29.8.24

Pulcritudes democráticas con resultados catastróficos

La política es una disciplina práctica. Por eso hay premisas teóricas que, si se aplican, no siempre resultan beneficiosas; incluso pueden tener consecuencias indeseables. O peores. Hay pulcritudes democráticas con resultados catastróficos.

Se me ocurren tres ejemplos de la política española de los últimos veinte años:

El primero, la decisión del presidente Aznar de limitarse a dos mandatos. Fue en principio una decisión aseada, con el objetivo de prevenir el endiosamiento prolongado en el poder, el desgaste y la pérdida de tensión de los presidentes que llevan demasiados años. El problema es que parece que aceleró en sí mismo el proceso. Su endiosamiento (¡la boda de la hija en El Escorial!), el desgaste (con la segunda guerra del Golfo y las huelgas) y, sobre todo, la pérdida de tensión en el momento clave: cuando se produjo el acontecimiento más importante de su presidencia, los atentados del 11 de marzo de 2004, tres días antes de las elecciones, él ya tenía la cabeza en otro sitio. No estuvo a la altura y terminó ganando Zapatero: catástrofe mayor.

El segundo, la imposición de las elecciones primarias en los partidos. Una medida de apariencia democrática, en la línea que exige la Constitución, pero que ha minado el control que los partidos ejercían sobre sus líderes. Estos, avalados ahora explícitamente por la militancia, actúan con un cesarismo subido, despótico, implacable. Los militantes de los partidos, que son lo peor de la sociedad (¡nada hay más sórdido que ser militante!), tienen así a sus dictadorzuelos de mano. El embrutecimiento de la situación política actual está relacionado con esto: al militante no se le tose. Es decir, al obcecado, al ideologizado, al sectario, no se le tose. El líder de un partido tiene que ser, por lo tanto, el militante más cerril. O sea: el peor. (¡Un saludo, Sánchez!)

El tercer y último ejemplo me afecta. Es el de los votantes de Ciudadanos (¡el famoso millón!) que nos abstuvimos en las elecciones de noviembre de 2019 por lo que hizo Rivera tras las de abril. Es la vieja historia de los que pensábamos que Ciudadanos tendría que haberle ofrecido un pacto al PSOE, no para entregarse a él sino para exigirle. Ciudadanos se equivocó al no ofrecerlo y, digan lo que digan los que nos critican, el propio Rivera nos dio la razón cuando lo ofreció a pocos días de las elecciones: cuando ya estaba debilitado y no servía de nada. Solo tenía sentido un pacto de fuerza con el PSOE contra el PSOE: un pacto de algún modo desenmascarador. (El PSOE, por su parte, dijera lo que dijera, tampoco hizo nada por merecerlo, sino todo lo contrario.)

Los votantes finos hicimos lo que no hacen los votantes españoles, porque nuestro prurito era diferenciarnos de los votantes españoles: castigar al partido al que votábamos, si se portaba mal. No ser seguidistas ciegos, sino electores críticos que no regalan su voto, sino que lo prestan y exigen. El resultado fue el hundimiento de Ciudadanos y la desaparición del partido al que votábamos (como antes ocurrió con UPyD): ¡catástrofe de las catástrofes!

Así que habrá que hacerse la idea de que la política no es más que un terreno sucio en el que, si se intenta introducir virtudes, se multiplicarán los vicios y las catástrofes. La duda ahora es si confinarse en el limpio abstencionismo (que no siempre resulta en limpieza, como vemos) o si tomarse la política como una mesa de apuestas en la que poner la ficha electoral sin identificarse con ella, sino solo por ayudar a evitar el próximo resultado catastrófico. Supongo que también inútilmente.

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25.8.24

El problema de la oposición es que es de derechas

[Montanoscopia] 

1. Empieza la Vuelta Ciclista a España (desde Lisboa) y a algún cráneo o alguna cránea previlegiado o previlegiada de RTVE se le ocurre poner en la web, desde donde se pincha la emisión en directo, "La Vuelta Masculina". Hay una tendencia a estropearlo todo, a mangonearlo todo, a apisonarlo todo. Cualquier adepto o adepta con podercillo aprovecha para embadurnar lo que tiene al alcance con su grasa ideológica. Y seguro que es alguien que no para de predicar "lo público". No sé nada de lo que ocurrió, pero me extrañaría que no fuese por eso. ¿Por qué otra cosa iba a ser? Bueno, cabría otra, con culpa colectiva (autopercibida como inocencia): la inercia del Zeitgeist. Por fortuna, duró dos etapas. Para la tercera ya ponía solo "La Vuelta". 

2. Óscar Puente, el Fu Manchú de los trenes, el villano que quiere que te subas a sus trenes para torturarte, declara que "el tren vive en España el mejor momento de su historia". El mejor momento gore, querrá decir. Hace también la bromita (reída por los periodistas presentes) de que a los críticos solo les falta decir que "con Franco los trenes iban mejor". Ha sido una ocasión perfecta para entender lo que es el ministro que a este periódico llamó The Ojete (denominación que repiten muchos, sin darse cuenta de que es una consigna del poder contra un medio libre). A Puente lo tenemos permanentemente insultando a quienes no comulgan con el sanchismo. Mientras que a aquello en lo que debería estar trabajando, el transporte, que para eso es ministro de Transporte, le reserva solo su incompetencia. Queda algo más, como exhiben estas declaraciones últimas: el discurso triunfalista que monta sobre su incompetencia y sobre los usuarios que la sufren. Como con Franco, mira por dónde: por un lado, la España real; por el otro, la oficial. 

