10.8.24

Diario de Río (2001)



(5-III-2001) Llegada a Río de Janeiro. Veníamos machacados por las veintiséis horas de autobús desde Salvador de Bahía, pero hemos salido a pasear nada más dejar el equipaje en el hotel. Tarde neblinosa: visión desvanecida desde Copacabana, también a causa del cansancio. En Ipanema la luz de la tarde se había expandido por la neblina y la atmósfera era rojiza, irreal. Amenazaba lluvia y Nádia ha preferido volverse al hotel. Yo me he quedado mirando discos y libros por la Rua Visconde de Pirajá. Al salir de la última tienda, en la que yo era, sin advertirlo, el único cliente que quedaba, me he encontrado solo en la calle: con todo ya cerrado y a oscuras. Se ha puesto a lloviznar. Después, relámpagos secos y silenciosos en el paseo marítimo: truculentos resplandores por detrás del Morro Dois Irmãos y la Pedra da Gávea, que parecían decorados de teatro. Regreso a paso acelerado, con aprensión. Pero el peligro estaba solo en mí: fuera la noche fluía con suavidad. Las luces nocturnas de Copacabana; la silueta del Pan de Azúcar, que tan bonito hace en el diario. Y ahora, en la tele, tras una entrevista con Gilberto Gil, empieza el programa de Jô.
 
(6-III-2001) Anochecer tropical. Enfrente, el Morro Dois Irmãos, con una palmera delante. Las lucecitas de la favela de Vidigal, descendiendo como los adornos de un árbol de Navidad por la izquierda. Me tomo una cerveza mientras espero a Nádia, con un coco junto al moleskine. Habíamos quedado aquí en el calçadão, a la salida de la calle Maria Quitéria, que ha resultado estar un poco más allá del famoso Posto Nove. Iba al dentista. Se retrasa. Me he venido caminando desde Copacabana, mientras caía la tarde. Gratísima jornada de verano, que contrasta con las imágenes del temporal en España (lluvia, viento, frío) que muestran los noticiarios de la parabólica. Esta mañana hemos estado de compras en el Shopping Rio Sul y luego hemos bajado a la playa desde el hotel. Un par de baños en el agua fresquísima; cervezas, salgadinhos; lectura del periódico tumbado en la toalla y, sentado en la silla, contemplación de las olas con Adriana Calcanhotto en los cascos; también, paseo por la arena hasta Leme. Tópico que se cumple: las sorpresas del paisaje. De pronto surge el Corcovado por detrás del Copacabana Palace, y más allá, llegando a Leme, la visión hacia Ipanema de los Dois Irmãos como uno solo, junto a la Pedra da Gávea. El contraste entre Copacabana e Ipanema. Las veintitantas islitas o montañas de Copacabana, incluido el Pan de Azúcar; y aquí en Ipanema la presencia totémica de Dois Irmãos. Antes han caído unos cuantos rayos, pero no por detrás como ayer, sino a la izquierda, ya en el mar. Realmente dá pra viver en la Zona Sul. En solo este día de reencuentro me han vuelto los deseos de venirme aquí. Tal vez comprar un apartamento cuando pueda, y vivir entre España y Río. Ya está ahí Nádia, esperando a cruzar el semáforo: su rojo es mi verde para acabar la frase. 

(7-III-2001) Por la mañana en el Centro: Rua do Ouvidor y Avenida Rio Branco. Librerías. La vitalidad de estas calles que son, literalmente, una Lisboa del trópico; todo lleno de teselitas y arbolitos. Antes, el Pan de Azúcar desde el autobús a lo largo de Botafogo y de Flamengo, bailando entre los trompicones: aparece, desaparece, resurge entero, se quiebra, se exhibe con perspectiva, esquinado, recatado, obsceno, de frente, de perfil, en calma, nervioso, doméstico, salvaje… y ni medio minuto seguido retenemos la misma visión. Es una postal caleidoscópica y sincopada, y si uno escucha entonces “Sugar Loaf Mountain”, de George Duke, comprobará que solo tiene sentido desde el ônibus
    Al mediodía de nuevo en la playa de Copacabana. El diario O Globo traía hoy las necrológicas por Mário Covas, el gobernador de São Paulo. Al poco de llegar a Brasil apareció la noticia, amortiguada, de su internamiento. Durante todos estos días han ido llegándome flashes, sin que yo les prestara demasiada atención. Ya ayer se veía a la gente conmovida en los noticiarios. Y hoy, las semblanzas del periódico. Parece que era un hombre apreciado, cosa rara en un político de aquí. Me he emocionado leyendo lo que decían de él. Esta figura que consiste en conocer a un hombre justo a raíz de su muerte; el conocimiento viene así impregnado desde el principio de melancolía. 
    Por la tarde largo paseo solitario. Primero he ido a la Rua Duvivier, para ver el callejón que era el mítico Beco das Garrafas, que he localizado en la Historia de la Bossa Nova que me compré ayer. Las lecturas me van redescubriendo la ciudad. Por el libro sobre Tropicália, por ejemplo, supe que donde está hoy el Shopping Rio Sul había en los años setenta un edificio de apartamentos donde vivieron Caetano Veloso, Edu Lobo y Paulinho da Viola, entre otros. Y en la propia Rua Duvivier vivió Chico Buarque. Precisamente lo que me estoy leyendo ahora es la biografía de Buarque: el estímulo de su fertilidad. Una vez en la Avenida Atlântica he subido hasta Le Méridien, y luego he bajado por toda Copacabana hasta Arpoador, donde me he parado un rato. Minutos contemplativos al final de la tarde. Hacia Copacabana, la luz nítida, la tranquilidad de las olas. En sentido opuesto, el Morro Dois Irmãos a contraluz, envuelto en la neblina. He continuado el paseo por Ipanema hasta la Rua Aníbal de Mendonça, que he recorrido hasta desembocar en la Lagoa, que me quedó por ver el año pasado. Deslumbramiento. Eran las seis de la tarde y el lago contenía un tiempo tranquilo, portentoso en su calma. El Redentor en frente, de perfil. Las laderas arboladas y abajo las edificaciones. Regreso ya de noche: luna llena y relámpagos blancos tras las nubes en Copacabana. Encendido de deseo –seguimiento de cuerpos oscuros por el calçadão

