No hay nada más reaccionario que la ideología: porque en ella la realidad ya ha quedado fijada en una momia esquemática; en la ideología ya está resuelta, solucionada, la compleja y problemática realidad. La ideología es la gran máquina contra la realidad, hecha para aplastarla.
La ideología es útil en tanto visión sintética del mundo que sirve para la acción. Es un atajo simplificador, que puede ayudar a salir de la parálisis propiciada por el exceso de complejidad. Pero, en la medida en que vaya olvidando este carácter y vaya considerando que su simplificación operativa de la realidad es la realidad, la ideología se enfrentará a la realidad. Su visión coagulada tiende a coagular la realidad líquida.
En un recomendable análisis de Arias Maldonado en Revista de Libros, “La ideología de la ideología” (parte I y parte II), se destaca la descripción que el politólogo italiano Giovanni Sartori hace de la ideología como “un sistema de creencias basado en 1) elementos fijos, caracterizado por 2) una alta intensidad emotiva y por 3) una estructura cognitiva cerrada”.
Últimamente vemos cómo muchos vuelven a acogerse a la ideología, a las ideologías; sin duda por ese “componente ansiolítico que –según Arias Maldonado– comparten con las religiones”. Cada vez más hay insinuaciones preocupantes de lo que en el siglo XX ya se desató, con catastróficas consecuencias. Y, como entonces, con políticos alentándolo irresponsablemente. Calentando en vez de enfriando.
Esta semana han sido las reacciones a la sentencia de La Manada. La indignación legítima –que en parte comparto– se convierte en otra cosa cuando la ideología se interpone; o, cabría decir, se antepone: porque la ideología determina la visión de antemano. Para ella no hace falta juicio, porque basta con su pre-juicio.
Junto con las críticas y las reclamaciones que fomentarán, quizás, leyes más justas (que, con todo, tendrán que seguir viéndoselas con los casos concretos que se vayan presentando), ha habido una turbia amalgama de pulsiones, excesos retóricos, pronunciamientos irracionales, desprecio por la separación de poderes y –lo más inquietante– la apelación al “veredicto social” al margen de los mecanismos legales. No ya legislar, sino enjuiciar en caliente. Sin juicio formal ni garantías procesales. Y a cargo no de jueces, sino de “la gente”, a la que se sitúa al borde de convertirse en horda.
Todavía hay frenos. Y estas manifestaciones se dan en el contexto de una población mayoritariamente civilizada. Paro a estas alturas ya sabemos que todo es frágil y que puede romperse en cualquier momento. El problema de promover la "horda correcta", si cuaja, es qué hacer cuando se presente la "horda incorrecta". ¿Qué argumentos usar, solo los de "contenido"? Si los fuertes, los que valen, son los formales, los institucionales: justo esos que se ha contribuido a debilitar.
* * *
En El Español.
30.4.18
23.4.18
Valls tras Colau: una restitución
La posibilidad de que Manuel Valls sea alcalde de Barcelona ha hecho que se me dispare la imaginación. Y el anhelo de que Barcelona vuelva a ser lo que fue: nuestra París mediterránea –justamente en mi imaginario. Después de la alcaldesa Ada Colau el cambio sería estruendoso.
Valls tras Colau sería (¡exactísimamente!) la Ilustración tras el Oscurantismo. O Truffaut tras Ozores. O Isabelle Huppert tras Empar Moliner. O Proust tras Suso de Toro. Sería un experimento inédito en España: qué hace aquí uno con el bachillerato francés cursado. Reconozco mi provincianismo, pero el afrancesamiento en España han sido esas ganas (nobles) de proyectar civilización en Francia, por ver si nos rebotaba algo.
También las proyectamos en Barcelona, pensando que era lo más cerca que teníamos. Contra lo que el discurso nacionalista afirma, Barcelona (Cataluña en general) no ha sido odiada, sino admirada en España; a veces desde el complejo de inferioridad, que se ha traducido en modos rudos o chistes impotentes del resto de los españoles hacia los catalanes; iguales a los que se han hecho con los franceses, a los que obviamente se ha admirado.
El discurso sentimental es pringoso, pero seguiré con él. Había, sí, admiración. Cuando Punset escribió hace unos meses que siempre se había avergonzado de su acento catalán al hablar en castellano, y proyectaba esa vergüenza suya en una supuesta hostilidad (franquista, cómo no) de los otros, no di crédito. Punset desde siempre nos ha parecido inteligente justo por su acento, que asociábamos a la inteligencia. Y ya vemos qué duraderamente, porque nos ha dado el pego durante cuarenta años.
