13.3.14

Pequeñeces

Las especulaciones sobre las verdades y las mentiras del 11-M me vienen grandes, la verdad. Hace mucho que me hago un lío. Mi capacidad inductiva está limitada; y no he tenido ni paciencia ni ganas (ni fe) para ponerme a fondo. A los periodistas y políticos que empujan en una u otra dirección, sencillamente no me los creo. No quiero decir que mientan todos aquí: solo que los he visto mentir otras veces, con certeza, y por lo tanto no les concedo una credibilidad sin tacha. Esta es una de las paradojas: hablan desde una autoridad de la que carecen. Hacen como si se beneficiaran de un prestigio que no se han ganado en absoluto.

Pero en el 11-M, más allá de los atentados y de su estricta investigación criminal, hay cosas que no requieren intermediación de los periodistas y políticos, porque pasaron a la vista de todos. Son verdades que estuvieron a la mano: verdades para el espectador, directas desde la radio, los periódicos y la tele. Una fue la patética gestión del gobierno de Aznar; sus torpezas, sus maniobras, el emperramiento informativo en lo que (según lo que se conjeturaba) le beneficiaría en las elecciones. La otra fue el lanzarse a morder, no menos perrunamente, del partido del candidato Zapatero. Con aquella gravísima violación de la jornada de reflexión que hizo Rubalcaba el 13 de marzo: otro décimo aniversario hoy, directamente infecto.

En ambos casos se echó de menos grandeza. O dicho más crudo: se echó de más tanta pequeñez. Los que a nuestro pesar tenemos una cabeza literaria y una cierta sensibilidad para la épica (y la ética), lamentamos que todo suela ser tan mezquino. Por eso nos conmueve cuando aparece un Mandela con su magnanimidad; o nos emocionaba cuando, por poner un ejemplo más modesto, Vargas Llosa interrumpía sus mítines de candidato para pedirle a su auditorio que no gritasen insultos racistas contra Fujimori. Cualquiera se hubiera refocilado en los insultos hacia el rival, cuando no los hubiera alentado él mismo desde el micrófono.

Falta grandeza, sobra pequeñez. Aznar se ha pasado años yendo por la vida de estadista, cuando en el momento más importante de su carrera política fracasó. Tenía ya la cabeza en la Historia y tropezó en el presente. Y Zapatero, que consintió en aquellos días, cuando a Aznar se le llamaba asesino y se cercaba la sede del PP, luego se sentó en su presidencia como un patán. En vez de haber emprendido una legislatura suave, integradora, sanadora, se puso a sacudirlo todo, a desintegrar, a abrir heridas. Al tiempo que Aznar fomentaba sospechas...

Ni a Aznar ni a Zapatero se les invitó anteayer al funeral en memoria de las víctimas del 11-M. Esto fue otra pequeñez. Y fue una aberración. Como fue una aberración su ausencia. Pero lo cierto es que quizá hubiese sido una aberración mayor su presencia. Con todo, tendrían que haber estado. Es una situación sin arreglo: desoladora, devastadora. Y no hay manera de salir de aquí.

[Publicado en Zoom News]