3. Se preguntaba Arias Maldonado en un artículo reciente sobre la incapacidad de la oposición para frenar a Sánchez y sustituirlo en el poder. Aunque reconocía que la oposición era "mejorable", concluía que "aparte de presentar sus argumentos, interponer recursos judiciales y tratar de movilizar a los pocos ciudadanos que se dejan movilizar, ¿qué más puede hacer una oposición democrática?". La responsabilidad última, en efecto, es del electorado. Un electorado del (esto lo digo yo con mi campechanía) "vivan las caenas". Estoy de acuerdo, claro. Pero hay una razón última que puede sonar a boutade, pero no lo es: el problema de la oposición es que es de derechas. Vendría a ser como la carta robada (ya muy socorrida) de Poe: algo que no se ve porque está delante. Desde mi (como se dice ahora) "sensibilidad de izquierdas", que me mantiene en una situación imposible, estresada por todos los flancos, detecto lo que falla en la oposición de derechas: que es de derechas. Esto le impide luchar con convicción por las causas de izquierdas que ha traicionado la izquierda en el poder. Por ejemplo, la causa de la igualdad. La respuesta a la pregunta de Arias Maldonado tendría que ser una especie de koan zen, como aquel que postulaba el aplauso con una sola mano: el problema del PP es que no es el PSOE, en un momento político en que el PSOE tampoco lo es. Toda nuestra porquería política viene, en resumidas cuentas, de la traición del PSOE. Con el aplauso con una sola mano del electorado. 

4. Lo más divertido del artículo de David Trueba sobre su privilegiado verano del 92 es que coincidió con unas declaraciones suyas contra la meritocracia. No falla. Y eso que él sí tiene mérito. 

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22.8.24

Anarquista conservador

Anarquista conservador: tal vez esta sea la fórmula que se nos podría aplicar a algunos. Me sigo diciendo socialdemócrata, estimulado por la incomodidad o condescendencia con que lo reciben mis amigos liberales. Pero con ello corro el peligro de ser (¡enojosamente!) asimilado al partido socialdemócrata o a la prensa socialdemócrata, que han destruido la socialdemocracia en España: la socialdemocracia práctica, no la nominal, de la que aún presumen. Un buen socialdemócrata debería empezar por dejar de llamarse a sí mismo socialdemócrata en este país.

La fórmula la he reencontrado en uno de los libros que he leído estos días entre mis dos ventiladores (¡bendito vientecillo en estéreo!): Thomas Bernhard's afterlives, sobre las pervivencias del escritor austriaco en la literatura contemporánea. Su influencia fue y es abundante. En esta obra colectiva, de 2020, se repasa las distintas lenguas y sale una nómina suculenta de bernhardianos: Elfriede Jelinek, Thomas Mulitzer, W. G. Sebald, Geoff Dyer, William Gaddis, Philip Roth, Susan Sontag, Imre Kertész, Hervé Guibert, Gemma Salem, Linda Lê, Italo Calvino, Claudio Magris, Elena Ferrante, Gabriel Josipovici y el salvadoreño Horacio Castellanos Moya, entre otros.

Hay, por supuesto, un capítulo dedicado a España. La autora, Heike Scharm, da cuenta de la inesperada admiración de María Zambrano por Bernhard y se detiene en nuestros dos bernhardianos más destacados: Javier Marías y Félix de Azúa. Hay otro, el principal: Miguel Sáenz, traductor de toda la obra de Bernhard salvo la novelita Los comebarato, que tradujo Carlos Fortea; bien, naturalmente, pero en la que los bernhardianos sáenzistas nos irritamos al leer "a fin de cuentas" y no "en fin de cuentas", que es lo que escribe nuestro Bernhard, el Bernhard de Sáenz. La excelente prosa de Sáenz ha convertido a Bernhard en un escritor español, hasta el punto de que Azúa bromea con que Sáenz es el autor originario de los escritos de Bernhard y este solo su traductor al alemán.

Scharm, a propósito, relaciona a Bernhard con Goya (podría haber añadido a Buñuel), Valle-Inclán (su teatro es en verdad esperpéntico) y Pío Baroja. Señala los enfados y exabruptos protobernhardianos de este y analiza con brillantez las similitudes entre El árbol de la ciencia y Helada. Sobre el éxito del autor austriaco entre los lectores españoles, además de los paralelismos entre la historia de Austria y la de España, menciona la explicación de Sáenz de que los españoles han simpatizado con Bernhard porque este es un "anarquista conservador". Aquí alude al estudio de Maria Fialik Der konservative Anarchist.

Puede ser. En la Transición algunos artistas e intelectuales se definían como "ácratas", que era una manera de tener un toque anarquista, un talante, pero sin programa político. No se trataba de destruir el poder sino de prevenirse contra él, de ofrecerle una cierta resistencia. Alentaba aquella frase de Borges: "Creo que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos". Pero como una hipótesis moral más que utópica; desde luego, sin esperanza real. Una diferencia del anarquista conservador con el revolucionario es que este tiene fe en la humanidad; será por eso que le corresponde también su parte en el cupo de matanzas.

El viejo espíritu anarquista, enseñado por la realidad, escarmentado por la experiencia (como víctima y victimario), concluye o acepta conservadoramente que su ideal, pese a su desconfianza por las instituciones, que mantiene, está presente de algún modo en ese sofisticado entramado político que es el Estado de derecho. Descree de la supresión del poder, pero piensa que es posible su control. Aunque siempre provisionalmente, en milagros tibios pero efectivos que pueden durar algunos años, algunas décadas (cuatro o cinco llevamos en España). Quizá no más. 

