3.5.22

Entre la petanca y la papeleta negra

No suele haber ganas de elecciones, pero esta vez hay ganas de elecciones: hay ganas de darle la patada a Sánchez, el presidente de las mentiras y las infamias (y la no mucha efectividad). Las elecciones son en Andalucía, donde no se dirime eso. Pero las elecciones son también para expresarse y el 19-J nos expresaremos los andaluces. Pasó lo mismo con los madrileños el 4-M del año pasado. Los castellano-leoneses (¡cómo me gusta decir castellano-leoneses!) lo vivieron a su vez hace poco.

Hablo con un indudable sesgo antisanchista, que cultivo. Y que no me impide, sin embargo, reconocer que muchos adoran a Sánchez (hay politólogos especializados en justificar científicamente todo lo que hace y dice). En Andalucía votarán a Espadas, el Zoido del PSOE: un suave pancista. Sánchez o Espadas le dan igual a su electorado fiel de niños de la guerra que vivieron los años del hambre y el franquismo: al meter la papeleta ellos seguirán votando a Guerra y González. Es un electorado culpable e inocente al mismo tiempo. Bastante tuvieron, sostengo con un cierto paternalismo. Aunque no serán los únicos, y en los otros hay menos inocencia.

El presidente de la Junta Juanma no lo ha hecho mal esta legislatura. Su estrategia, por otra parte, como observa mi amigo Mármol, el más fino analista de la política andaluza, ha sido menos de reforma que de sustitución: ha cambiado las aceitunas sin cambiar el agua. Ha habido un aire de continuidad con otras caras, nada traumático. Votar al PP sería un modo amable, conservador, de tocarle las narices a Sánchez... si no hubiera la certeza de que tendrá que arreglarse con Vox, esta vez con la energuménica Olona (cuyo primer discurso, muy Teresa Rodríguez, ya ha empezado a hacer demasiado larga la campaña electoral).

El problema de los moderados que consideran votar al PP es que se ven condenados a jugar a la petanca: se arriesgan a no llegar. Pasó lo mismo con los moderados que consideraron votar al PSOE en las últimas generales. La apuesta antivoxista de votar al PP (o la apuesta antipodemita de votar al PSOE) solo tendría (o habría tenido) éxito si fuesen tantos los que apostaran como para obtener la mayoría absoluta. De lo contrario, si no llegan, la apuesta tendría un resultado indeseable: reversiones del voto en Vox (o en Podemos). El resultado indeseado es el que se termina cumpliendo.

Yo tal vez votaría a Juanma, contra Sánchez (¡en clave nacional, sí: esto es lo que hay!), si no existiera el riesgo de que mi voto revirtiese en Olona, con el subsiguiente agilipollamiento de mi cara. Mi antisanchismo no llega al extremo de soliviantar mi estética, por lo que veo improbable votar a Juanma. (Aunque si Sánchez sigue con empujoncitos como el de Bildu no niego nada...)

Queda Ciudadanos, el partido al que he estado votando desde la desaparición de UPyD. ¿Pero queda realmente Ciudadanos? Su voto es el de la papeleta negra, por lo fúnebre. Un voto, un ataúd; unipersonal encima: el de Joe Rígoli. Tampoco ha sido mal vicepresidente, pero la posibilidad de quedarse fuera le está haciendo dar manotadas de ahogado (pese al ridículo flotador con el que se ha dejado fotografiar). Se ha escrito que pretende ir a por el voto andalucista, lo que sería un final épico para el partido que nació para combatir el nacionalismo.

Así que aquí estoy: un antisanchista andaluz (aproximadamente socialdemócrata, con simpatías liberales) que no sabe a quién votar y ni siquiera si va a votar. Entre la petanca y la papeleta negra. Y la papeleta blanca, más póstuma que pura. 

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