Al bipartidismo lo ha venido Dios a ver con esto de que las municipales y autonómicas hayan sido antes de las generales. Los, así llamados, nuevos partidos no podrán llegar a las elecciones definitivas con su potencial intacto, sino que habrán tenido que mancharlo, modificarlo e incluso desmembrarlo. El roce con la realidad no sale gratis, y la política consiste justo en eso: en ideas bajadas a la práctica; o, si preferimos ponernos románticos, humilladas por la práctica.
A mí esta mediación me parece saludable, como me lo parece que el campo de pruebas sea municipal y autonómico antes que nacional. Al cabo, el PP y el PSOE no se enfrentarán a fantasmas impolutos, sino a partidos que, aunque nuevos, hayan hecho ya sus pinitos y tengan por donde meterles mano. Un aspecto regocijante de esto último es que el PP y el PSOE podrán atacar mejor a Podemos y Ciudadanos en la medida en que Podemos y Ciudadanos se parezcan más al PP y al PSOE. En fin de cuentas, estos estarán entonces en un terreno conocido, en ese ping-pong que es su zona de confort.
Pero a mí me interesa ahora el momento presente, desde el punto de vista de Podemos y Ciudadanos: su salida inaplazable del "estado de posibilidad", en que todo se mantenía abierto y limpio, para concretarse en algo, que por definición tendrá límites. Ciudadanos no es estrictamente un partido nuevo (sus comienzos fueron hace justo diez años), pero, en la medida en que acaba de inaugurar su relevancia a nivel nacional, concedamos que es el otro partido nuevo del plural de moda. Pues bien: la novedad ahora para los partidos nuevos es que, después de haber estado durante los últimos meses viviendo del futuro, van a tener que empezar a generar pasado.
Se entiende, así, la resistencia, que es sintomática. Van a perder buena parte de su encanto y quieren aplazarlo cuanto puedan. Lo bonito es que, a estas alturas, el no pactar también tendrá su coste. Se ha salido de cuentas y hay que sufrir, como en los tiempos anteriores a la epidural.
[Publicado en Zoom News]