19.10.25

Ser español es lo más pesado que hay en el mundo

[Montanoscopia] 

1. El pobre PP, después de tropezar con las mamografías y el aborto, tropieza con la inmigración. "La nacionalidad española no se regala, se merece", ha dicho Feijóo. ¡Jóo, macho! Yo solo firmaría la frase si se entendiese el último verbo en su sentido de merecer castigo. La nacionalidad española es una formidable condena. Ser español es lo más pesado que hay en el mundo. Y no digamos en sus variantes catalana y vasca: las maneras más pesadas, de entre las pesadas, de ser español. García Calvo caló muy bien a estas Españitas. El gran problema español, no me canso de repetirlo, es la incapacidad para el pensamiento abstracto. Incluido el pensamiento político abstracto. No se comprende la limpia noción de ciudadanía universal, vacía, sin adherencias. Hay una pulsión fatalmente falangista por introducir contenidos espurios. También (ninguna facción española se libra) en nuestra malbaratada izquierda. 

2. Me ha hecho gracia el revolcón al gañán Aroca por ponerse a cloquear en la cadena Ser mientras hablaba la perla Harbour. El feminismo ha empezado a criticar el machismo de la izquierda. Ha tardado, pero está llegando. Lástima que no le alcanzase, porque ya murió, a un celebrado mago de la literatura. Este no dejó pruebas escritas, a diferencia de Neruda con su "me gusta cuando callas", contra el que ya espabilaron también. El de Luisgé fue un episodio anterior a este de Aroca. El feminismo no duda ahora en meterse en el corazón del sanchismo para afirmar su hegemonía. 

3. Escribe Del Molino una simpática columna sobre Antonio Famoso, el hombre que pasó quince años muerto en su casa sin que nadie lo advirtiera. Como sus cuentas estaban automatizadas, "era el ciudadano perfecto, siempre al corriente de pago". Añade el columnista de El País: "Ni siquiera votaba, para no estropear las encuestas ni exacerbar la polarización". Esto último es particularmente simpático. Más simpático aún, aporto yo, es que Famoso superase a Ábalos en el número de años sin pasar por el cajero (quince a seis). Pero lo que convierte a Famoso en el ciudadano definitivamente perfecto es que jamás dijo ni mu sobre Sánchez, como cualquier simpático columnista de El País

4. El nombre sórdido de Rodríguez Menéndez no me evoca sordidez, sino felicidad. Al leerlo en la noticia de su muerte me ha llegado el inconfundible aroma. La felicidad es por la tertulia que tenía entonces en Madrid con el escritor Fernando Marías y otros amigos. Es la única vez que he tenido una tertulia fija y era estupendo, porque te arreglaba la semana. Nos reuníamos en el Café del Prado, en la mesa del altillo. Había un piano cerca. Entonces no sabía que en aquella calle del Prado (no confundir con el paseo) vivía el narrador de El malogrado de Thomas Bernhard, una historia de pianistas. Pero en la tertulia nunca hablábamos de literatura. En aquel tiempo le dieron el premio Nadal a Fernando por El niño de los coroneles y en las entrevistas le oímos hablar de libros por primera vez. "Nos hemos tenido que enterar por la prensa de que te gusta Joseph Conrad", le dijimos. De lo que hablábamos era de cine y de cotilleos. Rodríguez Menéndez salía todas las semanas. Era nuestro héroe negativo. Nos reíamos con sus exabruptos. Uno de nosotros supo un suceso terrible del abogado en un piso de Atocha y lo contó una tarde. (No lo puedo revelar.) Me lo crucé una sola vez, mientras me dirigía a un concierto de Bebel Gilberto. La vida es así de rara. Un tipo como ese formaba parte de un paisaje en que fui feliz. 