Los acontecimientos de los últimos tiempos me vienen obligando a pensar que quizá lo mejor de Cataluña era lo que el resto de España había proyectado en ella, esa proyección afrancesada; y lo peor –peor que su realidad– la idea estrecha (excluyente, jibarizadora) que de ella tenían y tienen los nacionalistas.
Valls aportaría, cómo no, grandeur; y lo que es más importante: una idea abstracta de ciudanía (en la que, por ser formal, cabrían todos: en el respeto a la ley democrática), muy superior al sectarismo emocional de Colau, que en eso es como Trump. Colau: la alcaldesa de la mitad (o menos de la mitad) de los barceloneses y de todos los peronistas.
Caigo ahora en que la luminosa manifestación del 8 de octubre la acabé, junto con mis amigos barceloneses, ante la Estación de Francia, donde escuchamos los discursos. ¿Fue una premonición?
* * *
En El Español.
Valls tras Colau sería (¡exactísimamente!) la Ilustración tras el Oscurantismo. O Truffaut tras Ozores. O Isabelle Huppert tras Empar Moliner. O Proust tras Suso de Toro. Sería un experimento inédito en España: qué hace aquí uno con el bachillerato francés cursado. Reconozco mi provincianismo, pero el afrancesamiento en España han sido esas ganas (nobles) de proyectar civilización en Francia, por ver si nos rebotaba algo.
También las proyectamos en Barcelona, pensando que era lo más cerca que teníamos. Contra lo que el discurso nacionalista afirma, Barcelona (Cataluña en general) no ha sido odiada, sino admirada en España; a veces desde el complejo de inferioridad, que se ha traducido en modos rudos o chistes impotentes del resto de los españoles hacia los catalanes; iguales a los que se han hecho con los franceses, a los que obviamente se ha admirado.
El discurso sentimental es pringoso, pero seguiré con él. Había, sí, admiración. Cuando Punset escribió hace unos meses que siempre se había avergonzado de su acento catalán al hablar en castellano, y proyectaba esa vergüenza suya en una supuesta hostilidad (franquista, cómo no) de los otros, no di crédito. Punset desde siempre nos ha parecido inteligente justo por su acento, que asociábamos a la inteligencia. Y ya vemos qué duraderamente, porque nos ha dado el pego durante cuarenta años.
Los acontecimientos de los últimos tiempos me vienen obligando a pensar que quizá lo mejor de Cataluña era lo que el resto de España había proyectado en ella, esa proyección afrancesada; y lo peor –peor que su realidad– la idea estrecha (excluyente, jibarizadora) que de ella tenían y tienen los nacionalistas.
Valls aportaría, cómo no, grandeur; y lo que es más importante: una idea abstracta de ciudanía (en la que, por ser formal, cabrían todos: en el respeto a la ley democrática), muy superior al sectarismo emocional de Colau, que en eso es como Trump. Colau: la alcaldesa de la mitad (o menos de la mitad) de los barceloneses y de todos los peronistas.
Caigo ahora en que la luminosa manifestación del 8 de octubre la acabé, junto con mis amigos barceloneses, ante la Estación de Francia, donde escuchamos los discursos. ¿Fue una premonición?
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En El Español.
19.4.18
El árbol de la vida
He terminado El árbol de la vida, el libro de memorias que Eugenio Trías escribió en 1999 y publicó 2003. Yo lo leí entonces y me decepcionó, y esa decepción significó el enfriamiento de mi pasión de casi veinte años por Trías. Ahora, en cambio, me ha encantado y mi pasión renace. Quizá porque Trías ya está muerto, lo que ha acentuado en el libro su intención testamentaria, y porque en estos años yo me he hecho más receptivo a lo que el libro tenía que decir, que decirme. Este, y no aquel, era el momento.
Su tema es la vocación; la aventura de una vida encaminándose a la vocación y, una vez desvelada, abriéndose paso con ella. Una aventura con tropiezos y con regresiones pero que, al cabo, traza una línea con apariencia de fatalidad (de fatalidad gozosa). Igual que en el azar objetivo de los surrealistas, el azar de los hechos puede leerse después como necesidad. La vida, al fin, como novela, como poema. Tiene que ver con lo que se propuso Goethe, uno de los autores predilectos de Trías, cuando contó también su vida en Poesía y Verdad.
