Me he dado a la decadencia en estos días finales. Y, como si me hubiese pillado, el Rey dijo en su discurso la palabra “decadencia”. Advirtió contra la decadencia, pero estamos en decadencia. El palacio mismo donde se sentó era decadente: gloria de otros tiempos. Reforzaba el mensaje (que era bueno, de salud pública), pero la pompa resultaba embarazosa. Nos habíamos habituado a la salita de estar de circunstancias. Aunque, para pomposos, nuestros republicanos de salón: esos que constituyen hoy el principal (¡y real!) argumento contra la III República.
Me he dado a la decadencia. He releído la poesía completa de Cavafis. Releer: verbo decadente. Casi todos los poemas tratan de la larga decadencia del helenismo o de la decadencia (la vejez) del sujeto poético; a veces, de las dos juntas. En ambas hay una memoria dorada: la de la plenitud clásica o la de los placeres de la juventud. Hay una figura imposible: la de Juliano el Apóstata, el emperador romano que intenta inútilmente resucitar el paganismo, con el imperio ya cristianizado.
Esta semana hablaba yo con un amigo de nuestra situación política y soltó: “Bah, yo lo que voy a hacer es leerme la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, de Gibbon, pero empezando directamente por la caída”. Su frase no me hizo leer a Gibbon, pero sí ponerme La caída del Imperio Romano, un péplum que se rodó en España. La decadencia de Roma y nuestra decadencia. Marco Aurelio muere y llega Cómodo. Del primero se dijo: “En solo una cosa perjudicó a Roma: en haber engendrado”. La Transición no ha sido tan sabia como Marco Aurelio, pero entre sus hijos hay más de un Cómodo.
Nuestra decadencia es un péplum. Veo que la palabra está en el diccionario: “Película ambientada en la Antigüedad clásica”. El vocablo nos lo han ido pegando los críticos de cine. Uno de ellos, Carlos Boyero, ha escrito un artículo hermosísimo, no sobre cine: “Que puedas seguir leyendo y escribiendo, Savater”. Entre el cariño y la indudable admiración, se desliza una frase: “[aunque] disienta de vez en cuando de las opiniones políticas [de Savater]”. No tiene importancia, ni enfría los elogios; pero resulta sintomática.
Ese tipo de salvedades hoy solo se hacen con unos, y no con otros: se hacen con los que, como Savater, defienden limpiamente la Transición, la Constitución (que nos han dado democracia y prosperidad), y atacan no menos limpiamente los nacionalismos y los populismos (que nos han envilecido y arruinado, o amenazan con hacerlo). Son salvedades estrictamente decadentes: síntomas de adónde hemos llegado, y del declive que nos queda. Casi dan ganas, como mi amigo con Gibbon, de saltar directamente a la caída.
* * *
En El Español.
28.12.15
26.12.15
Entrevista: "En Twitter soy más faltón"
Por Gonzalo Gragera
José Antonio Montano (Málaga, 1966) es de esas personas que hacen del periodismo un lugar en que habitar y morar . Un poco de filósofo, un poco de periodista, un mucho de filólogo y escritor. Ha trabajado en lo que él llama “la alta cultura” –una biblioteca y una editorial- y en “la baja cultura” –la televisión-. En esta dualidad advertimos su carácter platónico, el cual le hace suspirar por una muchacha llamada Amarna. Por otra parte, ha escrito en Kiliedro, Factual, Frontera D, Zut, Boronía, El Malpensante. Es culto, irónico, agudo, inteligente, satírico, desnudo de todo prejuicio y etiqueta, desclasado. Lo conocerán, casi seguro, por sus ácidas intervenciones tuiteras y por sus columnas –según él más serias y concienciadas- en ZoomNews y, ahora, en El Español de Pedro J; y por sus narraciones en Jot Down Magazine. Montano se oculta y se refugia en su Málaga natal. Montano no sé si es alguien que España se pueda permitir. Escondido tras ese halo de humor y de ingenio. Montano huele a frescura en la prensa y a originalidad en la prosa. Nos atrevemos a charlar con él. Tanto monta, monta-Montano. De aquí en adelante puede suceder cualquier cosa.
En Petrarca fue Laura; en Garcilaso, Isabel Freyre. ¿Quién es para Montano Amarna Miller?
Pues sería una musa carnal (¡gloriosamente carnal, como atestiguan sus películas!). Aunque el hombre es tan mobile como la donna y ya se me ha pasado un poco. He sido menos persistente que Petrarca y Garcilaso, ¡y eso que Amarna vale más que sus damas!
¿Por qué ella? ¡Si es mala y pecaminosa!
Ella ante todo es un encanto, aunque el que sea mala y pecaminosa no resta: suma.
Creo que un buen amante de Amarna Miller no es tal si no se moja en una porra… ¿se atreve a ejercer de adivino y pronosticar un escenario político? Aunque eso de escenario político suene curso. Disculpe.
Bueno, bueno, no soy (ni he sido) amante de Amarna Miller: solo eso que en las películas de Alfredo Landa se llamaba “un admirador”. No me atrevo a pronosticar nada. Solo una cosa: que los columnistas no nos vamos a aburrir.
¿Está Podemos desgastado? ¿Fue un invento de irradiaciones, hegemonías, politólogos y periodistas?
Como alguien dijo en Twitter: el éxito de Podemos habría requerido una situación de pobreza en España muchísimo mayor. Al final les ha fallado el país: no era tan mísero como lo pintaban. La gente sabía que sí que se podía (y se puede) “estar peor”: por ejemplo, bajo un gobierno de Podemos.
¿Y Ciudadanos? ¿Está la naranja preparada para dar sus mejores zumos?
El zumo se puede agriar por el exceso de vitaminas que va a recibir en forma de votos. Me parece un partido saludable (como me lo parecía UPyD), pero no sé si está preparado para soportar tanto peso. A ver si aguanta (sin estropearse).
Todos estos partidos, de una forma u otra, son hijos del desencanto y la corrupción. El medio en que usted trabaja, El Español, ha contado lo que llaman “Los papeles de Rosalía”. ¿Qué son esos papeles y el porqué de su importancia?
Los “papeles de Rosalía” son unas anotaciones a las que ha tenido acceso El Español. Las hizo la esposa de Bárcenas en 2013, cuando el extesorero del PP estaba en prisión, tras hablar con él. Constituyen una especie de catálogo de irregularidades del PP vinculadas con su financiación ilegal, en una de las cuales se lee “pagos obra en casa Mariano”. Con eso está dicho todo.
Hemos visto su charla con Manuel Jabois en Málaga sobre humor y sátira. Usted la despliega sin piedad en Twitter. ¿Qué papel juegan las redes sociales en las nuevas formas de comunicación?
Bueno, en Twitter soy más faltón, pero nunca abandono del todo la piedad. De hecho, más de una vez ha depuesto las armas cuando he visto que la cosa se ponía seria. Para mí es ante todo un juego; pugilístico, pero juego. Las redes sociales nos tienen todo el día enganchados a muchos, así que ante todo cumplen la función de ocuparnos el tiempo. Y en ese tiempo hay de todo: especialmente actualidad. Somos consumidores de actualidad a ritmo de actualidad.
¿Ha tenido algún encuentro tenso con alguna de sus víctimas de la sátira?
No. Aunque cuando me han presentado a algún personaje con el que me he metido, siempre he tenido la duda de si él lo sabía o no. Pero mi jugueteo es solo con el personaje: en persona no tengo nada contra nadie.
Fueron los romanceros del XV, los Quevedo del XVII, los cronistas del XIX, los Valle-Inclán del XX. ¿Se puede explicar España sin la sátira?
Parece que no. Hay un permanente esfuerzo de España por parecerse a su peor retrato. Me animan los que dicen que este es un país normal, y me lo quiero creer... Pero si uno amontona las anormalidades, nos sale justo lo que escribieron Quevedo y Valle-Inclán. Pero la solución está en Cervantes: él nos enseña a convivir con ese retrato, distanciándonos un poco y no perdiendo la sonrisa.
¿Por qué la columna en tiempos de crisis?
Porque la pagan, aunque sea mal.
¿Qué ha de tener una buena columna?
Ante todo, una voz. Una voz que exprese una mirada, o una perspectiva, sobre la actualidad.
¿Referencias? ¿Maestros? ¿Autores que le marcaron el camino?
Mi articulista favorito ha sido siempre Savater. Al principio también Umbral, pero este se me quedó por el camino. Luego vinieron Muñoz Molina, Félix de Azúa, Arcadi Espada... En realidad, salvo este último, mis ídolos nunca han sido periodistas propiamente, sino filósofos o escritores que escribían en periódicos. Y además idolatro a un genio del periodismo brasileño del siglo XX: Nelson Rodrigues.
¿Consejos para los escritores que llegarán? Aunque visto el plan de las humanidades…
Que se dejen “bajar los humos” por el periodismo. Algunos de esos filósofos o escritores a que acabo de aludir me han gustado más en los periódicos que en sus libros: poner los pies en el suelo les favorecía. Lo resumiría con esto de Gil de Biedma: “Además de un medio de arte, la prosa es un bien utilitario, un instrumento social de comunicación y precisión racionalizadora”.
Por último, marca de la casa, la calderilla:
Una creencia: La de que las creencias son peligrosas.
Un movimiento literario: El surrealismo de mi admirado Breton.
Una corriente filosófica: La de Nietzsche en su vertiente ilustrada.
Una obra que le haya influido: Radiaciones, de Jünger.
Un autor de cabecera: Pessoa.
Un bar: Cualquiera que tenga terraza con sol, mejor si da al mar.
Un vicio inconfesable: La procrastinación (¡aunque esté más que confesado!).
* * *
En Revista de Letras.
José Antonio Montano (Málaga, 1966) es de esas personas que hacen del periodismo un lugar en que habitar y morar . Un poco de filósofo, un poco de periodista, un mucho de filólogo y escritor. Ha trabajado en lo que él llama “la alta cultura” –una biblioteca y una editorial- y en “la baja cultura” –la televisión-. En esta dualidad advertimos su carácter platónico, el cual le hace suspirar por una muchacha llamada Amarna. Por otra parte, ha escrito en Kiliedro, Factual, Frontera D, Zut, Boronía, El Malpensante. Es culto, irónico, agudo, inteligente, satírico, desnudo de todo prejuicio y etiqueta, desclasado. Lo conocerán, casi seguro, por sus ácidas intervenciones tuiteras y por sus columnas –según él más serias y concienciadas- en ZoomNews y, ahora, en El Español de Pedro J; y por sus narraciones en Jot Down Magazine. Montano se oculta y se refugia en su Málaga natal. Montano no sé si es alguien que España se pueda permitir. Escondido tras ese halo de humor y de ingenio. Montano huele a frescura en la prensa y a originalidad en la prosa. Nos atrevemos a charlar con él. Tanto monta, monta-Montano. De aquí en adelante puede suceder cualquier cosa.
En Petrarca fue Laura; en Garcilaso, Isabel Freyre. ¿Quién es para Montano Amarna Miller?
Pues sería una musa carnal (¡gloriosamente carnal, como atestiguan sus películas!). Aunque el hombre es tan mobile como la donna y ya se me ha pasado un poco. He sido menos persistente que Petrarca y Garcilaso, ¡y eso que Amarna vale más que sus damas!
¿Por qué ella? ¡Si es mala y pecaminosa!
Ella ante todo es un encanto, aunque el que sea mala y pecaminosa no resta: suma.
Creo que un buen amante de Amarna Miller no es tal si no se moja en una porra… ¿se atreve a ejercer de adivino y pronosticar un escenario político? Aunque eso de escenario político suene curso. Disculpe.
Bueno, bueno, no soy (ni he sido) amante de Amarna Miller: solo eso que en las películas de Alfredo Landa se llamaba “un admirador”. No me atrevo a pronosticar nada. Solo una cosa: que los columnistas no nos vamos a aburrir.
¿Está Podemos desgastado? ¿Fue un invento de irradiaciones, hegemonías, politólogos y periodistas?
Como alguien dijo en Twitter: el éxito de Podemos habría requerido una situación de pobreza en España muchísimo mayor. Al final les ha fallado el país: no era tan mísero como lo pintaban. La gente sabía que sí que se podía (y se puede) “estar peor”: por ejemplo, bajo un gobierno de Podemos.
¿Y Ciudadanos? ¿Está la naranja preparada para dar sus mejores zumos?
El zumo se puede agriar por el exceso de vitaminas que va a recibir en forma de votos. Me parece un partido saludable (como me lo parecía UPyD), pero no sé si está preparado para soportar tanto peso. A ver si aguanta (sin estropearse).
Todos estos partidos, de una forma u otra, son hijos del desencanto y la corrupción. El medio en que usted trabaja, El Español, ha contado lo que llaman “Los papeles de Rosalía”. ¿Qué son esos papeles y el porqué de su importancia?
Los “papeles de Rosalía” son unas anotaciones a las que ha tenido acceso El Español. Las hizo la esposa de Bárcenas en 2013, cuando el extesorero del PP estaba en prisión, tras hablar con él. Constituyen una especie de catálogo de irregularidades del PP vinculadas con su financiación ilegal, en una de las cuales se lee “pagos obra en casa Mariano”. Con eso está dicho todo.
Hemos visto su charla con Manuel Jabois en Málaga sobre humor y sátira. Usted la despliega sin piedad en Twitter. ¿Qué papel juegan las redes sociales en las nuevas formas de comunicación?
Bueno, en Twitter soy más faltón, pero nunca abandono del todo la piedad. De hecho, más de una vez ha depuesto las armas cuando he visto que la cosa se ponía seria. Para mí es ante todo un juego; pugilístico, pero juego. Las redes sociales nos tienen todo el día enganchados a muchos, así que ante todo cumplen la función de ocuparnos el tiempo. Y en ese tiempo hay de todo: especialmente actualidad. Somos consumidores de actualidad a ritmo de actualidad.
¿Ha tenido algún encuentro tenso con alguna de sus víctimas de la sátira?
No. Aunque cuando me han presentado a algún personaje con el que me he metido, siempre he tenido la duda de si él lo sabía o no. Pero mi jugueteo es solo con el personaje: en persona no tengo nada contra nadie.
Fueron los romanceros del XV, los Quevedo del XVII, los cronistas del XIX, los Valle-Inclán del XX. ¿Se puede explicar España sin la sátira?
Parece que no. Hay un permanente esfuerzo de España por parecerse a su peor retrato. Me animan los que dicen que este es un país normal, y me lo quiero creer... Pero si uno amontona las anormalidades, nos sale justo lo que escribieron Quevedo y Valle-Inclán. Pero la solución está en Cervantes: él nos enseña a convivir con ese retrato, distanciándonos un poco y no perdiendo la sonrisa.
¿Por qué la columna en tiempos de crisis?
Porque la pagan, aunque sea mal.
¿Qué ha de tener una buena columna?
Ante todo, una voz. Una voz que exprese una mirada, o una perspectiva, sobre la actualidad.
¿Referencias? ¿Maestros? ¿Autores que le marcaron el camino?
Mi articulista favorito ha sido siempre Savater. Al principio también Umbral, pero este se me quedó por el camino. Luego vinieron Muñoz Molina, Félix de Azúa, Arcadi Espada... En realidad, salvo este último, mis ídolos nunca han sido periodistas propiamente, sino filósofos o escritores que escribían en periódicos. Y además idolatro a un genio del periodismo brasileño del siglo XX: Nelson Rodrigues.
¿Consejos para los escritores que llegarán? Aunque visto el plan de las humanidades…
Que se dejen “bajar los humos” por el periodismo. Algunos de esos filósofos o escritores a que acabo de aludir me han gustado más en los periódicos que en sus libros: poner los pies en el suelo les favorecía. Lo resumiría con esto de Gil de Biedma: “Además de un medio de arte, la prosa es un bien utilitario, un instrumento social de comunicación y precisión racionalizadora”.
Por último, marca de la casa, la calderilla:
Una creencia: La de que las creencias son peligrosas.
Un movimiento literario: El surrealismo de mi admirado Breton.
