26.11.23

Milei, Napoleón, la guerra en Málaga y el inglés de Sánchez

[Montanoscopia] 

1. Desesperación de Argentina: para luchar contra el peronismo solo podía recurrir a un peronista del antiperonismo. Arias Maldonado ha dado la mejor definición del nuevo presidente Milei: "el peronista definitivo". 

2. No me apetece Napoleón ahora. Me llega en un mal momento histórico. Así que pasaré de la película de Ridley Scott. Su anuncio, sin embargo, me ha recordado dos emociones napoleónicas de mi vida. La primera, cuando entendí lo que significaba su figura para los protagonistas de Stendhal: la posibilidad del individuo triunfante tras el fin del Antiguo Régimen. La segunda, cuando asistí, aquella vez sí, al Napoleón de Abel Gance, la sesión más prolongada de felicidad cinematográfica de mi vida. Fue a mis veinte años en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Mi amigo Jurdao y yo nos aprestábamos a pasar el montonazo de horas siguientes (creo que eran seis, sin descanso) como maratonianos de la butaca. La película empezó y para mí se paró el tiempo. A mi lado, Jurdao se puso a hacer al rato impacientes contorsiones; hasta que se tumbó en el suelo en el estrecho espacio entre las filas horizontales y se quedó dormido. Ni siquiera eso me distrajo. Había pasado no sé cuánto cuando yo, instalado en la felicidad con las imágenes mudas de Abel Gance y la música de Carmine Coppola, no me podía creer que aún quedase tanto de la vida de Napoleón, hasta Waterloo y Santa Elena, y que por eso me quedase tanta felicidad. Pensaba que la película abarcaba toda la biografía. Pero se terminó enseguida, en la campaña de Italia. ¡Ni siquiera cubría la de Egipto! Mi felicidad, en cualquier caso, no se extinguió. La llevaba conmigo mientras Jurdao se desperezaba. Nunca una película (¡el propio Gance hacía de Saint-Just y Artaud de Marat!) se me ha hecho más corta. 

3. Sí he visto Caleta Palace, la película documental de José Antonio Hergueta sobre el comienzo de la guerra civil en Málaga. Se subtitula Revolución y tragedia en la ciudad del paraíso porque en Málaga se hizo la revolución durante los primeros meses de la guerra, con los consiguientes crímenes, hasta que cayó en manos de los fascistas en febrero de 1937, con la otra tanda de crímenes y lo que vino después. Y por la tragedia del contraste entre los desastres de la historia y la luz mediterránea, tan bien reflejada en la película. Esta está construida con imágenes documentales, imágenes actuales (delicadamente insertadas en el pasado), elegantes maquetas y actores que representan y narran algunos momentos, y reflexionan sobre su experiencia. Aparecen sir Peter Chalmers Mitchell, alias Sopita (interpretado por Miguel Rellán), Arthur Koestler, Mercedes Formica, Luis Bolín, Gerald Brenan o, mi favorita, Gamel Woolsey (interpretada por Nadia de Santiago). Se me quedó una frase terrible que se repite, sobre las guerras civiles: "Dichosos los que mueren primero". 

4. A propósito de la crisis con Israel provocada por Pedro Sánchez, quien ha recibido la felicitación de la organización terrorista Hamás, tuitea Daniel Gascón: "Qué suerte tener un presidente que habla inglés y da buena imagen internacional". Y Yaiza Santos destaca este tuit de Nogaret: "Para esto sirve tener un presidente que hable inglés. Para montar un cisco diplomático". Hace tiempo que venía pensando en eso: en cómo la desenvoltura de Sánchez con ese idioma, por el modo en que los suyos lo jalean intimidatoriamemte y por el hecho de que él mismo lo usa, como lo usa todo, para disfrazar su nada, embaucar y seguir mintiendo, no es la salida, sino la culminación de la perenne relación patológica de los españoles con el inglés. 