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19.8.24

Ignacio F. Garmendia sobre 'Zona de confort'

 

Ignacio F. Garmendia escribe sobre Zona de confort (y también Inspiración para leer y Oficio pasajero, y de este blog) en los diarios del Grupo Joly: "Resistencia".

18.8.24

Elevándome con Wittgenstein y hundiéndome con Puente

[Montanoscopia] 

1. Entre las razones para no viajar de mi última columna se me olvidó la principalísima: ¡los trenes de Puente! Ante todo, ¡no hay que montarse en los trenes de Puente! El ministro Óscar Puente está deseando que te montes en uno de sus trenes para torturarte como el Fu Manchú de los trenes: te mantendrá paralizado en descampados al sol o en tenebrosos túneles, sin aire acondicionado ni electricidad para que te evadas con el móvil. Puente conoce las encuestas y sabe que probablemente lo odies. Por eso te torturará. Cuando emprendas tu viaje a Ítaca en tren, teme al cíclope Puente, al lestrigón Puente. No te creas sus cantos de sirena contra la oposición: solo quiere hechizarte para que te montes en uno de sus terroríficos trenes. 

2. (Ahora que estoy con el Tractatus de Wittgenstein después de La Viena de Wittgenstein, recupero esto que escribí mientras leía el Ludwig Wittgenstein de Ray Monk.) El joven Wittgenstein llega a Cambridge arrollando. En las discusiones Bertrand Russell se desespera, porque no consigue que su discípulo reconozca que "no hay un rinoceronte en la habitación". Así se lo repite por carta a su amante Ottoline (al principio Russell piensa que Wittgenstein es alemán): "Mi ingeniero alemán es muy discutidor y agotador. No admitiría que es cierto que no hay un rinoceronte en la habitación. [...] Volvió y no dejó de discutir mientras me estaba vistiendo. Mi ingeniero alemán, creo, es un necio. Cree que nada empírico es cognoscible, le pedí que admitiera que no había ningún rinoceronte en la habitación, pero no lo hizo". Y añade el biógrafo: "En una época posterior de su vida, Russell insistió mucho en estas discusiones, y afirmó que había mirado debajo de las mesas y de las sillas del aula en un esfuerzo por convencer a Wittgenstein de que no había presente ningún rinoceronte". Leo todo esto tronchándome de risa. Hasta que descubro que sí que había un rinoceronte en la habitación: ¡Wittgenstein! 

3. Más aún que Wittgenstein, el gran protagonista de La Viena de Wittgenstein es Karl Kraus, maestro de Wittgenstein, Adolf Loos, Arnold Schönberg o Georg Trakl. Entre nosotros lo ha mantenido en acción Arcadi Espada. Este nos ha enseñado a leer, krausianamente, los enunciados de la prensa y de la política como síntomas: en las formulaciones verbales está todo. Ahí se manifiesta la corrupción en primer lugar: en la podredumbre de las palabras. Me ha llamado la atención que, como para Kraus el fundamento de lo bueno y lo malo era la integridad personal, sus ataques tenían que ser personales

4. "Siempre fue un mal bicho", dice Amparo Rubiales de Nicolás Redondo Terreros. ¡Amparo Rubiales! La obediencia partidista produce monstruas. 

5. El mejor diálogo de la historia del cine es este de La noche se mueve, de Arthur Penn: "–¿Dónde estabas cuando mataron a Kennedy? –¿Qué Kennedy? –Cualquier Kennedy". Además es un diálogo productivo, aplicable a otros nombres. Por ejemplo: "–¡Qué tortura Intxaurrondo! –¿Qué Intxaurrondo? –Cualquier Intxaurrondo". O, volviendo al punto anterior: "–¡Cómo toca los huevos Rubiales! –¿Qué Rubiales? –Cualquier Rubiales". 

6. Estaba claro que terminarían yendo a por Madrid: el único sitio respirable que quedaba en España. 

7. Finalmente con la Transición ha acabado el procés. Es curioso que tanto tránsito como proceso sean nociones dinámicas. Algo así como trenes. Van de un sitio a otro, aunque en sí mismas solo expresan el ir. Hasta que se produce el famoso choque de trenes, que en este caso ha sido un empujón del segundo al primero. Ahora la Transición va por la vía del procés. Tal vez por eso necesitaban poner de maquinista a Puente. 

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15.8.24

La lujuria de no viajar

Cuando emprendes tu viaje a Ítaca ya estás perdido, porque implica que saliste de Ítaca. Y no hay que salir jamás de Ítaca, sobre todo en verano.

Este agosto me regodeo en el placer (¡la lujuria!) de no viajar. Veo por las redes las esforzadas postales de amigos, familiares, conocidos, desconocidos y hasta enemigos (siento devoción por estos), y pienso que, si tuviera criados, viajar es otra de las cosas que les dejaría además de vivir.

Me he quedado en mi despachito, flanqueado por mis ventiladores, y escribo, leo y veo películas. De vez en cuando me pongo una canción (brasileña: concesión tropical) o la música para aeropuertos de Brian Eno: ¡aeropuertos para no volar, sino para demorarme mentalmente en terminales sin fin!

El mar ya no se ve desde mi ventana, ni voy a buscarlo: necesito descansar de ese abuso del azul, con su mecánica de olas. Por el simple estar en la canícula, por más a la sombra que me encuentre, un pijama de sudor se me va tejiendo en la piel. Me lo quito, cuando se completa, con un tajante duchazo y me quedo como nuevo: Adán en bañador para seguir con mis tareas intelectuales. He de confesar que descalzo, como cantautor en taburete.