Una corriente filosófica: La de Nietzsche en su vertiente ilustrada.
Una obra que le haya influido: Radiaciones, de Jünger.
Un autor de cabecera: Pessoa.
Un bar: Cualquiera que tenga terraza con sol, mejor si da al mar.
Un vicio inconfesable: La procrastinación (¡aunque esté más que confesado!).
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En Revista de Letras.
24.12.15
Frente impopular
Al final el que ha ocupado “la centralidad del tablero” ha sido el PSOE: ahora todo depende de él, al menos hasta las elecciones próximas. Pero es una centralidad desquiciada: sin las virtudes de calma y comprensión y diálogo con sus vecinos de que se beneficia el centro. Se trata esta vez de un centro crispado, que no es un núcleo de serenidad que invita a quedarse y atraer, sino de tensiones que empujan a salir: un centro centrifugador.
La posición imposible del PSOE es la de España. Tenía razón Zapatero: “El PSOE es el partido que más se parece a España”. Tenía tanta razón, que cuando él mismo arruinó España arruinó también el PSOE. Aunque Zapatero, naturalmente, no fue más que un síntoma: había lo que había. Y hay lo que hay.
Las dificultades del PSOE –su muerte o casi muerte– se deben, sí, a su éxito: como todo Estado del bienestar, el nuestro es en buena medida socialdemócrata. Y lo sigue siendo gobierne quien gobierne. Puede variar el grado, se puede poner mayor o menor énfasis en las medidas sociales o puede haber incluso una política antisocialdemócrata: pero el marco en lo esencial es socialdemócrata.
Con el gobierno del PP, por ejemplo, el Estado del bienestar no se ha desmantelado en absoluto: se ha recortado e incluso deteriorado, pero no es lo mismo; y más que por el deseo de Rajoy ha sido por la imposición de la crisis. (Los extremistas que dicen que se ha desmantelado, por cierto, jamás lo defendieron cuando supuestamente no se había desmantelado: ellos estaban en otra cosa, en la higuera de la utopía o la revolución, menoscabando lo que añoran hoy).
Este desbordamiento, podríamos decir, del programa del PSOE más allá del partido ha hecho que nuestros socialistas hayan tenido que buscarse sus rasgos diferenciales en aspectos menores. Aspectos menores en la realidad, pero que en el mercado electoral deben pasar por mayores. Así, se ha construido ese monstruo, “la derecha”, con quien pactar ahora sería un pecado.
Esta es la posición imposible del PSOE, y de España: un falso dilema, de comprensión en origen y con efectos estéticos. Muchos españoles no comprenden que, gobierne quien gobierne, no hay nada más progresista que un Estado del bienestar, que un Estado de derecho que funcione. Y por esta incomprensión se ven feos, se autoperciben menos guays, si pactan con “la derecha”. No quieren verse en un frente impopular, aunque resulte de facto progresista.
* * *
En El Español.
La posición imposible del PSOE es la de España. Tenía razón Zapatero: “El PSOE es el partido que más se parece a España”. Tenía tanta razón, que cuando él mismo arruinó España arruinó también el PSOE. Aunque Zapatero, naturalmente, no fue más que un síntoma: había lo que había. Y hay lo que hay.
Las dificultades del PSOE –su muerte o casi muerte– se deben, sí, a su éxito: como todo Estado del bienestar, el nuestro es en buena medida socialdemócrata. Y lo sigue siendo gobierne quien gobierne. Puede variar el grado, se puede poner mayor o menor énfasis en las medidas sociales o puede haber incluso una política antisocialdemócrata: pero el marco en lo esencial es socialdemócrata.
Con el gobierno del PP, por ejemplo, el Estado del bienestar no se ha desmantelado en absoluto: se ha recortado e incluso deteriorado, pero no es lo mismo; y más que por el deseo de Rajoy ha sido por la imposición de la crisis. (Los extremistas que dicen que se ha desmantelado, por cierto, jamás lo defendieron cuando supuestamente no se había desmantelado: ellos estaban en otra cosa, en la higuera de la utopía o la revolución, menoscabando lo que añoran hoy).
Este desbordamiento, podríamos decir, del programa del PSOE más allá del partido ha hecho que nuestros socialistas hayan tenido que buscarse sus rasgos diferenciales en aspectos menores. Aspectos menores en la realidad, pero que en el mercado electoral deben pasar por mayores. Así, se ha construido ese monstruo, “la derecha”, con quien pactar ahora sería un pecado.
Esta es la posición imposible del PSOE, y de España: un falso dilema, de comprensión en origen y con efectos estéticos. Muchos españoles no comprenden que, gobierne quien gobierne, no hay nada más progresista que un Estado del bienestar, que un Estado de derecho que funcione. Y por esta incomprensión se ven feos, se autoperciben menos guays, si pactan con “la derecha”. No quieren verse en un frente impopular, aunque resulte de facto progresista.
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En El Español.
21.12.15
Conciencia de lunes (poselectoral)
El columnista de lunes poselectoral, que debe escribir su columna el domingo (electoral), está condenado a llegar sobrio a una fiesta de borrachos. Cuando el lector lea esto se habrá emborrachado ya del resultado y andará bailando o dándose cabezazos por las paredes, llorando o brindando con cava (o “con champán del bueno”, como decía la Pantoja). Y ahora llego yo, sin haber probado gota, con mi voz antiquísima de ayer tarde.
A nuestro Jaime Gil de Biedma le gustaba citar esta autodefinición del estadounidense Wallace Stevens: “Soy un poeta de domingo con conciencia de lunes”. Vale también para el columnista de domingo. Yo escribo en medio de esta fiesta de todos los españoles con la conciencia de que mañana unos estarán chamuscados y otros no. En mi domingo hay una sombra que se habrá disipado el lunes. Aunque un sol brilla hoy, y seguirá brillando: el de la justicia (¡la anaximándrica justicia, que es para todos pero solo la aprecian los adultos!).
Pase lo que pase, gane quien gane, los votantes se lo habrán merecido, porque serán ellos quienes lo habrán propiciado. Siempre hay gobernantes que pueden engañar al pueblo: pero en estas elecciones solo se habrá engañado el que se haya querido engañar. Las cartas han estado todas bocarriba.
Entre los partidos nuevos, Albert Rivera ha hecho una mala campaña, y eso es malo; y Pablo Iglesias ha hecho una buena campaña, y eso es peor.
Rivera llegaba fuerte: como “candidato del establishment” y “del Ibex 35”; es decir, como candidato institucionalista, que es la mayor heterodoxia en esta España de estetas. Pero se desdibujó en una vaporosidad incomprensible, arrastrado por esa “ilusión” de su lema que nos preocupaba a quienes considerábamos que su fuerte debía ser la “razón”.
Iglesias, por su parte, logró colocar un concepto clave en el momento clave, cuando estaba perdiendo: “remontada”. Con esta palabra lograba dos cosas beneficiosas para él: el reconocimiento (como astuto jugador) de que se encontraba abajo y la llamada a volver a subir. En las encuestas ha funcionado, y el lector ya sabrá si ha funcionado también en las urnas.
Esto último sería preocupante. El lapsus de Iglesias con el título de Kant no era una broma, sino un síntoma: Ética de la razón pura apunta a un inconsciente totalitario. Lástima que nadie mencionara al Kant más pertinente ahora: el que definía la Ilustración como la mayoría de edad de la humanidad. Azufre puro (¡volteriano azufre!) en estos tiempos de infantilismos, de populismos. De domingos sin conciencia de lunes, aunque con lunes.
* * *
En El Español.
A nuestro Jaime Gil de Biedma le gustaba citar esta autodefinición del estadounidense Wallace Stevens: “Soy un poeta de domingo con conciencia de lunes”. Vale también para el columnista de domingo. Yo escribo en medio de esta fiesta de todos los españoles con la conciencia de que mañana unos estarán chamuscados y otros no. En mi domingo hay una sombra que se habrá disipado el lunes. Aunque un sol brilla hoy, y seguirá brillando: el de la justicia (¡la anaximándrica justicia, que es para todos pero solo la aprecian los adultos!).
Pase lo que pase, gane quien gane, los votantes se lo habrán merecido, porque serán ellos quienes lo habrán propiciado. Siempre hay gobernantes que pueden engañar al pueblo: pero en estas elecciones solo se habrá engañado el que se haya querido engañar. Las cartas han estado todas bocarriba.
Entre los partidos nuevos, Albert Rivera ha hecho una mala campaña, y eso es malo; y Pablo Iglesias ha hecho una buena campaña, y eso es peor.
Rivera llegaba fuerte: como “candidato del establishment” y “del Ibex 35”; es decir, como candidato institucionalista, que es la mayor heterodoxia en esta España de estetas. Pero se desdibujó en una vaporosidad incomprensible, arrastrado por esa “ilusión” de su lema que nos preocupaba a quienes considerábamos que su fuerte debía ser la “razón”.
Iglesias, por su parte, logró colocar un concepto clave en el momento clave, cuando estaba perdiendo: “remontada”. Con esta palabra lograba dos cosas beneficiosas para él: el reconocimiento (como astuto jugador) de que se encontraba abajo y la llamada a volver a subir. En las encuestas ha funcionado, y el lector ya sabrá si ha funcionado también en las urnas.
Esto último sería preocupante. El lapsus de Iglesias con el título de Kant no era una broma, sino un síntoma: Ética de la razón pura apunta a un inconsciente totalitario. Lástima que nadie mencionara al Kant más pertinente ahora: el que definía la Ilustración como la mayoría de edad de la humanidad. Azufre puro (¡volteriano azufre!) en estos tiempos de infantilismos, de populismos. De domingos sin conciencia de lunes, aunque con lunes.
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En El Español.
17.12.15
El silencio del moderador
La pelea entre Sánchez y Rajoy en el debate del lunes no tuvo nada de extraordinario. Sánchez debía resucitar y resucitó, rastreramente. Supongo que si hubiese podido resucitar elegantemente, habría resucitado elegantemente, porque a todos nos gusta ser elegantes. Pero a estas alturas (o bajuras) de su enterramiento solo le quedaba la opción rastrera.
Hizo bien, porque en realidad respondía a la misma lógica del Nodo de Rajoy en la televisión pública con el cantante de rancheras: se trataba de conseguir a cualquier precio lo que hacía falta electoralmente. Sánchez estuvo antes en ese programa, sí, pero con él daba igual: siguió como enterrado sonriente entre los cojines.
El presidente, en cambio, tenía urgencia por salir del plasma, aunque fuese en la pecera de risas guionizadas de Bertín. Este fue literalmente su partera: lo trajo a la vida, como persona humana. (Autoahorcándose, dicho sea de paso, con el cordón umbilical del bebé de la barba canosa).
El caso es que, una vez metidos en el frenesí de los garrotazos, Sánchez y Rajoy estuvieron vivos: parecían tártaros disfrutando con la sangre, en uno de esos abrazos bélicos que parecen eróticos. Fue entonces cuando destacó el cadáver del que moderaba.
La decrepitud de Campo Vidal me hizo pensar que, contra lo que apunté en una columna anterior, quizá el miedo de Rajoy no era tanto que lo vieran con alguien más joven (Rivera, o el propio Sánchez), como que no lo vieran con alguien más cascado. Rajoy, en fin de cuentas, no quería ser el más cascado de la reunión. Algo que conseguía con Campo Vidal presente. Quizá a un debate de cuatro con Campo Vidal moderando, Rajoy habría dicho que sí...
Campo Vidal, por lo demás, estuvo bien: profesional. Profesional no de los debates políticos sino de la televisión: permitiendo el espectáculo. El silencio que me inquietó fue otro suyo, de hace unos meses.
Quizá recuerden un vídeo de este verano en que aparecía Pablo Iglesias diciendo que en Europa no hay democracia. De sus burradas fueron testigos el prestigioso Manuel Castells y el propio Campo Vidal (era la presentación de un libro del primero, que este moderaba). Castells (¡el prestigioso Castells!) asentía durante la intervención de Iglesias.
Cuando retoma la palabra (m. 56:48 del vídeo completo) dice que comparte “enteramente” su análisis, el prestigioso. Campo Vidal, por su parte, no dice nada al respecto. En una mesa que él modera se dice que en Europa no hay democracia (en esa misma Europa en la que él modera debates democráticos) y el hombre no dice nada. Esa es la cuestión.
* * *
En El Español.
Hizo bien, porque en realidad respondía a la misma lógica del Nodo de Rajoy en la televisión pública con el cantante de rancheras: se trataba de conseguir a cualquier precio lo que hacía falta electoralmente. Sánchez estuvo antes en ese programa, sí, pero con él daba igual: siguió como enterrado sonriente entre los cojines.
El presidente, en cambio, tenía urgencia por salir del plasma, aunque fuese en la pecera de risas guionizadas de Bertín. Este fue literalmente su partera: lo trajo a la vida, como persona humana. (Autoahorcándose, dicho sea de paso, con el cordón umbilical del bebé de la barba canosa).
El caso es que, una vez metidos en el frenesí de los garrotazos, Sánchez y Rajoy estuvieron vivos: parecían tártaros disfrutando con la sangre, en uno de esos abrazos bélicos que parecen eróticos. Fue entonces cuando destacó el cadáver del que moderaba.
La decrepitud de Campo Vidal me hizo pensar que, contra lo que apunté en una columna anterior, quizá el miedo de Rajoy no era tanto que lo vieran con alguien más joven (Rivera, o el propio Sánchez), como que no lo vieran con alguien más cascado. Rajoy, en fin de cuentas, no quería ser el más cascado de la reunión. Algo que conseguía con Campo Vidal presente. Quizá a un debate de cuatro con Campo Vidal moderando, Rajoy habría dicho que sí...
Campo Vidal, por lo demás, estuvo bien: profesional. Profesional no de los debates políticos sino de la televisión: permitiendo el espectáculo. El silencio que me inquietó fue otro suyo, de hace unos meses.
Quizá recuerden un vídeo de este verano en que aparecía Pablo Iglesias diciendo que en Europa no hay democracia. De sus burradas fueron testigos el prestigioso Manuel Castells y el propio Campo Vidal (era la presentación de un libro del primero, que este moderaba). Castells (¡el prestigioso Castells!) asentía durante la intervención de Iglesias.
Cuando retoma la palabra (m. 56:48 del vídeo completo) dice que comparte “enteramente” su análisis, el prestigioso. Campo Vidal, por su parte, no dice nada al respecto. En una mesa que él modera se dice que en Europa no hay democracia (en esa misma Europa en la que él modera debates democráticos) y el hombre no dice nada. Esa es la cuestión.
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En El Español.
14.12.15
Pena de campaña
Yo creo que nuestros políticos ya se lo han ganado todo en la campaña. Todo lo que manden y mangoneen y roben luego, todo lo que despilfarren y racaneen, será un pago justísimo por el paripé de estos días. Los votantes vemos, como señores, qué patéticamente se arrastran ante nosotros, cómo lloran, se desgañitan y nos piden. Ver a señores adultos (¡y a señoras adultas!) haciendo el ridículo y rebajándose de esa manera es para nosotros un orgullo y una satisfacción.
Al final, esta es una ventajilla indudable de la democracia, y no es moco de pavo: al pueblo soberano, durante un par de semanas, tienen que contentarle los que están arriba; mejor, tienen que contentarle para llegar arriba. Nuestra soberanía, al cabo, estriba en que nos hagan de bufones. Es como esos pasillos que se formaban en las escuelas para darle patadas en el culo al que pasaba por en medio. Los candidatos son los que pasan por en medio. También se pelean entre sí, pero eso es parte del circo, de nuestro circo. La verdadera agresión es la que ellos ejercen sobre sí mismos, para dorarnos la píldora.
Se habla de la “pena de telediario” que sufren los imputados célebres al margen de sus juicios. Podríamos hablar a su vez de la “pena de campaña” que deben sufrir los candidatos a unas elecciones (¡los líderes al menos, que quienes van camuflados en las listas la única pena que sufren es la de obediencia; la de la humillación dentro del propio partido!).
