llevarlo a cabo de manera óptima quienes tienen la subsistencia asegurada por otros medios. Hay una criba social, por lo tanto. Fomentada por la concepción de la actividad creativa más como una afición, algo que se hace por gusto, que como un trabajo que deba ser remunerado. A lo que se suma el temor a que “las palabras dinero o sueldo entren en conflicto con la inspiración, que algo ensuciara el mundo abstracto y limpio de la obra, aun cuando está hecha entre detritus y miseria”.

El resultado es la precarización del trabajo creativo, un caso particular –y particularmente agudo– de la precarización general. El grueso del libro lo dedica Zafra a describir y analizar el engranaje endiablado de esta situación, y su efecto en vidas concretas. Para que se visibilice mejor lo último, propone a un personaje, Sibila, afectada por la vivencia de la precariedad en un mundo conectado: “Sibilia es entusiasta y trabajadora. Su nombre es Cristina, María, Ana, Inés, Silvia, Laura..., incluso cuando es Jordi o Manuel, siempre está feminizada. En todos los casos, pongamos que su nombre es Sibila”. Por el uso de este personaje principal, y de otros episódicos como “el hombre fotocopiado”, la señora Spring o el señor Spingel, y por el predomino de lo descriptivo, e incluso de lo narrativo, con momentos líricos y filosóficos, es por lo que el ensayo puede leerse en parte como una novela. La propia autora propicia esta percepción al priorizar lo concreto –con una mirada antropológica y etnográfica– frente a la abstracción de las grandes cifras.

Precisamente una de sus luchas es contra la imposición de lo cuantitativo en el conocimiento. Para Zafra, “la infiltración del mercado en el saber y el viraje capitalista del conocimiento” privilegian una objetividad basada en la cuantificación. Las cosas deben ser traducidas a datos, según una lógica que las simplifica y que prescinde de “aquellos aspectos del pensamiento más complejos, ambiguos, matizados e incluso contradictorios”. Se trata de “una lógica exponencial y performativa que se alimenta de índices de impacto y que se afana por crear valor y cultura académica con ellos”. Los investigadores son precarizados, y su singularidad queda neutralizada “en dinámicas de temporalidad y burocracia en beneficio de una productividad cedida a los rankings”. En las publicaciones importa ante todo el nivel de indexación, por lo que resulta determinante dónde se publica en detrimento de qué se publica. “Bajo la impostura neoliberal de la apariencia –escribe Zafra– conseguir o ‘tener’ determinados números se posiciona sobre ‘ser’ o ‘hacer’ libre y honestamente una investigación, un trabajo reflexivo, una obra creativa”.

El factor decisivo hoy es el de la digitalización: el cambio profundo que en tantas cosas está suponiendo la era digital. Están desapareciendo antiguas dicotomías como las que había entre lo real y lo virtual, lo público y lo privado, la afición y el trabajo o la producción y el consumo. Con respecto a este último par, la autora propone el término ‘prosumo’, que acuñó en su obra (h)adas. Zafra señala con agudeza que esta fusión de la producción y el consumo tiene lugar en el trabajo creativo de un modo equivalente al del trabajo doméstico, otro trabajo no remunerado y tradicionalmente ejercido por mujeres. Lo que vendría a corroborar la idea en que insiste la autora de que la precariedad está en buena medida feminizada.

La sobresaturación de información, la velocidad y la caducidad son otras dimensiones de la precariedad. Todo es transitorio, rápido, inestable. Los trabajadores creativos viven “solos y conectados”, en un aislamiento físico que hace abstracción del cuerpo pero que concede una importancia suprema a la imagen. La visualización es una obsesión existencial, puesto que en el mundo de internet ser es ser visto. Esto provoca que el pago sea muchas veces no en dinero sino en mera visibilidad. Los sujetos aislados deben ir construyendo la marca de su yo, para singularizarse ante los otros sujetos con los que deberán competir por los mismos trabajos precarizados. La escasez de estos trabajos frente a la enorme demanda hace que su consecución se considere en sí misma un triunfo; aunque reporten poco dinero, ningún dinero o incluso haya que pagar por ellos. El propio trabajo es el pago, y si el trabajador creativo va enlazando unos con otros es con la esperanza de que en algún momento podrá salir de la precariedad para crear de una vez en condiciones.

