[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:41:10]
Buenas noches. Me llama la atención un fenómeno que se produce con los muertos famosos: nunca mueren solos. Cuando uno lo hace, pronto le sigue otro, a veces más. Es como si Caronte quisiera aprovechar el viaje. Tal vez, al tratarse de muertos de peso, pretenda equilibrar el cargamento de la barca. Ahora han sido Paul Auster y Victoria Prego. Pienso en de qué hablarán en su navegación por la laguna Estigia. La pareja que más me impresionó fue la de Ava Gardner y Dámaso Alonso, que murieron el mismo día de hace un montón de años. De la actriz Ava Gardner se decía (con una elocuencia vedada en estos tiempos) que era "el animal más bello del mundo". Pues bien, a Caronte no se le ocurrió otra cosa que hacerla acompañar por el animal más feo, que es lo que parecía el filólogo y poeta del 27 por comparación. De Victoria Prego no tengo ninguna opinión ultramontana que decir, porque la admiraba como periodista y como cronista de la Transición; pero sí de Paul Auster. Me parecía un novelista menor. Con encanto, que es por lo que tenía tantos lectores, pero menor. Planteaba bien sus novelas, pero luego no sabía qué hacer con el planteamiento y siempre se le venían abajo. Sus tramas, que solían ser laberínticas, a menudo se topaban con una pared infranqueable. Su éxito era, por esta razón, un equívoco. Pero este equívoco resultaba austeriano, pues lo colocaba a él como autor y también a los lectores en la situación de sus personajes: extraviados en un camino por el que ya no pueden avanzar. Tal vez de esto le esté hablando Auster a Prego en la barca de Caronte. Mientras Caronte sonríe, porque por fin van a avanzar más allá del último punto. Franquearán la pared.