Ver a personas derechas (¡e izquierdas!) gritando merluzadas es muy bueno para la ciudadanía, porque le supone una inyección de autoestima. En esta campaña, además, hemos logrado llevar a los políticos a nuestro terreno: es decir, al de la televisión basura. La política ya se venía basureando por su cuenta, y así llegó a ciertas tertulias (por no hablar de las redes sociales). Hasta que desde hace unos meses nuestros políticos se han puesto a hacer extras colgándose de autogeneradores de energía eólica, cantando, bailando, dando vueltas de campana en un jeep y hasta tonteando con un cantante de rancheras...
Pero no nos alegremos demasiado pronto. Con la manera que tienen los candidatos de dirigirse a nosotros nos están llamando imbéciles. En realidad, nosotros somos su circo. Nos insultan en la cara, nos desprecian, nos tratan como a mendrugos. Y lo peor no es eso: lo peor es que tienen razón. Estos maquiavelines no hacen las cosas porque sí. Las hacen porque les funciona.
* * *
En El Español.
Al final, esta es una ventajilla indudable de la democracia, y no es moco de pavo: al pueblo soberano, durante un par de semanas, tienen que contentarle los que están arriba; mejor, tienen que contentarle para llegar arriba. Nuestra soberanía, al cabo, estriba en que nos hagan de bufones. Es como esos pasillos que se formaban en las escuelas para darle patadas en el culo al que pasaba por en medio. Los candidatos son los que pasan por en medio. También se pelean entre sí, pero eso es parte del circo, de nuestro circo. La verdadera agresión es la que ellos ejercen sobre sí mismos, para dorarnos la píldora.
Se habla de la “pena de telediario” que sufren los imputados célebres al margen de sus juicios. Podríamos hablar a su vez de la “pena de campaña” que deben sufrir los candidatos a unas elecciones (¡los líderes al menos, que quienes van camuflados en las listas la única pena que sufren es la de obediencia; la de la humillación dentro del propio partido!).
Ver a personas derechas (¡e izquierdas!) gritando merluzadas es muy bueno para la ciudadanía, porque le supone una inyección de autoestima. En esta campaña, además, hemos logrado llevar a los políticos a nuestro terreno: es decir, al de la televisión basura. La política ya se venía basureando por su cuenta, y así llegó a ciertas tertulias (por no hablar de las redes sociales). Hasta que desde hace unos meses nuestros políticos se han puesto a hacer extras colgándose de autogeneradores de energía eólica, cantando, bailando, dando vueltas de campana en un jeep y hasta tonteando con un cantante de rancheras...
Pero no nos alegremos demasiado pronto. Con la manera que tienen los candidatos de dirigirse a nosotros nos están llamando imbéciles. En realidad, nosotros somos su circo. Nos insultan en la cara, nos desprecian, nos tratan como a mendrugos. Y lo peor no es eso: lo peor es que tienen razón. Estos maquiavelines no hacen las cosas porque sí. Las hacen porque les funciona.
* * *
En El Español.
10.12.15
Son duda
Para terminar 2015 he elegido una lectura que contiene un año, aunque no el que acaba sino 2005: Seré duda, el nuevo tomo de los diarios de Andrés Trapiello (¡diecinueve van ya!). El título se inspira en una frase común en el ambiente del fútbol: “Fulanito es duda para el partido de mañana”. Ahora se añade una connotación política, porque Trapiello va como número dos por Madrid en la lista de UPyD para el Senado. Fernando Savater va como número uno. Y son duda.
No parece que vayan a salir, y es una lástima: no habrá candidatos más limpios, auténticos Quijotes en nuestra política menesterosa. Su Sancho Panza sería aquí Gorriarán, quien, por sus coces, pareciera que lleva incorporado al Rucio (todo un centauro). Savater y Trapiello serán los encargados de apagar las luces del partido más ilustrado que teníamos, y yo creo que el mejor. Al menos, era al que yo votaba. Pero se suicidó el año pasado. Estas elecciones son estrictamente póstumas. (Si mi circunscripción fuese Madrid, aún votaría a Savater y a Trapiello para el Senado; no podría no votarles).
Aunque había votantes específicos, excluyentes, de UPyD y Ciudadanos, el ánimo de la mayoría era de confluencia. Yo prefería UPyD, pero estaba en esa confluencia. La existencia de ambos partidos por separado, una vez que Ciudadanos decidió presentarse en toda España, era un desperdicio. En su momento dije que solo cabían tres opciones: la fusión o alianza (que era lo que yo quería), la lucha entre ambos hasta que quedara solo uno, y, si no se producía ni lo uno ni lo otro, el hundimiento de ambos por la dispersión del voto. Lo que no se me ocurrió fue que uno se autodestruyera.
Es una autodestrucción que, a la larga, puede “autodestruir” también a Ciudadanos: porque su carencia de una estructura fuerte en todo el país, que es una de las cosas que hubiese aportado UPyD, es la gran debilidad del partido ante el éxito que se le viene encima el 20 de diciembre. Todavía, a medio plazo, podrán brindar Gorriarán y Rosa Díez, sobre los escombros. La eliminación de su propio partido y el de al lado habrá sido todo un triunfo.
La situación es paradójica, porque es un imposible. Da pena este UPyD con sus disfraces de gallina, en sus postreras convulsiones: pero es verdad que han sido injustamente excluidos de los debates. Trapiello se ha quejado en una carta a El País, y tiene razón. Y Savater ha hecho reflexiones amargas sobre el pasado y el presente de UPyD en las que también tiene razón. UPyD mismo, quitando el absurdo eslogan de Más España, sigue teniendo razón en sus propuestas y en sus denuncias. Ese es el asunto: UPyD se va (con merecimiento: ¡cómo se ha esforzado por matarse!) teniendo razón.
* * *
En El Español.
No parece que vayan a salir, y es una lástima: no habrá candidatos más limpios, auténticos Quijotes en nuestra política menesterosa. Su Sancho Panza sería aquí Gorriarán, quien, por sus coces, pareciera que lleva incorporado al Rucio (todo un centauro). Savater y Trapiello serán los encargados de apagar las luces del partido más ilustrado que teníamos, y yo creo que el mejor. Al menos, era al que yo votaba. Pero se suicidó el año pasado. Estas elecciones son estrictamente póstumas. (Si mi circunscripción fuese Madrid, aún votaría a Savater y a Trapiello para el Senado; no podría no votarles).
Aunque había votantes específicos, excluyentes, de UPyD y Ciudadanos, el ánimo de la mayoría era de confluencia. Yo prefería UPyD, pero estaba en esa confluencia. La existencia de ambos partidos por separado, una vez que Ciudadanos decidió presentarse en toda España, era un desperdicio. En su momento dije que solo cabían tres opciones: la fusión o alianza (que era lo que yo quería), la lucha entre ambos hasta que quedara solo uno, y, si no se producía ni lo uno ni lo otro, el hundimiento de ambos por la dispersión del voto. Lo que no se me ocurrió fue que uno se autodestruyera.
Es una autodestrucción que, a la larga, puede “autodestruir” también a Ciudadanos: porque su carencia de una estructura fuerte en todo el país, que es una de las cosas que hubiese aportado UPyD, es la gran debilidad del partido ante el éxito que se le viene encima el 20 de diciembre. Todavía, a medio plazo, podrán brindar Gorriarán y Rosa Díez, sobre los escombros. La eliminación de su propio partido y el de al lado habrá sido todo un triunfo.
La situación es paradójica, porque es un imposible. Da pena este UPyD con sus disfraces de gallina, en sus postreras convulsiones: pero es verdad que han sido injustamente excluidos de los debates. Trapiello se ha quejado en una carta a El País, y tiene razón. Y Savater ha hecho reflexiones amargas sobre el pasado y el presente de UPyD en las que también tiene razón. UPyD mismo, quitando el absurdo eslogan de Más España, sigue teniendo razón en sus propuestas y en sus denuncias. Ese es el asunto: UPyD se va (con merecimiento: ¡cómo se ha esforzado por matarse!) teniendo razón.
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En El Español.
7.12.15
Eslóganes
Detesto las columnas que empiezan con una definición del diccionario, pero esta la voy a empezar así. Al fin y al cabo, también detesto las fotos en que un autor sale con la mano en el mentón y así es como salgo en las de EL ESPAÑOL. El fotógrafo me pidió que posara en esa postura que violaba todos mis principios fotográficos y obedecí dócilmente: ¡sin personalidad!
Pero ahora noto que me ha venido bien esa cura de humildad, porque reprimo mi risa ante las fotos de los candidatos en los carteles. Cada vez que veo una, me echo para atrás para empezar a troncharme, como Bertín Osborne (aunque, a diferencia de él, en plan antipalanganero), cuando me digo: “¡Pero si en las tuyas estás peor! ¡Ni en Corea del Norte ganarías!”.
Así que he decidido reírme solo de los eslóganes. Y por aquí quería empezar, aunque se me haya ido la mano con el prolegómeno. Según el diccionario de la Academia, eslogan es una “fórmula breve y original, utilizada para publicidad, propaganda política, etc.”. ¡Magnífica definición, con esa vinculación entre la publicidad y la propaganda política! Lo de “breve” va a misa, y más ahora que impera la religión del tuit. En cuando a lo de “original”, no es precisamente en los eslóganes electorales donde abunda...
El eslogan del PP, España en serio, da un poco de risa: entre lo de Cataluña, la corrupción, los incumplimientos del programa electoral, las descoordinaciones del gobierno y la política comunicativa de Rajoy (que incluye sus anacolutos y titubeos, sus plasmas, sus collejas y sus bertines), ha vuelto a ser una frase pertinente la de “este país es un cachondeo”.
El del PSOE, Un futuro para la mayoría, trata de conjurar el gran hándicap del partido: la mayoría de lo que se acuerda mayormente es del pasado con Zapatero. Un pasado que nos dejó el inmediato futuro hecho cisco. Por otra parte, Sánchez dice una frase inquietante en el vídeo electoral: “Quiero gobernar para dar un futuro a la mayoría”. ¿Los políticos dan futuro? Quizá sea la frase más paternalista de la campaña.
Ciudadanos apela a la ilusión: Vota con ilusión. La ilusión transversal, encajada quizá en el contexto navideño. La segunda acepción de ilusión es en el diccionario (¡vuelvo a él!) “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”. Pero la primera es “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por el engaño de los sentidos”. En el cruce entre ambas está el peligro de C’s.
Un país contigo, Podemos es el eslogan de este partido, que se incluye a sí mismo en la receta. Todos lo hacen implícitamente, pero la explicitación es un indicio narcisista. Denota también ansiedad partidista, al ligar a Podemos la suerte del país: un entrometimiento con atisbo totalitario. Todo de buen rollo, claro está, y de ahí el cercano “contigo”.
El eslogan de Izquierda Unida (Unidad Popular) es Por un nuevo país, y sin duda es por subrayar la idea de novedad por lo que en su vídeo aparecen Allende, la revolución de los claveles, Alberti y la Pasionaria: purito futuro.
Convergència se llama ahora Democràcia i Llibertat, con lo que ha empezado igual que terminó: mintiendo con el nombre. Su eslogan, (Im)possible, parece un reclamo para el show catalanista. Su exsocio Unió, por su parte, propone Solucions, aunque sabe de sobra que no tiene arreglo. El de ERC es Defensa el teu vot, y todo el peso del eslogan recae en ese “teu” estreñido, anal (¡en estricta terminología freudiana!).
Pasa lo mismo con el eslogan del PNV: Euskadi es lo que importa. ¡Para qué vamos a andarnos con tonterías! Mientras tanto, a Bildu se le van los ojitos al despiporre de los independentistas catalanes, no entiende cómo han podido montar uno más loco que el que ellos tenían y llama a entrar en el baile: Súmate a decidir.
UPyD, por su lado, se despide del Congreso (y me parece que también, ¡ay!, del Senado, aunque presenta a Savater) con un Más España que no hay por dónde cogerlo. Teniendo en cuenta que el espectaculito español, lo que se dice español, lo están dando hoy nuestros nacionalistas catalanes (¡herederos legítimos de la España negra!), mi reacción a la propuesta de Más España es: no, gracias. Ya nos sobra con la que tenemos.
* * *
En El Español.
Pero ahora noto que me ha venido bien esa cura de humildad, porque reprimo mi risa ante las fotos de los candidatos en los carteles. Cada vez que veo una, me echo para atrás para empezar a troncharme, como Bertín Osborne (aunque, a diferencia de él, en plan antipalanganero), cuando me digo: “¡Pero si en las tuyas estás peor! ¡Ni en Corea del Norte ganarías!”.
Así que he decidido reírme solo de los eslóganes. Y por aquí quería empezar, aunque se me haya ido la mano con el prolegómeno. Según el diccionario de la Academia, eslogan es una “fórmula breve y original, utilizada para publicidad, propaganda política, etc.”. ¡Magnífica definición, con esa vinculación entre la publicidad y la propaganda política! Lo de “breve” va a misa, y más ahora que impera la religión del tuit. En cuando a lo de “original”, no es precisamente en los eslóganes electorales donde abunda...
El eslogan del PP, España en serio, da un poco de risa: entre lo de Cataluña, la corrupción, los incumplimientos del programa electoral, las descoordinaciones del gobierno y la política comunicativa de Rajoy (que incluye sus anacolutos y titubeos, sus plasmas, sus collejas y sus bertines), ha vuelto a ser una frase pertinente la de “este país es un cachondeo”.
El del PSOE, Un futuro para la mayoría, trata de conjurar el gran hándicap del partido: la mayoría de lo que se acuerda mayormente es del pasado con Zapatero. Un pasado que nos dejó el inmediato futuro hecho cisco. Por otra parte, Sánchez dice una frase inquietante en el vídeo electoral: “Quiero gobernar para dar un futuro a la mayoría”. ¿Los políticos dan futuro? Quizá sea la frase más paternalista de la campaña.
Ciudadanos apela a la ilusión: Vota con ilusión. La ilusión transversal, encajada quizá en el contexto navideño. La segunda acepción de ilusión es en el diccionario (¡vuelvo a él!) “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”. Pero la primera es “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por el engaño de los sentidos”. En el cruce entre ambas está el peligro de C’s.
Un país contigo, Podemos es el eslogan de este partido, que se incluye a sí mismo en la receta. Todos lo hacen implícitamente, pero la explicitación es un indicio narcisista. Denota también ansiedad partidista, al ligar a Podemos la suerte del país: un entrometimiento con atisbo totalitario. Todo de buen rollo, claro está, y de ahí el cercano “contigo”.
El eslogan de Izquierda Unida (Unidad Popular) es Por un nuevo país, y sin duda es por subrayar la idea de novedad por lo que en su vídeo aparecen Allende, la revolución de los claveles, Alberti y la Pasionaria: purito futuro.
Convergència se llama ahora Democràcia i Llibertat, con lo que ha empezado igual que terminó: mintiendo con el nombre. Su eslogan, (Im)possible, parece un reclamo para el show catalanista. Su exsocio Unió, por su parte, propone Solucions, aunque sabe de sobra que no tiene arreglo. El de ERC es Defensa el teu vot, y todo el peso del eslogan recae en ese “teu” estreñido, anal (¡en estricta terminología freudiana!).
Pasa lo mismo con el eslogan del PNV: Euskadi es lo que importa. ¡Para qué vamos a andarnos con tonterías! Mientras tanto, a Bildu se le van los ojitos al despiporre de los independentistas catalanes, no entiende cómo han podido montar uno más loco que el que ellos tenían y llama a entrar en el baile: Súmate a decidir.
UPyD, por su lado, se despide del Congreso (y me parece que también, ¡ay!, del Senado, aunque presenta a Savater) con un Más España que no hay por dónde cogerlo. Teniendo en cuenta que el espectaculito español, lo que se dice español, lo están dando hoy nuestros nacionalistas catalanes (¡herederos legítimos de la España negra!), mi reacción a la propuesta de Más España es: no, gracias. Ya nos sobra con la que tenemos.
* * *
En El Español.
