16.11.21

Desde fuera

"En martes, ni te cases ni te embarques", dice el refrán. Yo me embarco desde este martes en la escritura semanal para The Objective, que inicia nueva etapa. No hay nada como empezar negando un refrán en forma de advertencia. Me acuerdo del poemita de José María Álvarez:
Descanso sin bajarme del caballo 
El calor destroza cuanto se ve 
Ante mí la Frontera 
Una voz me dice no cruces nunca esa Frontera 
Fumo un cigarro 
Sacudo mi uniforme de 35 campañas 
Indiferente como un caballero 
Que lo ha perdido todo y no espera ganar nada 
Cruzo el río. 
Siempre espero, por lo demás, la prensa del martes: por el artículo de Félix de Azúa (en El País) y el de Arcadi Espada (en El Mundo), dos maestros (¡si hubiese buen discípulo!). Azúa escribirá también para The Objective los sábados, y esta cercanía me produce una emoción extra. Para el lector de periódicos los días están tintados por sus articulistas favoritos que publican ese día. Con la turbamulta de internet se ha descuadernado un poco la semana, pero ese estímulo se mantiene. Mi ambición sería aportar mi toquecito particular al martes.

Cuando me preguntan por mis colaboraciones en la prensa, digo la verdad: yo no soy periodista. Hice algunos cursos de Periodismo, pero abandoné la carrera y nunca he trabajado de periodista. No he dado una noticia jamás, salvo las concernientes a mí mismo (modestas noticias). Sí he sido y soy lector de periódicos. Cuando me preguntan, pues, me defino así: soy un lector de prensa que escribe en prensa.

Mi perspectiva es la del lector. No tengo acceso a fuentes ni trato con políticos (uno de los lujos de mi vida). Aunque voy con frecuencia a Madrid, vivo en Málaga, donde la página azul del mar ofrece todos los días una alternativa informativa confortable. Para la información no mediterránea dependo de los periodistas, naturalmente: como todos los lectores de periódicos. Sin ellos, sin su trabajo, la opinión no tendría sentido. Muchos columnistas son periodistas y saben lo que se cuece. No es mi caso: yo solo sé lo que saben los lectores. Mis observaciones, mis reflexiones, mis chistecillos tienen ese suelo (y ese techo).

Lo que quisiera es acompañar, generalmente con un cierto estupor. Estupor creciente en estos tiempos. Desde fuera se tiende a pensar que los de dentro son conscientes de lo que hacen. Hablo en este caso de los de dentro del poder. Cuando se nos permite mirar, sin embargo, vemos que tienen escasa idea. Los comités de expertos inexistentes con los que se justificaban decisiones durante el estado de alarma, o el cráneo privilegiado del exasesor del presidente, gran estratega de la política gubernamental y del reparto de los fondos europeos, son ejemplos de ahora. En efecto, no hay nadie al volante. O peor que nadie: hay monos con pistolas (y el volante suelto).

Pero la vida marcha, lo que también produce estupor. No nos despeñamos, a pesar de todo. Al menos, hasta que nos hayamos despeñado. Como decía Cioran: "Estamos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro". Podemos empujar un poquito hacia lo que nos parece la civilización, aunque sin excesivas esperanzas. Cuidar el Estado de derecho, señalar sus adulteraciones; abogar por un pragmatismo no demasiado contaminado ni de teología ni de ideología.

Y una aspiración que procuro mantener como articulista: atender a la actualidad, pero sin entregarse al despotismo que impone. Es urgente atenuar su rabia. Hay que mantener un pie fuera del río que se lo lleva todo. Sabiendo que ni ese pie se librará, porque nada permanece. 

* * *