La vocación que descubre y a la que se entrega Trías es la filosofía. Le tentaba ser poeta, novelista, músico, director de cine, pero se impuso la filosofía: la indagación en “el enigma de nuestra propia existencia”, con una voluntad metafísica que no era ya de su tiempo (pero que Trías inserta en su tiempo). Su instrumento fue la escritura en su forma ensayística (sí fue, plenamente, escritor): “Yo entiendo el ensayo como un ejercicio de tiento y experimentación con la escritura en su búsqueda de las claves más secretas de nuestra experiencia; o de ese dato que se nos da bajo la forma de la existencia”.
Lo mejor de El árbol de la vida es que nos permite conocer el trasunto vital de su filosofía, que tan intensamente ha influido en la vida de sus lectores. Es como ir de la vida de los lectores de Trías a la vida de Trías. La filosofía es la mediación. Así operó en el propio Trías. En su momento descubre, y decide: “Fue entonces, también, cuando comprendí una verdad que estaba latente en lo que llevaba escribiendo, pero que no había asumido en toda su radicalidad y verdad: que la única fuente auténtica de la filosofía, o de lo que a partir de entonces sería mi filosofía, solo podía hallarla en el manantial, entonces inagotable, de mi propia experiencia de vida”. Y esto lo llevaría a cabo, dada su opción por el ensayo filosófico, así: “Mi filosofía sería, desde entonces, una especie de espejo transferencial, aparentemente ‘objetivo’ (y lleno de ‘efectos distanciadores’ brechtianos) de mis propios ciclos o episodios de vida”.
Esa tensión (esa energía, esa pasión) que fundaba su filosofía se cumplió en mí como lector.
* * *
En The Objective.
Su tema es la vocación; la aventura de una vida encaminándose a la vocación y, una vez desvelada, abriéndose paso con ella. Una aventura con tropiezos y con regresiones pero que, al cabo, traza una línea con apariencia de fatalidad (de fatalidad gozosa). Igual que en el azar objetivo de los surrealistas, el azar de los hechos puede leerse después como necesidad. La vida, al fin, como novela, como poema. Tiene que ver con lo que se propuso Goethe, uno de los autores predilectos de Trías, cuando contó también su vida en Poesía y Verdad.
La vocación que descubre y a la que se entrega Trías es la filosofía. Le tentaba ser poeta, novelista, músico, director de cine, pero se impuso la filosofía: la indagación en “el enigma de nuestra propia existencia”, con una voluntad metafísica que no era ya de su tiempo (pero que Trías inserta en su tiempo). Su instrumento fue la escritura en su forma ensayística (sí fue, plenamente, escritor): “Yo entiendo el ensayo como un ejercicio de tiento y experimentación con la escritura en su búsqueda de las claves más secretas de nuestra experiencia; o de ese dato que se nos da bajo la forma de la existencia”.
Lo mejor de El árbol de la vida es que nos permite conocer el trasunto vital de su filosofía, que tan intensamente ha influido en la vida de sus lectores. Es como ir de la vida de los lectores de Trías a la vida de Trías. La filosofía es la mediación. Así operó en el propio Trías. En su momento descubre, y decide: “Fue entonces, también, cuando comprendí una verdad que estaba latente en lo que llevaba escribiendo, pero que no había asumido en toda su radicalidad y verdad: que la única fuente auténtica de la filosofía, o de lo que a partir de entonces sería mi filosofía, solo podía hallarla en el manantial, entonces inagotable, de mi propia experiencia de vida”. Y esto lo llevaría a cabo, dada su opción por el ensayo filosófico, así: “Mi filosofía sería, desde entonces, una especie de espejo transferencial, aparentemente ‘objetivo’ (y lleno de ‘efectos distanciadores’ brechtianos) de mis propios ciclos o episodios de vida”.
Esa tensión (esa energía, esa pasión) que fundaba su filosofía se cumplió en mí como lector.
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En The Objective.
16.4.18
Pájaros (¡y pájaras!) Dodó
Siempre me ha fascinado el pájaro Dodó, esa ave de algunas islas del océano Índico que, por no tener competencia, se fue atrofiando hasta convertirse en un bicho antievolutivo. La torpeza no le impedía llevar una vida regalada, pero el ser humano llegó a sus islas –las Mascareñas– en el siglo XVI, y a finales del XVII ya lo había exterminado. Según Wikipedia, el nombre puede venir del portugués dodô, que significa “estúpido”, o del neendarlés dodoor, que significa “holgazán”. Con sus alas nulas ni siquiera podían permitirse el vuelo gallináceo, los animalitos.
