26.6.15

El Rey sin crítica

Una situación poco habitual, pero que se repite cuando llega la ocasión, es la del padre diciéndole a su hijo que esté atento, porque va a asistir a un "acontecimiento histórico". Y lo bonito cuando ese niño se vuelto adulto, lo pensé un día, es que en la memoria del acontecimiento ya siempre estará su padre, señalándoselo. Cuando coronaron al rey Juan Carlos I lo viví. Yo tenía nueve años y lo que señalaba mi padre era el televisor, lugar de los acontecimientos. Recuerdo además que mi abuelo se quedó engatusado con la frase: "Si así lo hiciereis, que Dios os lo premie, y si no, que os lo demande". Con el tiempo se ha visto que nunca se le demandó nada, hasta que se lo demandó todo de golpe.

Este ha sido un junio de aniversarios. El día 2 se ha cumplido el primero de la abdicación de don Juan Carlos, y el 19 el de la coronación de Felipe VI. El 24 han vuelto a aparecer juntos en la celebración del trigésimo aniversario de la firma del Tratado de Adhesión de España a la Comunidad Europea. Yo los miraba ya como personajes más reales que los que aparecen en su función real, porque estaba leyendo Final de partida, de Ana Romero, un libro pulcro, amargo y necesario sobre los últimos años del reinado de Juan Carlos I. El cineasta Preston Sturges tituló su autobiografía De los acontecimientos que condujeron a mi muerte, que es el mejor título de autobiografía posible. Valdría para todos, incluso para un rey. Pero Final de partida habla de algo específico y turbio: de los acontecimientos que condujeron a la abdicación.

Junto a estos acontecimientos, que el lector del libro recordará, y verá enriquecidos y ampliados, hay otro que en el libro también se apunta, como apuntó la propia autora en la presentación que hizo en Málaga, y que me parece sustancial: el del silencio de la prensa. La prensa estuvo años callando, reprimiendo todas las críticas o silenciando a los pocos que se atrevían a hacerlas, hasta que al final la realidad estalló y salió a borbotones, descarnadamente. Pero lo interesante de esa realidad, bastante podrida, es que se pudrió en buena parte debido a la falta de fiscalización. El rey Juan Carlos no respondió con una responsabilidad suprema a la irresponsabilidad que le concedía la Constitución para protegerlo, sino más bien lo contrario. Y nadie se lo afeó.

Yo siempre me he definido como republicano sin prisas. Considero que la república es la forma de gobierno más racional, pero considero también que la prioridad es la democracia. Como esta es compatible con la monarquía constitucional, o parlamentaria, no tengo problema en aceptar a un rey. Soy, en fin de cuentas, eso que se llama accidentalista. Pero lo leído en el libro de Ana Romero me ha alarmado y reconozco que me han empezado a entrar prisas en mi republicanismo hasta ahora paciente. De momento me puedo contener, porque Felipe VI me merece confianza. Pero es imprescindible, inaplazable, la crítica. Esta no puede omitirse, ni decaer, en ningún momento. Esta es la lección que hay que aprender de lo ocurrido con don Juan Carlos.

[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]