¡Qué alivio no estar metiéndome esos tutes horrendos! Veo a la peña por Tailandia, Nueva York, Austria o Asturias, Galicia, Suiza, el norte de Italia, la socorrida Lisboa, Holanda, Biarritz, Normandía. ¡Ni el Mont Saint-Michel me han ahorrado, ese merengazo color caca! Mi favorita es una pareja literaria que se ha metido en un pueblo blanco andaluz y no para de endilgar fotos de paredes y tascas, con algún lugareño para decorar. Ella sonríe con todos los dientes y su felicidad resulta ortopédica, como una flor de plástico.

Volviendo a mí, estoy en Austria como los Wendoline pero solo en libros: la Historia de Austria, La Viena de Wittgenstein, El Tractatus de Wittgenstein, Thomas Bernhard, Georg Trakl... Experimento de un modo acusado la problemática del Imperio Austrohúngaro (Kakania para los amigos), que es nuestra problemática. La problemática española es ya puramente austrohúngara y lo que viene poco después es el Anschluss, la anexión de Alemania, que aquí será desde dentro y por un Adolf socialdemócrata. Solo disponemos de las armas (inermes) de cuatro Karl Kraus.

En cine me he situado en la veta de los detectives. Después de las de Maigret que hay por ahí (¡y otra maravillosa con Jean Gabin, No toquéis la pasta!), me he puesto con las de Marlowe. Decepcionantes las dos de Mitchum (no por Mitchum; en realidad la primera, Adiós, muñeca, es pasable) y deliciosa la genial gamberrada de Altman, El largo adiós. La duda es si volver ahora a Holmes, Poirot y Colombo, o si buscarme a algún otro investigador más sufridito.

Y así, a las mil maravillas, transcurren mis jornadas. En mi campana egotista, relajado, sin moverme. Con un resto de vida social, pero virtual toda (¡y aún esta debo quitármela!), y el erotismo entero del mundo en mi imaginación. Solo salgo de casa para caminar un poco y que mis músculos no se apoltronen de manera irreversible. Persisto en un estado de alegre melancolía, con ciertas brumas otoñales que me refrescan por dentro. Y pendiente con delectación del infierno de los viajes de los otros.

Pide que el camino sea largo, dice Cavafis. No, hombre, no: el camino no solo ha de ser corto, sino que ha de ser cero. ¡No debe existir! En cuanto a todas esas experiencias, aventuras, sabidurías y riquezas que se adquieren en los viajes: ¡otro lote para mis ficticios criados! 

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11.8.24

La carrerita del Ser en un país de opereta

[Montanoscopia] 

1. De un presidente de opereta solo podía resultar un país de opereta. O al revés, puesto que es ese país el que lo consiente. 

2. Puigdemont es el nuevo Roldán; es decir, el nuevo Ser según Heidegger. Savater contaba en su Diccionario filosófico (1995) que un amigo le resumió así una conferencia sobre el filósofo alemán: "Habló de Roldán, el inasible prófugo. Bueno, él prefería llamarle Ser pero supongo que se refería a Roldán, porque no hizo más que decir que se ocultaba, que desaparecía, que se le tenía culpablemente olvidado...". 

3. La mañana del numerito de Puigdemont me la pasé leyendo La Viena de Wittgenstein. Trataba de ennoblecerme por defecto: es decir, evitándome la bajeza de estar pendiente del personaje. Solo después me asomé a las noticias, picoteé en los vídeos, me avergoncé. No quise insistir para no humillarme. Por fortuna, no participé en Twitter. Pero hubo un detalle (el detalle definitivo) que se me quedó sin yo ser consciente: ¡la carrerita! Me volvió cuando yo mismo di una porque se me cerraba un semáforo. Es esa carrerita patetiquilla del adulto, ese apresuramiento que nos menoscaba. Se vio a Puigdemont dar una carrerita, escoltado por los suyos, hacia el estrado de su minimitin. Es una imagen que arruina a un hombre, si a Puigdemont le quedaba aún algo que arruinar. El vodevil pretendiendo ser épica. Una aventura de Coronel Tapioca. La carrerita. 

4. "Somos más". Cuando Sánchez dijo esto tras las elecciones del 23-J, estaba contando a Puigdemont. No se olvide. Que no se separen de él ahora ni los psocialistas ni los sincronizados (valga la redundancia): están pegados a Puigdemont. Algo que Estefanía Molina, la RoRo de Sánchez, se ha apresurado a negar. 

5. El ya president Illa parece un muñeco de tarta. El de la asquerosa tarta que ha conducido a su nombramiento, concretamente. 

6. Illa: "La verdad está definida por lo que vota la gente". ¡El filósofo! 

7. Ejemplo del nivel intelectual y moral de nuestras, así llamadas, élites culturales. Luis Arroyo, presidente del Ateneo de Madrid, dice a propósito de las cesiones fiscales a Cataluña: "Mientras haya un Gobierno progresista no hay que temer por la igualdad". 

8. La genealogía es sórdida. Suso de Toro, que fue consejero áulico de Zapatero, dice: "No odiáis a Puigdemont, odiáis Cataluña". Zapatero, el gran inspirador y alentador actual de Sánchez en el PSOE, defiende la dictadura de Venezuela y su fraude electoral. Sánchez corroe el Estado de derecho en España, como hizo Chávez en Venezuela. ¿Hasta dónde llegará? ¿Hasta dónde logrará llegar? Lo cierto es que ya ha llegado demasiado lejos. 

