1. Algo insidioso de la edad: cada vez te crees a menos gente. Predominan los aspectos teatrales. Todo es más llevadero, pero también menos satisfactorio.
2. Una derivación de lo anterior tiene que ver con los escritores. Los hay mejores y peores y, como en todos los campos, abundan los mediocres. Pero aquellos a los que no te crees no necesariamente están entre estos. Pueden ser más o menos buenos, a veces muy buenos; solo que te importan un pimiento. Te da igual lo que digan o tengan que decir sobre la vida y su visión del mundo. Te da igual cómo escriben. La literatura no basta.
3. La decepción de estos años ha sido Antonio Muñoz Molina. Los autores no tienen por qué estar pendientes de sus lectores, y les conviene zafarse de la presión (en ocasiones chantajista) que estos puedan ejercer. Pero aquí hablo solo de mi lado, sin pretender coaccionar. Es una decepción, por otra parte, de la que algunos amigos se burlan: ellos nunca se llegaron a ilusionar; ni, por emplear la expresión de las entradas anteriores, se lo llegaron a creer. Me he pasado la vida defendiendo a Muñoz Molina contra un fondo de risitas de suficiencia. Llegué a escribir un artículo melancólico sobre su suerte: sobre cómo le zurraban desde todas las posiciones ideológicas, desde la izquierda, la derecha y el centro; sobre cómo todos encontraban algo por lo que zurrarle. Ahora yo estoy entre ellos, lo que incrementa mi melancolía. Mi reproche es que ha construido una voz moral, que yo respetaba, en la que me he educado, y ahora la utiliza inmoralmente. El efecto es desolador. No se puede ser dueño de una voz moral y apoyar a Sánchez. No se puede ser un referente de la democracia y consentir la destrucción del Estado de derecho. Durante los ásperos años noventa, Muñoz Molina era uno de los pocos que tenían un discurso inequívoco en favor de las formalidades democráticas y, en consecuencia, en contra de quienes las atacaban o mermaban. Incluida cierta izquierda y, sobre todo, los nacionalistas. Además de en sus artículos, era un alivio cuando aparecía en algún informativo matinal de radio o de televisión sosteniendo su postura. Entonces, sin las redes sociales, estábamos más solos. Los cómplices eran joyas. Sus consideraciones nos articulaban y nos sacaban del aislamiento a los que, como bichos raros, estábamos en la izquierda ilustrada y el patriotismo constitucional. Todavía me quedo cuando me encuentro alguna entrevista o conferencia de Muñoz Molina por YouTube. Su tono sigue siendo sereno, civilizatorio. Ejemplar, realmente. Pero por eso es más obsceno que esté defendiendo lo que está defendiendo. Tanto cuando calla (prefiere ocuparse de la isla de Tuvalu o la feria del libro de Guadalajara, en artículos que, por supuesto, no pierden calidad) como cuando se decide a hablar: con una trampa y un sectarismo que me trastornan. Su voz moral al servicio de un tipo como Sánchez.
4. Llama la atención ese argumento último del PSOE: que sin Puigdemont no podrían gobernar. Mucho citar a Antonio Machado y se olvidan del mejor: "Despacito y buena letra: / El hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas".
5. Armengol es la Maruchi, la vecina con la que íbamos a la playa de niños. Por eso no puede caerme mal Armengol. Ahora bien, qué bochorno ver a la Maruchi de presidenta del Congreso de los Diputados...
6. Pincho en un vídeo chocante: un cantautor con su guitarra (inevitablemente posconciliar) tocando en el Congreso. Es un tal Mikel Izal. Fue menos lesivo Tejero. Y hubo más música en sus disparos.
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En The Objective.