4.12.15
Montano en Jot Down
Dos artículos míos en papel:
* Este domingo 6 de diciembre, en el Jot Down Smart que se vende con El País (hay que pedirlo como extra en el quiosco): "Lisboa revisitada".
* En el Jot Down núm. 13, especial pecado (a la venta ya en librerías y por la web): "El pecado de Borges".
* Este domingo 6 de diciembre, en el Jot Down Smart que se vende con El País (hay que pedirlo como extra en el quiosco): "Lisboa revisitada".
* En el Jot Down núm. 13, especial pecado (a la venta ya en librerías y por la web): "El pecado de Borges".
3.12.15
El de la corbata
El debate de El País no lo pude ver en directo, porque el lunes a esa hora me encontraba cenando con politólogos. A veces no es posible atender al mismo tiempo a los politólogos y a la política. En lo esencial da igual, porque se ve en diferido luego. Sí nos asomamos por nuestros dispositivos móviles a la puesta en escena, y todos los politólogos comentaron lo mismo: “¡Qué astuto Rivera! ¡Es el único que va con corbata!”.
Albert Rivera les ganó así a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias el mensaje institucional, o institucionalista. De los tres, él era el presidenciable. La otra corbata era justo la del presidente. Aunque no estaba allí, en el atril sin nadie, sino en Telecinco. Rajoy fue a su entrevista encorbatado, por supuesto. Hubo en la noche un duelo de corbatas que no se alcanzaron.
Se puede decir que ganó la del primero, porque la del segundo la rehuyó. Ignacio Camacho había dicho en la Cope que lo único que temía Rajoy era que lo viesen debatiendo con Rivera. Los descorbatados le daban igual, y parece que le seguirán dando igual durante el resto de la campaña.
La corbata de Rivera. De algún modo cierra el círculo de su carrera política, que empezó en 2006 con el primer cartel de Ciudadanos, en que aparecía desnudo. En plan Ciut-Adán, como decíamos entonces. Su trayectoria desde aquel Adán no adanista hasta la corbata la desmenuzan Iñaki Ellakuría y José María Albert de Paco en el libro vibrante que acaban de escribir sobre Ciudadanos: Alternativa naranja.
Este repaso de los diez años de historia del partido, con especial atención al candidato, no nos permite saber si Albert Rivera está preparado para gobernar (algo que nunca ha hecho), pero sí para batirse en unas elecciones y quizá ganarlas. Su entrenamiento en Cataluña, en un ambiente hostil que impresiona (y agobia) al presenciarlo todo de golpe, me ha recordado al de los ciclistas que entrenan en altura para que las cumbres les resulten más leves en el Tour.
Ha sido también un aprendizaje, con muchos errores y muchas peleas internas. Más de una vez Ciudadanos ha estado a punto de desaparecer. Los que hemos estado atentos a este partido desde el principio (y también atentos a UPyD, cuya relación con Ciudadanos se pormenoriza en Alternativa naranja), asistimos a su éxito actual con sorpresa, casi como si se tratase de un milagro.
En política las alegrías duran poco. A mí me parece que Ciudadanos es un partido demasiado débil para aguantar todo el poder que se le viene encima. Pero de momento está esa corbata convincente: institucionalista, antipopulista.
* * *
En El Español.
Albert Rivera les ganó así a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias el mensaje institucional, o institucionalista. De los tres, él era el presidenciable. La otra corbata era justo la del presidente. Aunque no estaba allí, en el atril sin nadie, sino en Telecinco. Rajoy fue a su entrevista encorbatado, por supuesto. Hubo en la noche un duelo de corbatas que no se alcanzaron.
Se puede decir que ganó la del primero, porque la del segundo la rehuyó. Ignacio Camacho había dicho en la Cope que lo único que temía Rajoy era que lo viesen debatiendo con Rivera. Los descorbatados le daban igual, y parece que le seguirán dando igual durante el resto de la campaña.
La corbata de Rivera. De algún modo cierra el círculo de su carrera política, que empezó en 2006 con el primer cartel de Ciudadanos, en que aparecía desnudo. En plan Ciut-Adán, como decíamos entonces. Su trayectoria desde aquel Adán no adanista hasta la corbata la desmenuzan Iñaki Ellakuría y José María Albert de Paco en el libro vibrante que acaban de escribir sobre Ciudadanos: Alternativa naranja.
Este repaso de los diez años de historia del partido, con especial atención al candidato, no nos permite saber si Albert Rivera está preparado para gobernar (algo que nunca ha hecho), pero sí para batirse en unas elecciones y quizá ganarlas. Su entrenamiento en Cataluña, en un ambiente hostil que impresiona (y agobia) al presenciarlo todo de golpe, me ha recordado al de los ciclistas que entrenan en altura para que las cumbres les resulten más leves en el Tour.
Ha sido también un aprendizaje, con muchos errores y muchas peleas internas. Más de una vez Ciudadanos ha estado a punto de desaparecer. Los que hemos estado atentos a este partido desde el principio (y también atentos a UPyD, cuya relación con Ciudadanos se pormenoriza en Alternativa naranja), asistimos a su éxito actual con sorpresa, casi como si se tratase de un milagro.
En política las alegrías duran poco. A mí me parece que Ciudadanos es un partido demasiado débil para aguantar todo el poder que se le viene encima. Pero de momento está esa corbata convincente: institucionalista, antipopulista.
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En El Español.
30.11.15
Salvar a Papá Noel
Con el Black Friday, ese Halloween de las compras (¡mi acción de gracias es por el contagio estadounidense!), se ha adelantado el encendido del alumbrado navideño. Hemos entrado así en la embriaguez de las lucecitas y el consumo, y ahora, al visualizarlo, es cuando se hace palpable la estrategia de Rajoy. Poner las elecciones el 20 de diciembre llevaba una coacción subliminal: no estaría bien descabalgar del trineo a Papá Noel a cuatro días de Nochebuena. Papá Noel es aquí, naturalmente, el único candidato con barba blanca. No votarlo sería más feo que matar a la madre de Bambi.
A propósito de Bambi, no se ha hablado del gran favor que le hizo Zapatero a Rajoy al poner las generales de 2011 un 20 de noviembre. Lo que pretendía el anterior presidente, en línea con su política de reanimación del guerracivilismo, era motejar de franquista al gobierno del PP que iba a suceder al suyo. Pero la fuerza de la fecha ha impedido que, cuatro años después, se enjuiciara a ese gobierno: lo único que se ha hecho ha sido hablar de Franco. Seguro que Rajoy le ha puesto una velita al viejo caudillo y otra a Zapatero. Eso sí que ha sido una pinza, y en su favor.
Pero el 20-N fue hace diez días y lo que ya manda es la Navidad, la Navidad electoral de villancicos y mítines, nieve y papeletas, zambombas y zambombazos. Hay tanta impaciencia entre nuestros políticos por montar el belén, que Monedero ya ha sacado el camello (señalando a Rivera, quien por su parte dice que lo más que ha habido en su nariz han sido motas de merengue). Cada vez que pones la tele está Pablo Iglesias con la guitarra, Sánchez con sus misas del gallo (o del gallito), el Kichi y su coro cantando “Noche de paz” o los nacionalistas fungiendo de caganers... Por su parte, el presidente ha prometido bajar los impuestos, que es como prometerles a los españoles un dinerito para que ellos se hagan sus propios regalos. Un dinerito que Rajoy les va a dar por el procedimiento de no quitárselo: así que ni Papá Noel ni los Reyes serían los padres, sino los propios electores.
Al final, la no asistencia de Rajoy a los debates a cuatro no hace más que responder a su estrategia: quiere reforzar la faceta de Papá Noel como benefactor ausente. Aparecerá con Sánchez, eso sí: pero será un guiño nostálgico al bipartidismo pasado. Todo Papá Noel rehúye mostrarse en la realidad, pero no en las películas. Por otra parte, debe dosificar sus apariciones: el otro día, con las collejas a su hijo, el demonio de la Navidad casi lo sacó del papel de Papá Noel para meterlo en el de Herodes, que es otro personaje fundamental de estas entrañables fechas. Y digo casi porque las collejas fueron tirando a blanditas. El niño ni lloró.
* * *
En El Español.
A propósito de Bambi, no se ha hablado del gran favor que le hizo Zapatero a Rajoy al poner las generales de 2011 un 20 de noviembre. Lo que pretendía el anterior presidente, en línea con su política de reanimación del guerracivilismo, era motejar de franquista al gobierno del PP que iba a suceder al suyo. Pero la fuerza de la fecha ha impedido que, cuatro años después, se enjuiciara a ese gobierno: lo único que se ha hecho ha sido hablar de Franco. Seguro que Rajoy le ha puesto una velita al viejo caudillo y otra a Zapatero. Eso sí que ha sido una pinza, y en su favor.
Pero el 20-N fue hace diez días y lo que ya manda es la Navidad, la Navidad electoral de villancicos y mítines, nieve y papeletas, zambombas y zambombazos. Hay tanta impaciencia entre nuestros políticos por montar el belén, que Monedero ya ha sacado el camello (señalando a Rivera, quien por su parte dice que lo más que ha habido en su nariz han sido motas de merengue). Cada vez que pones la tele está Pablo Iglesias con la guitarra, Sánchez con sus misas del gallo (o del gallito), el Kichi y su coro cantando “Noche de paz” o los nacionalistas fungiendo de caganers... Por su parte, el presidente ha prometido bajar los impuestos, que es como prometerles a los españoles un dinerito para que ellos se hagan sus propios regalos. Un dinerito que Rajoy les va a dar por el procedimiento de no quitárselo: así que ni Papá Noel ni los Reyes serían los padres, sino los propios electores.
Al final, la no asistencia de Rajoy a los debates a cuatro no hace más que responder a su estrategia: quiere reforzar la faceta de Papá Noel como benefactor ausente. Aparecerá con Sánchez, eso sí: pero será un guiño nostálgico al bipartidismo pasado. Todo Papá Noel rehúye mostrarse en la realidad, pero no en las películas. Por otra parte, debe dosificar sus apariciones: el otro día, con las collejas a su hijo, el demonio de la Navidad casi lo sacó del papel de Papá Noel para meterlo en el de Herodes, que es otro personaje fundamental de estas entrañables fechas. Y digo casi porque las collejas fueron tirando a blanditas. El niño ni lloró.
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En El Español.
26.11.15
Etiquetado
Asistí el martes a una sesión instructiva. Omitiré nombres para que brille su carácter de parábola; y porque, en este caso, las personas son lo de menos: importa el síntoma.
Era un coloquio entre un periodista y un profesor universitario sobre la situación política actual, con la perspectiva de las elecciones del 20 de diciembre. En el turno de preguntas (ese momento en que, por lo general, se hacen perceptibles los estragos de las tertulias sobre la población), tomó la palabra un viejo catedrático. Entre sus consideraciones sobre el momento presente, dijo que había participado en el 15-M (“no todos eran jóvenes”) y que creía en la “emancipación” futura del ser humano. En su respuesta, el profesor aludió (sin énfasis) al enfoque “marxista” del catedrático. Y entonces este saltó: “¿Marxista? ¡No me etiquetes! Porque por tu discurso neoliberal ya vemos todos que eres un derechón...”. Siguieron otros calificativos en esta línea, mezclados con quejas contra “la manía de etiquetar”. Después del acto, en un corrillo, le llamó también “joseantoniano”.
Como vemos, hay algunos que están (que dicen estar) en la nueva política pero que tienen tics antiquísimos. El del etiquetado es curioso. Por un lado, se pronuncian en contra: el “no a las etiquetas” forma parte de su pack, que es un pack presumido y romántico, de apariencia espontaneísta. Por el otro, las utilizan contra los demás sin complejo. Hay un componente cínico, o táctico, aquí. Pero yo creo que en el fondo se trata de un problema de percepción. Determinadas posturas políticas e intelectuales se asientan en la fe de sus devotos. Estos las consideran, por decirlo así, “lo normal”. Las dan por hecho, y ven en toda crítica una agresión y en todo etiquetado un intento de menoscabarlas. En el etiquetado que ellos mismos practican, en cambio, no encuentran ningún problema, puesto que a sus adversarios (los que no están en “lo normal”) sí los consideran etiquetables.
El profesor, por su lado, solo dijo lo de “marxista”, y ni siquiera referido al catedrático, sino a su enfoque. Sus reflexiones no fueron estrictamente neoliberales, ni de derechas. Habló de la complejidad de las sociedades, de que cambiarlas no es tan fácil ni depende solo de la voluntad. Habló de las limitaciones de los gobernantes y la responsabilidad de la ciudadanía; de que hay que atender a lo concreto, a lo real... Su discurso discurría por una saludable veta pragmática, tolerante, anglosajona. Quizá por esto último el catedrático lo etiquetó además así: “Eres el Fraga que volvió de Londres, la reacción escondida bajo una apariencia de modernidad”.
* * *
En El Español.
Era un coloquio entre un periodista y un profesor universitario sobre la situación política actual, con la perspectiva de las elecciones del 20 de diciembre. En el turno de preguntas (ese momento en que, por lo general, se hacen perceptibles los estragos de las tertulias sobre la población), tomó la palabra un viejo catedrático. Entre sus consideraciones sobre el momento presente, dijo que había participado en el 15-M (“no todos eran jóvenes”) y que creía en la “emancipación” futura del ser humano. En su respuesta, el profesor aludió (sin énfasis) al enfoque “marxista” del catedrático. Y entonces este saltó: “¿Marxista? ¡No me etiquetes! Porque por tu discurso neoliberal ya vemos todos que eres un derechón...”. Siguieron otros calificativos en esta línea, mezclados con quejas contra “la manía de etiquetar”. Después del acto, en un corrillo, le llamó también “joseantoniano”.
Como vemos, hay algunos que están (que dicen estar) en la nueva política pero que tienen tics antiquísimos. El del etiquetado es curioso. Por un lado, se pronuncian en contra: el “no a las etiquetas” forma parte de su pack, que es un pack presumido y romántico, de apariencia espontaneísta. Por el otro, las utilizan contra los demás sin complejo. Hay un componente cínico, o táctico, aquí. Pero yo creo que en el fondo se trata de un problema de percepción. Determinadas posturas políticas e intelectuales se asientan en la fe de sus devotos. Estos las consideran, por decirlo así, “lo normal”. Las dan por hecho, y ven en toda crítica una agresión y en todo etiquetado un intento de menoscabarlas. En el etiquetado que ellos mismos practican, en cambio, no encuentran ningún problema, puesto que a sus adversarios (los que no están en “lo normal”) sí los consideran etiquetables.
El profesor, por su lado, solo dijo lo de “marxista”, y ni siquiera referido al catedrático, sino a su enfoque. Sus reflexiones no fueron estrictamente neoliberales, ni de derechas. Habló de la complejidad de las sociedades, de que cambiarlas no es tan fácil ni depende solo de la voluntad. Habló de las limitaciones de los gobernantes y la responsabilidad de la ciudadanía; de que hay que atender a lo concreto, a lo real... Su discurso discurría por una saludable veta pragmática, tolerante, anglosajona. Quizá por esto último el catedrático lo etiquetó además así: “Eres el Fraga que volvió de Londres, la reacción escondida bajo una apariencia de modernidad”.
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En El Español.
23.11.15
El diálogo
Quienes claman por el diálogo en toda circunstancia conocen, sin duda, su carácter civilizatorio. Al invocarlo están invocando la civilización: manifiestan una intención civilizatoria. Pero ignoran lo que es diálogo: ignoran que requiere ciertas condiciones y no puede darse en toda circunstancia. No porque no se quiera, sino porque no se puede.
El diálogo depende de dos, la intención de uno no basta. Sencillamente, no es posible dialogar con el que amenaza con matar a su interlocutor, por voluntarioso que este sea. Tampoco es posible dialogar con el que tiene una idea sustancial del lenguaje: con el que no se acomoda a su carácter de mero instrumento simbólico; incluso (y con más razón, cabría decir) cuando lo que nombra es la divinidad.