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24.11.23

Antonio Machado en el Parlamento

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:43:44
 
Buenas noches. En la pasada sesión de investidura volvió un viejo amigo al Parlamento español: Antonio Machado. Pero abaratado y malcitado, no como en los tiempos de Alfonso Guerra. Aquellos tiempos fueron también los de Antonio de Senillosa, por cuya boca oí por primera vez, pronunciado en sede parlamentaria, el nombre de Chateaubriand, el autor de Memorias de ultratumba, un libro que todos deberíamos ir leyendo. ¡Chateaubriand! Hoy sería un escándalo ese alarde de elitismo. Un elitismo que nos empujaba a los de abajo hacia arriba. Hoy no hay arriba, así que solo pueden empujarnos hacia más abajo. Lo que pasó en el Parlamento con Machado es un ejemplo. Dos hombres que no lo han leído jamás se enfrentaron por la pulcritud de una cita que les sonaba a chino y que utilizaron espuriamente. Se trata de un verso aislado, un poema de un solo verso, perteneciente a Proverbios y cantares. Lo digo: "Hoy es siempre todavía". ¡Admirable síntesis! ¡Esperanzadora además! Sánchez la ensució al usarla para defender la amnistía, pero la cita era correcta. Tal vez porque siempre ha contado con literatos entre sus asesores. A Feijóo, en cambio, lo asesora, o alguien que busca rápido y mal por Google, o alguien aún peor: un fan de Ismael Serrano. De este era el horrible añadido que Feijóo atribuyó a Machado. Confieso que me da morbo ver a la derecha citando a un cantautor: tal para cual. Pero si Sánchez hubiera tenido el libro de Machado en sus manos, tal vez hubiese leído este otro poemita de la página anterior, que le interpela: "Todo narcisismo / es un vicio feo, / y ya un viejo vicio". Me despido con estos dos versos célebres que nos interpelan a todos, al sectarismo rampante del país: "De diez cabezas, nueve / embisten y una piensa".

23.11.23

La feria de las vanidades ministeriales

Contaban en Málaga que cuando hicieron ministra a una política de aquí, la madre se quedó muy preocupada: "Hija mía, ahora va a saber toda España cómo eres". Y lo supo, vaya si lo supo. No digo su nombre porque de repente dudo entre dos, una del PP y otra del PSOE. Valdría para cualquiera de ellas, porque las dos se las traían.

Me he acordado esta semana al ver la feria de las vanidades de los ministros y las ministras (¡ha faltado algún –algune– ministre!). Quienes se incorporan deben probar su obediencia dentro de su ministerio, después de haberla probado fuera, razón de su nombramiento. Quienes permanecen son ya de contrastadísima obediencia. El presidente Sánchez les ha vuelto a premiar por una sumisión expresada mediante contorsiones: su asombrosa flexibilidad moral les capacita para las aún más complicadas que están por venir. Son genuflexiones operadas hasta la más íntima conexión neuronal.

Todos y todas (¡lamentablemente no todes!) juraron o prometieron el cargo por su "conciencia y honor": justo aquello cuya autoextirpación era un requisito para ponerse a las órdenes de Sánchez. Lo hicieron además ante una Constitución sobre la que tienen ideas creativas. Al orangutanesco Puente, por ejemplo, se le veía en la cara que hubiera preferido jurar la Ley de la Selva. En cuanto, por poner otro, a la antisemita Rego –la única ministra de la Infancia del mundo entero que justifica el asesinato de niños– supongo que le hicieron pasar antes por el control de explosivos, porque lo que le apetecería (¡esto no es información, es opinión!) sería meterle dinamita a la Carta Magna.

Es una contrariedad que el rey Felipe VI sea tan alto, porque les da a las imágenes oficiales un enojoso aspecto de bajorrelieve asirio. La superioridad jerárquica de Asurbanipal se plasma en su tamaño mucho mayor que las otras figuras, fatalmente subsidiarias. Solo Sánchez y Puente se aproximan, pero no lo bastante. La ventaja para todos ellos es que no pudieron atisbar en vivo el rictus editorializante del Rey, que tenía lugar allá en la cumbre. Al verlo luego en la prensa les entrarían ganas de pedir la República (¡esto también es opinión!).

Si lo analizamos, querer ser ministro es querer mandar. Y querer vivir en un mundo algodonoso de coches oficiales, despachos, moquetas, empleados a tu servicio y gente que se cuadra a tu paso. Esto es lo que reflejaban las henchidas caras de los ministros y ministras progresistas, que sin duda han progresado en sus vidas: han llegado, de hecho, a su tope. Y por el módico precio de someterse a Sánchez y acompañarle en todas sus dichas y desdichas, en todos sus dichos y desdichos. Debe de ser tan buena esa mierda que si te la quitan te da rabia, como a Belarra y Montero, exministras ya para toda la vida, cuesta abajo en su rodada desde su tope vital.