9. La ley en España (¡lo ha dicho el Tribunal Supremo!) se queda solo para los tontos y para los pobres. La lógica de la situación nos empuja a terminar siendo las dos cosas a la vez. 

10. La judicialización de la política se produce en el momento en que la política se delincuentiza. Los políticos solo pueden desjudicializar la política mediante la delincuentización (también) de la Justicia. 

11. Asistimos al triunfo absoluto de la casta. Con el apoyo de los (así se autodenominaban) anticasta. 

12. La competición más divertida de los Juegos Olímpicos no tuvo lugar en la pista, sino en los micrófonos. En la retransmisión del salto de longitud femenino, la comentarista dijo que el apellido de la atleta italiana Iapichino se pronunciaba Iapikino. Pero el comentarista seguía diciéndolo con ch: Iapichino. Saltaba la atleta y una decía Iapikino y el otro Iapichino. Iapikino. Iapichino. Era un duelo agónico. Se acabó cuando apareció el corredor zimbabuense Charamba y la comentarista lo pronunció con ch. 

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10.8.24

Diario de Río (2001)



(5-III-2001) Llegada a Río de Janeiro. Veníamos machacados por las veintiséis horas de autobús desde Salvador de Bahía, pero hemos salido a pasear nada más dejar el equipaje en el hotel. Tarde neblinosa: visión desvanecida desde Copacabana, también a causa del cansancio. En Ipanema la luz de la tarde se había expandido por la neblina y la atmósfera era rojiza, irreal. Amenazaba lluvia y Nádia ha preferido volverse al hotel. Yo me he quedado mirando discos y libros por la Rua Visconde de Pirajá. Al salir de la última tienda, en la que yo era, sin advertirlo, el único cliente que quedaba, me he encontrado solo en la calle: con todo ya cerrado y a oscuras. Se ha puesto a lloviznar. Después, relámpagos secos y silenciosos en el paseo marítimo: truculentos resplandores por detrás del Morro Dois Irmãos y la Pedra da Gávea, que parecían decorados de teatro. Regreso a paso acelerado, con aprensión. Pero el peligro estaba solo en mí: fuera la noche fluía con suavidad. Las luces nocturnas de Copacabana; la silueta del Pan de Azúcar, que tan bonito hace en el diario. Y ahora, en la tele, tras una entrevista con Gilberto Gil, empieza el programa de Jô.
 
(6-III-2001) Anochecer tropical. Enfrente, el Morro Dois Irmãos, con una palmera delante. Las lucecitas de la favela de Vidigal, descendiendo como los adornos de un árbol de Navidad por la izquierda. Me tomo una cerveza mientras espero a Nádia, con un coco junto al moleskine. Habíamos quedado aquí en el calçadão, a la salida de la calle Maria Quitéria, que ha resultado estar un poco más allá del famoso Posto Nove. Iba al dentista. Se retrasa. Me he venido caminando desde Copacabana, mientras caía la tarde. Gratísima jornada de verano, que contrasta con las imágenes del temporal en España (lluvia, viento, frío) que muestran los noticiarios de la parabólica. Esta mañana hemos estado de compras en el Shopping Rio Sul y luego hemos bajado a la playa desde el hotel. Un par de baños en el agua fresquísima; cervezas, salgadinhos; lectura del periódico tumbado en la toalla y, sentado en la silla, contemplación de las olas con Adriana Calcanhotto en los cascos; también, paseo por la arena hasta Leme. Tópico que se cumple: las sorpresas del paisaje. De pronto surge el Corcovado por detrás del Copacabana Palace, y más allá, llegando a Leme, la visión hacia Ipanema de los Dois Irmãos como uno solo, junto a la Pedra da Gávea. El contraste entre Copacabana e Ipanema. Las veintitantas islitas o montañas de Copacabana, incluido el Pan de Azúcar; y aquí en Ipanema la presencia totémica de Dois Irmãos. Antes han caído unos cuantos rayos, pero no por detrás como ayer, sino a la izquierda, ya en el mar. Realmente dá pra viver en la Zona Sul. En solo este día de reencuentro me han vuelto los deseos de venirme aquí. Tal vez comprar un apartamento cuando pueda, y vivir entre España y Río. Ya está ahí Nádia, esperando a cruzar el semáforo: su rojo es mi verde para acabar la frase. 