Del terrorismo islamista hemos pasado al recuerdo del terrorismo de ETA, por el aniversario del asesinato de Ernest Lluch en 2000. Aurora Nacarino-Brabo ha escrito en EL ESPAÑOL sobre él. Y ha recuperado el vídeo en que Lluch les dice a los proetarras un año antes, en un mitin del PSOE en San Sebastián: “Qué alegría llegar a esta plaza y ver que los que ahora gritan antes mataban y ahora no matan. [...] ¡Gritad, porque, mientras gritéis, no mataréis!”.
Aquellos gritos de 1999, aquel no escuchar y casi no dejar hablar, que ya de por sí inutilizaban todo propósito de diálogo, se tradujeron en el asesinato del que quería dialogar. Por eso la famosa insistencia en el diálogo de Gemma Nierga, sin duda bienintencionada, era de una negligencia insoportable. Leo ahora en la noticia que Pasqual Maragall también metió baza entonces, con retórica prepodemita: “El presidente [Aznar] se ha dado cuenta de cuál es el sentimiento de la gente”. Al cabo, era una cuestión de sentimiento... y de emplear contra el gobierno del PP esa idea adulterada del “diálogo”.
Savater publicó aquellos días un artículo en el que, junto a una hermosa evocación de Lluch, recordaba cómo este lo tachó en su momento de “visceralmente nacionalista” (español, se entiende, según el ping-pong habitual); solo por haber denostado el nacionalismo. Lluch también tachó de nazi a Jünger, que era conservador e incluso reaccionario, pero antinazi. En estos casos su espíritu tolerante caía en la intolerancia.
Al final, había una determinación ideológica que trazaba, según la triste expresión que se pondría de moda en el zapaterismo, “cordones sanitarios”. De los que paradójicamente se quedaban fuera aquellos que iban armados y mataban; y los que, por absolutizar el sentimiento, malversaban en la práctica el verdadero diálogo: ese que no es posible si no se dan las condiciones.
* * *
En El Español.
El diálogo depende de dos, la intención de uno no basta. Sencillamente, no es posible dialogar con el que amenaza con matar a su interlocutor, por voluntarioso que este sea. Tampoco es posible dialogar con el que tiene una idea sustancial del lenguaje: con el que no se acomoda a su carácter de mero instrumento simbólico; incluso (y con más razón, cabría decir) cuando lo que nombra es la divinidad.
Del terrorismo islamista hemos pasado al recuerdo del terrorismo de ETA, por el aniversario del asesinato de Ernest Lluch en 2000. Aurora Nacarino-Brabo ha escrito en EL ESPAÑOL sobre él. Y ha recuperado el vídeo en que Lluch les dice a los proetarras un año antes, en un mitin del PSOE en San Sebastián: “Qué alegría llegar a esta plaza y ver que los que ahora gritan antes mataban y ahora no matan. [...] ¡Gritad, porque, mientras gritéis, no mataréis!”.
Aquellos gritos de 1999, aquel no escuchar y casi no dejar hablar, que ya de por sí inutilizaban todo propósito de diálogo, se tradujeron en el asesinato del que quería dialogar. Por eso la famosa insistencia en el diálogo de Gemma Nierga, sin duda bienintencionada, era de una negligencia insoportable. Leo ahora en la noticia que Pasqual Maragall también metió baza entonces, con retórica prepodemita: “El presidente [Aznar] se ha dado cuenta de cuál es el sentimiento de la gente”. Al cabo, era una cuestión de sentimiento... y de emplear contra el gobierno del PP esa idea adulterada del “diálogo”.
Savater publicó aquellos días un artículo en el que, junto a una hermosa evocación de Lluch, recordaba cómo este lo tachó en su momento de “visceralmente nacionalista” (español, se entiende, según el ping-pong habitual); solo por haber denostado el nacionalismo. Lluch también tachó de nazi a Jünger, que era conservador e incluso reaccionario, pero antinazi. En estos casos su espíritu tolerante caía en la intolerancia.
Al final, había una determinación ideológica que trazaba, según la triste expresión que se pondría de moda en el zapaterismo, “cordones sanitarios”. De los que paradójicamente se quedaban fuera aquellos que iban armados y mataban; y los que, por absolutizar el sentimiento, malversaban en la práctica el verdadero diálogo: ese que no es posible si no se dan las condiciones.
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En El Español.
19.11.15
La embarazada
Dejo a los terroristas islámicos con su fanatismo y sus crímenes y su achicamiento de Alá, y a nuestra pseudoizquierda con sus minutos de silencio escandaloso y sus pisarelladas y sus “pero” en el segundo renglón. Ya habrá tiempo de volver sobre ellos, porque van a seguir. De hecho, no han parado. Pero (¡yo también tengo un pero!) hoy me quedo con la embarazada, que ya está a salvo de los tiros y del balcón; aunque no del resto de la vida. Esta es precaria siempre: una de las tensiones que el nihilismo no soporta.
En estos días de tristeza y rabia (y de alucinamiento con nuestros alienígenas) he llegado al final de En busca del tiempo perdido, que empecé antes del verano. Han sido meses franceses y parisinos, de manera que puede decirse que los atentados me han pillado allí. Mental y vitalmente. La visión de Proust es compleja, conflictiva: la vida aparece con todo, lo bueno y lo malo, el amor y el odio, la virtud y el vicio, el placer y el sufrimiento; y todo sujeto al tiempo que pasa y destruye y renueva y se pierde. Mucho lío para las cabezas dogmáticas, sean del Islam o de la escolástica marxista.
En las últimas páginas, cuando Marcel ha alcanzado la comprensión que le decide a emprender la obra, se siente embarazado. No utiliza esta palabra, pero escribe: “Ahora, sentirme portador de una obra hacía para mí más temible un accidente que me costara la vida, lo hacía hasta absurdo (en la medida en que esta obra me parecía necesaria y duradera)”. Nietzsche sí empleó la palabra en este fragmento póstumo: “En estado de embarazo nos escondemos y somos miedosos: pues sentimos que, si nos defendemos, perjudicaremos a aquello que amamos más que a nosotros mismos”.
La mujer fue cobarde y valiente, se escondió en el peligro (huyendo de otro peligro), fue ayudada, se salvó. No es una metáfora: fue una vida colgando, con otra dentro; mientras abajo unos mataban y otros morían o huían entre disparos. Arcadi Espada escribió el martes: “André Glucksmann ha muerto sin demostrar que el terrorismo islamista fuera un nihilismo. Cuando a lo que más se asemeja es a un contrato entre la vida arrebatada y el más allá”. Pero si algo desenmascaró Nietzsche fue el nihilismo que late en esos “contratos” con el más allá, con el trasmundo. Los terroristas son nihilistas. La mujer que intenta salvar su vida y la vida que lleva dentro, la vida futura, es justo lo contrario.
Se habla de lo temibles que son los asesinos islamistas, porque no les importa morir. En realidad están cagados con la vida: no soportan su inestabilidad, su ambigüedad, su complejidad, sus tensiones proustianas. Más temibles (aunque también más vulnerables) son aquellos a los que sí les importa vivir.
* * *
En El Español.
En estos días de tristeza y rabia (y de alucinamiento con nuestros alienígenas) he llegado al final de En busca del tiempo perdido, que empecé antes del verano. Han sido meses franceses y parisinos, de manera que puede decirse que los atentados me han pillado allí. Mental y vitalmente. La visión de Proust es compleja, conflictiva: la vida aparece con todo, lo bueno y lo malo, el amor y el odio, la virtud y el vicio, el placer y el sufrimiento; y todo sujeto al tiempo que pasa y destruye y renueva y se pierde. Mucho lío para las cabezas dogmáticas, sean del Islam o de la escolástica marxista.
En las últimas páginas, cuando Marcel ha alcanzado la comprensión que le decide a emprender la obra, se siente embarazado. No utiliza esta palabra, pero escribe: “Ahora, sentirme portador de una obra hacía para mí más temible un accidente que me costara la vida, lo hacía hasta absurdo (en la medida en que esta obra me parecía necesaria y duradera)”. Nietzsche sí empleó la palabra en este fragmento póstumo: “En estado de embarazo nos escondemos y somos miedosos: pues sentimos que, si nos defendemos, perjudicaremos a aquello que amamos más que a nosotros mismos”.
La mujer fue cobarde y valiente, se escondió en el peligro (huyendo de otro peligro), fue ayudada, se salvó. No es una metáfora: fue una vida colgando, con otra dentro; mientras abajo unos mataban y otros morían o huían entre disparos. Arcadi Espada escribió el martes: “André Glucksmann ha muerto sin demostrar que el terrorismo islamista fuera un nihilismo. Cuando a lo que más se asemeja es a un contrato entre la vida arrebatada y el más allá”. Pero si algo desenmascaró Nietzsche fue el nihilismo que late en esos “contratos” con el más allá, con el trasmundo. Los terroristas son nihilistas. La mujer que intenta salvar su vida y la vida que lleva dentro, la vida futura, es justo lo contrario.
Se habla de lo temibles que son los asesinos islamistas, porque no les importa morir. En realidad están cagados con la vida: no soportan su inestabilidad, su ambigüedad, su complejidad, sus tensiones proustianas. Más temibles (aunque también más vulnerables) son aquellos a los que sí les importa vivir.
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En El Español.
13.11.15
12.11.15
Toreros en el Parlament
Cataluña tuvo su Semana Trágica en 1909, y en 2015 ha tenido su Semana Cómica. Aún estamos en ella. Cómica pero sin gracia. Qué vergüenza estoy pasando. Ajena, por supuesto. Nunca pensé que pudieran ir tan lejos, ni caer tan bajo, ni ser tan ridículos. La peor España es la que hoy se autopercibe como antiespañola. Podría no ser así (no hay ninguna verdad metafísica sobre las naciones). Pero lo es: por pura verdad histórica. Es un resultado: contingente pero inapelable.
Me entretiene el jaleo y me da morbo el papelón de los demás. Pero hasta en esto hay un límite. Traspasados los últimos restos del decoro, se acabó la diversión: solo queda el bochorno. Me ha faltado estómago para ver en directo el esperpento del Parlament. La he repasado ahora, en dosis rápidas, como se toman los purgantes.
Qué vergüenza, por favor. Qué vergüenza. Nuestra región más europeizante (¡llámenla “nación” si quieren, me la suda!), despeñada a la anti-Europa; los sótanos de los que habíamos salido. ¡Con tanto esfuerzo! ¡Y tan tarde! Y ahora otra vez al foso. Por culpa de los nacionalistas: menos de la mitad de la población. Y aunque fueran más: ¡qué improcedentes estos imperialistas del prójimo, ocupando el espacio de todos con sus pedos cerriles! ¡Cortando el Estado con un serrucho chapucero, en plan Pepe Gotera y Otilio! Los peores arriba de su sociedad, flotando como zurullos en la mar salada. Purita selección adversa. Los más impresentables prosperando. Tejeros al timón.
Cuando un cronista sueco vio las imágenes del golpe del 23-F, se tradujo mentalmente lo que veía por medio de lo que sabía de la España castiza. Escribió este titular: “Un torero con pistola asalta el Parlamento español”. Fue el mejor resumen de aquella astracanada. Valle-Inclán habló por un sueco.
En el Parlament no ha habido pistolas estos días (algo es algo), pero sí muchos toreros. Junts pel Sí es un Tejero colegiado rompiendo con la Constitución. Con la anuencia de la CUP y la indolencia esteticista de Podemos (el esteticismo de compadrear con los fachas hoy realmente existentes para que no te llamen “facha” de los de hace cuarenta años). También, y esta es la desgracia, con un apoyo de la población considerable: algo que no pasó en 1981. Por esto la situación es peor: la democracia está más efectivamente amenazada.
El consenso constitucional se ha roto, claro que se ha roto: ¡lo han roto ellos! Por capricho. Por puro ceporrismo hispánico. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Empezar otra vez? ¿Cuántos decenios o siglos? ¿Tras cuánta miseria? ¿Para acabar, con muchísima suerte, en la misma solución?
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En El Español.
Me entretiene el jaleo y me da morbo el papelón de los demás. Pero hasta en esto hay un límite. Traspasados los últimos restos del decoro, se acabó la diversión: solo queda el bochorno. Me ha faltado estómago para ver en directo el esperpento del Parlament. La he repasado ahora, en dosis rápidas, como se toman los purgantes.
Qué vergüenza, por favor. Qué vergüenza. Nuestra región más europeizante (¡llámenla “nación” si quieren, me la suda!), despeñada a la anti-Europa; los sótanos de los que habíamos salido. ¡Con tanto esfuerzo! ¡Y tan tarde! Y ahora otra vez al foso. Por culpa de los nacionalistas: menos de la mitad de la población. Y aunque fueran más: ¡qué improcedentes estos imperialistas del prójimo, ocupando el espacio de todos con sus pedos cerriles! ¡Cortando el Estado con un serrucho chapucero, en plan Pepe Gotera y Otilio! Los peores arriba de su sociedad, flotando como zurullos en la mar salada. Purita selección adversa. Los más impresentables prosperando. Tejeros al timón.
Cuando un cronista sueco vio las imágenes del golpe del 23-F, se tradujo mentalmente lo que veía por medio de lo que sabía de la España castiza. Escribió este titular: “Un torero con pistola asalta el Parlamento español”. Fue el mejor resumen de aquella astracanada. Valle-Inclán habló por un sueco.
En el Parlament no ha habido pistolas estos días (algo es algo), pero sí muchos toreros. Junts pel Sí es un Tejero colegiado rompiendo con la Constitución. Con la anuencia de la CUP y la indolencia esteticista de Podemos (el esteticismo de compadrear con los fachas hoy realmente existentes para que no te llamen “facha” de los de hace cuarenta años). También, y esta es la desgracia, con un apoyo de la población considerable: algo que no pasó en 1981. Por esto la situación es peor: la democracia está más efectivamente amenazada.
El consenso constitucional se ha roto, claro que se ha roto: ¡lo han roto ellos! Por capricho. Por puro ceporrismo hispánico. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Empezar otra vez? ¿Cuántos decenios o siglos? ¿Tras cuánta miseria? ¿Para acabar, con muchísima suerte, en la misma solución?
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En El Español.
9.11.15
Contra Muñoz Molina
Con Antonio Muñoz Molina pasa algo que no es normal: todos le zurran. Estar en contra de él parece de buen tono. En estos últimos años he visto cómo le criticaban periodistas de derechas (incluso de ultraderecha) y escritores marxistas, y hasta alguno de centro. Se ríen de él los vanguardistas (¡sí, todavía hay vanguardistas!) y los modernitos; los frivolones que están de vuelta de todo y los tradicionalistas (¡también los hay!). Esta unanimidad pudiera ser el signo de que el criticado se lo merece. Pero estamos en España: si se le critica no es por sus defectos, sino por sus virtudes.
Ha vuelto a pasar esta semana, con el artículo que le dedicó el escritor Alberto Olmos a propósito del documental El oficio de escritor, de TVE. Muñoz Molina respondió melancólicamente en su blog. Yo leí los dos textos antes de ver el documental, que me ha parecido que estaba muy bien. Agradable y algo edulcorado, como le corresponde al género, pero en último extremo elegante, sin énfasis. El autor reflexiona sobre su vida y sobre su obra, habla de su oficio: defiende su oficio, en lo que tiene de artesanal. Transmite la imagen de un hombre tranquilo, que se dedica a la suyo, a hacer su vida, y que trabaja; que interviene en la conversación pública cuando le llaman o lo considera necesario. Sin alardes.
Mi conclusión es que se le desprecia por una mezcla de clasismo y envidia. Envidia de sus éxitos, de su suerte, de la posición que ha alcanzado. Clasismo por el hecho de que venga de un pueblo (del pueblo) y se haya cultivado por su cuenta. Esto del clasismo resulta hoy poco confesable, y los que lo practican negarán practicarlo. Pero se les huele: esas risitas de los entendidos hacia el parvenu. Tampoco hay que descartar su discurso sensato, ilustrado, de socialdemócrata realista, como fuente de animadversiones. Aquí viste más lo loco y lo romántico, la heterodoxia adocenada. Cuando, a juzgar por los aplausos prodigados a quienes lo zarandean, quizá debamos considerar que el verdadero heterodoxo es Muñoz Molina.