Llama la atención la emotividad, hasta las lágrimas en el caso de la vicepresidenta Díaz, al asumir el cargo. En algunas tertulias se ha comparado la toma de posesión de los ministros con la gala de los Goya. No con la de los Oscar, que es algo más sofisticada, sino con la nuestra, que es desparramada y cutrecilla. En el castizo mundo del cine español, el que gana un Goya dice con incontenible euforia carpetovetónica: "¡Me lo he llevado!". Pues lo mismo los ministros: se llevan sus ministerios.

"¡Que me lo he llevao, mamá!", podría decir hoy aquella ministra malagueña de que hablé al principio. Y si se entera toda España de cómo es, como temía su madre, peor para España. 

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19.11.23

Un patán al mando

[Montanoscopia] 
 
1. "Guardar y hacer guardar la Constitución". Con esta mentira inaugural ante el Rey (las cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas) arranca Sánchez la nueva fase de su franquismo particular. La más letal sin duda. Los españoles se arrepentirán del 23-J. Y cuánto. Cómo lo van a pagar. No hay que ser Casandra para predecirlo.  
 
2. En el ambiente polarizado y embrutecido construido y alentado por Sánchez (al que luego, claro está, se han sumado –nos hemos sumado– todos: la máquina de la polarización y el embrutecimiento, una vez puesta en marcha, marcha sola), lo menos malo ya (siendo muy malo) era que Sánchez siguiese gobernando. Imagínense unas nuevas elecciones ahora y un gobierno de Feijóo: los polarizados y embrutecidos sanchistas hubieran hecho la vida imposible (ríanse de los "fachas" de Ferraz); los nacionalistas, independentistas y proetarras (disculpen el pleonasmo) hubieran multiplicado sus golpes posmodernos, modernos y premodernos. La única solución ya es que Sánchez se achicharre en el poder. La única extinción efectiva del sanchismo ha de der una autoextinción. No sé si ocurrirá; ni, si ocurre, qué parte del país se habrá achirrarrado y extinguido también. Un error de cada uno de los dos polos es pensar que hay una solución si se impone al otro polo. Pero lo cierto es que no hay solución ya. Solo habría no sé si solución pero sí apaciguamiento si se autodesactivara, por achicharramiento o extinción, el peor polo, el polo que ha desatado la polarización, el de Sánchez.  
 
3. Del mismo modo que existen el votante fino (¡yo!) y el manifestante fino (¡yo!), existe el sanchista fino. Este no incurre en las groserías del sanchista al uso, sino que hace como que cuestiona a Sánchez, aunque en realidad se limita a cuestionar a los socios de Sánchez, como si no tuviesen relevancia ni fuesen decisivos solo por Sánchez, para concluir, tras no pocos cantinfleos, que en cualquier caso la situación no es apocalíptica. Es un término interesante, porque no lo ha empleado ningún antisanchista. Solo el sanchista fino emplea, adjudicado al antisanchista, el término apocalíptico: así se delata como integrado.  
 
4. Me he asomado a cuatro manifestaciones contra Sánchez: la del recibimiento (hostil) a Sánchez en Málaga y, en Madrid, a la de la Puerta del Sol, a la de Cibeles y una noche a la de Ferraz. En todas lo mismo: una mayoría de indignados cívicos plenamente democráticos desactivados por una minoría de ultraderechistas y hasta carlistas con sus boinas rojas gritando burradas que se lo regalaban todo a Sánchez. Estos no han entendido que la protesta es por cuestiones formales, por la defensa vacía del Estado de derecho, es decir, por la nación de todos: protesta que estropean con su introducción improcedente de contenidos espurios. En las cuatro ocasiones me ha llamado la atención un personaje que se repetía: un viejecillo aislado, había unos cuantos en cada manifestación y en sus estribaciones, sin contacto entre sí, con la bandera de España en la mano o envuelta en el cuello como una bufanda, callado y triste, con una melancolía histórica y una visible pesadumbre, sin ganas de nada, asistiendo sin esperanza, como un simple testimonio inútil, preso de la fatalidad.  
 