Nuestros políticos (¡y políticas!) son a menudo pájaros (¡y pájaras!) Dodó: cuando se instalan en un contexto de poder sin competencia, o en prácticas tramposo-delictivas que se vuelven habituales y ante las que, por ello, se baja la guardia. Pasó con la corrupción de CiU en Cataluña, del PSOE en Andalucía o del PP en Valencia y Madrid; y con las tramas de financiación del PSOE y el PP nacionales. Pasa con los poderes largos y semiabsolutos en democracias defectuosas, con opiniones públicas (o electorados) sectarios o complacientes. El problema está siempre en el ser humano: el ser humano político y el ser humano votante, que se abandonan. Y con el abandono viene la tentación (para el político) o el perdón automático (para el votante afín).
Ahora ha pasado con Cristina Cifuentes, cuyo máster estúpido y holgazán solo se explica por eso: por una inercia de prácticas impunes generalizadas. Hay que ser escrupulosísimos con las acusaciones concretas y, a la hora de afirmar, atenerse a lo resuelto judicialmente, con pruebas y conforme a derecho; tal y como Arcadi Espada y Tsevan Rabtan nos han educado (a palos a veces). Pero alrededor de ese perfil nítido cunde siempre una sombra, una sospecha que nos hace pensar la realidad en términos de novela negra. El periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz (nada que ver con nuestro exministro homónimo, de triste recordación; aunque con el actual Zoido se ha vuelto a demostrar que no hay nada que no sea empeorable) lo cuenta a propósito de sus novelas: en ellas escribe sobre lo que sabe pero no podría publicar en un periódico por no tenerlo atado.
Esa sombra, esa sospecha, hace que se extienda la desmoralización. A la que contribuyen los partidos políticos y los medios de comunicación cómplices. En estos días son particularmente repulsivos los periodistas de partido; esos columnistas o tertulianos que tratan de salvar a toda costa al PP. “¡No se puede comparar una trampa en un máster con la trama de los ERE o un golpe de Estado!”, vienen a decir. Y en eso tienen razón, claro. Pero con su partidismo abyecto alimentan el caldo podrido en que se cuece todo lo demás. Naturalmente, ocurre igual con los periodistas de enfrente, cuando les toca a los suyos. Estamos siempre en un extenuante ping-pong.
Los peores son, con todo, aquellos –periodistias o políticos– para quienes la corrupción no tiene que ver con la naturaleza humana, sino con la ideología. Situado en la ideología correcta, el político será virtuoso por definición. Esta es la idea que late en los populismos, que cuando llegan al poder resultan los más corruptos de todos. Simplemente porque no priorizaron lo único que cabe, dada la naturaleza humana: el control, el control democrático (incluida la fiscalización del electorado). Lo único que podría hacer que nuestros políticos (¡y políticas!) espabilaran y no cayesen en la tristísima condición de pájaros (¡y pájaras!) Dodó.
* * *
En El Español.
Nuestros políticos (¡y políticas!) son a menudo pájaros (¡y pájaras!) Dodó: cuando se instalan en un contexto de poder sin competencia, o en prácticas tramposo-delictivas que se vuelven habituales y ante las que, por ello, se baja la guardia. Pasó con la corrupción de CiU en Cataluña, del PSOE en Andalucía o del PP en Valencia y Madrid; y con las tramas de financiación del PSOE y el PP nacionales. Pasa con los poderes largos y semiabsolutos en democracias defectuosas, con opiniones públicas (o electorados) sectarios o complacientes. El problema está siempre en el ser humano: el ser humano político y el ser humano votante, que se abandonan. Y con el abandono viene la tentación (para el político) o el perdón automático (para el votante afín).
