La moción de censura que Podemos ha presentado contra el PP en realidad es, como se ha dicho, una moción de censura contra el PSOE. Su propósito era centrar las primarias de este partido, descentrándolas. El debate en el PSOE no debería ser otro que el de cómo reocupar el centro-izquierda: todo ese territorio que –como señaló aquí mi colega Rafael Latorre– quedó despejado tras Vistalegre 2, en que Podemos se quitó la careta moderada.
Pero Pablo Iglesias ha sabido jugar su baza y, con su presión, ha logrado que el PSOE, en vez de expandirse hacia el centro, se apelotone, siquiera verbalmente, en la izquierda; rozándose con su extremo. En vez de alejarse de Podemos, se ha aproximado a él, dialogando y discutiendo con él; teniéndolo en cuenta en vez de despreciándolo (como Podemos lo desprecia).
Por este acomplejamiento del PSOE (¡ha resultado ser la verdadera maricomplejines!), sigue quedando en medio un amplísimo espacio sin ocupar. Ciudadanos no alcanza a ocuparlo del todo. Hubiese podido hacerlo UPyD si no se hubiese autodestruido; aunque UPyD tampoco tenía estructura para tanta extensión. Era un espacio para el PSOE, que el PSOE, en su incompetencia, no sabe poblar. Este y no otro es su drama.
Un drama del que el propio PSOE es responsable. Él mismo construyó la trampa en que ahora se ve atrapado. Como partido de poder, ha tenido que pactar muchas veces con la derecha. Y su política, en la práctica, ha sido en general de centro o centro-izquierda: como es el electorado español. Pero su retórica ha sido de izquierda: de una izquierda retórica, propiamente. Meras palabras, pero que ha ido cargando de una intensa emocionalidad sectaria.
Desde los tiempos de Felipe González, el PSOE no ha dejado de hablar de “la derecha” en términos demonizadores. Pero, por ser un partido de poder, esa retórica le obligaba a un cierto grado de cinismo para funcionar; o a un doble lenguaje. Dicho de otro modo: le exigía la capacidad de manejarse en dos registros simultáneamente. Un malabarismo mental que resulta impracticable cuando la capacidad se achica: así empezó a ocurrir con el simplista Zapatero.
Lo mal que el PSOE ha educado a los suyos –a su militancia y a su electorado– durante años es lo que le pasa hoy factura. Si no hubiera demonizado a la derecha (recurso fácil que le dispensaba de esforzarse y acendrarse en la socialdemocracia), no le costaría tanto trabajo explicar su abstención ante Rajoy. Algo que ni siquiera los que se abstuvieron han sabido hacer. Y este es la grieta del PSOE por la que Pablo Iglesias logra introducir su presión: para incidir en sus primarias o, como mínimo, seguir robándole votos.
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En El Español.