(7-III-2001) Por la mañana en el Centro: Rua do Ouvidor y Avenida Rio Branco. Librerías. La vitalidad de estas calles que son, literalmente, una Lisboa del trópico; todo lleno de teselitas y arbolitos. Antes, el Pan de Azúcar desde el autobús a lo largo de Botafogo y de Flamengo, bailando entre los trompicones: aparece, desaparece, resurge entero, se quiebra, se exhibe con perspectiva, esquinado, recatado, obsceno, de frente, de perfil, en calma, nervioso, doméstico, salvaje… y ni medio minuto seguido retenemos la misma visión. Es una postal caleidoscópica y sincopada, y si uno escucha entonces “Sugar Loaf Mountain”, de George Duke, comprobará que solo tiene sentido desde el ônibus
    Al mediodía de nuevo en la playa de Copacabana. El diario O Globo traía hoy las necrológicas por Mário Covas, el gobernador de São Paulo. Al poco de llegar a Brasil apareció la noticia, amortiguada, de su internamiento. Durante todos estos días han ido llegándome flashes, sin que yo les prestara demasiada atención. Ya ayer se veía a la gente conmovida en los noticiarios. Y hoy, las semblanzas del periódico. Parece que era un hombre apreciado, cosa rara en un político de aquí. Me he emocionado leyendo lo que decían de él. Esta figura que consiste en conocer a un hombre justo a raíz de su muerte; el conocimiento viene así impregnado desde el principio de melancolía. 
    Por la tarde largo paseo solitario. Primero he ido a la Rua Duvivier, para ver el callejón que era el mítico Beco das Garrafas, que he localizado en la Historia de la Bossa Nova que me compré ayer. Las lecturas me van redescubriendo la ciudad. Por el libro sobre Tropicália, por ejemplo, supe que donde está hoy el Shopping Rio Sul había en los años setenta un edificio de apartamentos donde vivieron Caetano Veloso, Edu Lobo y Paulinho da Viola, entre otros. Y en la propia Rua Duvivier vivió Chico Buarque. Precisamente lo que me estoy leyendo ahora es la biografía de Buarque: el estímulo de su fertilidad. Una vez en la Avenida Atlântica he subido hasta Le Méridien, y luego he bajado por toda Copacabana hasta Arpoador, donde me he parado un rato. Minutos contemplativos al final de la tarde. Hacia Copacabana, la luz nítida, la tranquilidad de las olas. En sentido opuesto, el Morro Dois Irmãos a contraluz, envuelto en la neblina. He continuado el paseo por Ipanema hasta la Rua Aníbal de Mendonça, que he recorrido hasta desembocar en la Lagoa, que me quedó por ver el año pasado. Deslumbramiento. Eran las seis de la tarde y el lago contenía un tiempo tranquilo, portentoso en su calma. El Redentor en frente, de perfil. Las laderas arboladas y abajo las edificaciones. Regreso ya de noche: luna llena y relámpagos blancos tras las nubes en Copacabana. Encendido de deseo –seguimiento de cuerpos oscuros por el calçadão

(8-III-2001) Por la mañana de nuevo en el Centro: la iglesia de la Candelária, el monasterio de São Bento, donde estudió Noel Rosa a principios de siglo; Rua Uruguaiana, Rua Alfândega... He vuelto por las librerías y tiendas de discos de ayer, a hacer más compras. En la librería de viejo del edificio Marquês do Herval había un ejemplar usado de la antología de Alianza de Luis Cernuda: ¿cómo habrá llegado ahí? 
    Última tarde en Río. Nádia se ha quedado comprando en unos almacenes de Copacabana y yo me he encaminado a la Avenida Atlântica. En la Rua Santa Clara me he cruzado con Nelson Motta, en el que he creído percibir un aire de felicidad furtiva (por la noche compruebo que estaba de Rodrigues en Río, porque su mujer Constanza Pascolatto, la Pitita Ridruejo brasileña, sale en la tele "en directo desde São Paulo", jeje). Una vez en el paseo marítimo, me he puesto a caminar hacia Ipanema con el propósito de llegar a Leblon. Pero algo me ha retenido. A la altura del Othon se oía una batucada. Eran nada menos que los tambores de Mangueira, tocando en la playa: “Eu conheço esse bumbo, esse bumbo é da Mangueira...”. Un equipo francés estaba grabando un documental a las órdenes de una treintañera rubia, sin duda la directora. Animadas por las cámaras, se han echado a bailar unas cuantas mulatas en bikini sobre la arena. Ha sido como media hora mágica: con los quince o veinte percusionistas ejecutando los ritmos y las mulatas contoneándose como solo ellas saben hacerlo; un vaivén de tetas, culos, brazos, caderas, cabellos, miradas y piernas que me ha puesto a cien. Después he seguido merodeando por allí, pisando brasas. Ahora escribo subido en la roca más alta de Arpoador. El sol ya se ha puesto tras el Morro Dois Irmãos. Tranquilidad. Me acaricia un vientecito suave; delante y detrás, el oleaje sin tiempo. Una nube se ha entreabierto y resulta que el sol no se había puesto aún (está un poco más arriba del Morro) –resplandores apaciguados tras las nubes y el Morro. Anotaciones al aire libre, como pinceladas de acuarela. 

(9-III-2001) Todavía las últimas compras en el aeropuerto. Algo asqueado por llevar tanto disco y tanto libro. Esta mañana: último vistazo a Dois Irmãos desde Arpoador, neblinosos. Lluvia floja por Copacabana. Paisajes difuminados. Río se desvanece una vez más; pero seguiré viviendo aquí (y en Brasil entero) con la lectura y con la música. En Madrid me aguardan los coletazos últimos del invierno.

(10-III-2001) El viaje en avión. Río desde arriba. Atravesamos las nubes, y por encima el cielo azul. (Una obviedad en la que no había pensado nunca: el buen día por encima del día nublado.) Montañas, cordilleras de nubes. Claros –el territorio brasileño abajo, selvas, ciudades... Salida al Atlántico, y ya la noche. Nubes grises. Luna llena. La luna en el ala (“en el ala la luna”). Oscuridad. Luces abajo: islas (Cabo Verde, las Canarias). Y al final los trámites prosaicos: el aterrizaje, el ómnibus, la espera de las maletas. 
    Ayer en el avión, antes del despegue, me puse a escuchar “Meu Rio”, de Caetano Veloso. Al poco, la azafata me dijo que tenía que apagar el cacharro durante el vuelo. Obediente, le di al stop. Esta mañana, ya aterrizados en Madrid, pulsé el play y la canción prosiguió por donde se había quedado, diez horas y siete mil kilómetros después.