Ahora ha pasado con Cristina Cifuentes, cuyo máster estúpido y holgazán solo se explica por eso: por una inercia de prácticas impunes generalizadas. Hay que ser escrupulosísimos con las acusaciones concretas y, a la hora de afirmar, atenerse a lo resuelto judicialmente, con pruebas y conforme a derecho; tal y como Arcadi Espada y Tsevan Rabtan nos han educado (a palos a veces). Pero alrededor de ese perfil nítido cunde siempre una sombra, una sospecha que nos hace pensar la realidad en términos de novela negra. El periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz (nada que ver con nuestro exministro homónimo, de triste recordación; aunque con el actual Zoido se ha vuelto a demostrar que no hay nada que no sea empeorable) lo cuenta a propósito de sus novelas: en ellas escribe sobre lo que sabe pero no podría publicar en un periódico por no tenerlo atado.
Esa sombra, esa sospecha, hace que se extienda la desmoralización. A la que contribuyen los partidos políticos y los medios de comunicación cómplices. En estos días son particularmente repulsivos los periodistas de partido; esos columnistas o tertulianos que tratan de salvar a toda costa al PP. “¡No se puede comparar una trampa en un máster con la trama de los ERE o un golpe de Estado!”, vienen a decir. Y en eso tienen razón, claro. Pero con su partidismo abyecto alimentan el caldo podrido en que se cuece todo lo demás. Naturalmente, ocurre igual con los periodistas de enfrente, cuando les toca a los suyos. Estamos siempre en un extenuante ping-pong.
Los peores son, con todo, aquellos –periodistias o políticos– para quienes la corrupción no tiene que ver con la naturaleza humana, sino con la ideología. Situado en la ideología correcta, el político será virtuoso por definición. Esta es la idea que late en los populismos, que cuando llegan al poder resultan los más corruptos de todos. Simplemente porque no priorizaron lo único que cabe, dada la naturaleza humana: el control, el control democrático (incluida la fiscalización del electorado). Lo único que podría hacer que nuestros políticos (¡y políticas!) espabilaran y no cayesen en la tristísima condición de pájaros (¡y pájaras!) Dodó.
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En El Español.
12.4.18
9.4.18
Vuelvo a repetir
El prurito literario que tiene el columnista y que le pide no repetirse (al menos no demasiado) se estrella contra la repetitiva actualidad. Esta le obliga a la repetición. Al final, lo único que cabe, literariamente hablando, es hacer variaciones sobre el mismo tema.
La cuestión es si la redundancia afecta a la verdad. El principio de Goebbels de que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” puede que tenga el efecto contrario si lo que se repite mil veces es una verdad. Esta, además, suele contar con la desventaja propagandística –que diría Arias Maldonado– de su prosaísmo árido, de su realismo, frente al atractivo emocional de la mentira, que tiende a ser poética. Y hay otro componente: el ánimo del que dice esa verdad. El hastío o asco que puede sentir, por ejemplo, ante la abusiva avalancha del mentiroso, que le incita a replegarse. Nada hay más cansado que estar repitiéndoles una verdad a ceporros que no la aceptan y a los que encima les da igual. Ellos están en otra cosa: en sus mentiras o, si se las creen, en sus autoengaños.
Me refiero aquí, naturalmente, no a las verdades dudosas sobre las que se puede discutir, sino a las verdades fehacientes: las que responden a mentiras descaradas. La recomendable duda aquí no procede, porque no sería metódica sino cosmética: esa que exhiben muchos para atribuirse una cualidad que mola; y que, en cuanto se rasca un poco, se ve que no poseen (se apoyan en unos pedruscos de fe ideológica que no rompe ni Dios).
Heme de nuevo aquí dispuesto a repetir algunas verdades sobre el procés que he dicho ya pero que hay que volver a decir. Con cansancio, pero con convicción. Ahora que al nefasto Puigdemont lo han soltado en Alemania y otra vez anda difundiendo sus mentiras. El personaje se ha instalado en Berlín, la ciudad que se libró del muro pero a la que le ha caído en desgracia un marmolillo: el marmolillo de Berlín.
Vayan, pues, cuatro verdades:
1. Lo que los independentistas catalanes han intentado ha sido un golpe antidemocrático contra un Estado de derecho: contra la Constitución española y contra el Estatut catalán; contra los españoles y contra más de la mitad de los catalanes.
2. No hay presos políticos en España, sino políticos presos por actos ilegales que se escudan en una coartada política y la explotan hasta las heces. La “judialización de la política” está exclusivamente relacionada con la actuación delincuencial de los políticos. (Ocurre también en los casos de corrupción).
3. La España de hoy es una democracia, no un Estado fascista. Si fuese un estado fascista, los independentistas catalanes no habrían podido llegar tan lejos como han llegado. Pero para justificar su agresión impresentable a una democracia tienen que mentir diciendo que no es una democracia sino un Estado fascista. El recurso a esta coartada les delata.
