[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:58:04]
Buenas noches. Lo siento, pero yo también voy a hablar del libro de Sánchez. Me parece un acontecimiento literario de primer orden. Las bromas que se han hecho sobre Tierra firme son, si nos paramos a pensarlo, las que se han hecho sobre las grandes obras rupturistas de la literatura, que al principio causan estupor pero luego se convierten en clásicas. Gracias a la carrera literaria de Sánchez, que comenzó con Manual de resistencia, puede que un día se olvide que fue presidente del Gobierno, pero no se olvidará su papel en la historia de la literatura, en la que habrá un antes y un después de Sánchez. Retomando el espíritu de las vanguardias, ha cuestionado el concepto de autoría, desenmascarando ese artificio burgués. Sánchez presenta un libro en primera persona que ha escrito otra persona, de la que se ofrece su identidad: Irene Lozano, a la que Sánchez tiene colocada en Casa Árabe, en sutil guiño al Cide Hamete Benengeli del Quijote, con el que ya Cervantes jugaba con la autoría. Como ven, Sánchez se compara con los grandes: logra ser más fantasma que su escritora fantasma. Pero esto es innovador, porque Sánchez clausura la era del sujeto atribulado, escindido, de la modernidad. Con él reaparece el sólido yo del Renacimiento, un yo previo a Descartes, sin dudas metódicas ni de ningún tipo, un yo que es todo acierto, sin errores. Su manera de escribir, además, le ahorra el miedo a la página en blanco, que recae en Irene Lozano, como todas las demás servidumbres artesanales de la escritura. Sánchez libera así a los vapuleados escritores, que aprenden de Sánchez la lección de que no necesitan escribir sus libros. Ni leerlos. Para emular al autor, tampoco yo he leído Tierra firme. Lo que no me impide resaltar sus genialidades.