11.12.12

El poder del tertuliano produce monstruos

El ministro Wert es la demostración de por qué los opinadores no debemos, bajo ningún concepto, tocar poder. Se nos va la cabeza, que es lo único que tenemos. Bueno, cabeza y boca; no necesariamente conectadas. Además, no servimos. Nuestra lucha no es la de hacer cosas, sino la de tener razón. Y en un ministro, el empeño por tener razón va contra su cometido de hacer cosas.

En este Gobierno tan mediocre de Rajoy, el ministro Wert parece ser el encargado de dar todo el espectáculo. Se muestra al tanto de su función, y sonríe autosatisfecho. Sin duda se cree brillante; pero solo es llamativo. Escribo esto horrorizado, porque yo sería igual. Los columnistas y los tertulianos vemos en Wert lo que seríamos si estuviéramos en su sitio. Wert es el monstruo que llevamos dentro. La vergüenza que sentimos por él no es ajena, sino propia. Nuestra única virtud, al cabo, es negativa: no estar ahí. Una virtud modesta pero valiosa, porque nos ahorra un aluvión de defectos.

Curiosamente, en estos tiempos de desprestigio de los políticos, el caso Wert podría leerse como una reivindicación, a contrapelo, de los mismos: los políticos que ante todo son eso, que conocen el lenguaje de su oficio y que no mezclan sabores. La profesionalización de la política es mala; pero quizá sea peor el desembarco de personajes que están en otra cosa: más que aire fresco, suelen traer entrecruzamiento de cables. El sueño del rey filósofo está desprestigiado desde Platón, y siempre que un hombre de ideas ha obtenido poder, los resultados han ido de lo risible a lo siniestro. Lo ideal sería un político con una conciencia clara de lo que hay que hacer y con la habilidad para hacerlo. Las palabras también serían en él fundamental: para debatir, para racionalizar y para convencer. No para picarse por ellas como un tertuliano.

En España el principal problema ni siquiera es la crisis: es la educación (anterior en todos los sentidos, temporal y conceptualmente). Tener a un ministro más ocupado en exhibirse que en afrontar dicho problema constituye una auténtica desgracia.

[Publicado en Zoom News]