5. La risotada de Sánchez contra Feijóo en el Congreso durante la sesión de investidura. Risotada de loco, risotada de tipo mediocre y bajo que no ha llegado alto por sus virtudes (ciertamente desconocidas), sino por sus defectos, potenciados sin piedad (hasta la resistencia y la voluntad son en él defectos). Un patán al mando.  
 
6. La lucha contra el fascismo produce aquí más destrozos que el fascismo. 
 
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12.11.23

Sánchez, ese Fernando VII de baratillo

[Montanoscopia]  
 
1. La perversión del militante político es perder de vista que hay un bien superior al partido que defiende: la existencia de otros partidos y su alternancia en el poder. El pluralismo, en resumidas cuentas. A lo largo de mi vida política, nunca militante, he apreciado las virtudes del cambio de partido en los gobiernos: la ventilación que supone. Pero ahora se ha impuesto el tipo de militante obcecado que solo ve lo suyo. El que no gobierne jamás la derecha es hoy el bien supremo para la izquierda, al que hay que sacrificarlo todo: la verdad, la ley, la libertad, la igualdad, la fraternidad, la organización y la existencia misma del país. El presidente Sánchez es desdichadamente en España el líder de esta aberración. Un líder activo: va a por ello y lo consigue. A costa de una España crispada, polarizada, socialmente rota, pronto arruinada y ya embrutecida.  
 
2. Iré este domingo a la manifestación de la Puerta del Sol de Madrid, contra la amnistía y en favor del Estado de derecho. El presidente Sánchez ha conseguido levantarme de mi sofá austrohúngaro. ¡Soy el Lázaro austrohúngaro ahora, que camina! Ya lo hizo el viernes, un día después de su infame pacto con Puigdemont, cuando vino a la Subdelegación del Gobierno en Málaga a reunirse con el canciller alemán Scholz. A los malagueños, pues, se nos dio la ocasión de desahogarnos un poco contra este Fernando VII de baratillo que es Sánchez. A las manifestaciones se va a hacer bulto y a amplificar ripios, pero yo quería ahorrarme lo segundo. Y los demás insultos, aunque no fuesen rimados. El votante fino también es, o pretende ser, un manifestante fino. Dediqué un tiempo a considerar qué quería exactamente gritarle a Sánchez. Me quedé con dos palabras: "¡Fuera!" y "¡Canalla!". Armado con ellas en la boca, como dos bolas de chicle, fui a la sede de la Subdelegación. Una hora antes no había nadie: solo furgones policiales y policías, burócratas trajeados en el rellano tras la verja, cuatro ultraderechistas que parecían sacados de la película 7 días de enero (no me extrañaría que los hubiese puesto el Gobierno). Como el chiringuito Oasis está al lado, fui a tomarme un whisky al solecito, mientras este iba declinando con parsimonia. Cuando llegó la hora de Sánchez aún quedaba sol y aún me quedaba whisky, así que decidí aplazar la política por la vida una vez más. Una corriente de aire levantó arenilla a lo lejos, arenilla que por la luz que la atravesaba parecía polvo de oro. Podría haberme ido entonces, porque nada me pareció más antisanchista que aquella pausa del embrutecimiento. Pero al final fui. Había ya una multitud con banderas de España y gritando: "Pedro Sánchez, hijo de puta", "Puigdemont a prisión", "Que te vote Txapote"... El ambiente era más bien festivo. Solo vi una bandera con aguilucho: el premio que busca la prensa gubernamental y que siempre hay algún apretao que le brinda. Los gritos no me animaban a sumarme, así que me limité a hacer bulto. Observé que por aquí y por allá había ciudadanos como yo: solitarios, silentes, resistiendo con sobriedad. De pronto la multitud se puso a repetir una de mis dos palabras elegidas: "¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!"... Me monté en la ola, coreé esa palabra y saqué la otra que traía: "¡Canalla! ¡Canalla! ¡Canalla!". La sofisticación de mi improperio causó extrañeza alrededor. Fui mirado. Nadie me acompañó. Por eso me partí de risa cuando no mucho después un periódico sensacionalista tituló así: "Una multitudinaria protesta revienta la reunión de Sánchez con Scholz en Málaga al grito de '¡Canalla!'". 
 
