El baile es dionisiaco y suscita recelos apolíneos. Nunca han faltado quienes tachan de obscenas ciertas desnudeces, ciertas contorsiones. Cuando atacaron a Rosalía por la misma causa, recordé al Luis Cernuda de Los placeres prohibidos, los versos más valientes de los años treinta en España: "Abajo, estatuas anónimas, / Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; / Una chispa de aquellos placeres / Brilla en la hora vengativa. / Su fulgor puede destruir vuestro mundo". Los detentadores (¡y detentadoras!) de los "preceptos de niebla" sabemos quiénes son hoy. A ellos destruyó Chanel el sábado; pero secundariamente, como efecto subsidiario de lo principal: la afirmación de la vida, de la (¡resucitadora!) alegría de vivir.
No sé por qué cierta izquierda (la predominante además) se ha resignado a ocupar el lugar de los curas. No sé por qué les da tanto miedo el culo de Chanel. Pero sí lo sé: esa izquierda es la practicante de la religión realmente existente en la actualidad, la única en pujanza y no en declive. La ideología se ha solidificado en grumos teológicos a los que la realidad estorba. La realidad carnal para ser precisos. La explicación supongo que es psicológica: aquellos (¡y aquellas!) que se han acogido a una fe rígida, política en este caso, son los que consideraban un agravio la inestabilidad del cuerpo, su fugacidad gloriosa y humillante.
En un luminoso ensayo de los años sesenta, Conjunciones y disyunciones, Octavio Paz repasaba las relaciones entre el cuerpo y lo que no lo es; acogiéndose al lenguaje estructuralista de la época los llamaba signo cuerpo y signo no-cuerpo. Era tiempo entonces de resurgimiento del signo cuerpo (y el uso aquí de signo es porque este también estaba impregnado de carnalidad: la visión analógica del poema mismo como mundo). El cuerpo se zafaba de la represión judeocristiana, en relajaciones hedonistas de advocación pagana o en exploraciones de religiones orientales en que la relación entre los signos cuerpo y no-cuerpo no era de disyunción sino de conjunción.
Chanel y Rosalía tienen algo de aquellas diosas curvas de los templos de la India. Pero han venido a exhibirse en un momento en que el signo no-cuerpo pugna por tiranizar el ambiente, con su afán disyuntivo. Las beatas neofranquistas de la pseodoizquierda las acusan de hipersexualización e incluso de rozar lo prostitutoide. No importa que trabajen hasta alcanzar la excelencia en su arte, que hayan triunfado por talento y por voluntad, por pura potencia femenina: tienen que enfrentarse a la puritana que les dice que "no hay ninguna necesidad de salir semidesnuda a cantar". Se trataba de eso, claro: de la cruzada de la necesidad (¡de la pesadez!) contra la gratuidad (¡contra la ligereza!).
Es el culo de Chanel el que da miedo y no la teta aerostática de Rigoberta Bandini, debidamente encauzada al (¡necesario!) amamantamiento. A mí me gustaba la canción, y en realidad la veía mejor para el concurso. Pero Chanel ha ganado. Qué lucha entre el ma-ma-ma y el mo-mo-mo: el yin y el yang también. Y ese culo que se elevaba solo, y bajaba, y se volvía a elevar.
* * *
En The Objective.