4. El odio que los independentistas catalanes atribuyen a los españoles no solo es falso, sino que lo que ocurre es justo lo contrario: son los independentistas catalanes los que odian a los españoles (incluidos muy especialmente los catalanes no independentistas), pero su grasiento narcisismo les hace proyectar su propio odio en aquellos a quienes odian.
El gran problema político es que están en la mentira y en el delirio dos millones de ciudadanos, alentados por la élite más pútrida que ha habido en España desde que se extinguió la franquista. No sé qué solución tiene este problema. Sí sé que la solución no pasará por la aceptación de las mentiras. Por más que canse repetir la verdad.
* * *
En El Español.
La cuestión es si la redundancia afecta a la verdad. El principio de Goebbels de que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” puede que tenga el efecto contrario si lo que se repite mil veces es una verdad. Esta, además, suele contar con la desventaja propagandística –que diría Arias Maldonado– de su prosaísmo árido, de su realismo, frente al atractivo emocional de la mentira, que tiende a ser poética. Y hay otro componente: el ánimo del que dice esa verdad. El hastío o asco que puede sentir, por ejemplo, ante la abusiva avalancha del mentiroso, que le incita a replegarse. Nada hay más cansado que estar repitiéndoles una verdad a ceporros que no la aceptan y a los que encima les da igual. Ellos están en otra cosa: en sus mentiras o, si se las creen, en sus autoengaños.
Me refiero aquí, naturalmente, no a las verdades dudosas sobre las que se puede discutir, sino a las verdades fehacientes: las que responden a mentiras descaradas. La recomendable duda aquí no procede, porque no sería metódica sino cosmética: esa que exhiben muchos para atribuirse una cualidad que mola; y que, en cuanto se rasca un poco, se ve que no poseen (se apoyan en unos pedruscos de fe ideológica que no rompe ni Dios).
Heme de nuevo aquí dispuesto a repetir algunas verdades sobre el procés que he dicho ya pero que hay que volver a decir. Con cansancio, pero con convicción. Ahora que al nefasto Puigdemont lo han soltado en Alemania y otra vez anda difundiendo sus mentiras. El personaje se ha instalado en Berlín, la ciudad que se libró del muro pero a la que le ha caído en desgracia un marmolillo: el marmolillo de Berlín.
Vayan, pues, cuatro verdades:
1. Lo que los independentistas catalanes han intentado ha sido un golpe antidemocrático contra un Estado de derecho: contra la Constitución española y contra el Estatut catalán; contra los españoles y contra más de la mitad de los catalanes.
2. No hay presos políticos en España, sino políticos presos por actos ilegales que se escudan en una coartada política y la explotan hasta las heces. La “judialización de la política” está exclusivamente relacionada con la actuación delincuencial de los políticos. (Ocurre también en los casos de corrupción).
3. La España de hoy es una democracia, no un Estado fascista. Si fuese un estado fascista, los independentistas catalanes no habrían podido llegar tan lejos como han llegado. Pero para justificar su agresión impresentable a una democracia tienen que mentir diciendo que no es una democracia sino un Estado fascista. El recurso a esta coartada les delata.
4. El odio que los independentistas catalanes atribuyen a los españoles no solo es falso, sino que lo que ocurre es justo lo contrario: son los independentistas catalanes los que odian a los españoles (incluidos muy especialmente los catalanes no independentistas), pero su grasiento narcisismo les hace proyectar su propio odio en aquellos a quienes odian.
El gran problema político es que están en la mentira y en el delirio dos millones de ciudadanos, alentados por la élite más pútrida que ha habido en España desde que se extinguió la franquista. No sé qué solución tiene este problema. Sí sé que la solución no pasará por la aceptación de las mentiras. Por más que canse repetir la verdad.
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En El Español.
4.4.18
El agravio de la edad
Hablaba un hombre en la tele, curtido, con la barba canosa. Su expresión era rígida. No lo reconocí. Era Sergi Bruguera. Después de saberlo, seguí sin encontrar en sus rasgos al chico de los partidos de tenis de principios de los noventa. Los años de Indurain en el ciclismo. Su Roland Garros se solapaba con el Giro. Años felices.