8.8.24

Melancolías olímpicas

La primera es la del tiempo. Esto de que los Juegos Olímpicos marquen periodos densos, de cuatro años, hace que nuestro descacharre vital parezca más acusado. Son hachazos bisiestos literalmente.

Nací en 1966 y mis primeros Juegos debieron ser los de México 1968, pero mi memoria no estaba aún para fijar recuerdos. De los de Múnich tampoco me acuerdo, pero sí me constaron: por una camisa (de manga corta, naturalmente) en que vi por primera vez escrito un año, o tal vez fue solo la primera vez que supe leerlo: 1972. Y sobre todo por los cromos (en Málaga decíamos estampas) que traía el chocolate Zahor con el dibujo del personaje practicando todos los deportes. Salía también en los anuncios de la tele.

En 1976 nos mudamos y con la casa nueva sin terminar de montar fueron los de Montreal, aquellos de Nadia Comaneci. Los primeros que seguí propiamente y los únicos en que he participado: mi hermana y yo tratábamos de reproducir cada especialidad en el imposible salón; recuerdo el boxeo con guantes y cascos de corcho de embalaje. Luego vinieron todos los demás, por lo general más apagados salvo en momentos específicos de intensidad inusitada. ¡El baloncesto en Los Ángeles 1984!

Pero el mejor fue el de la madrugada de los cien metros lisos de Ben Johnson en Seúl 1988. Luego le quitaron el oro, pero el momento se quedó grabado: hubo un orfebre superior. Y a mí me sirvió para escribir un poemilla precisamente melancólico, sobre el topos clásico de la fugacidad de la vida. Se titula Macabro récord y dice así: "Más veloz que Ben Johnson / la muerte nos lleva al foso. // (Y sin doping.)".

La segunda melancolía es la carnal. ¡Tanta belleza inasible! Ese contraste bruto entre la contundencia de los cuerpos atléticos y la imposibilidad de tocarlos. En la célebre Garota de Ipanema, Vinicius de Moraes y Antonio Carlos Jobim acertaron a plasmar ese escozor: "Ah, por que estou tão sozinho? / Ah, por que tudo é tão triste? / Ah, a beleza que existe. / A beleza que não é só minha / que também passa sozinha".

¡La belleza que existe, ese es el problema! Pero quedan los ojos. Justo dijo alguien que hasta que no llegó a Río de Janeiro no supo que sus ojos valieran tanto (hablaba en este caso de la ciudad, no de las garotas). También valen ante el televisor olímpico y la proliferación de atletas con sus saltos, lanzamientos, volteretas, carreras, fintas, trabazones... Ahora se ha vuelto pecado la contemplación erótica, por lo que el erotismo se multiplica.

Y la tercera melancolía es la del esfuerzo. El esfuerzo inútil, en verdad: todo ese derroche. Para poder participar en unos Juegos Olímpicos hay que estar cuatro años machacándose (cuatro años que se suman a toda una vida). Salvo los cuatro o cinco deportes de relumbrón, el resto son disciplinas casi secretas que solo salen a la luz entonces; cada una con una multitud de –como se dice un poco despectivamente– motivados. Y la mayoría lo hace para perder. De ahí, supongo, toda esa mitología compensatoria de que "lo importante es participar".

Los deportistas españoles de París 2024 se han curtido en la derrota. Ha sido una escabechina de posibilidades frustradas. Casi siempre es así, por otro lado. Solo brillaron a lo grande en Barcelona 1992, en que un comentarista entusiasta soltó al tercer o cuarto oro: "¡El himno nacional es la canción del verano!".

Pero lo peor va a ser el domingo, cuando se terminen los Juegos Olímpicos y nos caiga todo el peso del verano encima. Ya a palo seco, sin distracciones. 

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4.8.24

A los socialdemócratas solo nos queda Puigdemont

[Montanoscopia] 

1. Un hombre delicado como yo tiene que detestar a los turistas. Arman ruido, son estéticamente feos, su capacidad intelectual es ridícula, hay que comunicarse con ellos con muecas de chimpancé... Solo que tales defectos los tienen, potenciados, los locales. Llevo toda la vida crucificado por mis paisanos los malagueños. Lo de los turistas ahora son alfileritos comparado con lo que he pasado. 

2. Me pongo la entrevista a un escritor español casi de mi edad. Magnífico y aireado discurso. Fértiles ideas. Actitud adecuada ante la literatura, ante el conocimiento y ante la vida. Además, aunque es un pelín relamido, me cae bien. Es una verdadera lástima que no sepa escribir. 

3. La celebrada pregunta del periodista Garea a Sánchez ("lección de periodismo", no cesaban de repetir) era muy normalita. Correcta sin más. Si parece extraordinaria es simplemente por comparación con el resto. En especial con las de los "periodistas" del oficialismo. Vivimos en un socavón y ya nos hemos acostumbrado. 

4. Una politóloga gubernamental habla del "tóxico antisanchismo". Me imagino que será una de las categorías epistemológicas de las que cocinan en Moncloa para su ciencia: maniobra mediante la cual Moncloa se mantiene (un poquito más) al tiempo que su ciencia se hunde (otro poquito). Hay un antisanchismo tóxico, naturalmente. Pero incluso ese resulta menos tóxico que el "tóxico sanchismo": siquiera sea porque es el sanchismo el que está en el poder. Al fin y al cabo, lo del "tóxico antisanchismo" suena como lo de la "conspiración judeo-masónica" de Franco. Hay que tener cuidado con lo que se dice desde el poder. 

