24.2.23

Un año de la guerra de Putin

[La Brújula (Zona de confort), 1:24:34]

Hola, querido Rafa Latorre. Hace un año volvió la historia. Hace un año recordamos que vivimos pendientes de un hilo, que no hemos aprendido nada, que cualquier catástrofe se puede producir. No estamos a salvo. Lo que sufrieron nuestros antepasados lo podemos sufrir también nosotros. La humanidad sigue siendo una especie desquiciada. La invasión de Ucrania por Rusia y esta miserable guerra de Putin, genuino terrorismo de Estado a escala bélica, nos ha devuelto a lo peor del siglo XX y a lo peor de todos los siglos. La náusea la da la acumulación. Produce una mezcla de horror y hastío ver cómo se repiten los patrones: un fantoche con poder que miente, que envenena y envilece a su pueblo hasta llevarlo a la ruina, no sin antes haberlo convertido en asesino. Y ahora, en la era atómica, con la angustia añadida de que cualquier guerra puede ser la última, porque puede ser lo último de todo. Durante este año, desde los primeros días, hemos asistido a dos sorpresas, una admirable, otra deprimente. La admirable es la resistencia de Ucrania, espectáculo épico que trasciende los siglos, que casi se incrusta en la mitología. La deprimente (aunque en realidad no tan sorprendente) es la de los cómplices de Putin que habitan entre nosotros e incluso forman parte de nuestro Gobierno. Estos son infalibles a la hora de equivocarse: están siempre en el bando equivocado. En el reciente terremoto de Turquía y Siria me fijé en el contraste entre la bruta devastación (esta vez por parte de la naturaleza) y las delicadas tareas de rescate. Lo primero se hacía en minutos, lo segundo en horas y días. Es en lo segundo donde está la superioridad. Construcción y reconstrucción: esa es la tarea. Pero antes hay que parar el terremoto provocado de Putin.