Tengo un amigo que es un buenazo pero al que le gusta exhibir un discurso malote. Entre sus numeritos está el de afirmar que él, para ser completamente feliz, necesita que haya algún perjudicado. "Mi sueño de felicidad –añade para ilustrarlo– es que me toque la lotería, y entonces ir a un puticlub lleno de clientes y gritar: '¡Champán y putas para todos!'. Y en medio del entusiasmo desatado por mi invitación, señalar a uno al azar y decirle: '¡Menos para ti!'". Sin ese perjudicado, según mi amigo, la felicidad no sería completa.
Me he acordado de la historia en esta última Diada (y pido excusas a las nobles putas por meterlas en una columna que habla de nacionalistas), al ver la generosidad con que el independentismo acoge en sus manifestaciones todo tipo de nacionalidades (¡champán y putas para todas!)... menos una: la española, que hace aquí de perjudicada que completa la felicidad.
En los últimos años hemos tenido a veces noticia de folletos o carteles de Cataluña que venían en numerosos idiomas, acompañando al catalán, excepto en castellano. Nunca he visto, en mis viajes a Barcelona, que este último tuviera ningún problema en la calle; el problema está en la presión que ejercen los nacionalistas para que esa convivencia espontánea desaparezca: empezando por su eliminación o su disminución de todo cuanto depende de ellos. Así tales folletos o carteles.
La xenofobia del nacionalismo catalán es, pues, una xenofobia un tanto sofisticada, puesto que no manifiesta odio hacia ningún extranjero... que no sea español. Es una xenofobia especializada, por decirlo así. Y para acentuar su rasgo, se abre lo que puede a todas las demás nacionalidades: se trata, en último extremo, de que quede bien clarito cuál es la despreciada. Esa y no otra. Y cuanto mayor el número de las otras, más cercada y delimitada esa.
Sobre esto quise ironizar cuando, al leer un tuit con una retahíla supuestamente cosmopolita, contesté: "Miren, miren: afrocatalanes, latinocatalanes, asiáticocatalanes... todos menos hispanocatalanes". Mi tuit es inequívoco. Sin embargo, un nacionalista se retrató al acusarlo de "xenofòbia". Le pareció xenófoba la simple enumeración: lo que delata la xenofobia real de estos falsos cosmopolitas cuyo único empeño al acoger todo tipo de nacionalidades es solo, como digo, subrayar el acoso a la que falta.
Por lo demás, es un cosmopolitismo falso también por otro motivo: solo acogen a los miembros de esas otras nacionalidades que les apoyan en su nacionalismo; cosa que hacen igualmente, por cierto, con los exóticos andaluces que bailan sus sevillanas por la independencia, o los que iban con la camiseta de la Roja metidos en la V. El pasaporte lo da comulgar con ellos.
Pero la xenofobia del nacionalismo catalán es todavía más refinada, por cuanto que ese único extranjero al que odia, el español, en realidad no es extranjero: es un compatriota al que el nacionalismo considera extranjero, odia como extranjero y pretende convertir de facto en extranjero, por medio de la secesión. Todo el aparato, pues, del falso cosmopolitismo catalanista no es más que un inmenso engranaje cuyo único propósito es convertir en extranjeros a unos individuos determinados. Utilizar el cosmopolitismo para fabricar extranjeros. No me digan que no es sofis.
[Publicado en Zoom News]