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17.10.25

El más distinguido club de escritores

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:03
 
Buenas noches. ¡Semana de premios! Merecidísimo el Antena de Oro para nuestro Rafa Latorre (¡felicidades, jefe!). Merecidísimo también el Nobel de la Paz para María Corina Machado. Sobre el Planeta no digo nada, porque es de esta casa. En cuanto al Nobel de Literatura, me da buena espina el húngaro de nombre raro. Pero tengo que decir una cosa: respetar este premio después de que se le negara a Borges me parece mucho respetar. Los suecos se hicieron ahí los suecos de manera irreversible y se autolesionaron mortalmente. Cada año entramos en el juego de valorar al premiado, y me parece bien, porque con algo hay que llenar la vida; pero no debemos olvidar que es eso, un juego. El Nobel de Literatura hay que verlo al revés. El verdadero premio es no ganarlo. El escritor sin Nobel pertenece a un club del que forman parte –además de Borges– Proust, Joyce, Jünger, Salinger, Lispector, Pessoa, Vallejo, Onetti, Galdós, Kafka, Rulfo, Nabokov, Greene, Highsmith, Ginzburg, Cavafis, Rilke, Chesterton, Svevo, Simenon, Piglia, Marías, Conrad, Cioran o Bernhard. Los escritores pertenecemos de entrada a este club tan distinguido. Pero cada mes de octubre uno de nosotros es expulsado. La ejecutora de la patada en el culo es la Academia Sueca, que, aunque malvada, al menos se compadece de los pequeños y escoge a los más envalentonados. Fue maravilloso cuando expulsó a Saramago, por ejemplo. Es cierto que a los no poseedores del Nobel nos da pena que ya no podamos contar con Mann, Faulkner, Beckett, Bellow, Jiménez, Paz, Varguitas, Coetzee, Szymborska, Glück o Jelinek. Sin ellos, el club es algo menos distinguido, ciertamente. Pero lo que jamás le perdonaremos a la Academia Sueca es que haya mantenido entre nosotros a Tolstói, quien, como saben los asiduos de estas opiniones ultramontanas, es un piernas.

16.10.25

De la imposible persuasión

Hay columnistas que intentan persuadir. Ofrecen argumentos y datos, se fundamentan en los hechos y en la razón. Yo los admiro sin ironía, pero no estoy entre ellos. Su encomiable esfuerzo inútil me noquea melancólicamente. Porque se trata de un esfuerzo inútil en este corral; tal vez (ya vemos cómo va el mundo) en todos los corrales. Su única utilidad será, valga la paradoja, estética: ilustrarán a los lectores del futuro sobre las iniquidades del presente y les mostrarán que algunos no estuvieron del todo embrutecidos. Se salvarán ante ellos. Ya ocurrió con nuestro Jovellanos o nuestro Larra. Los cuales tuvieron (conviene no olvidarlo) cárcel o pistoletazo.

Descartado el afán de persuadir (quizá porque, además de impacientarme y aburrirme, tampoco sé hacerlo), me queda dar un poco de espectáculo, dispensar vidilla, juguetear con las noticias, soltar alguna ingeniosidad (si se me ocurre, cada vez es más complicado), marear (con cierto ritmo) la perdiz hasta llegar a las seiscientas palabras, propinar mandobles verbales, emitir diagnósticos abruptos (me temo que sin terapia), endilgar algún lirismo, captar o transmitir estados de ánimo, acompañar (¡desde mi misantropía!), vengarme, reaccionar, señalar, encomiar si toca y, en resumidas cuentas, expresarme. Haciendo de la necesidad (o de mi limitación) virtud, añadiría que tratar de persuadir es una vulgaridad.

En realidad, les tengo un respeto último a mis detestados y despreciados: prefiero que sigan en sus (¡detestables y despreciables!) trece antes de que me hagan caso a mí. Si me hicieran caso, no sabría cómo manejarme con ellos. Y sin duda los detestaría y despreciaría el doble. Y me darían pena. De la detestación y el desprecio pasaría a la pena, lo que sería un mal negocio para todos. Con semejantes pulsiones estoy condenado al fatalismo dialéctico. Esta mezcla de una visión conflictiva del mundo con el convencimiento de que en el fondo todo da igual (o de que no hay nada sustancial que se pueda hacer) sería mi salsa.

Si los persuasores ilustrados, que como he dicho admiro desde fuera, me producen melancolía por la inutilidad de su esfuerzo, entre mis detestados y despreciados se encuentran en un alto lugar los predicadores. Estos vendrían a ser unos persuasores oscurantistas, que tratan de persuadir con la mentira y la sinrazón. Además de unos pesados, son peligrosos. Y son los que abundan y los que tienen éxito. En este setido malo, la persuasión sí que es posible. Lo comprobamos todos los días. Aunque como funcionan mejor es oralmente, no por escrito.