Un heterodoxo, ciertamente, que no va de ello: que recibe premios oficiales (como el Príncipe de Asturias) y que recibió el más comercial (por una novela digna); que es académico, que ha sido director de un Cervantes y ha estado más o menos cobijado en El País. Pero nunca se ha comportado con servilismo, sino al contrario: ha pasado por todo ello con sobriedad y ha sido crítico cuando había que serlo. Se suelen insinuar “oscuras maniobras”, pero nunca he logrado que me concretaran ninguna. El efecto en mí ha sido el contrario: su caso me ha servido para reconciliarme un poco con las instituciones y medios que lo han reconocido. Como si eso fuera lo normal.
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En El Español.
Ha vuelto a pasar esta semana, con el artículo que le dedicó el escritor Alberto Olmos a propósito del documental El oficio de escritor, de TVE. Muñoz Molina respondió melancólicamente en su blog. Yo leí los dos textos antes de ver el documental, que me ha parecido que estaba muy bien. Agradable y algo edulcorado, como le corresponde al género, pero en último extremo elegante, sin énfasis. El autor reflexiona sobre su vida y sobre su obra, habla de su oficio: defiende su oficio, en lo que tiene de artesanal. Transmite la imagen de un hombre tranquilo, que se dedica a la suyo, a hacer su vida, y que trabaja; que interviene en la conversación pública cuando le llaman o lo considera necesario. Sin alardes.
Mi conclusión es que se le desprecia por una mezcla de clasismo y envidia. Envidia de sus éxitos, de su suerte, de la posición que ha alcanzado. Clasismo por el hecho de que venga de un pueblo (del pueblo) y se haya cultivado por su cuenta. Esto del clasismo resulta hoy poco confesable, y los que lo practican negarán practicarlo. Pero se les huele: esas risitas de los entendidos hacia el parvenu. Tampoco hay que descartar su discurso sensato, ilustrado, de socialdemócrata realista, como fuente de animadversiones. Aquí viste más lo loco y lo romántico, la heterodoxia adocenada. Cuando, a juzgar por los aplausos prodigados a quienes lo zarandean, quizá debamos considerar que el verdadero heterodoxo es Muñoz Molina.
Un heterodoxo, ciertamente, que no va de ello: que recibe premios oficiales (como el Príncipe de Asturias) y que recibió el más comercial (por una novela digna); que es académico, que ha sido director de un Cervantes y ha estado más o menos cobijado en El País. Pero nunca se ha comportado con servilismo, sino al contrario: ha pasado por todo ello con sobriedad y ha sido crítico cuando había que serlo. Se suelen insinuar “oscuras maniobras”, pero nunca he logrado que me concretaran ninguna. El efecto en mí ha sido el contrario: su caso me ha servido para reconciliarme un poco con las instituciones y medios que lo han reconocido. Como si eso fuera lo normal.
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En El Español.
6.11.15
5.11.15
Los otros
El tiempo nos va haciendo papilla de manera maravillosa. Hay que quitarse el sombrero, aunque se vea la calva.
Jaime Gil de Biedma, del que ahora se editan sus diarios definitivos, citaba al filósofo Anaximandro: “Donde tuvo su origen, allí es preciso que retorne en su caída, de acuerdo con las determinaciones del destino. Las cosas deben pagar unas a otras su castigo y pena según sentencia del tiempo”.
Gil de Biedma fue uno de los “hombres de la cultura” que apoyó al PSOE en los ochenta; aunque este dato no dice nada: al PSOE lo apoyaban entonces casi todos (este es el dato que dice). Para Zapatero quedaban todavía bastantes. Para Sánchez hemos visto ahora que casi ninguno.
En 2008 todavía hubo zancadillas por el vídeo de la ceja. “Se han juntado sin avisar”, me dijeron que protestó un actor. Para cada uno de los que estuvieron importaban los otros: que sumaran, como se dice hoy, y no restaran. Les beneficiaba que quedase un buen grupito, un cogollito. Al final no hubo mucha novedad: estuvieron los de siempre, pero gente con exitillo aún. Algo es algo.
Esta vez ni eso. Me imagino la cara que se le quedó al Algarrobo al ver que solo estaba Beatriz Carvajal. No había “otros” en los que refugiarse, “otros” que tiraran de él hacia arriba: únicamente otra del pasado, como él mismo. (Bueno, también fueron Forges, Paquito Clavel, pocos más). No pegaba “defender la alegría”. Se hubiera notado huecos entre las risas, como en un teatro semivacío.
Aunque en esta precampaña el que defiende la alegría (y hasta las risas) es el PP. La consigna del PSOE en 2008 era “no seas cenizo”. La misma que la del PP en 2015. Parece que el optimismo lo insufla el poder.
El PSOE se lo ha jugado todo a rejuvenecerse, con el tipín lampiño de Sánchez, competitivo con el de Rivera. Pero monta su primer sarao y solo se presentan talluditos, y encima pocos. Los que acudieron, como digo, se llevarían un chasco al ver quiénes eran los otros: unos individuos tan cascados como ellos. Eran casi Los otros de Amenábar. Ni siquiera estuvo Almodóvar.
Cuando llegó el PP al poder, en 1996, solo tenía a Norma Duval prácticamente. Ahora el PSOE no tiene más que a Beatriz Carvajal y al Algarrobo. “Todo poema, con el tiempo, es una elegía”, escribió Borges. Todo apoyo de la gente de la cultura al PSOE parece que también.
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En El Español.
Jaime Gil de Biedma, del que ahora se editan sus diarios definitivos, citaba al filósofo Anaximandro: “Donde tuvo su origen, allí es preciso que retorne en su caída, de acuerdo con las determinaciones del destino. Las cosas deben pagar unas a otras su castigo y pena según sentencia del tiempo”.
Gil de Biedma fue uno de los “hombres de la cultura” que apoyó al PSOE en los ochenta; aunque este dato no dice nada: al PSOE lo apoyaban entonces casi todos (este es el dato que dice). Para Zapatero quedaban todavía bastantes. Para Sánchez hemos visto ahora que casi ninguno.
En 2008 todavía hubo zancadillas por el vídeo de la ceja. “Se han juntado sin avisar”, me dijeron que protestó un actor. Para cada uno de los que estuvieron importaban los otros: que sumaran, como se dice hoy, y no restaran. Les beneficiaba que quedase un buen grupito, un cogollito. Al final no hubo mucha novedad: estuvieron los de siempre, pero gente con exitillo aún. Algo es algo.
Esta vez ni eso. Me imagino la cara que se le quedó al Algarrobo al ver que solo estaba Beatriz Carvajal. No había “otros” en los que refugiarse, “otros” que tiraran de él hacia arriba: únicamente otra del pasado, como él mismo. (Bueno, también fueron Forges, Paquito Clavel, pocos más). No pegaba “defender la alegría”. Se hubiera notado huecos entre las risas, como en un teatro semivacío.
Aunque en esta precampaña el que defiende la alegría (y hasta las risas) es el PP. La consigna del PSOE en 2008 era “no seas cenizo”. La misma que la del PP en 2015. Parece que el optimismo lo insufla el poder.
El PSOE se lo ha jugado todo a rejuvenecerse, con el tipín lampiño de Sánchez, competitivo con el de Rivera. Pero monta su primer sarao y solo se presentan talluditos, y encima pocos. Los que acudieron, como digo, se llevarían un chasco al ver quiénes eran los otros: unos individuos tan cascados como ellos. Eran casi Los otros de Amenábar. Ni siquiera estuvo Almodóvar.
Cuando llegó el PP al poder, en 1996, solo tenía a Norma Duval prácticamente. Ahora el PSOE no tiene más que a Beatriz Carvajal y al Algarrobo. “Todo poema, con el tiempo, es una elegía”, escribió Borges. Todo apoyo de la gente de la cultura al PSOE parece que también.
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En El Español.
29.10.15
El desprecio
No se insistirá lo suficiente: lo que los nacionalistas catalanes presentan como una confrontación entre “Cataluña” y “España” es, antes que nada, una confrontación de ellos con los catalanes que no son nacionalistas. Estos son su obstáculo principal, los que les enturbian el mapa uniformizador de esa nación que tienen en la cabeza y pretenden imponer. El instrumento que los nacionalistas usan, para neutralizarlos, es la extranjerización; de momento semántica, después ya se verá.
Cuando Carme Forcadell fue designada por los suyos para que presidiera el parlamento catalán, declaró: “Intentaré que sea el Parlament de todos”. De todos los catalanes, se sobreentiende. Pero su discurso tras la proclamación fue partidista, sectario, excluyente: o mintió cuando dijo “todos”, o en ese “todos” no incluye a los no nacionalistas (que no estarían, pues, en ese “todos los catalanes” sobreentendido). A mí me parece que es lo segundo. No necesariamente de un modo deliberado, sino como formando parte del pack de la mentalidad nacionalista; una de cuyas inercias es el desprecio por los otros.
Una vez que se ha colocado a una Tejera como Landelina Lavilla del Parlament, no cabía sino proceder a un golpe de Estado desde dentro, con paripé institucional. Tras la constitución del parlamento y el selfie de los independentistas (al que Félix Ovejero puso como pie de foto: “Adolescentes jugando con explosivos”), Junts pel Sí y la CUP emitieron el documento para la independencia, sus “¡quieto todo el mundo!” y “¡se sienten, coño!” particulares. Otra muestra de desprecio, esta aún más seria, hacia la mitad del electorado catalán. Aunque no es cuestión de número: el desprecio es a la democracia misma.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros (por emplear la fórmula de Luis Cernuda): los nacionalistas le están haciendo esto a un Estado democrático. Y sin ninguna “razón”. Es decir, sin ningún motivo “real”: que tenga que ver con la vida práctica de los ciudadanos, ni sus derechos, ni sus libertades.
No deja de llamarme la atención nuestro lastre franquista. Tan poderoso, o tan puñetero, que se da hoy más entre quienes utilizan el antifranquismo como coartada. Tomar un cargo institucional que debería ser imparcial, como el de la presidencia del Parlament, como ariete ideológico es franquismo puro. Como lo son esas consideraciones que esgrimen los de Podemos, y algunos socialistas, acerca de que con otro presidente que no fuera Rajoy “los catalanes querrían quedarse en España”. Esa incapacidad para separar el cargo institucional, democrático, que representa a todos, del comisario político. Ese desprecio, de fondo, por la democracia. La formal, por supuesto.
* * *
En El Español.
Cuando Carme Forcadell fue designada por los suyos para que presidiera el parlamento catalán, declaró: “Intentaré que sea el Parlament de todos”. De todos los catalanes, se sobreentiende. Pero su discurso tras la proclamación fue partidista, sectario, excluyente: o mintió cuando dijo “todos”, o en ese “todos” no incluye a los no nacionalistas (que no estarían, pues, en ese “todos los catalanes” sobreentendido). A mí me parece que es lo segundo. No necesariamente de un modo deliberado, sino como formando parte del pack de la mentalidad nacionalista; una de cuyas inercias es el desprecio por los otros.
Una vez que se ha colocado a una Tejera como Landelina Lavilla del Parlament, no cabía sino proceder a un golpe de Estado desde dentro, con paripé institucional. Tras la constitución del parlamento y el selfie de los independentistas (al que Félix Ovejero puso como pie de foto: “Adolescentes jugando con explosivos”), Junts pel Sí y la CUP emitieron el documento para la independencia, sus “¡quieto todo el mundo!” y “¡se sienten, coño!” particulares. Otra muestra de desprecio, esta aún más seria, hacia la mitad del electorado catalán. Aunque no es cuestión de número: el desprecio es a la democracia misma.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros (por emplear la fórmula de Luis Cernuda): los nacionalistas le están haciendo esto a un Estado democrático. Y sin ninguna “razón”. Es decir, sin ningún motivo “real”: que tenga que ver con la vida práctica de los ciudadanos, ni sus derechos, ni sus libertades.
No deja de llamarme la atención nuestro lastre franquista. Tan poderoso, o tan puñetero, que se da hoy más entre quienes utilizan el antifranquismo como coartada. Tomar un cargo institucional que debería ser imparcial, como el de la presidencia del Parlament, como ariete ideológico es franquismo puro. Como lo son esas consideraciones que esgrimen los de Podemos, y algunos socialistas, acerca de que con otro presidente que no fuera Rajoy “los catalanes querrían quedarse en España”. Esa incapacidad para separar el cargo institucional, democrático, que representa a todos, del comisario político. Ese desprecio, de fondo, por la democracia. La formal, por supuesto.
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En El Español.
27.10.15
Cuestionario sobre Cataluña
Estas son mis respuestas al cuestionario que prepararon Paula F. Bobadilla y Cristian Campos para el libro Y si Cataluña rompe España, ¿qué?, editado por Toreo de Salón. El cuestionario lo respondí el 30 de agosto de este 2015.
1. ¿España roba a los catalanes más de lo que roba al resto de los españoles? ¿Debe tener límites la solidaridad de los catalanes con el resto de los españoles?
La primera pregunta es un ejemplo (un síntoma) de cómo los nacionalistas empiezan por conquistar pequeños territorios retóricos. Sueltan un mantra, como el de “Espanya ens roba”, y este se pone a circular como si fuese algo serio, como si fuese algo que hubiera que tomarse en serio. Yo lo único que voy a decir es que el verbo “robar” a quien me evoca es al inspirador de Ubú President (y a su prole), que montaba en la realidad un espectáculo mucho más salvaje que el de Boadella en el teatro. En cuanto a lo de la solidaridad: sus límites, como en todo, han de ser los de la razón. O sea, que no los pueden poner los nacionalistas.
2. ¿Es viable social, política, cultural y económicamente una Cataluña independiente?
Supongo que sí, tras el sacrificio de varias generaciones y tras un considerable trauma o desgarrón. Al término quedaría una Cataluña más pobre y pequeña en todos los sentidos, en justa correspondencia con la mentalidad pobre y pequeña de los propugnadores de la independencia.
3. ¿Es viable social, política, cultural y económicamente una España sin Cataluña?
Sí lo sería, pero con el lastre de un gran empobrecimiento. Incluido el empobrecimiento cultural. A diferencia de lo que sucedería dentro de Cataluña, sin embargo, no habría desgarro interior. Habría trastorno por la amputación, y quizá una relación conflictiva, deprimente, con el “miembro fantasma” (puede que acusáramos una ola noventayochista, y quizá el resurgimiento de un cierto nacionalismo español coñazo, no lo sé); pero el trauma en el resto de España (en lo que quedara de España) sería mucho menor que el que tendría lugar dentro de la propia Cataluña.
4. ¿A usted le importaría que el idioma catalán desapareciera? ¿Por qué?
A mí personalmente el idioma catalán me da igual. No siempre fue así. Quise aprenderlo en su día, porque me aficioné a los poetas catalanes (que leía en ediciones bilingües: de Foix, Brossa, Ferrater, Gimferrer...), y hasta me compré una gramática; pero tras el tostonazo nacionalista, ya paso. Antes he dicho que me da igual, pero voy a decir la verdad: lo he aborrecido (y me he resistido a decir esa verdad porque también es incómoda para mí). Si yo fuese legislador y tuviese responsabilidades políticas, ya me cuidaría de que en mis actuaciones no interfirieran mis problemas actuales con el catalán: me comportaría con altura de miras y los catalanohablantes no tendrían nada que temer conmigo. Pero desde un punto de vista estrictamente personal me limito a constatar mi aborrecimiento en este instante (quizá remita en el futuro: no hago de ello cuestión personal, ni mucho menos; ya digo, es un aborrecimiento que me incomoda, pero que está: me lo han fabricado los nacionalistas).
5. ¿Y si el que desapareciera fuera el idioma español?
Me produciría melancolía, porque es mi lengua. Pero es una melancolía impepinable: la lengua española desaparecerá, como todas las lenguas y como todo. También desaparecieron el imperio romano y el latín. Todas las cosas son entramados provisionales.
6. ¿Y por qué no debería permitirse que los catalanes se independizaran si así lo desean mayoritariamente?
