El cómic o novela gráfica Persépolis era una de mis lagunas, que he leído después de casi veinte años, cuando ya la ha leído todo el mundo y hasta se ha hecho la película. Pero yo voy a mi ritmo y no me arrepiento. Además, el ir rezagado y leer la obra en un contexto posterior dispensa matices distintos, no siempre crepusculares. Esta vez me he quedado helado al ver las similitudes entre los represores clérigos iraníes y el feminismo que defienden nuestros podemitas. Al final, la financiación de Irán no se saltaba ningún dogma (desde el punto de vista de Irán).
Persépolis, ya saben, cuenta la historia de la propia autora bajo el actual régimen iraní, sin olvidarse del también criminal régimen anterior, más su estancia de unos años en Alemania (donde los clérigos cristianos tienen pruritos que le recuerdan a los islamistas). Lo emocionante es cómo la vida y el deseo de libertad combaten a los represores o se cuelan por los resquicios que pueden. La historia de Satrapi contagia esas ganas y transmite, al cabo, la euforia de las mujeres potentes. Uno de los trucos represores de los guardianes de la revolución, por cierto, consiste en llamar “hermano” y “hermana” a aquellos a quienes reprimen. ¿Les suena?
Me hice con La potencia femenina porque me interesó lo que decía de la autora Manuel Arias Maldonado en su (Fe)Male Gaze (Anagrama). Frente al feminismo victimista, que en fin de cuentas reproduce la imagen apocada que el patriarcado fabricó de la mujer, Flasspöhler propone una “nueva feminidad” fundada en la potencia. “La mujer potente –escribe Flasspöhler– no es aquella que traduce por completo su feminidad a la realidad, sino más bien la que obtiene su fuerza de la posibilidad. Yo puedo, pero no es mi deber; lo fundamental es que sea lo que soy”. Su punto de partida es el siguiente:
Legalmente, el patriarcado pertenece al pasado. La mujer potente lo ha superado incluso en el plano psicológico. Se ha deshecho del pudor y del afán de gustar como de un vestido viejo. Su acceso al placer es inmediato. Su voluntad, obstinada. No es un espacio en blanco; no existe para el hombre ni por el hombre. Lejos de ser un reflejo del poder masculino, es otro ser con igual valor que el hombre, pero diferente de él.Flasspöhler considera una regresión que, con la posibilidad de que disponen, las mujeres se replieguen en concepciones de sí mismas desactivadoras. Del #MeToo, por ejemplo, escribe lo que decíamos: que “en lugar de romper una imagen profundamente patriarcal de la mujer, caracterizada por la pasividad y la negatividad, la reafirma”. Denuncia el afán de este movimiento por poner en la picota a sus acusados: “La nota regresiva del movimiento #MeToo es bien visible en este punto: lo que aparece envuelto en un manto de progreso es en realidad un paso atrás; literalmente, un retroceso a la Edad Media”. En esto yo veía también el régimen de Persépolis, y más aún en esto que añade Flasspöhler:
El objetivo de la picota #MeToo es claro: intimidar y disuadir. El castigo, ejemplar. “¿Ves? Esto te sucederá si te comportas así. Caerás en desgracia. Y si eres un artista, hasta tus obras serán malditas”.La mujer debe liberarse de la “moral de esclavos” debilitadora de que hablaba Nietzsche. “Si nos fijamos bien –dice Flasspöhler–, el poder masculino se desmorona en todas partes. ¿Por qué entonces ese extraño afán por aferrarse al discurso victimista?”. Y concluye con este llamamiento:
Dejemos, pues, de respaldar el poder masculino mostrándonos más débiles de lo que en realidad somos. Empecemos ya a hacer realidad lo posible. Ahora mismo.La potencia femenina y Persépolis son dos libros, en fin, que recomiendo vivamente: aire limpio, estimulante. La vieja alegría de la mujer libre.
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En El Español.