[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:13:06]
Buenas noches. El amor por la Naturaleza, con ene mayúscula, ha hecho que se la considere una especie de mascota gigante, de mascota total. Es como si el planeta entero fuese nuestra mascota y lo llevásemos plácidamente del collar, como un perrito. Pero no, lo que llevamos del collar es un tigre hambriento. Y encima lo del collar es una ilusión: lo llevamos al lado sin collar, dispuesto a devorarnos. Lo más parecido a la Naturaleza sería esa Moby Dick que tanto le gusta a Rafa Latorre: una ballena indomable que viene a por nosotros. Pero la comparación se queda corta. Yo creo que la Naturaleza es Donald Trump: un Donald Trump absoluto, dentro del cual vivimos. Somos piojos en el tupé amarillento de Trump y estamos a expensas de que nos descabalgue de un manotazo, por puro capricho o porque le picamos. Eso es la Naturaleza, eso es Trump. A este se le ha comparado con Nerón, y eso es la Naturaleza también: un Nerón que toca el arpa mientras nos consumen las llamas que él mismo provocó. Quienes aman la Naturaleza es esto, y ninguna otra cosa, lo que aman. Las inundaciones de estos días, incompetencia de los políticos aparte, son obra de la Naturaleza. Está muy bien que cuidemos a los gatitos y que nos encariñemos con nuestras entrañables tortuguitas. Pero que esto no nos haga olvidar que la Naturaleza es una película de terror. No ha faltado quien ha dicho que la Naturaleza simplemente se venga por lo que le hacemos los seres humanos. Pero ahí se ve cómo es la tía: ¡vengativa, despiadada, cruel! Como decían los romanos: Cave canem. Cuidado con el perro. Es decir, ¡cuidado con la Naturaleza! ¡Ese frívolo Nerón que canta mientras ardemos! ¡Ese Donald Trump en cuyo amarillento tupé habitamos!