16.4.13

Almodóvar va mal

Finalmente me he armado de valor y me he metido a ver la última de Almodóvar. No es tan mala como dicen: es peor. Una basura incalificable. Tan incalificable, que calificarla de basura resulta benévolo. Una basura, al fin y al cabo, es algo. Los amantes pasajeros no es nada: apenas un presupuesto gastado en el vacío. Como el aeropuerto fantasma sobre el que el avión de la película da vueltas antes de su aterrizaje forzoso.

Antes de cada uno de sus estrenos, Almodóvar tiene garantizadas dos críticas: una mala (la de Carlos Boyero) y otra buena (la de Jordi Costa). Sea como sea la película, Boyero va a hablar mal y Costa va a hablar bien: ellos sabrán el motivo. Los demás vamos al cine a fajarnos, a salir contentos o descontentos, o semicontentos o semidescontentos. Yo soy almodovariano y me lo he pasado bien (en mayor o menor grado) con todas las películas de Almodóvar, menos con Kika y La mala educación. Estas eran las dos peores, pero la peor es ya Los amantes pasajeros.

En cierto modo, es lo que nos faltaba. Ahora que la Transición falla por todos sus flancos, no podía dejar de fallar Almodóvar, que fue a la vez uno de sus productos y uno de sus agentes. Remito a la precisa exposición que ha hecho Albert de Paco, en Jot Down, de la recepción de las películas de Almodóvar: ahí se aprecia cómo Almodóvar –y la Movida en general– vino a ser la sombra estética de la Transición. Si la democracia nos trajo la libertad, la Movida nos indicó que el modo más glorioso de usarla era confundiéndola con el libertinaje. Mediante ella, España se sacudió a los curas, a los tunos y a los cantautores.

Pero fue un paréntesis. Los curas, los tunos y los cantautores solo se escondieron un rato y hoy vuelven a campar. Almodóvar mismo hace tiempo que es uno de ellos. Yo diría que desde la frase final de Carne trémula (1997): con aquello de “en España hemos perdido el miedo”, Almodóvar manifestaba su miedo a ser tachado de frívolo. Cuando la frivolidad fue justamente su gran aportación política a este país tan cargado y tan cargante. Con Los amantes pasajeros ha intentado recuperarla, pero no le ha salido: no hay frivolidad genuina, sino un remedo programático, pesado, hueco y, sobre todo, sin gracia.

Aunque, bien mirado, este es el modo que Almodóvar ha tenido de seguir siendo un artista de su tiempo: yendo también de culo.

[Publicado en Zoom News]