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10.11.23

Puigdemont como obra de arte

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 4:19:50]
 
Buenas noches. Hoy traigo a un personaje aparentemente anticlimático pero que en realidad es superclimático: ¡Puigdemont! No encuentro mejor sitio para él que el Nanosegundo. La política se le queda pequeña y en ella está descontextualizado. Mi tesis es que a Puigdemont hay que contemplarlo como obra de arte. Háganlo y verán que funciona. Cuando apareció en nuestras vidas parecía un personaje ridículo, con su aspecto de quinto Beatle: una especie de tuno del independentismo catalán. Pero ha terminado siendo el Oscar Wilde español. El escritor irlandés dijo aquello de: "He puesto todo mi genio en mi vida y solo mi talento en mis obras". Puigdemont podría decir: "He puesto todo mi genio en mi vida y solo mi talento en mis golpes de Estado". Solo su talento, ¡pero qué talento! En cuanto a su vida, es de una genialidad absoluta. ¡Y qué arco narrativo! Es el hombre que ha proclamado la república más fugaz de la historia, el hombre que huyó en el maletero de un coche, el hombre que vagó por Europa como los héroes de la literatura para terminar en Waterloo, sin arredrarse ante la sombra del mismísimo Napoleón. ¿Quién ha hecho algo parecido? Pero la cosa no acaba aquí: también le ha echado un pulsazo a Sánchez, quizá el gobernante con más ego que Napoleón. Ha dicho que quería hacerle "mear sangre", que es una frase preciosa. Con Sánchez, por cierto, Puigdemont ha sido Lola, el ángel azul, la mujer fatal, que ha llevado a Sánchez a la perdición. Pero lo más bonito de Puigdemont es cómo ha renacido. De ser un alma en pena en el Parlamento Europeo, ha pasado a tener una alegría contagiosa. Como dice una amiga, "se le ha puesto risilla de hijo del director del colegio". ¡Es una obra maestra Puigdemont!

9.11.23

Cuando el presidente es el primer incendiario

Me imagino a Sánchez encantado con el panorama. Es, al fin y al cabo, su obra: esta España embrutecida, polarizada, barata, chapoteando (¡txapoteando!) a su nivel. Desmiente, desde luego, su relato de la concordia. ¡"La España del amor", decían en la propaganda electoral! Un amor contra media España: un amor con el que acribillar a media España. El relato era obviamente falso. Un relato instrumental, cuyo propósito es embrutecer, polarizar, abaratar, txapotear. ¡De ahí el éxtasis de Sánchez que conjeturo!

La ultraderecha le es necesaria: es la guinda de su pastel. En cuanto asoma un poquito, la absorbe y expande como maná caído del cielo. Digo bien la expande: no trata de aminorarla sino de agrandarla, alimentarla. Todo va en esa dirección. Los dos tuits que ha puesto Sánchez (o su equipo en su nombre) a propósito de las concentraciones ante las sedes del PSOE son significativos.

Dice el primero: "Todo mi cariño y mi apoyo a la militancia socialista que está sufriendo el acoso de los reaccionarios a las casas del pueblo. Atacar las sedes del PSOE es atacar a la democracia y a todos los que creen en ella. Pero más de 140 años de historia nos recuerdan que nunca nadie será capaz de amedrentar al PSOE. Seguiremos adelante".

Y dice el segundo (el último cuando escribo): "No esperamos nada de quienes por acción u omisión apoyan el asedio a las casas del pueblo socialistas. Su silencio les retrata. El avance social y la convivencia merecen la pena. No quebrarán al PSOE".

A Sánchez le interesa que quienes se oponen a él no sean ciudadanos, sino "reaccionarios". No concibe que concentrarse ante las sedes del PSOE sea otra cosa que "atacar"; no puede existir manifestación de descontento hacia él y los suyos, sino solo "acoso", "asedio". Su partido, por su parte, encarna la "democracia", el "avance social", la "convivencia". La respuesta de Sánchez, naturalmente (¡este es su único mensaje!), es fomentar la confrontación, permanecer en ella: "Seguiremos adelante", "No quebrarán al PSOE". Es el presidente de media España contra la otra media. Siempre lo ha sido.

Sánchez se autodenomina progresista (y a su Gobierno lo llama Gobierno progresista) cuando no ha habido gobernante más reaccionario en España desde el franquista Arias Navarro. Bueno, exceptuando a los líderes del independentismo catalán: precisamente sus socios del Gobierno progresista. Y lo llamo reaccionario en sentido estricto: como no hay nada más progresista que el Estado de derecho (garante de la igualdad de los ciudadanos y del imperio de la ley frente al abuso de los poderosos), quien lo debilita o elude es antiprogresista. Así Sánchez.

