30.1.21

Frío malagueño

[Dietario]

Farmacia. Han pasado las fiestas navideñas y, mientras espero en la farmacia, observo a una anciana del barrio, de aspecto desvalido. Lleva un rato pidiéndole algo a la farmacéutica, que se resiste. La muchacha intenta explicarle que para eso necesita receta, porque son “estupefacientes, psicotrópicos”. Repite varias veces esas palabras. La anciana está desesperada: "¿Pero quién se va a enterar de que me des una pastilla?". La farmacéutica le dice que puede venir la inspección y que ya les pusieron una multa de 6.000 euros. La anciana, con una tristeza profunda, parece resignarse: "Bueno, qué le vamos a hacer, ya está... Pero lo que he pasado estos días no se lo deseo a nadie".

Frío malagueño. Vuelve el frío a Málaga y la conversación ya es solo sobre el frío. Hacía años que no lo teníamos así. Hay algo proustiano: evoca inviernos en que nos poníamos tantas mantas como ahora. El temporal no tendría que haberse llamado Filomena, sino Albertine. Encima llueve, y el viento nos mete el agua por debajo del paraguas, que además se nos vuela. Durante unos días miramos con envidia la nieve de Madrid. Pero cuando allí las postales blancas dan paso a los resbalones en el hielo sucio, aquí ya volvemos a tener sol. Otra vez la Málaga tropical, y salimos como caracoles. Hay una euforia extraordinaria en el paseo marítimo. La atmósfera limpia hace que el sol brille más. Pero se anuncian nuevas lluvias. 

Naufragios. Viene en el periódico que se ha inundado El Balneario. Me acerco a los Baños del Carmen al día siguiente y veo a los empleados achicando agua. Ocurre todos los años. Pienso que es el tributo que este sitio espléndido tiene que pagar: te ofrece estar como en la cubierta de un barco, dentro del mar, y a cambio está expuesto a naufragios. 

En el límite. Catacumba en Los Delfines con Irles, Toscano y Arias. Una de las nuevas medidas contra la pandemia es que se prohíben las reuniones de más de cuatro. Mientras hablamos de libros, mujeres y política, con el pulpo frito, los boquerones y el albariño, nos complace estar en el mismísimo límite de la ley. 

Sorpresas desagradables. En el Muelle Uno sabotean la mejor música del puerto: el golpeteo de las olas contra los escalones. Nos meten el Para Elisa por el hilo musical y hasta las gaviotas derraman miel. En el Palmeral de las Sorpresas estas no siempre son agradables: cada veinte pasos hay un músico escandaloso. La batalla del ruido está perdida en Málaga, es la parte infernal de este paraíso. Llego ante dos cantantes románticos, dos jóvenes guapitos. Me dan pena porque nadie les hace caso pese a la emoción que le ponen. Entonces reparo en que sí. Hay dos adolescentes, separadas entre ellas y algo alejadas de los músicos, pero mirándolos y escuchándolos. Cada una vive el momento en su burbuja. Son fans tímidas. El mensaje de sus ídolos, que ahora se entregan con la Pantoja, es poco esperanzador: "No te aferres / a un imposible...". Pero ellas se aferran. 

La sombra del rascacielos. Manifiesto de "más de trescientas personalidades" contra el rascacielos del puerto. Miro la lista y me entran ganas de convertirme en un furibundo defensor del futuro armatoste. Pero en realidad va en contra de mi política municipal para Málaga, que es muy sencilla: ¡stop a todo lo que tape la brisa y el horizonte azul! Este es nuestro verdadero patrimonio y no hay que obstaculizarlo. El rascacielos, eso sí, nos brindaría unas vistas espléndidas las pocas veces que subamos a él. Pero el resto de las veces, que son la mayoría de las veces, las veces del día a día, será una sombra ominosa, calculo que insoportable. 

Galdós. Mi gran descubrimiento de 2020, con un siglo de retraso, fue don Benito Pérez Galdós: ¡qué maravilla de novela Fortunata y Jacinta! Su prosa es viva, ágil, moderna, menos garbancera que la de sus enemigos. Estos días he vuelto a ponerme la serie, que vi cuando la emitieron en 1980, y no deja de sorprenderme la magnífica educación que tuvimos, gracias a la televisión, los niños a los que los padres no nos mandaban a la cama a las diez. 

Colchicina. Crece la presión pandémica. El virus se expande y por primera vez desde el confinamiento del año pasado noto a la gente alterada, incluso con miedo. Cazo conversaciones. Un anciano a otro, muy irritado: "Mucha gente se ve sin mascarilla y cada uno hace aquí lo que quiere". En el Supersol la cajera abronca a los de la cola, que no guardan la distancia de seguridad: "¡Tenemos lo que nos merecemos!". En estas, mientras la vacuna se va administrando lenta y problemáticamente, llega la noticia de que es útil contra la covid una sustancia, la colchicina, de la que ya se hablaba en un papiro egipcio de hace 3.500 años. Ya que estamos padeciendo una plaga como las del antiguo Egipto, es lógico que nos llegue un medicamento del antiguo Egipto. 

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