Me ha pasado como con tantos antiguos compañeros de colegio a los que he buscado por internet y he visto. Algunos siguen ahí, conservan detalles que recuerdan al niño que fueron. Pero muchos ya no están: sepultados en el hombre. ¿Habrá pasado lo mismo conmigo?
También he buscado, por supuesto, a mi amor de los dieciséis años. Platónico, cómo no. Hoy es una señora a la que le gusta Paulo Coelho y se hace fotos turísticas en Venecia. Y mi amor de los veintiuno es la esposa de un diplomático y aparece enjoyada en las recepciones de países más o menos exóticos. (A la primera yo me la imaginaba como Isabel Freire cuando leía a Garcilaso; y a la segunda me la evocaba el Idilio de Sigfrido de Wagner).
En Un andar solitario entre la gente, Antonio Muñoz Molina dedica una página muy bonita (la 55) a la edad de la amada. Una página celebratoria. Y es verdad. La amada (no la examada) se salva. Los seres queridos se salvan. El amor absuelve; sin esfuerzo ni impostura: lo que ve resplandece.
Aunque uno no necesariamente se cuenta. Como escribió Guillaume Apollinaire en Cortejo, un poema emocionante: “Un día me esperaba a mí mismo / Me decía Guillaume ya es tiempo de que vengas / Con un lírico paso llegaban los que amo / Y yo no estaba entre ellos”.
* * *
En The Objective.
Me ha pasado como con tantos antiguos compañeros de colegio a los que he buscado por internet y he visto. Algunos siguen ahí, conservan detalles que recuerdan al niño que fueron. Pero muchos ya no están: sepultados en el hombre. ¿Habrá pasado lo mismo conmigo?
También he buscado, por supuesto, a mi amor de los dieciséis años. Platónico, cómo no. Hoy es una señora a la que le gusta Paulo Coelho y se hace fotos turísticas en Venecia. Y mi amor de los veintiuno es la esposa de un diplomático y aparece enjoyada en las recepciones de países más o menos exóticos. (A la primera yo me la imaginaba como Isabel Freire cuando leía a Garcilaso; y a la segunda me la evocaba el Idilio de Sigfrido de Wagner).
En Un andar solitario entre la gente, Antonio Muñoz Molina dedica una página muy bonita (la 55) a la edad de la amada. Una página celebratoria. Y es verdad. La amada (no la examada) se salva. Los seres queridos se salvan. El amor absuelve; sin esfuerzo ni impostura: lo que ve resplandece.
Aunque uno no necesariamente se cuenta. Como escribió Guillaume Apollinaire en Cortejo, un poema emocionante: “Un día me esperaba a mí mismo / Me decía Guillaume ya es tiempo de que vengas / Con un lírico paso llegaban los que amo / Y yo no estaba entre ellos”.
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En The Objective.
2.4.18
¡Qué cruz!
¡Qué cruz para un país tener nacionalistas y tener populistas! Es como tener almorranas. Todo el santo día con la matraca insufrible. Básicamente, el método Rufián: el empalme de dos neuronas, siempre las mismas (puesto que quizá sean las únicas) y siempre en la misma dirección. La misma estolidez repetida hasta la saciedad, hasta las heces. El mundo infinito reducido a un hilo idiota.
Decía T. S. Eliot que el ser humano no puede soportar demasiada realidad, pero es que los nacionalistas y los populistas no soportan ninguna. La han reducido toda a una papilla uniforme, de la que se alimentan para escupírnosla luego. No hacen más que escupirnos su asquerosa papilla nacional-populista. Y una vez que nos han pringado con ella, una vez que han embarrado el terreno con su papilla infecta, ya no podemos hacer otra cosa que tratar de salir de su succión, y limpiárnosla y protegernos de ella y darles manguerazos a esos tíos plastas para aminorar su ensuciamiento.
Así llevamos años. Absolutamente paralizados por el capricho delincuencial de estos sujetos abusones. Un país entero paralizado y hundiéndose porque las almorranas nacional-populistas impiden cualquier tipo de acción que no sea la de ocuparse de las almorranas nacional-populistas. En vez de estar bregando con la realidad y con los problemas de la realidad, hay que estar bregando con las ficciones y los delirios de estos personajes, hay que estar metidos en absurdas peleas tontísimas que consisten en explicar lo básico una y otra vez, porque con ellos se vuelve una y otra vez a la casilla de salida, para nada.