A este aplazamiento perpetuo de la vida dedica Zafra los pasajes más amargos de El entusiasmo: “Esa inconsciente tentación que se convierte en hábito de aplazar la vida a un ‘después de’ (imaginando que la juventud, la salud y la energía estarán siempre). ‘Después de’ esta razón o este impedimento: cuando tenga trabajo de verdad, cuando me vaya de casa, cuando devuelva el préstamo, cuando arregle mis dientes, cuando supere esta crisis, cuando olvide ese amor. Entonces, quizá llegará la vida que permitirá expulsar el aire retenido en la impostura de años. Y por fin decir lo que se piensa, hacer lo que se quiere, vivir como se sueña”. Este aplazamiento perpetuo, o “juventud dilatada”, mientras se va envejeciendo de facto tiene que ver –aunque esto no se menciona en el libro– con la maldición de la Sibila clásica, que pidió la vida eterna pero se le olvidó pedir también la eterna juventud. Por eso la Sibila de la cita inicial de La tierra baldía de T.S. Eliot (la Sibila de Petronio) pide: “Quiero morir”.

Pero Remedios Zafra no llega a ese extremo. Al contrario, propone medidas de resistencia. Su visión es crítica, pero no derrotista. Sugiere la “infiltración de tiempo y espacios vacíos” para “ralentizar la percepción de las cosas”, una lentitud de propicie el pensamiento, una revalorización del fracaso como territorio fecundo, el uso de la red para hacer circular ideas y resignificar conceptos, el cultivo del entusiasmo íntimo que impulsa la genuina creación frente al inducido por el sistema, o la alianza colectiva de los hasta ahora solitarios: la resistencia será mayor “si el sujeto no está solo y se hace ‘plural y político’, especialmente si lográramos una versión mejorada de los viejos plurales, un plural capaz de cohesionar frente a la injusticia, sin aniquilar la libertad y la pulsión creadora”.

Vuelvo al principio. Al joven poeta de 1979 que constataba: “Una sola cosa es cierta. Que somos demasiados”. Una constatación trágica: ¿qué hacer contra el gran número? No se puede hacer nada. Tomarlo con humor, como hace el poeta. Lo que no termina de convencerme del planteamiento de Zafra es su carácter maniqueo: los creadores o entusiastas son seres angelicales que se lo merecen todo (con el habitual sonsonete victimista del “nos dijeron” o “nos han hecho creer”), mientras que el mercado, el capitalismo y el neoliberalismo son la encarnación del mal; frente a ellos, la autora habla varias veces de “hacer la revolución”, una propuesta un tanto vaporosa –en el mejor de los casos– a estas alturas. Aunque Remedios Zafra se declara poco complaciente, noto un fondo de complacencia ahí. Por eso señalé que el libro tenía algo de novela de tesis. A mí también me apena la explotación de los entusiastas, y me espanta el engranaje que se describe y analiza en El entusiasmo. Pero a mi pena se suma el no saber cómo se podría solucionar. ¿Quién lo pagaría?, como diría Josep Pla. ¿O cómo lidiamos con el hecho de que “el talento literario no es un fenómeno de masas”, como escribió Wislawa Szymborska? Si Zafra reprueba la competencia, porque “rompe los lazos entre iguales”, ¿cómo hacemos para filtrar el número?

De momento, el premio Anagrama de Ensayo 2017 se lo dieron a ella y no a todos los que se presentaron. Y estuvo bien dado.

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En Revista de Libros.