Las redes sociales están llenas de tales predicadores o propagandistas. Desde mi carácter dubitativo (una duda real que me inutiliza y arrasa, no esa duda cosmética que algunos se ponen de adorno), me llama la atención la firmeza de tales predicadores (o propagandistas o vendemotos): la tajante ejecución de sus movimientos de manos, como encajonando el aire, como cortando quesitos, la emisión potente de la voz, hábilmente modulada, las jetas impávidas, de piedra pómez, aunque con su estudiada coreografía de boca, ojos y cejas. Cada uno es emisor de un mensaje contundente. La única esperanza es que la batidora universal haga una papilla con todas sus contundencias.

Como decía el Ricardo Reis de Pessoa: "Sabio el que se contenta con el espectáculo del mundo". Intervenir no deja de ser una obscenidad. Con los años uno va adquiriendo una única enseñanza sobre los seres humanos, nuestros entrañables congéneres; o mejor dicho, una enseñanza doble: que cada uno hace lo que puede (con la acumulación de lo que arrastra) y que todos somos unos desgraciados. No dar la tabarra puede ser la conclusión moral que se deduzca de este aprendizaje. 

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13.10.25

Que alguien la meta, aunque sea Ábalos

[Montanoscopia] 

1. Entre tanta sordidez, solo Ábalos me parece digno. Un hombre dominado por su pizarrín, ese pajarillo al que continuamente había que darle alpiste. El alpiste se compraba o con dinero público o con dinero turbio del PSOE. El que el partido antiputas (supuestamente) le pagara las putas a su secretario de Organización es más bello que la Victoria de Samotracia. Eso por la parte del partido. Pero por la parte de Ábalos, ¡qué bicoca! Todo se lo ha llevado o llevará el río. Ábalos puede que termine en la cárcel. Pero aquellas fornicaciones, aunque venales, ya nadie se las quita. La sabiduría popular lo sabe: "De la vida sacarás / lo que metas, / nada más". Es una rima puramente para hombres, o para seres con pizarrín, sean hombres o mujeres. (Que los seres sin pizarrín inventen la suya.) Me hace gracia que, en el contexto torrentiano de Ábalos, hay una frase que tenía que salir fatalmente y que por fin lo ha hecho: "He dejado el pabellón muy alto". En cuanto a si fue con dinero público, este contribuyente ya ha declarado que cede gustosamente su cuotaparte. Como buen socialdemócrata, quiero que mis impuestos financien la sanidad y la educación. Pero que unos eurillos se deriven a la alegría de vivir no me parece mal. Que alguien la meta, aunque sea Ábalos. 

2. Entiendo la decepción de la izquierda española: es un fastidio que las matanzas en Gaza no se hayan prolongado al menos hasta los Goya. ¿Qué son los miles más de muertos que habría habido de aquí a febrero comparados con el fabuloso escenario de la exhibición moral con lentejuelas? En los alrededores del cine está Barbie Gaza, de bajona también: ¡han frenado en seco su incipiente carrera de famosa! Y ni siquiera está ya Interviú para que le hubiese dado tiempo a inmortalizar sus tetas. La flotilla ha sido el gran símbolo festivalero de este espíritu. Me ha recordado a aquella foto que descubrió Trapiello en que Alberti se refería a la guerra civil como la belle époque. Así la vivieron. Así lo viven. No dejan de ser también homenajes a la vida, sobre un fondo de muerte. 

3. Hay que admirar la coherente relación de esta izquierda con la democracia. Si a la democracia española la acusa de no ser una democracia, es lógico que una dictadura como la de Maduro cuente con su aprobación. Y que desapruebe rabiosa y hasta sarnosamente el premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, luchadora por la democracia en Venezuela. Pablo Iglesias la compara con Hitler, clavando su autorretrato político. 