La aberrante carrera reaccionaria de nuestro presidente progresista pretende culminar en una amnistía a los golpistas catalanes que dinamitaría el Estado de derecho y acabaría, por tanto, con la igualdad de los ciudadanos y con el imperio de la ley en España. Que cuente con el apoyo de su partido entero, con escasísimas disidencias, hace más deprimente la aberración. Que el fin último (el exclusivo fin) sea la permanencia en el poder la ennegrece de manera irremediable.

Solo le queda un relato: que todo es contra la ultraderecha. Una ultraderecha real pero minoritaria en las protestas. Una ultraderecha que, por favorecer el relato de Sánchez, parece diseñada por él: su ultraderecha soñada. Lo más divertido (trágicamente divertido) es que no me imagino ni siquiera a una ultraderecha en el poder cometiendo las aberraciones reaccionarias que están cometiendo el progresista Sánchez, su Gobierno progresista y su progresista PSOE. A los que solo les cabe ya el incendio. Y la ilusión de que las llamaradas no les alcancen.

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5.11.23

Dos franquismos en menos de un siglo

[Montanoscopia] 

1. Quienes no asistieron a la jura de la Constitución de Leonor en el Congreso –nacionalistas, independentistas, proetarras (disculpen el pleonasmo múltiple), ministros populistas y antisemitas, en los que se sostiene nuestro disfuncional presidente en funciones– le hicieron a la princesa el mejor regalo que podían ofrecerle: su ausencia. 

2. Deprimente lo de todos los socialistas escribiendo larguísimos tuits (¡tuits epístolas!) con sus "Yo he votado sí" a la petición de Sánchez para que apoyen las cerdadas de Cerdán y los apaños de Bolaños.¡Son procuradores de Franco! ¡Qué triste siempre el espectáculo de la sumisión! 

3. Lo que no entiendo, dado lo que apoyan, es qué no les gustaba exactamente de Franco. ¿Que no fuera del PSOE? 

4. Dos franquismos en menos de un siglo (con sus respectivas hinchadas franquistas, sus respectivos franquismos sociológicos, sus respectivas prensas del movimiento y sus respectivos escritores del régimen) son demasiados para un país. 

5. El bufón Idafe: bufón que se ríe no del poder sino de los que se oponen al poder. Buen chico Idafe. Confieso que, no obstante, me cae bien: al fin y al cabo se sale del tono mansurrón, pero no por ello menos ofensivo e insultante (últimamente, también insultante de la inteligencia), de El País. Idafe: el bufón del régimen. La fachosfera es él. 

6. Desesperante Feijóo. Qué poca formación tiene. Qué poca fibra moral y de cualquier tipo... Sigue pidiendo elecciones: ¡como si los infamantes pactos de Sánchez con los independentistas pudiesen ser legítimos de haber estado en su programa! 

7. Cuando Carrascal, que acaba de morir, apareció en los noventa como presentador nocturno del noticiario de Antena 3, me vino el recuerdo de que yo ya lo conocía de los setenta. En 7° de EGB, en el curso 1978/79 (¡el curso constitucional!), el profesor de Lengua, don Leopoldo, nos puso como libro de lectura una Antología de la literatura española firmada por José Mª Carrascal. Así, mientras este daba atildadamente las noticias (editorializantes siempre) con sus corbatas ("me gusta llevar camisas discretas y corbatas vistosas", decía), yo me acordaba de las tardes de los viernes en que leíamos a los clásicos en su libro. Reconozco que a veces eran tardes tediosas, pero dejaron un poso. Otras fueron tardes emocionantes, como cuando leímos uno de los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo, el de "La abadesa encinta". Veo a don Leopoldo explicando qué era encinta y nuestra naturalidad ante el milagro, todos, profesor y alumnos, como en un cuadro (ahora) medieval. 

8. Abyectos traficantes de niños muertos. Niños que mata Israel y Hamás pone de escudos. El pecado de Israel es romper el escudo aunque sea humano, en su guerra entre de protección (me temo que más falaz que eficaz) y venganza. Yo asisto con un sentido trágico de la historia, con una desolación esencial. Haciéndome cargo de todo, sin que nada se me ahorre: con horror ontológico. Otros (¡otras!) se echan esos niños muertos en el zurrón sectario, como munición (soez) para su batalla retórica. Batalla que omitieron cuando mató niños Hamás. Y cuando los mató Putin. A este, de hecho, le aplaudieron las matanzas. Abyectos (¡abyectas!) traficantes de niños muertos: los que lloran y los que celebran. 

