Me he pasado la mañana viendo vídeos de Ada Colau y ahora debería darme una ducha, pero tengo que escribir este artículo. La ducha sería por quitarme los aspectos morales, moralizantes; bueno, y algo físico: su peinado a dos aguas. Ese peinado, una especie de partición del mar Rojo capilar, es en realidad lo más moralizante: podría tomarse por metáfora de la división maniquea del mundo que se cuece más abajo, dentro de esa cabecita.
En tal división, Colau está naturalmente entre los buenos, que para eso luce la metáfora. Un tanto apelmazada, todo sea dicho. Su pelo está más cerca del velo de nuestras monjas ideológicas (que son la expresión máxima de la moralización actual de la política) que de la melena libre de aquella dama joven de la gauche divine que cantó Jaime Gil de Biedma: "Hoy vestida de corsario / en los bares se te ve / con seis amantes por banda / –Isabel, niña Isabel–, // sobre un taburete erguida, / radiante, despeinada / por un viento solo tuyo, / presidiendo la farra". A esta sí que le pegaba el run run, aunque con una letra distinta.
Gil de Biedma precisamente pidió, pensando en los charnegos de Barcelona: "que la ciudad les pertenezca un día". Y por un eco de ese verso me alegré un poco cuando ganó Colau sus municipales. Pero fue un descanso que me concedí: sé que no es eso, no es eso... (El verso, por lo demás, ya quedó arruinado con el president Montilla). De Gil de Biedma, aunque era un señorito (¡y tío de Esperanza Aguirre!), me fío: tenía una visión inteligente, sin simplificaciones. Pero el uso que hace Colau de expresiones como "gente sencilla" o "gente común" me escama. Son de la estirpe del infame "toda la pobre inocencia de la gente" de Víctor Manuel y Ana Belén. Paternalismo de vendedores.
En cualquier caso, si la pura compasión, si la pura bondad funcionara en política, todavía. Pero, como nos recuerda Manuel Arias Maldonado en Revista de Libros, hay una línea que va de Rousseau a Robespierre. Quizá era necesario que se probara el camino, pero a estas alturas de la historia no hay crédito en esa dirección. Deprime que se vuelva a jugar tan alegremente con el fuego roussoniano, como ha hecho Colau esta semana al decir: "Desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas". Una frase en la que se ejercitó, por ejemplo, el golpista Tejero, y que empalma con aquella otra de Artur Mas de que no le pararían "ni tribunales ni constituciones". Cualquier fascista se sentiría cómodo con ellas.
Para evitar esta arbitrariedad antidemocrática (puro "triunfo de la voluntad" nazi), el camino de Colau solo podría desembocar en el establecimiento de un sistema que juzgase del modo más objetivo posible. O sea: algo que se parecería al sistema judicial que ya tenemos. Y con la democracia representativa que ahora tanto se impugna pasa igual. El adanismo, incluido el de nuestra Adana Colau, es siempre partir de cero para llegar –en el mejor de los casos– a lo que había, con destrozos en el transcurso.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]