¡Qué cruz también con el PP y el PSOE, que no ayudan un pimiento! Los, así llamados, “dos grandes partidos”, que son en buena medida los responsables de la situación, por su irresponsabilidad.
Han estado durante décadas ellos solos, repartiéndose entre ellos el pastel, y repartiéndoselo con los nacionalistas, extralimitándose sectariamente con sus gobiernos nacionales y autonómicos, fomentando el clientelismo y la corrupción, rebajando como condenados el nivel educativo, cultural y cívico del país, embruteciendo a sus militantes y a su electorado, utilizando torticeramente el poder judicial y los medios de comunicación cuanto han podido y abonando, en fin, el terreno para que el nacionalismo se desatara y el populismo prendiera.
Así que muchos antinacionalistas y antipopulistas tenemos que estar aquí defendiendo el Estado y la Constitución de nuestra España haciendo abstracción de esos partidos que nos son lanzados por los nacionalistas y los populistas como contraejemplos. Nos vemos obligados a estar defendiendo una estructura vacía (¡estructura que es la que nos ha traído la libertad, la democracia y el progreso!) porque los personajes que la habitan dejan mucho que desear. Y así perdemos las energías: haciendo ejercicios de abstracción con los ceporros en este país tan ceporramente negado para la abstracción.
El único consuelo es que, aunque el PP y el PSOE hubieran sido ejemplares, los nacionalistas y los populistas seguirían con su matraca igual, sin cambiar ni un ápice su discurso resentido, dañino y mentiroso. ¡Y la que nos espera todavía con esta cruz! Ayer fue Domingo de Resurrección y aquí nadie ha resucitado.
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En El Español.
Decía T. S. Eliot que el ser humano no puede soportar demasiada realidad, pero es que los nacionalistas y los populistas no soportan ninguna. La han reducido toda a una papilla uniforme, de la que se alimentan para escupírnosla luego. No hacen más que escupirnos su asquerosa papilla nacional-populista. Y una vez que nos han pringado con ella, una vez que han embarrado el terreno con su papilla infecta, ya no podemos hacer otra cosa que tratar de salir de su succión, y limpiárnosla y protegernos de ella y darles manguerazos a esos tíos plastas para aminorar su ensuciamiento.
Así llevamos años. Absolutamente paralizados por el capricho delincuencial de estos sujetos abusones. Un país entero paralizado y hundiéndose porque las almorranas nacional-populistas impiden cualquier tipo de acción que no sea la de ocuparse de las almorranas nacional-populistas. En vez de estar bregando con la realidad y con los problemas de la realidad, hay que estar bregando con las ficciones y los delirios de estos personajes, hay que estar metidos en absurdas peleas tontísimas que consisten en explicar lo básico una y otra vez, porque con ellos se vuelve una y otra vez a la casilla de salida, para nada.
¡Qué cruz también con el PP y el PSOE, que no ayudan un pimiento! Los, así llamados, “dos grandes partidos”, que son en buena medida los responsables de la situación, por su irresponsabilidad.
Han estado durante décadas ellos solos, repartiéndose entre ellos el pastel, y repartiéndoselo con los nacionalistas, extralimitándose sectariamente con sus gobiernos nacionales y autonómicos, fomentando el clientelismo y la corrupción, rebajando como condenados el nivel educativo, cultural y cívico del país, embruteciendo a sus militantes y a su electorado, utilizando torticeramente el poder judicial y los medios de comunicación cuanto han podido y abonando, en fin, el terreno para que el nacionalismo se desatara y el populismo prendiera.
Así que muchos antinacionalistas y antipopulistas tenemos que estar aquí defendiendo el Estado y la Constitución de nuestra España haciendo abstracción de esos partidos que nos son lanzados por los nacionalistas y los populistas como contraejemplos. Nos vemos obligados a estar defendiendo una estructura vacía (¡estructura que es la que nos ha traído la libertad, la democracia y el progreso!) porque los personajes que la habitan dejan mucho que desear. Y así perdemos las energías: haciendo ejercicios de abstracción con los ceporros en este país tan ceporramente negado para la abstracción.
El único consuelo es que, aunque el PP y el PSOE hubieran sido ejemplares, los nacionalistas y los populistas seguirían con su matraca igual, sin cambiar ni un ápice su discurso resentido, dañino y mentiroso. ¡Y la que nos espera todavía con esta cruz! Ayer fue Domingo de Resurrección y aquí nadie ha resucitado.
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En El Español.
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