A lo mejor precisamente porque no hay que aceptar esa primacía del “deseo” sobre la ley de un Estado democrático. Un “deseo” que, en este caso, no es espontáneo: sino estimulado, adoctrinado, fundado en delirios y tergiversaciones, en pasiones tristes y en resentimiento. De todas formas, confieso que aquí tengo un conflicto. Si esa mayoría fuese abrumadora, fuese cual fuese la causa, y por muy irracional y malintencionada que hubiese sido, no sé qué se podría hacer en contra... Habría que resignarse, supongo. (Aunque hoy por hoy no está seguro que vaya a haber una mayoría, y mucho menos “abrumadora”).
7. ¿A usted le gusta España? Suponiendo que se le permitiera vivir con su mismo nivel de vida actual en cualquier país del mundo, ¿escogería España?
España no me gusta: me resigno a ella, porque es lo que hay. Este es el momento de decir que a mí el principio fundamental de los independentistas me parece acertado: “la solución estaría en salirse de España”. El problema es que no se puede: es un simple problema de realidad. Curiosamente, es España la que se ha salido un poco de España (de su tradición nefasta) a partir de la Transición, en que ha vivido democráticamente y, dicho sea de paso, con una gran relajación patriótica; la excepción a esto último han sido los territorios dominados por los nacionalistas, en que la monserga patriótica se mantuvo, solo que cambiando de adscripción. Y son los nacionalistas justamente los que representan hoy el detestable ceporrismo histórico español. Yo detesto a los nacionalistas en tanto que encarnan, hoy, ese ceporrismo que durante el franquismo representaban los franquistas. Ese, exactamente ese, es su lugar. (En cuanto a mí, todo lo que no sea vivir en Brasil, en Río de Janeiro, es un error. En España vivo, pues, en el error).
8. ¿Por qué debería creerme que en una Cataluña independiente se respetarían los derechos de los españoles si en la Cataluña dependiente se ha multado a comerciantes por rotular su negocio en español?
No sé qué pasaría. En principio, dudo que en la Europa actual puedan conculcarse derechos gravemente (la historia no invita al optimismo, pero en fin, hoy por hoy no lo veo). Lo que sí sé es el material deleznable del que está hecha la mentalidad nacionalista: odio, oscurantismo, cortedad de miras, miseria espiritual, miedo. El historiador John Lukacs escribió a propósito del ascenso de Hitler en Alemania (lo siento, pero cuando se habla de nacionalismo hay que hablar de Hitler, aunque pasemos por marionetas de Godwin): “Cuando el nacionalismo sustituyó a las versiones antiguas del patriotismo (todo patriota tiene algo de nacionalista, pero pocos nacionalistas son verdaderos patriotas), se buscó enemigos entre los conciudadanos”. El nacionalismo no es tanto una máquina de fastidiar al extranjero como de fastidiar al vecino no nacionalista (extranjerizándolo).
9. ¿Es España algo más que un ente administrativo puramente instrumental? ¿Qué, en concreto? ¿Lo es Cataluña?
España es un resultado histórico. No sé qué más decir. Me superan las “metafísicas” sobre las naciones. (Y Cataluña es otro resultado histórico dentro del anterior resultado histórico).
10. Los catalanes quieren emigrar de España pero sin moverse del sitio y sin soportar ninguna de las incomodidades asociadas a una ruptura traumática con su país actual. Rebátalo.
Rebato ese empleo abusivo de “los catalanes”. Yo restrinjo la afirmación a los “nacionalistas (independentistas) catalanes”. Aplicado a ellos, lo que dice la pregunta es justo la prueba de que el nacionalismo es un delirio de huida de la realidad. “España” es para ellos solo una excusa (la que tienen a mano) para huir de la realidad. Algo muy español por otra parte. Los nacionalistas –como vengo sosteniendo– tienen un plus de españolidad (¡y aquí sí incurro en metafísicas, pero es por joder!). Si los españoles, digamos, están alejados un paso de la realidad, entonces los españoles que además son nacionalistas están alejados dos pasos: el propio de los españoles y el suyo añadido de nacionalistas. Recuerdo, por ejemplo, una manifestación en Cataluña contra los precios en una autopista de peaje en la que los manifestantes llevaban la estelada: como si en la Cataluña independiente las cosas no se tuvieran que pagar. Ese y no otro es el sueño: Jauja.
11. ¿En qué cambiaría su vida si Cataluña se independizara? ¿Adoptaría algún tipo de decisión personal (por ejemplo mudarse o boicotear los productos catalanes o españoles)?
Bueno, sobre lo de los boicots yo propuse en Twitter uno a la japonesa: inflarnos a consumir productos catalanes para multiplicar los “lazos económicos”, o sea, para que se hiciera patente el dinero que iban a perder con la independencia... Bromas aparte, mi vida cambiaría supongo que en el empobrecimiento general que nos afectaría a todos. Supongo también que me llevaría algún berrinche por el modo tan estúpido por el que se habría llegado a eso. Pero nada más. Mis sentimentalidades van por otro camino. (Sí se me ocurre, por cierto, un posible efecto positivo: el advenimiento de una melancolía austrohúngara, de más empaque que la noventayochista, que a lo mejor nos hacía más desconfiados de la historia, más espabilados, más prácticos y más recios).
12. ¿Qué diferencia hay entre un nacionalista y un patriota?
En la cita de John Lukacs que puse en la pregunta 8 se ve que este distingue entre ambos; otra de sus ideas es que el nacionalismo es agresivo mientras que el patriotismo es defensivo. Yo propondría esta definición: el nacionalismo es una ideología que pretende reducir la realidad de un país a una idea abstracta, esforzándose por que la realidad de ese país encaje en esa idea abstracta (y entrando en conflicto con todo lo que se interpone en el camino de esa abstracción); el patriotismo, en cambio, sería la lealtad al país real, tal y como es (si acaso, con el propósito de mejorarlo, pero por los cauces de la realidad). La Cataluña de los nacionalistas, pues, no es la Cataluña real, sino el aberrante parque temático de la “catalanidad” que ellos tienen en la cabeza.
13. Los que por inmovilismo se opusieron en su momento a la Constitución se han convertido ahora en sus principales defensores, también por inmovilismo. Rebátalo.
Bueno, para ser tan “inmovilistas” parece que se mueven demasiado... No entro en esa retórica: a mí las evoluciones me parecen bien si son en la buena dirección. Y también me parece bien quedarse en un sitio si se trata de un buen sitio. La Constitución de 1978 me sigue pareciendo un buen sitio: no tanto en sí mismo, sino por comparación con el sitio al que quieren llevarnos los que se oponen a ella. Digámoslo claramente: ni uno solo de nuestros problemas en estos treinta y siete años se deben a artículos de la Constitución que se hayan respetado.
14. ¿Qué argumento contrario a su punto de vista sobre la independencia se ve incapaz de refutar racionalmente?
El que manifesté en la pregunta 6. La soberanía es “de todos los españoles”... pero si una mayoría abrumadora de catalanes quiere independizarse, no sé qué se podría hacer en contra. A efectos prácticos y a estas alturas. (Antes se podría haber sido más astuto, más listo, menos entreguista; aunque esto ha sido también hermoso a su manera: simplemente se confió en unos tipos –los nacionalistas– que resultaron patanes y traicioneros).
15. ¿Por qué provoca más rechazo la renuncia de una persona a una convención administrativa (la nacionalidad) que la renuncia de esa misma persona a su realidad biológica (su sexo)?
Es una pregunta torticera. No sé qué tiene que ver una cosa con la otra, ni siquiera en términos de “rechazo”. Yo, de hecho, con mi detestación del independentismo no estoy rechazando que se renuncie a una convención administrativa, sino justo lo contrario: rechazo todo el adoctrinamiento, toda la tergiversación de la historia, toda la soflama patriótica (no de carácter administrativo, sino metafísico: estrictamente falangista) que hay detrás de esa actitud. El independentismo en sí me parece algo neutro: puede ser racional o irracional, según. Pero hoy en día el independentismo solo se da con el nacionalismo, que es irracional. De ahí mi rechazo.
16. En el hipotético caso de que el gobierno de la Generalitat declarara la independencia, ¿cómo cree que debería responder el Gobierno Central? Sea concreto.
No lo sé. Solo se me ocurre: aplicar la ley... si se puede.
17. ¿En qué se diferencia un español de un catalán?
¡Otra vez el juego de las nacionalidades y las denominaciones genéricas! Pero venga, entraré en el juego: hoy por hoy “un español” es alguien que, a diferencia de lo que ocurría en el franquismo, tiene menos probabilidades de padecer la tara nacionalista que “un catalán”.
18. ¿Pueden los catalanes tomar de forma autónoma una decisión que afecte de forma sensible al resto de los españoles? ¿Por qué?
Pues mire, esa sería una buena razón para desatascarme a mí mismo con respecto a lo planteado en las preguntas 6 y 14: ellos estarían decidiendo sobre algo que me afecta a mí también, y de manera considerable.
19. ¿La de 1714 fue una guerra de sucesión o de secesión? ¿Y por qué debería importarnos en 2015?
Me he asomado solo un poco al asunto, y siempre que lo he hecho lo que se ve es: a) la complejidad de la historia; y b) la simplificación que se hace de ella. Si en 2015 importa 1714 es por esa simplificación que se hace en 2015. Pasa lo mismo que con la Guerra Civil, que los nacionalistas (tan franquistas ellos, y muchos lo fueron literalmente) presentan como una guerra de “los catalanes” contra “los españoles”. Un coñazo.
20. ¿Son los problemas de los catalanes diferentes a los del resto de los españoles? ¿Solucionaría la independencia alguno de esos problemas?
No, los catalanes tienen un problema mucho más grave que el del resto de los españoles: el del nacionalismo. Con la independencia no sé qué pasaría. En principio, a los nacionalistas (insisto: hablo siempre de los nacionalistas, no de “los catalanes”) se les cerraría la gran fuente de su victimismo... pero ya se inventarían algo. Plastas sin fin.
1. ¿España roba a los catalanes más de lo que roba al resto de los españoles? ¿Debe tener límites la solidaridad de los catalanes con el resto de los españoles?
La primera pregunta es un ejemplo (un síntoma) de cómo los nacionalistas empiezan por conquistar pequeños territorios retóricos. Sueltan un mantra, como el de “Espanya ens roba”, y este se pone a circular como si fuese algo serio, como si fuese algo que hubiera que tomarse en serio. Yo lo único que voy a decir es que el verbo “robar” a quien me evoca es al inspirador de Ubú President (y a su prole), que montaba en la realidad un espectáculo mucho más salvaje que el de Boadella en el teatro. En cuanto a lo de la solidaridad: sus límites, como en todo, han de ser los de la razón. O sea, que no los pueden poner los nacionalistas.
2. ¿Es viable social, política, cultural y económicamente una Cataluña independiente?
Supongo que sí, tras el sacrificio de varias generaciones y tras un considerable trauma o desgarrón. Al término quedaría una Cataluña más pobre y pequeña en todos los sentidos, en justa correspondencia con la mentalidad pobre y pequeña de los propugnadores de la independencia.
3. ¿Es viable social, política, cultural y económicamente una España sin Cataluña?
Sí lo sería, pero con el lastre de un gran empobrecimiento. Incluido el empobrecimiento cultural. A diferencia de lo que sucedería dentro de Cataluña, sin embargo, no habría desgarro interior. Habría trastorno por la amputación, y quizá una relación conflictiva, deprimente, con el “miembro fantasma” (puede que acusáramos una ola noventayochista, y quizá el resurgimiento de un cierto nacionalismo español coñazo, no lo sé); pero el trauma en el resto de España (en lo que quedara de España) sería mucho menor que el que tendría lugar dentro de la propia Cataluña.
4. ¿A usted le importaría que el idioma catalán desapareciera? ¿Por qué?
A mí personalmente el idioma catalán me da igual. No siempre fue así. Quise aprenderlo en su día, porque me aficioné a los poetas catalanes (que leía en ediciones bilingües: de Foix, Brossa, Ferrater, Gimferrer...), y hasta me compré una gramática; pero tras el tostonazo nacionalista, ya paso. Antes he dicho que me da igual, pero voy a decir la verdad: lo he aborrecido (y me he resistido a decir esa verdad porque también es incómoda para mí). Si yo fuese legislador y tuviese responsabilidades políticas, ya me cuidaría de que en mis actuaciones no interfirieran mis problemas actuales con el catalán: me comportaría con altura de miras y los catalanohablantes no tendrían nada que temer conmigo. Pero desde un punto de vista estrictamente personal me limito a constatar mi aborrecimiento en este instante (quizá remita en el futuro: no hago de ello cuestión personal, ni mucho menos; ya digo, es un aborrecimiento que me incomoda, pero que está: me lo han fabricado los nacionalistas).
5. ¿Y si el que desapareciera fuera el idioma español?
Me produciría melancolía, porque es mi lengua. Pero es una melancolía impepinable: la lengua española desaparecerá, como todas las lenguas y como todo. También desaparecieron el imperio romano y el latín. Todas las cosas son entramados provisionales.
6. ¿Y por qué no debería permitirse que los catalanes se independizaran si así lo desean mayoritariamente?
A lo mejor precisamente porque no hay que aceptar esa primacía del “deseo” sobre la ley de un Estado democrático. Un “deseo” que, en este caso, no es espontáneo: sino estimulado, adoctrinado, fundado en delirios y tergiversaciones, en pasiones tristes y en resentimiento. De todas formas, confieso que aquí tengo un conflicto. Si esa mayoría fuese abrumadora, fuese cual fuese la causa, y por muy irracional y malintencionada que hubiese sido, no sé qué se podría hacer en contra... Habría que resignarse, supongo. (Aunque hoy por hoy no está seguro que vaya a haber una mayoría, y mucho menos “abrumadora”).
7. ¿A usted le gusta España? Suponiendo que se le permitiera vivir con su mismo nivel de vida actual en cualquier país del mundo, ¿escogería España?
España no me gusta: me resigno a ella, porque es lo que hay. Este es el momento de decir que a mí el principio fundamental de los independentistas me parece acertado: “la solución estaría en salirse de España”. El problema es que no se puede: es un simple problema de realidad. Curiosamente, es España la que se ha salido un poco de España (de su tradición nefasta) a partir de la Transición, en que ha vivido democráticamente y, dicho sea de paso, con una gran relajación patriótica; la excepción a esto último han sido los territorios dominados por los nacionalistas, en que la monserga patriótica se mantuvo, solo que cambiando de adscripción. Y son los nacionalistas justamente los que representan hoy el detestable ceporrismo histórico español. Yo detesto a los nacionalistas en tanto que encarnan, hoy, ese ceporrismo que durante el franquismo representaban los franquistas. Ese, exactamente ese, es su lugar. (En cuanto a mí, todo lo que no sea vivir en Brasil, en Río de Janeiro, es un error. En España vivo, pues, en el error).
8. ¿Por qué debería creerme que en una Cataluña independiente se respetarían los derechos de los españoles si en la Cataluña dependiente se ha multado a comerciantes por rotular su negocio en español?
No sé qué pasaría. En principio, dudo que en la Europa actual puedan conculcarse derechos gravemente (la historia no invita al optimismo, pero en fin, hoy por hoy no lo veo). Lo que sí sé es el material deleznable del que está hecha la mentalidad nacionalista: odio, oscurantismo, cortedad de miras, miseria espiritual, miedo. El historiador John Lukacs escribió a propósito del ascenso de Hitler en Alemania (lo siento, pero cuando se habla de nacionalismo hay que hablar de Hitler, aunque pasemos por marionetas de Godwin): “Cuando el nacionalismo sustituyó a las versiones antiguas del patriotismo (todo patriota tiene algo de nacionalista, pero pocos nacionalistas son verdaderos patriotas), se buscó enemigos entre los conciudadanos”. El nacionalismo no es tanto una máquina de fastidiar al extranjero como de fastidiar al vecino no nacionalista (extranjerizándolo).