(8-III-2001) Por la mañana de nuevo en el Centro: la iglesia de la Candelária, el monasterio de São Bento, donde estudió Noel Rosa a principios de siglo; Rua Uruguaiana, Rua Alfândega... He vuelto por las librerías y tiendas de discos de ayer, a hacer más compras. En la librería de viejo del edificio Marquês do Herval había un ejemplar usado de la antología de Alianza de Luis Cernuda: ¿cómo habrá llegado ahí? 
    Última tarde en Río. Nádia se ha quedado comprando en unos almacenes de Copacabana y yo me he encaminado a la Avenida Atlântica. En la Rua Santa Clara me he cruzado con Nelson Motta, en el que he creído percibir un aire de felicidad furtiva (por la noche compruebo que estaba de Rodrigues en Río, porque su mujer Constanza Pascolatto, la Pitita Ridruejo brasileña, sale en la tele "en directo desde São Paulo", jeje). Una vez en el paseo marítimo, me he puesto a caminar hacia Ipanema con el propósito de llegar a Leblon. Pero algo me ha retenido. A la altura del Othon se oía una batucada. Eran nada menos que los tambores de Mangueira, tocando en la playa: “Eu conheço esse bumbo, esse bumbo é da Mangueira...”. Un equipo francés estaba grabando un documental a las órdenes de una treintañera rubia, sin duda la directora. Animadas por las cámaras, se han echado a bailar unas cuantas mulatas en bikini sobre la arena. Ha sido como media hora mágica: con los quince o veinte percusionistas ejecutando los ritmos y las mulatas contoneándose como solo ellas saben hacerlo; un vaivén de tetas, culos, brazos, caderas, cabellos, miradas y piernas que me ha puesto a cien. Después he seguido merodeando por allí, pisando brasas. Ahora escribo subido en la roca más alta de Arpoador. El sol ya se ha puesto tras el Morro Dois Irmãos. Tranquilidad. Me acaricia un vientecito suave; delante y detrás, el oleaje sin tiempo. Una nube se ha entreabierto y resulta que el sol no se había puesto aún (está un poco más arriba del Morro) –resplandores apaciguados tras las nubes y el Morro. Anotaciones al aire libre, como pinceladas de acuarela. 

(9-III-2001) Todavía las últimas compras en el aeropuerto. Algo asqueado por llevar tanto disco y tanto libro. Esta mañana: último vistazo a Dois Irmãos desde Arpoador, neblinosos. Lluvia floja por Copacabana. Paisajes difuminados. Río se desvanece una vez más; pero seguiré viviendo aquí (y en Brasil entero) con la lectura y con la música. En Madrid me aguardan los coletazos últimos del invierno.

(10-III-2001) El viaje en avión. Río desde arriba. Atravesamos las nubes, y por encima el cielo azul. (Una obviedad en la que no había pensado nunca: el buen día por encima del día nublado.) Montañas, cordilleras de nubes. Claros –el territorio brasileño abajo, selvas, ciudades... Salida al Atlántico, y ya la noche. Nubes grises. Luna llena. La luna en el ala (“en el ala la luna”). Oscuridad. Luces abajo: islas (Cabo Verde, las Canarias). Y al final los trámites prosaicos: el aterrizaje, el ómnibus, la espera de las maletas. 
    Ayer en el avión, antes del despegue, me puse a escuchar “Meu Rio”, de Caetano Veloso. Al poco, la azafata me dijo que tenía que apagar el cacharro durante el vuelo. Obediente, le di al stop. Esta mañana, ya aterrizados en Madrid, pulsé el play y la canción prosiguió por donde se había quedado, diez horas y siete mil kilómetros después.