[Dietario]
Bendecir churros. Estoy con Sanz Irles en Madrid. He venido a acompañarlo en la presentación de su novela Leontiel, que hizo ayer con Carlos Mayoral. Estamos desayunando en la chocolatería Valor, cuando me señala algo detrás de mí. Es una familia extranjera, el padre, la madre, varios niños, que bendicen la mesa antes de empezar a comer. En la mesa hay churros. Bendecir churros: ¡habría que hacerlo siempre!
Cena con Mira. Deliciosa cena con Mira Milosevich en el Apolo del paseo marítimo después de su conferencia sobre la invasión rusa de Ucrania en La Malagueta, invitada por Arias Maldonado. Estamos los catacumbistas habituales y de pronto la conversación parece un concierto: cada voz entra en el momento adecuado, enlazándose, y todo funciona. Mira es divertidísima, inteligente, irónica. Dice que no va a pedir tortillitas de camarones porque son "pegajosas". Pero yo pido tortillitas de camarones y todos se suman, incluida Mira. Naturalmente, las tortillitas se camarones se convierten en el eje de la velada. Y el imprescindible hecho de que sean "pegajosas".
El menino. Mi sobrino pequeño vino de Madrid entusiasmado con Las meninas, que visitó con la hermana y los padres. Le dije: "¿Sabes que Las meninas son una máquina de desaparecer?". Me miró extrañado, pero se lo expliqué: "Cuando te pones delante del cuadro, en el espejo se ve a los que están detrás de ti, los reyes, pero a ti no se te ve. ¡Has desaparecido!". Se quedó pensándolo, sin creérselo mucho. Llegó entonces la madre y corrió hacia ella: "Mamá, mamá, ¿sabes que Las meninas son una máquina de desaparecer?".
Málaga suave. Irles ha invitado a Luis Antonio de Villena a que presente Leontiel en Málaga. Comemos con él en La Deriva y por la noche, tras el acto, lo llevamos a Los Delfines. Dice que se irá pronto, pero se va quedando hasta el final. Es una charla crepuscular y grata. Me acuerdo de la que tuvimos con él Andújar y yo en el Óliver de Madrid, en 1985. Me firmó entonces La muerte únicamente, que le enseño hoy. Tratamos con una cierta elegancia el vértigo del tiempo. Le doy a que me firme Corsarios de guante amarillo, el primer libro suyo que leí. Una vez, en una entrevista, Villena dijo que Málaga le parecía una ciudad "suave" y aquello se me quedó. Leer a Villena me dio aires cosmopolitas, pero resulta que entre los lugares que me desveló estuvo Málaga: aquel "suave" me hizo sentirla suave.
Móviles. Leo que "Ricardo Darín estalla contra los móviles e interrumpe su actuación en el Teatro del Soho". Hasta siete llamadas sonaron. "¡Basta ya!", le gritó al público. Me he acordado del concierto que dio Caetano Veloso en el Cervantes. Sonaba su canción más querida, O leãozinho, momento supremo de intimidad y magia... y entonces sonó un móvil.
La droga del fresco. Dice uno: "En cuanto hace calor, los malagueños se visten como si fueran a comprar droga". Es verdad. Van en busca de la droga más preciada en este calor de mayo: el fresco. Yo también me disfrazo de percusionista jamaicano, pero mi camello principal, como saben, lo tengo en casa: es el ventilador. Ya lo he encendido y no lo apagaré hasta entrado noviembre, calculo.
Amor. Presentación de Mediterráneos de José Carlos Llop, su poesía de 2001 a 2021. El poeta habla con Rodrigo Blanco Calderón, nuestro malagueño de Caracas, quien le pide que lea el poema que yo hubiera pedido, 'La playa de las mujeres', que empieza así: "Algunas mujeres se desnudan frente al mar / si no conocen a nadie y nadie las conoce...". Llop lee también 'Amor', que tiene solo dos versos y es perfecto: "Decir mi vida / y que sea verdad".
El mejor pulpo frito. Me venían diciendo que el mejor pulpo frito de Málaga es el del Juanito-Juan de El Palo. Lo que no entiendo es cómo lo decían antes de que me pronunciara yo, que soy el que parte el bacalao en el pulpo. Me hago acompañar de Toscano, Arias y Nadales (cuyo hermano menor, por cierto, se queja de que no hago más que sacar a mis amigotes en el dietario). Llega el momento, lo pruebo deseando que esté malo para hacer un alarde de personalidad y rechazarlo. Pero no: ¡está bueno! ¡Es, en efecto, el mejor!
Tejiendo tiempo. Mi madre se ha pasado los últimos meses haciendo mantas de punto para toda la familia, nueve en total. La mía la ha terminado justo cuando hay que guardar las mantas: queda para la vuelta del frío, en que me calentarán la lana y su dedicación. La idea del tiempo prendido en cada punto.
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En Diario Sur.