30.4.22

Del tiempo

[Dietario]

Del tiempo. Desde niño me fascina la expresión ‘del tiempo’ aplicada a las bebidas. Agua del tiempo. Está claro que se refiere a la temperatura, pero me ha venido siempre un eco del tiempo en su otra acepción, como si fuese el tiempo el que nos diera de beber o en el botellín hubiese horas y minutos. En una canción de la brasileña Rosa Passos se dice sobre lo que ya sucedió que 'essas coisas são do tempo': esas cosas son del tiempo. El tiempo como el almacén (o el dueño) de las cosas pasadas.  

Ciudad de barro. La calima ha dejado Málaga marrón: suelos, fachadas, cristales con barro. Me dan pena (y confieso que una pizca de euforia sádica) los edificios recién pintados, con su blanco que duró solo unos días. Hay lista de espera para las pistolas de agua. Desde entonces, abril ha tenido de todo ("está loco como febrerillo el loco", oí en la calle): solazo y cuchilladas de frío. Y mucha lluvia (aquí sí como en abril, "aguas mil"); aunque en Semana Santa solo llovió el martes, el día de la procesión de mi barrio. Hemos tenido que hacer malabarismos entre la manga corta y el chubasquero.  

El día del holter. Estoy ante la cardióloga. Va a decirme los resultados del holter que llevé hace unas semanas. El holter es ese aparatito que te cuelgan con electrodos que miden el ritmo cardiaco durante veinticuatro horas. Aquel día de marzo tuve una inesperada vida social. Me tomé unas cañas al mediodía en el Oasis con mi amiga Txani Rodríguez, escritora vasca que adora Andalucía (¡hasta baila flamenco!). El año pasado ganó el premio Euskadi de novela con 'Los últimos románticos'. Por la noche cené, junto a los colegas de catacumba, con el intelectual colombiano Carlos Granés, que venía a presentar en Málaga su libro 'Delirio americano'. Con las copas y las risas llegué a casa con ganas de marcha. Me apetecía, no sé, una pequeña expansión fisiológica. Entonces me acordé del holter: "¿Y si lo registra? Qué vergüenza luego con la cardióloga...". La cardióloga que ahora me mira y me dice que todo está bien. Tal vez fui conservador.  

Concejal Antonio Garrido. Leo que a una plaza le han puesto Concejal Antonio Garrido Moraga. Qué fea y humillante manía malagueña de llamar a los sitios. Es fea porque suena fatal y alarga innecesariamente los nombres. Es humillante porque presupone el desconocimiento del homenajeado por parte de los transeúntes. Esto último es verdad la mayoría de las veces; razón de más para no exhibirlo. En el caso de Antonio Garrido encima es reductor: él fue muchas más cosas que concejal. Fue crítico literario, fue cofrade, fue hombre de letras y de mundo, fue mi profesor. Y disfrutaba siéndolo todo a la vez. La tarde más memorable fue aquella en que nos invitó a otro alumno y a mí a un cóctel de la Agrupación de Cofradías. Cada vez que se acercaba un cofrade hablaban de la Esperanza. Pero cuando se quedaba a solas con nosotros nos recomendaba ardientemente a Thomas Bernhard, cuya novela 'Tala' acababa de salir.  

Strachan. Una de las palabras lujosas del malagueño desde niño es ‘Strachan’. Calle Strachan, de cuando en Málaga sí se sabía poner nombres de calles. Andando el tiempo, soy amigo virtual de uno de los descendientes de la familia: Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan, que vivió en Málaga de niño y hoy es profesor de literatura norteamericana en la Universidad de Valladolid. Acaba de publicar un estupendo libro de viajes y ensayos sobre los Estados Unidos, que son su pasión: 'En busca del fantasma de América'. Es, como el autor escribe, "el libro de toda una vida" dedicada a la lectura y la música estadounidenses, y al conocimiento directo de aquel enorme país. El libro está dispuesto como un largo viaje en un autobús Greyhound, con sus correspondientes paradas. Su principal aliento es el de la literatura 'beat'; sobre todo, naturalmente, 'En la carretera' de Jack Kerouac. Es muy emocionante la última frase, con que Strachan aquilata lo anterior: "Yo había viajado para conocer lo que en mi adolescencia había sido ese más allá".  

Al volver de Almogía. Escribe Lina, mi hermana, al volver de Semana Santa: "Mi madre y una prima suya –ambas viudas– estaban riendo, recordando anécdotas del pasado con sus maridos. Yo reía también, escuchando esas historias. De repente, la prima le ha dicho a mi madre: '¡Hay que ver, niña, cómo se termina todo, qué pena, cómo se termina todo!'. Y las risas de ambas se han transformado en lágrimas en un momento. Yo las miraba, emocionada, pensando lo que se tiene que sentir, llegados a cierta edad, viendo todo lo que se va perdiendo por el camino, y me he estremecido. Es demasiado fina la línea de separación entre la sonrisa y la lágrima, entre la alegría y la tristeza. En definitiva, entre la vida y la muerte".  

Defínase con una frase. Soy el adulto que en las bodas se pide el menú infantil. 

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En Diario Sur.