Las manifestaciones no me gustan. He ido a poquísimas en mi vida. A las de provincias no les veo sentido, así que en Málaga no me he manifestado jamás. En Barcelona sí, pero fue el 8-O y allí estaba el propósito soterrado de que la capital catalana no siguiera despeñándose por el provincianismo.
Y dos veces en Madrid, una contra ETA después de un atentado y otra contra la guerra del Golfo. Aquí me incomodaban un tanto los manifestantes (esos Bottos sobreactuados, la proliferación de castristas), pero concluí que había que estar y estuve: haciendo chistecillos, pero también haciendo bulto.
Fue entonces (el mejor chistecillo, por cierto, no fue mío, sino del amigo que me acompañaba, señalando a aquellos Bottos y castristas que se dirigían a la mani: “¡Hoy sí que habrá entradas para Los lunes al sol”!) cuando recordé un viejo artículo de Fernando Savater: “Paradojas manifiestas”.
Allí Savater –convocante ahora de la manifestación de Colón– reflexionaba sobre las compañías no siempre gratas que nos encontramos en las manifestaciones. Aquella era contra Pinochet y partía también de Colón. En el artículo va dando cuenta de lo que le rechina durante la marcha, con comentarios al paso, y concluye: “Había que venir, después de todo. Pese a las paradojas que se manifestaban junto a nosotros, pero sin olvidarlas”.
El problema ahora es Vox, para los delicados entre los que me cuento. Su auge se ha cargado –como escribí la semana pasada– el patriotismo constitucional, sin duda por impotencia de este. Pero la fuerza que rasca es espuria, de instintos chungos. Estamos en un terreno ya necesariamente embrutecido.
Hay otra fuerza posible, sin embargo: la que surge de la pura revuelta contra las infamias del Gobierno. Este es, en realidad, el que justifica la manifestación en principio dudosa. Es el Gobierno, incluso, el que legitima a Vox y le resta gravedad a su compañía.
Luego, ya en Colón (lo he visto por la tele), Rosa Díez ha hablado de “la buena gente”, desdichadísima expresión; e Isabel Díaz Ayuso ha metido improcedentemente al Rey en cuanto a la firma que deberá ponerles a los indultos. Pero el discurso de Andrés Trapiello –violentado él mismo en su subida de tono, emocionante ofrenda cívica– le ha dado sentido a la jornada: era justo eso, lo que él ha dicho.
Savater empezaba aquel viejo artículo hablando con sorna de los pareados de las manifestaciones. Ciertamente, son poco estéticos (¡jamás los corearemos los finos!). Pero en Colón se ha visto uno que no estaba mal: “Yo, votante del PSOE, / al pueblo pido perdón / y al Gobierno dimisión”.
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En El Español.