4. Ya que esta Montanoscopia cae en 12 de Octubre, traigo de nuevo una canción que para mí indica cómo hay que tomarse esta fecha histórica: justamente por el lado de la alegría de vivir. Es Las tres carabelas, compuesta por nuestro Augusto Algueró, en la versión maravillosa para el disco Tropicália (1968) de Caetano Veloso, Gilberto Gil y Os Mutantes, con la orquestación de Rogério Duprat. Se habla del descubrimiento de América, pero lo que importa es lo que sigue: "Mira tú qué cosas pasan / que algunos años después / en esta tierra cubana / yo encontré a mi querer". Por lo tanto: "¡Viva el señor don Cristóbal, que viva la patria mía! / ¡Vivan las tres carabelas: / la Pinta, la Niña y la Santa María!". ¡La de cosas que no tendría sin el señor don Cristóbal! Algunas amigas, algunas músicas, algunos paisajes, algunas plantas, algunos alimentos, el ciclismo colombiano, el cine americano, la vidilla extra de nuestras calles, Venus Williams, Clarice Lispector, sor Juana, Borges, Darío, los dos Vallejo, Parra, Varguitas, Bryce Echenique, Cabrera Infante, Elena Garro, Octavio Paz o Brasil. 

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9.10.25

La casa de Aleixandre

En estos días de octubre de 1985 llegué a la habitación que me habían asignado en el sexto piso del Johnny y vi que debajo de la ventana estaba la Escuela Diplomática y más allá, distinguiéndose entre las casas, la amarilla de Vicente Aleixandre. Este había muerto menos de un año antes, en diciembre de 1984, justo cuando yo leía su Historia del corazón.

Durante todo aquel curso tuve ese paisaje a la izquierda, desde mi escritorio. Allí cumplí veinte años. Con frecuencia paseaba por delante de la casa y me quedaba ante su verja y su puerta verde. Imaginaba a los visitantes que habían pasado por allí: todos los del 27, Neruda, Miguel Hernández, Valente, Gil de Biedma, Gimferrer, Villena. Una tarde calurosa de junio, mientras sonaba en mis auriculares el adagio del concierto para piano núm. 23 de Mozart, vi a Cernuda. Subía la cuesta con la chaqueta en el brazo, pasaba por delante de mí sin verme y entraba.

Lo recordé el otro día durante el pase en Málaga de Velintonia 3, de Javier Vila, al que me había invitado su productor José Antonio Hergueta. Fueron dos horas de emoción, porque vi por dentro la casa que tantas veces había visto por fuera. Está abandonada y vacía. La cámara recorre las paredes desconchadas, con manchas de humedad y el contorno aún de los cuadros que hubo y el reloj de péndulo, los suelos con virutas, algún objeto tirado, enchufes antiguos. Permanece la luz que entra por las ventanas, haciendo sus dibujos, postulando sus mapas, así como el verde de las hojas de los árboles, que se renueva en cada generación de hojas (así lo observaron los líricos griegos).

Hay un guía para poetas jóvenes, que les va contando la historia de aquellas estancias. Y hay poetas viejos que recuerdan lo que vivieron y hablaron allí cuando ellos eran los jóvenes y el viejo Aleixandre: Carnero, Siles, Colinas, Molina Foix, Dionisio Cañas, Lostalé, Barnatán y su mujer la periodista Pereda. Eché en falta a Villena y Gimferrer. Se completa la película con la preparación de un concierto de campanas en el jardín, que se celebra al final, de noche, con velas, la lectura de textos (versos, cartas, artículos) e imágenes de archivo de Aleixandre en la casa, deambulando por ella o contestando en el sillón al cuestionario Proust. Trabajaba acostado, pero trabajaba. Se me quedó una frase: "Hacer es vivir más".

La calle se llamaba Wellingtonia, aunque para Aleixandre y su círculo era Velintonia, como aparece en muchos escritos; hasta se inventaron el verbo "velintonear", cuyo significado era ir a visitarlo. Cuando le dieron el Nobel en 1977, el mejor homenaje de las autoridades habría sido rebautizarla así. Pero no, la llamaron calle Vicente Aleixandre, lo que disgustó al poeta, que ni siquiera salió a inaugurar la plaquita. Así son las autoridades. (En Brasil pasó lo mismo: al aeropuerto de Galeão, que sale en canciones de Jobim, le pusieron aeropuerto Antonio Carlos Jobim.)

