28.12.21

La derecha ha caído en la trampa perfecta

Al final la derogación de la reforma laboral, de la que ha vivido la izquierda durante nueve años, se ha quedado en nada, en unos ajustes que prácticamente no tocan la ley del PP. La trompetería ha dado lugar al parto de los montes, con el que sin embargo no han cesado las trompetas. Las trompetas (la propaganda, el Nodo) son la sustancia: los contenidos pueden cambiar mientras las trompetas siguen sonando. Es una abrumadora puesta en escena: tan abrumadora que esconde lo que esté sucediendo en el escenario.

El sanchismo es una maquinaria perfecta: perfecta y perversa; infalible. Es una maquinaria diseñada para darse a sí misma la razón, diga lo que diga y en todas las circunstancias. Y con la colaboración de sus supuestos desmentidores, que no son más que leña para que la maquinaria siga funcionando. Ahora el bronco cabreo de Pablo Casado se dirigirá a la ley laboral del PP, de la que se ha apropiado sin que le mueva el mechón blanco Pedro Sánchez. Esta silbará mientras se mira las uñas.

Si Casado fuera listo y quisiera dejar en evidencia a Sánchez, le diría: "Votaremos que sí a la ley laboral, porque sigue siendo nuestra ley". Pero Casado no es listo, sino todo lo contrario. Su estrategia no funciona contra Sánchez, a diferencia de la de Isabel Díaz Ayuso, que por lo que sea ha encontrado el modo de introducirse, sin resbalar, en la maquinaria. La respuesta de Casado, en vez de aprender de Ayuso, ha sido intentar liquidarla. Su cero en comunicación es absoluto.

Porque de comunicación se trata. El sanchismo no es más que un relato. Un relato refractario a las críticas. El PP no podrá hacer nada mientras no logre desmontar las toneladas de propaganda. Y el primer paso debería ser no integrarse en ella de un modo negativo. Es decir, dejar de parecerse al retrato paródico que el PSOE ha trazado de él. Casado ha logrado ser algo así como el sueño de Sánchez: si este hubiera participado en unas primarias del PP, habría votado a Casado. Es un regalo para el PSOE.

Y Vox es el refuerzo de este engranaje. Si el PP en algún momento corre el riesgo de acertar, ahí está Vox (su sombra, su amenaza; su competencia) para retornarlo al desacierto. La última ocurrencia del PP ha sido dinamitar a Ciudadanos, como ha ocurrido en Castilla y León, para que le quede solo Vox para pactar. Ha visto la jaula y ha ido a encerrarse en ella, como un ratoncito dócil.

La función de Vox se transparentó el otro día en el Parlamento. La diputada Macarena Olona hizo una intervención maleducada y faltona (pretenciosa, altisonante) contra la vicepresidenta y ministra Yolanda Díaz. Esta tuvo ocasión de exhibir sus buenas formas, incluyendo en su respuesta predicaciones sobre la concordia, el diálogo y la función del Parlamento...

El caso es que fue su Podemos (aunque ella vaya por el PCE) el que introdujo los modos matoniles en la política española de los últimos tiempos. Ellos fueron los primeros maleducados, faltones, pretenciosos y altisonantes. Ellos reintrodujeron el discurso del odio. Seguido por Sánchez, en su oposición no precisamente modélica a Mariano Rajoy, que culminó en aquella moción de censura en alianza con lo peor del Parlamento, incluidos los proetarras y los golpistas recientes del catalanismo.

La izquierda abrió la caja de Pandora en la que, de nuevo cándidamente, se ha metido la derecha. Esto ha sido después, pero como por un truco de ilusionismo ahora parece que está ella sola. La izquierda se lava las manos: y se las frota. 

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