Claro que se puede votar mal. Y tiene gracia que quienes se enfadan cuando se dice y acusan de paternalismo al que lo dice sean aquellos que luego defienden regímenes dictatoriales con un papá dictador al que adoran... Pero los demócratas, y precisamente porque lo somos (lo que incluye una visión no determinista de la historia), no tenemos complejo en señalarlo: claro que se puede votar mal.
Abundan los ejemplos. Votar al partido nazi alemán en 1933 era votar mal. Votar a Fuerza Nueva en las primeras elecciones de nuestra democracia era votar mal. Votar a Herri Batasuna, con ETA matando, era votar mal. Votar a los partidos independentistas este jueves 21 de diciembre será votar mal. El votante es también a su modo un cliente, pero no siempre lleva razón. Y cuando no la lleva o no va a llevarla hay que decírselo, incluso enérgicamente.
Sé que mis comparaciones han sido algo truculentas; pero más allá de holocaustos, fascismos y crímenes nacionalcomunistas, son ejemplos que prueban la existencia del voto nefasto. También lo es el de Le Pen en Francia o el de Trump en Estados Unidos. Salvando las diferencias, el de los catalanes que voten el 21-D a Junts per Catalunya (toda una delicadeza que su líder no le haya puesto Tots per Puigdemont), ERC o la CUP lo será también. Su porcentaje, que se presume alto –quizá alcance o supere la mitad–, nos dará ante todo el índice de gravedad de una sociedad enferma.
Como se ha repetido (se lo leí por primera vez a Rafa Latorre), la novedad de estas elecciones es que quienes voten a los independentistas sabrán esta vez lo que votan: no Jauja, sino la ruina; no la unidad, sino la división; no la paz en el crisol de la patria, sino la confrontación civil; no la épica, sino el ridículo. Serán unos empecinados como los que ha habido siempre en la historia de España, en la que ya apenas quedan ellos: nuestros últimos españolazos. (Las muecas de un Toni Albà solo son comparables a las de Millán Astray).
El voto independentista será malo para Cataluña, y por supuesto también para España. El que opte por él, en consecuencia, lo hará por lo segundo y no por lo primero. Será un voto movido no por el amor a Cataluña (a la que perjudicará), sino por el odio a España (a la que perjudicará también). El odio imponiéndose al amor. Como en los mejores tiempos de nuestra historia nefasta.
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En El Español.