Se ofrece a la vez un recorrido por su obra, desde Ámbito hasta Diálogos del conocimiento. Se resalta la importancia de Sombra del paraíso en la posguerra. Carnero elogia al Aleixandre tardío de Poemas de la consumación. Se repite el tópico lanzado por Umbral de que la poesía surrealista francesa no alcanzó el nivel de los libros surrealistas de Aleixandre, Espadas como labios, Pasión de la tierra y La destrucción o el amor. Es un tópico falso (ahí están los poemas de Éluard, Char, Péret o el propio Breton), aunque los de Aleixandre son grandes libros. El mecanismo del símil por inversión del primer título lo ejemplificaba el profesor Escartín con un equivalente vulgarote que no he logrado olvidar: "balines como garbanzos". El espíritu rabiosamente surrealista, por otro lado, estaba más (aparte de en el Lorca de Poeta en Nueva York) en el Cernuda de Un río, un amor y Los placeres prohibidos.

Por Cernuda pasé a despreciar a Aleixandre, al que yo empecé apreciando. La valentía homoerótica del primero, con sus pronombres y adjetivos masculinos ya desde los años treinta, dejaba en evidencia al segundo, con sus cobardones femeninos. He tratado de refrenar mi juicio, por reconciliarme... pero esos femeninos volvieron a salir en algún recitado del documental y no puedo con ellos.

Pero sí, a Aleixandre lo leí mucho y de aquellas lecturas tengo un recuerdo cálido. Me ha alegrado saber por Velintonia 3 que uno de los poemas que Aleixandre más quería es uno que a mí me emocionó también y que me sé de memoria. Se titula "Adolescencia" (yo era adolescente entonces) y dice: 
Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
–El pie breve,
la luz vencida alegre–.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse. 
Hoy el Johnny, el Colegio Mayor San Juan Evangelista, está tan abandonado como la casa de Aleixandre. Aunque parece que esta se va a rehabilitar. 

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5.10.25

Yo solo me merecería ser gobernado por Cleopatra

[Montanoscopia] 

1. Paradoja de la flotilla: si Israel fuese el país que postulaba, sencillamente no hubiera zarpado. 

2. Los familistas son esos individuos que, en vez de estar disfrutando de la vida familiar, que por lo visto es la repera, se dedican a predicarles a los otros las glorias de la vida familiar. Mucho se tienen que aburrir, pienso yo. Los argumentos a los que recurren son variopintos, pero ninguno como el que oí el otro día en Málaga. Se lo regalo para reforzar sus predicaciones. Caminaba yo por calle Mármoles y adelanté a un par de sujetos de aspecto algo lumpen. Cacé una brizna de lo que iban conversando. "Tiene mucha familia", dijo uno con voz apagada. Y el otro: "Sí, ese es el rollo. Nadie se puede meter con él porque tiene mucha familia". 

3. Al término del homenaje que le hicieron a Javier Marías poco después de su muerte hace tres años, que tuvo ráfagas emocionantes a pesar de todo, tocó la flauta su hermano Álvaro Marías. La Pavana Lachrimae, leo, de John Dowland, en la versión glosada para flauta sola de Jacob van Eyck (siglo XVII). Había un desvalimiento como de huérfano, huérfano de hermano, que me emocionó definitivamente. Ahora me he puesto una entrevista de Ramón González Férriz a Álvaro Marías en la Fundación Juan March que me ha desarmado. ¡Qué ser humano más extraño y entrañable! Los Marías han sido todos así. Además de por el escritor Javier Marías, he sentido devoción por el cinéfilo Miguel Marías. Del historiador del arte Fernando Marías no sé aún nada, pero sí tengo de él una anécdota indirecta. El escritor Fernando Marías, que solo era primo muy lejano de los Marías, me contó que cuando empezó a publicar recibió una carta enfurecida de Javier Marías en que le reprochaba que hubiera usurpado el nombre de su hermano el historiador del arte. Pero el escritor Fernando Marías no había usurpado ningún nombre: se llamaba así. Ahora he conocido a Álvaro Marías por la entrevista de Férriz. Empieza titubeante, pero poco a poco va desvelando el enorme personaje que es. Toda su vida la ha consagrado a la flauta. Con momentos como de Woody Allen. Es un refinado humorista. Parece frágil, pero es un titán: un titán de la flauta. Además de intérprete, las colecciona. Y escribe de música. Menuda familia los Marías. Empezando por el padre don Julián, cuyas apariciones son siempre nobles. Pónganse la entrevista y se admirarán. Pasarán un buen rato. 