5. Se entiende la querencia de los catalanistas (esa especie en cuya rama masculina abundan los individuos con el nombre acabado en -i y el apellido en -ez) por "poner el contador a cero". No en vano se trata de borrar un momento infame: el de su amada Cataluña alzándose no contra una dictadura sino contra una democracia; concretamente, la democracia a la que pertenece. Que el amor sobreviva a ello es explicable, después de todo el amor es loco. Pero la ficción de que persiste un entramado cultural exquisito no cuela. El procés se cargó el catalanismo, y su desaparición es el único contador a cero que ha operado en lo que a él respecta. Los perdones y beneficios políticos son otra cosa, despejan otro ámbito. En este los catalanistas son ya solo monigotes enfáticos y huecos. Uñas y pelos que le siguen creciendo a un cadáver. 

6. Después de que las bases de ERC hayan certificado la voladura de la socialdemocracia en España (con la imprescindible colaboración del PSOE), a los socialdemócratas solo nos queda Puigdemont. 

7. Hace cien años, el 3 de agosto de 1924, murió Joseph Conrad. Quizá sea el mejor novelista. Ninguno ha sabido combinar tan bien estas tres virtudes: precisión, elegancia y fuerza. Ahora recomiendan la biografía de Maya Jasanoff, La guardia del alba. Yo leí la de John Stape, Las vidas de Joseph Conrad. Es curioso, pero lo que se me quedó de aquella lectura es todo el papeleo que había que hacer antes y después de las travesías marítimas. Me recuerda a una anotación de Ernst Jünger al principio de Radiaciones: "Todas las guerras empiezan con cursillos". Algo de eso se ve en La línea de sombra, en que estaba el papeleo antes, el papeleo después y en medio una extraña aventura: la de la calma chicha. Pero al término lo que quiere el capitán, envejecido, madurado tras su primer mando, es embarcarse de nuevo: dejar atrás la juventud de acuerdo con la advertencia de la línea de sombra. 

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1.8.24

Vacaciones sin vacaciones

La esperanza es que agosto nos calcine un poco, a ser posible el cerebro. Que nos embrutezca lo suficiente como para volvernos insensibles al embrutecimiento ambiente español. Es el recurso de los habitantes de las repúblicas bananeras, que es en lo que estamos ya técnicamente gracias al bananero Sánchez y sus sanchistas, ese conjunto de salsa sosa. Sol, playa y huir de la verdad oficial, que es una mentira. ¡Oh, como en el franquismo!

Este agosto seguiré escribiendo, no sé con cuánta alegría. En los doce años que llevo de columnista, desde que Rafa Latorre me llamó para el ya desaparecido Zoom News en el otoño de 2012, no había descansado ninguna semana, incluidas las de agosto. Hasta el agosto pasado, en que no pude más tras la revalidación de Sánchez el 23-J y pedí descansar. Fue un error, porque lo que quería en realidad no era dejar de escribir sino dejar de leer la prensa, algo imprescindible para escribir en la prensa. Pero la seguí leyendo de todas formas: no puede uno zafarse de la pegajosa actualidad. Al final perdí dinero tontamente, por el lucro cesante. Aunque me dio para una frase campanuda que les fui soltando a los amigos: "Este agosto tengo vacaciones pagadas. ¡Pagadas por mí!".

La no despedida fulminante de Sánchez calificó a los españoles. Creo que fue la primera vez en la historia en que ellos tuvieron la responsabilidad explícita de su sumisión. Con el "¡vivan las caenas!" a Fernando VII había un entusiasmo bochornoso pero inhábil en la práctica: aunque no lo hubieran festejado, los españoles no podían eludir a Fernando VII. Con Franco pasó lo mismo. Murió en la cama de viejo, pero a los españoles no se les presentó la oportunidad de que lo hiciera antes y en otro sitio; el ánimo tampoco estaba para más aventuras violentas. En cambio con Sánchez (¡ese heredero de Fernando VII y de Franco! ¡Así lo veo yo! ¡Así me lo dice mi hipersensible estómago para detectar –y detestar– autócratas!) los españoles dispusieron de una bola de partido, la de las elecciones del 23-J del 23. Las elecciones las ganó el PP, cierto, pero no con la suficiente contundencia. La sociedad española fracasó (¡o triunfó en su espíritu sumiso!) al no escupir indubitablemente de su vida política a un elemento como Sánchez.

El curso ha sido degradante: una degradación sin fondo, que prosigue su espiral degradante hasta el mismísimo momento en que escribo este artículo, con las declaraciones del presidente en la mañana del 31 de julio. El hombre fango emisor de bulos en sintaxis desarticulada, con sus chulescas maneras habituales que son la carcasa de su vacío intelectual y moral. En cualquier ficción (novela, película, obra de teatro, serie) un personaje con estas características es el malo. Y, salvo que posea un irresistible encanto (algo que no se cumple en Sánchez), es despreciado por el lector o el espectador. En la lógica narrativa no cuela un sujeto de su calaña.

Pero para los españoles sí cuela. Y cuela para el primer periódico del país (imparable también en su degradación) y para una nutrida intelectualidad orgánica (¡un saludo, Innanity! ¡Y todos sois Innanity!). Esta es nuestra desgracia excepcionalista: aquí el Trump que nos ha tocado (que nos hemos ganado) cuenta con el apoyo del New York Times y la élite guay.

Nos acusan de estar obsesionados con Sánchez los que están obsesionados con la extrema derecha. Siendo Sánchez nuestra extrema derecha realmente existente. Entiéndase: la que destruye el Estado de derecho. En el caso de Sánchez, corroyéndolo desde dentro.

Pero aquí seguiré agosto: vacaciones sin vacaciones. 

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