1. Desesperación de Argentina: para luchar contra el peronismo solo podía recurrir a un peronista del antiperonismo. Arias Maldonado ha dado la mejor definición del nuevo presidente Milei: "el peronista definitivo".
2. No me apetece Napoleón ahora. Me llega en un mal momento histórico. Así que pasaré de la película de Ridley Scott. Su anuncio, sin embargo, me ha recordado dos emociones napoleónicas de mi vida. La primera, cuando entendí lo que significaba su figura para los protagonistas de Stendhal: la posibilidad del individuo triunfante tras el fin del Antiguo Régimen. La segunda, cuando asistí, aquella vez sí, al Napoleón de Abel Gance, la sesión más prolongada de felicidad cinematográfica de mi vida. Fue a mis veinte años en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Mi amigo Jurdao y yo nos aprestábamos a pasar el montonazo de horas siguientes (creo que eran seis, sin descanso) como maratonianos de la butaca. La película empezó y para mí se paró el tiempo. A mi lado, Jurdao se puso a hacer al rato impacientes contorsiones; hasta que se tumbó en el suelo en el estrecho espacio entre las filas horizontales y se quedó dormido. Ni siquiera eso me distrajo. Había pasado no sé cuánto cuando yo, instalado en la felicidad con las imágenes mudas de Abel Gance y la música de Carmine Coppola, no me podía creer que aún quedase tanto de la vida de Napoleón, hasta Waterloo y Santa Elena, y que por eso me quedase tanta felicidad. Pensaba que la película abarcaba toda la biografía. Pero se terminó enseguida, en la campaña de Italia. ¡Ni siquiera cubría la de Egipto! Mi felicidad, en cualquier caso, no se extinguió. La llevaba conmigo mientras Jurdao se desperezaba. Nunca una película (¡el propio Gance hacía de Saint-Just y Artaud de Marat!) se me ha hecho más corta.
3. Sí he visto Caleta Palace, la película documental de José Antonio Hergueta sobre el comienzo de la guerra civil en Málaga. Se subtitula Revolución y tragedia en la ciudad del paraíso porque en Málaga se hizo la revolución durante los primeros meses de la guerra, con los consiguientes crímenes, hasta que cayó en manos de los fascistas en febrero de 1937, con la otra tanda de crímenes y lo que vino después. Y por la tragedia del contraste entre los desastres de la historia y la luz mediterránea, tan bien reflejada en la película. Esta está construida con imágenes documentales, imágenes actuales (delicadamente insertadas en el pasado), elegantes maquetas y actores que representan y narran algunos momentos, y reflexionan sobre su experiencia. Aparecen sir Peter Chalmers Mitchell, alias Sopita (interpretado por Miguel Rellán), Arthur Koestler, Mercedes Formica, Luis Bolín, Gerald Brenan o, mi favorita, Gamel Woolsey (interpretada por Nadia de Santiago). Se me quedó una frase terrible que se repite, sobre las guerras civiles: "Dichosos los que mueren primero".
4. A propósito de la crisis con Israel provocada por Pedro Sánchez, quien ha recibido la felicitación de la organización terrorista Hamás, tuitea Daniel Gascón: "Qué suerte tener un presidente que habla inglés y da buena imagen internacional". Y Yaiza Santos destaca este tuit de Nogaret: "Para esto sirve tener un presidente que hable inglés. Para montar un cisco diplomático". Hace tiempo que venía pensando en eso: en cómo la desenvoltura de Sánchez con ese idioma, por el modo en que los suyos lo jalean intimidatoriamemte y por el hecho de que él mismo lo usa, como lo usa todo, para disfrazar su nada, embaucar y seguir mintiendo, no es la salida, sino la culminación de la perenne relación patológica de los españoles con el inglés.
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En The Objective.