4. Ya les conté mi absoluta simpatía por el hermano de Sánchez, que es mi semejante y también (¡más que de Sánchez!) mi hermano. A los dos nos gusta lo mismo: Portugal, las japonesas, la música, los pseudónimos, no trabajar. Ni él ni yo nos desenvolvemos bien en la vida, porque no sabemos estar en la batalla: somos lo contrario de combativos. Así que si alguien nos saca las castañas del fuego mejor. Al final un rasgo positivo del presidente es que haya asistido a su hermano el inútil. Lo de este viviendo en Moncloa da para una comedia: ¡el verdadero documental sobre Moncloa! El hombre deambulando por sus dependencias, zánganamente. Y pasan cosas. Si el cine español no fuera el brazo tonto del sanchismo, estaría ya con los guiones. 

5. El sanchismo, como el zapaterismo, es una ominosa danza a dos. Tras Zapatero llegó la contraparte de Rajoy y tras Sánchez llegará la contraparte de Feijóo, con Abascal. Yo no me mereceré ese Gobierno del PP con Vox. Pero los españoles (¡esos tipos!) sí se lo merecerán. Yo solo me merecería ser gobernado por Cleopatra. 

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3.10.25

Hasta los huevos de Caetano Veloso

[La Brújula (Opiniones ultramontanas)m 4:00:30

Buenas noches. Mi pasión por la música brasileña, que muchas veces he proclamado aquí, se encuentra en crisis. No exactamente por la música, sino por los músicos. Siempre los he adorado, al plantel completo. Desde Vinicius de Moraes, Antonio Carlos Jobim, João Gilberto o Gal Costa, que ya murieron, hasta los que siguen vivos y coleando, aunque algunos un tanto renqueantes: Caetano Veloso, Gilberto Gil, Maria Bethânia, Chico Buarque, Milton Nascimento, Djavan o Adriana Calcanhotto. A estos últimos me puse a seguirlos en las redes sociales, pero ya no puedo más. La saturación es idéntica a si estuviera casado con cada uno de ellos; o peor: con todos ellos a la vez. Los veo a diario levantándose, acostándose, vistiéndose, desvistiéndose, en pijama, en bañador, con ropa tropical, con ropa europea, comiendo, bebiendo, riendo, llorando, ¡soltando peroratas interminables! ¡El primero Caetano Veloso, al que amo pero al que ya no aguanto más! Se han tomado las redes sociales, ante todo Instagram, como una parte esencial de sus vidas; yo diría que más que nadie en el mundo. El afán de comunicación de los brasileños ha hecho que se vuelquen a comunicárnoslo todo en todos los minutos. El colmo es que también se comunican entre ellos, desaforadamente. No hay día del padre, ni de la madre, ni de la infancia, ni de nada, y no digamos los cumpleaños, en que no se lancen a felicitar y recordar y poner fotos. Es una locura inflacionaria de efusividad y buen rollo que ya no pueden parar. El día que uno no le felicite el cumpleaños a otro (y cada día cumple años alguien), se pinchará la burbuja y puede que lo asesinen. En realidad es entrañable. ¿Qué se puede objetar a la explosión del calor humano? Pero yo, francamente, estoy ya hasta los huevos.

2.10.25

Sorpresa de Borges

Qué impresionante biografía de Borges acaba de publicar Cátedra. Apenas llevo sesenta de sus setecientas páginas, pero estoy encantado: la escritura es sólida y eficaz, la información está actualizada, el biógrafo se toma el trabajo de hacer el relato de la vida, con la obra como eje, y no hay hojarasca. Se titula acertadamente Jorge Luis Borges. Un destino literario. El autor, Lucas Adur, nació en Buenos Aires en 1983. Ver este año es lo que me ha dado el impulso de escribir ahora, porque no voy a hacerlo sobre la biografía, cuya lectura he decidido que me acompañe hasta el 31 de diciembre. Es que en 1983 leí a Borges por primera vez. Aún no se me ha extinguido la sorpresa.

