Esta moda pseudoprogresista, que dura ya lustros, de no decir "España" sino "el Estado", me ha hecho pensar a veces que ojalá. Ojalá fuese el Estado lo que se respetara, el marco institucional racionalista e ilustrado, no mágico sino convencional, limpio y aséptico, sin folclore. Con eso ya nos apañaríamos magníficamente; y luego que cada cual, en su casa o en la plaza del pueblo, se disfrazase, si le daba el punto, de lagarterana y sacase sus txistus, sus butifarras, sus gaitas, sus sidrinas y sus castañuelas.
Pero me temo que no lo voy a ver. Aquí lo de "el Estado" es otra coartada más, para no respetarlo, o para colar la mercancía propia. El gran agujero de España es la falta de educación, de formación, de cultura. Y esto, que es verdad en términos generales, es más acusadamente verdad en términos políticos. En efecto: el gran agujero de España es la falta de educación política, de formación política, de cultura política. La democracia nos ha llegado tarde y todavía no ha calado lo suficiente en nuestro cerebro reptil. Da casi igual la ideología que diga profesar cada cual (o sea, la ideología con la que cada cual se adorne o con la que cada cual se encuentre guapo o guay): hay unos atavismos pétreos cuya potencia transversal ya quisieran los defensores de la transversalidad. Aquí el franquismo, y la mentalidad cortijera, empapan al más pintado.
En el Día de Andalucía, por ejemplo, que la Junta celebra más que nada como el día de un determinado partido de Andalucía, el Hijo Predilecto de este año, Miguel Ríos, aprovechó su discurso para dar un mitin, como si acabara de recibir un Goya. Un mitin en favor del partido que le había concedido el honor, precisamente por ser tan partidista. Para que en Andalucía te nombren Hijo Predilecto hay que dejar bien claro que, ante todo, no se es un Hijo Pródigo. Pero, aunque esta hubiera sido la razón o la premisa, cabría esperar que al menos el solemne acto institucional fuese "para todos". Vana esperanza. Nuestro adaptador de Beethoven fue incapaz de poner el propio corral entre paréntesis.
Se barre, sí, para casa. No se tiene noción de lo que es común. Hasta quienes se arrogan la defensa de lo público parecen ignorar lo que significa lo público. La mítica frase de Carmen Calvo de que "el dinero público no es de nadie" es de una transparencia que da vértigo. Si lo público, o el Estado, no es de nadie, entonces es del primero que pase por allí; de la ministra, por ejemplo, o del premiado que se ve ante las cámaras. Si es de nadie, y no de todos, entonces no parece exigible la máxima responsabilidad.
Pero los episodios se suceden, porque, como digo, se trata de una deficiencia colectiva. Tras el de Miguel Ríos tenemos otro aún más grave, puesto que su protagonista no es un particular sino un representante mismo del Estado. Me refiero al del secretario de Estado para el Deporte, Miguel Cardenal, con su alucinante artículo sobre el Fútbol Club Barcelona (del que se ha ocupado aquí convenientemente Manuel Matamoros). Algo así solo se explica por esa falta de educación, de formación y de cultura que he apuntado. Cardenal, según leo en su perfil biográfico, es doctor en Derecho, catedrático y director de una Cátedra de Estudios e Investigación en Derecho Deportivo; aparte de ser actualmente secretario de Estado y presidente del Consejo Superior de Deportes. Nada de esto le ha valido para aprender lo que es el Estado.
Y, si lo ha aprendido, no se ha activado en él la responsabilidad suficiente como para tenerle respeto. Que es lo mismo que decir: para tenérnoslo a todos.
[Publicado en Zoom News]