9. Los taxistas tenían razón: los políticos son todos unos sinvergüenzas (incluyendo en esta categoría a los periodistas de partido, que no son periodistas sino políticos). A lo máximo a lo que podemos aspirar es a que, además de sinvergüenzas, no sean unos delincuentes. Esta suerte no la estamos teniendo tampoco. 

10. Haber sido derrotado absolutamente en la Historia de España. No cabe mayor honor. 

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2.11.23

Citas con la muerte

Nietzsche tiene una sustanciosa cita con la muerte: "Gracias a la segura perspectiva de la muerte podría estar mezclada a cada vida una exquisita y aromática gota de ligereza –¡y lo que vosotros, extrañas almas de boticario, habéis hecho de ella es una gota de veneno que sabe mal y vuelve repugnante la vida entera!".

En este Día de Difuntos quiero traer citas con la muerte dentro; no buscándolas, sino escogiéndolas de entre las que llevo en la cabeza (aunque para su literalidad sí las he buscado).

Larra escribió El Día de Difuntos de 1936 unas semanas antes del pistoletazo. Su pesimismo le hizo decir: "Aquí yace media España; murió de la otra media". Viene al pelo en estos ominosos días su visión de la gente camino del cementerio: "¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro?".

Uno de los mejores finales de novela que conozco es el de Conversación en La Catedral de Vargas Llosa, de la que se recuerda su principio (que también nos viene al pelo): "¿En qué momento se jodió el Perú?". En el final aparece la muerte como refugio de la historia y de la vida: "Trabajaría aquí, allá, a lo mejor dentro de un tiempo había otra epidemia de rabia y lo llamarían de nuevo, y después aquí, allá, y después, bueno, después ya se moriría, ¿no, niño?".

La muerte como corrección de ese error que es la vida es a lo que se refiere el título Corrección de Thomas Bernhard, de entre cuyo aluvión de frases escojo: "La tranquilidad no es la vida, así Roithamer, la tranquilidad y la tranquilidad perfecta es la muerte, así Pascal, así Roithamer".

Borges lo matiza suavemente en estos versos que reflejan la filosofía de Schopenhauer: "Equivocamos esa paz con la muerte / y creemos anhelar nuestro fin / y anhelamos el sueño y la indiferencia. / Vibrante en las espadas y en la pasión / y dormida en la hiedra, / solo la vida existe. / El espacio y el tiempo son formas suyas, / son instrumentos mágicos del alma, / y cuando esta se apague, / se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte, / como al cesar la luz / caduca el simulacro de los espejos / que ya la tarde fue apagando".

Cernuda deposita en la muerte un anhelo de completud: "donde la muerte únicamente, / la muerte únicamente, / puede hacer resonar la melodía prometida". Jünger dice casi lo mismo en El teniente Sturm, en que describe así una muerte en la trinchera: "Su última sensación fue la de hundirse en el torbellino de una antiquísima melodía".

El mismo Jünger en Radiaciones: "A un hombre podrán fallarle todas las citas que tenga previstas a lo largo de su vida –menos una: la cita con la muerte". Y: "En el ser humano reposan también cualidades que solo la muerte desplegará. Entonces la metamorfosis no ocurrirá ya en determinados estratos, sino en la plenitud. Oh vosotros, los grandes aventureros –esa será vuestra última y máxima aventura".

Platón, como recordaba Eugenio Trías, propone la creación, la procreación, como una respuesta terrenal de la vida ante la muerte, según dice en El banquete: "La naturaleza mortal busca en lo posible existir siempre y ser inmortal. Y solo puede conseguirlo con la procreación, porque siempre deja un nuevo ser en el lugar del viejo".

Algo que enlaza con Nietzsche, por terminar con el filósofo con el que empecé. En esta proclama del Zaratustra une vida y muerte en la afirmación de la vida transitoria y de la creación: "¡Sí, muchas amargas muertes tiene que haber en nuestra vida, creadores! De ese modo sois defensores y justificadores de todo lo perecedero". 

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