A mis diecisiete años yo era un lector incipiente. Había leído todo Mortadelo, Astérix y Tintín, algo de Flash Gordon y Spiderman, algo de Salgari, toda Agatha Christie, todo Sherlock Holmes, y llevaba unos meses con García Márquez, Vargas Llosa, Umbral, Baroja, Unamuno, Cela, Hesse, Huxley, Carpentier, los diálogos de Platón o Bertrand Russell. De Borges no sabía nada. Cuando le dieron el premio Cervantes, entendí por la radio que se lo habían dado a Forges. Tampoco sabía nada del premio Cervantes. Y entonces abrí El Aleph, porque pertenecía a aquella colección marrón horrible de kiosco que había empezado a coleccionar, y era rarísima la prosa: rara y perfecta. Creo que fue el primer libro raro y perfecto que leí.

¿Qué eran esas frases del inicio, con las que comenzaba el primer relato, "El inmortal"?
En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Cartaphilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Ilíada de Pope.
¿Y las del que le daba título al volumen, hoy míticas? 
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
En cuanto a los finales, el de "Emma Zunz": 
La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios. 
O el de mi relato favorito, "La busca de Averroes", una sorpresa absoluta: 
Sentí que la obra se burlaba de mí. Sentí que Averroes, queriendo imaginar lo que es un drama sin haber sospechado lo que es un teatro, no era más absurdo que yo, queriendo imaginar a Averroes, sin otro material que unos adarmes de Renan, de Lane y de Asín Palacios. Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que yo fui, mientras la escribía y que, para redactar esa narración, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel hombre, yo tuve que redactar esa narración, y así hasta lo infinito. (En el instante en que yo dejo de creer en él, "Averroes" desaparece).
En este último pasaje se ve el gran secreto de Borges, su potencia: su alejamiento de los libros, desde los libros (y en los libros), para aproximarse a la vida. Con el artificio de la literatura desenmascara a la literatura: una autoconciencia que libera. Pero una liberación extrema, como de flotar en el vacío, en parte angustiosa, en parte eufórica. Eso es la vida. Curiosamente, el autor en principio más libresco de todos es el menos libresco: por un lado, porque vive los libros como muchos no viven la vida; por el otro, porque utiliza los libros para salir de los libros. También lo logra con la instalación del pensamiento metafísico en la vida cotidiana, que la abisma y la enriquece, le da densidad épica y lírica: "pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita".

Después leí Ficciones, que fue anterior a El Aleph y cuyo primer relato causó, según Piglia, una extrañeza como la mía en los inéditos lectores argentinos. Y leí todos los libros de conversaciones con Borges, los más deliciosos de entre los libros. Y leí su poesía. Una mañana en el colegio mayor empecé Fervor de Buenos Aires, sin pensar que fuese a decirme nada nuevo, y me encontré con estos versos formidables: 

Convencidos de caducidad 
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto. 

En su último libro, Los conjurados, persiste la caducidad: 

Todo nos dijo adiós, todo se aleja.
La memoria no acuña su moneda.
Y sin embargo hay algo que se queda
y sin embargo hay algo que se queja.

Al final de aquel curso en Madrid, junio de 1986, Borges murió. Yo había tenido poco antes un éxtasis con su "Otro poema de los dones", de El otro, el mismo, que desde entonces es el poema que más amo. (Hay una réplica que también me gusta de José María Álvarez en su Museo de cera.) Era otra mañana (mis recuerdos de la poesía de Borges son recuerdos de mañanas) y me había puesto la sonata D. 894 de Schubert, por Richter. Al llegar a ese poema sonó el allegretto, una reconciliación plena con la vida. Había que dar las gracias. "Gracias quiero dar al divino / laberinto de los efectos y las causas / por la diversidad de las criaturas / que forman este singular universo". Una de las criaturas más extraordinarias, y a la que más hay que agradecer, por su sorpresa, es Borges.

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