9. ¿Es España algo más que un ente administrativo puramente instrumental? ¿Qué, en concreto? ¿Lo es Cataluña?
España es un resultado histórico. No sé qué más decir. Me superan las “metafísicas” sobre las naciones. (Y Cataluña es otro resultado histórico dentro del anterior resultado histórico).
10. Los catalanes quieren emigrar de España pero sin moverse del sitio y sin soportar ninguna de las incomodidades asociadas a una ruptura traumática con su país actual. Rebátalo.
Rebato ese empleo abusivo de “los catalanes”. Yo restrinjo la afirmación a los “nacionalistas (independentistas) catalanes”. Aplicado a ellos, lo que dice la pregunta es justo la prueba de que el nacionalismo es un delirio de huida de la realidad. “España” es para ellos solo una excusa (la que tienen a mano) para huir de la realidad. Algo muy español por otra parte. Los nacionalistas –como vengo sosteniendo– tienen un plus de españolidad (¡y aquí sí incurro en metafísicas, pero es por joder!). Si los españoles, digamos, están alejados un paso de la realidad, entonces los españoles que además son nacionalistas están alejados dos pasos: el propio de los españoles y el suyo añadido de nacionalistas. Recuerdo, por ejemplo, una manifestación en Cataluña contra los precios en una autopista de peaje en la que los manifestantes llevaban la estelada: como si en la Cataluña independiente las cosas no se tuvieran que pagar. Ese y no otro es el sueño: Jauja.
11. ¿En qué cambiaría su vida si Cataluña se independizara? ¿Adoptaría algún tipo de decisión personal (por ejemplo mudarse o boicotear los productos catalanes o españoles)?
Bueno, sobre lo de los boicots yo propuse en Twitter uno a la japonesa: inflarnos a consumir productos catalanes para multiplicar los “lazos económicos”, o sea, para que se hiciera patente el dinero que iban a perder con la independencia... Bromas aparte, mi vida cambiaría supongo que en el empobrecimiento general que nos afectaría a todos. Supongo también que me llevaría algún berrinche por el modo tan estúpido por el que se habría llegado a eso. Pero nada más. Mis sentimentalidades van por otro camino. (Sí se me ocurre, por cierto, un posible efecto positivo: el advenimiento de una melancolía austrohúngara, de más empaque que la noventayochista, que a lo mejor nos hacía más desconfiados de la historia, más espabilados, más prácticos y más recios).
12. ¿Qué diferencia hay entre un nacionalista y un patriota?
En la cita de John Lukacs que puse en la pregunta 8 se ve que este distingue entre ambos; otra de sus ideas es que el nacionalismo es agresivo mientras que el patriotismo es defensivo. Yo propondría esta definición: el nacionalismo es una ideología que pretende reducir la realidad de un país a una idea abstracta, esforzándose por que la realidad de ese país encaje en esa idea abstracta (y entrando en conflicto con todo lo que se interpone en el camino de esa abstracción); el patriotismo, en cambio, sería la lealtad al país real, tal y como es (si acaso, con el propósito de mejorarlo, pero por los cauces de la realidad). La Cataluña de los nacionalistas, pues, no es la Cataluña real, sino el aberrante parque temático de la “catalanidad” que ellos tienen en la cabeza.
13. Los que por inmovilismo se opusieron en su momento a la Constitución se han convertido ahora en sus principales defensores, también por inmovilismo. Rebátalo.
Bueno, para ser tan “inmovilistas” parece que se mueven demasiado... No entro en esa retórica: a mí las evoluciones me parecen bien si son en la buena dirección. Y también me parece bien quedarse en un sitio si se trata de un buen sitio. La Constitución de 1978 me sigue pareciendo un buen sitio: no tanto en sí mismo, sino por comparación con el sitio al que quieren llevarnos los que se oponen a ella. Digámoslo claramente: ni uno solo de nuestros problemas en estos treinta y siete años se deben a artículos de la Constitución que se hayan respetado.
14. ¿Qué argumento contrario a su punto de vista sobre la independencia se ve incapaz de refutar racionalmente?
El que manifesté en la pregunta 6. La soberanía es “de todos los españoles”... pero si una mayoría abrumadora de catalanes quiere independizarse, no sé qué se podría hacer en contra. A efectos prácticos y a estas alturas. (Antes se podría haber sido más astuto, más listo, menos entreguista; aunque esto ha sido también hermoso a su manera: simplemente se confió en unos tipos –los nacionalistas– que resultaron patanes y traicioneros).
15. ¿Por qué provoca más rechazo la renuncia de una persona a una convención administrativa (la nacionalidad) que la renuncia de esa misma persona a su realidad biológica (su sexo)?
Es una pregunta torticera. No sé qué tiene que ver una cosa con la otra, ni siquiera en términos de “rechazo”. Yo, de hecho, con mi detestación del independentismo no estoy rechazando que se renuncie a una convención administrativa, sino justo lo contrario: rechazo todo el adoctrinamiento, toda la tergiversación de la historia, toda la soflama patriótica (no de carácter administrativo, sino metafísico: estrictamente falangista) que hay detrás de esa actitud. El independentismo en sí me parece algo neutro: puede ser racional o irracional, según. Pero hoy en día el independentismo solo se da con el nacionalismo, que es irracional. De ahí mi rechazo.
16. En el hipotético caso de que el gobierno de la Generalitat declarara la independencia, ¿cómo cree que debería responder el Gobierno Central? Sea concreto.
No lo sé. Solo se me ocurre: aplicar la ley... si se puede.
17. ¿En qué se diferencia un español de un catalán?
¡Otra vez el juego de las nacionalidades y las denominaciones genéricas! Pero venga, entraré en el juego: hoy por hoy “un español” es alguien que, a diferencia de lo que ocurría en el franquismo, tiene menos probabilidades de padecer la tara nacionalista que “un catalán”.
18. ¿Pueden los catalanes tomar de forma autónoma una decisión que afecte de forma sensible al resto de los españoles? ¿Por qué?
Pues mire, esa sería una buena razón para desatascarme a mí mismo con respecto a lo planteado en las preguntas 6 y 14: ellos estarían decidiendo sobre algo que me afecta a mí también, y de manera considerable.
19. ¿La de 1714 fue una guerra de sucesión o de secesión? ¿Y por qué debería importarnos en 2015?
Me he asomado solo un poco al asunto, y siempre que lo he hecho lo que se ve es: a) la complejidad de la historia; y b) la simplificación que se hace de ella. Si en 2015 importa 1714 es por esa simplificación que se hace en 2015. Pasa lo mismo que con la Guerra Civil, que los nacionalistas (tan franquistas ellos, y muchos lo fueron literalmente) presentan como una guerra de “los catalanes” contra “los españoles”. Un coñazo.
20. ¿Son los problemas de los catalanes diferentes a los del resto de los españoles? ¿Solucionaría la independencia alguno de esos problemas?
No, los catalanes tienen un problema mucho más grave que el del resto de los españoles: el del nacionalismo. Con la independencia no sé qué pasaría. En principio, a los nacionalistas (insisto: hablo siempre de los nacionalistas, no de “los catalanes”) se les cerraría la gran fuente de su victimismo... pero ya se inventarían algo. Plastas sin fin.
26.10.15
Argentinismos
Todas las elecciones tienen algo de guiñol, pero las presidenciales argentinas de este 25 de octubre son para mí de guiñol absoluto. A los candidatos los conocí por las imitaciones que hacen en el programa Periodismo Para Todos, de Jorge Lanata. Solo después de haberme carcajeado muchas veces con la versión humorística de Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa, vi a los políticos reales, que me parecieron faltos de realidad: menesterosos reflejos de sus imitadores.
Quienes me conocen saben que desde hace unos años me refugio de los problemas de España en los de Argentina. No es que me alegre de la desgracia ajena (ni Argentina ni el resto de países latinoamericanos me son, por otra parte, ajenos), sino que, por la distancia, los problemas de allí me asfixian menos que los de aquí. Confieso que incide el que parezca que allí las cosas están peor, por lo que, al comparar, aquí parece que están mejor. Aunque últimamente las percepciones se van equiparando: no por mejoramiento de Argentina sino por empeoramiento de España (empeoramiento también retrospectivo, por las corrupciones pasadas que hoy salen a la luz).
Mi mirada, por lo demás, ante todo es la de Lanata. Para ser sincero, no me he aficionado a la realidad argentina, sino a cómo la cuenta (y a lo que de ella cuenta) Lanata. A los argentinos que me cruzo por España (o por Twitter) les pregunto siempre por Lanata, y en ninguno he hallado una adhesión tan grande como la mía. Tienden a respetarlo, con frecuencia más que a sus contrarios; pero lo ven metido también en el fangal. Quizá sea la única manera de ser un actor en aquel panorama.
Lo cierto es que a Lanata me lo creo. Su Argentina la considero plausible. No puedo comparar su discurso con el referente, porque desconozco esa realidad, pero sí con los demás discursos. Empezando por el de la presidenta Cristina Kirchner, quien sí que consigue empatar al menos con su imitadora. Pero quizá en esta percepción mía haya influido que a ella sí la conocía de antes. (Creo que fue el propio Lanata el que dijo en la Ser, cuando Kirchner ganó con un 54% las presidenciales de 2011, que el titular sería: “54% de bótox”).
Pensando en España, me imagino cómo sería votar el 20 de diciembre si a los candidatos los hubiéramos conocido antes por su caricatura. Mejor dicho: no logro imaginármelo. No logro imaginar que en nuestra consideración fuesen muy distintos. Aunque sin duda, por contagio, nos resultarían más graciosos.
* * *
En El Español.
Quienes me conocen saben que desde hace unos años me refugio de los problemas de España en los de Argentina. No es que me alegre de la desgracia ajena (ni Argentina ni el resto de países latinoamericanos me son, por otra parte, ajenos), sino que, por la distancia, los problemas de allí me asfixian menos que los de aquí. Confieso que incide el que parezca que allí las cosas están peor, por lo que, al comparar, aquí parece que están mejor. Aunque últimamente las percepciones se van equiparando: no por mejoramiento de Argentina sino por empeoramiento de España (empeoramiento también retrospectivo, por las corrupciones pasadas que hoy salen a la luz).
Mi mirada, por lo demás, ante todo es la de Lanata. Para ser sincero, no me he aficionado a la realidad argentina, sino a cómo la cuenta (y a lo que de ella cuenta) Lanata. A los argentinos que me cruzo por España (o por Twitter) les pregunto siempre por Lanata, y en ninguno he hallado una adhesión tan grande como la mía. Tienden a respetarlo, con frecuencia más que a sus contrarios; pero lo ven metido también en el fangal. Quizá sea la única manera de ser un actor en aquel panorama.
Lo cierto es que a Lanata me lo creo. Su Argentina la considero plausible. No puedo comparar su discurso con el referente, porque desconozco esa realidad, pero sí con los demás discursos. Empezando por el de la presidenta Cristina Kirchner, quien sí que consigue empatar al menos con su imitadora. Pero quizá en esta percepción mía haya influido que a ella sí la conocía de antes. (Creo que fue el propio Lanata el que dijo en la Ser, cuando Kirchner ganó con un 54% las presidenciales de 2011, que el titular sería: “54% de bótox”).
Pensando en España, me imagino cómo sería votar el 20 de diciembre si a los candidatos los hubiéramos conocido antes por su caricatura. Mejor dicho: no logro imaginármelo. No logro imaginar que en nuestra consideración fuesen muy distintos. Aunque sin duda, por contagio, nos resultarían más graciosos.
* * *
En El Español.
23.10.15
Considerando
Ayer estuve en la radio, en el programa Considerando de Radio 4G Málaga. (Dentro hice dos fotos). A partir del minuto 34:55.
22.10.15
¡Ea, españoles!
Este tiempo español complicado es también propicio para las emociones civiles. Vale decir también patrióticas, dándole a la palabra un acento civil; es decir, crítico e ilustrado. Después de todo, así ha sido históricamente el patriotismo español cuando ha sido eso y no patrioterismo. Un patriotero resulta menos patriota que nacionalista: más que por la patria real, siempre compleja y con defectos, el nacionalista se mueve por una abstracción puritana, mutiladora.
El nacionalismo podría definirse, de hecho, como patriotismo sin autocrítica. Lo recordaba el domingo Ignacio Martínez de Pisón en el acto que Societat Civil Catalana organizó en Barcelona bajo el lema de “La España que nos une”. Hubo otros buenos discursos, como el de Rafael Arenas y Joaquim Coll, presidente y vicepresidente de SCC, o el de Núria Amat. Pero el que me emocionó, el que me ha emocionado al verlo en vídeo, porque no estuve allí, ha sido el de Juan Claudio de Ramón.
De Ramón es un amigo reciente, más joven que yo, muy joven, que ha estado destinado unos años en Ottawa como diplomático (nuestra comunicación ha sido por internet) y hace un par de meses se incorporó a su nuevo destino: Roma. Suele escribir artículos de carácter cultural en Jot Down y reflexiones sensatas sobre la cuestión catalana en El País. El domingo se levantó temprano, tomó un avión de Roma a Barcelona, asistió al acto de SCC y por la tarde regresó.
En persona solo lo he visto una vez, de momento, en una inolvidable cena que Manuel Arias Maldonado y yo tuvimos con él en abril, en Málaga. Venía de Ronda, donde estaba asistiendo a un congreso, con un libro de Rilke de regalo. Además del afecto personal, de las complicidades, de la estupenda conversación y las risas, encontré en él a un verdadero servidor público, aunque la expresión suene rimbombante. Quizá me llamó la atención porque no estoy acostumbrado a tratar con ese tipo de gente.
No sé cuántos hay como él, pero no creo que muchos. Al país le iría bien si la clase dirigente –en un sentido anglosajón– la compusieran personas así: formadas, cultas, sensibles, capaces y sensatas.
De su discurso del domingo me emociona sobre todo la limpieza. Su manera de hablar de España sin complejos y sin énfasis. Con una naturalidad extremadamente civilizada. La lucidez con que disecciona el nacionalismo. El toque tímido pero firme. La convicción pudorosa, por tener que estar defendiendo los rudimentos de la libertad política y de la convivencia a estas alturas. Y la gracia con que termina: “Así que ¡ea, españoles!, defendamos nuestro estado democrático y el país que nos une”.
* * *
En El Español.
El nacionalismo podría definirse, de hecho, como patriotismo sin autocrítica. Lo recordaba el domingo Ignacio Martínez de Pisón en el acto que Societat Civil Catalana organizó en Barcelona bajo el lema de “La España que nos une”. Hubo otros buenos discursos, como el de Rafael Arenas y Joaquim Coll, presidente y vicepresidente de SCC, o el de Núria Amat. Pero el que me emocionó, el que me ha emocionado al verlo en vídeo, porque no estuve allí, ha sido el de Juan Claudio de Ramón.
De Ramón es un amigo reciente, más joven que yo, muy joven, que ha estado destinado unos años en Ottawa como diplomático (nuestra comunicación ha sido por internet) y hace un par de meses se incorporó a su nuevo destino: Roma. Suele escribir artículos de carácter cultural en Jot Down y reflexiones sensatas sobre la cuestión catalana en El País. El domingo se levantó temprano, tomó un avión de Roma a Barcelona, asistió al acto de SCC y por la tarde regresó.
En persona solo lo he visto una vez, de momento, en una inolvidable cena que Manuel Arias Maldonado y yo tuvimos con él en abril, en Málaga. Venía de Ronda, donde estaba asistiendo a un congreso, con un libro de Rilke de regalo. Además del afecto personal, de las complicidades, de la estupenda conversación y las risas, encontré en él a un verdadero servidor público, aunque la expresión suene rimbombante. Quizá me llamó la atención porque no estoy acostumbrado a tratar con ese tipo de gente.
No sé cuántos hay como él, pero no creo que muchos. Al país le iría bien si la clase dirigente –en un sentido anglosajón– la compusieran personas así: formadas, cultas, sensibles, capaces y sensatas.
De su discurso del domingo me emociona sobre todo la limpieza. Su manera de hablar de España sin complejos y sin énfasis. Con una naturalidad extremadamente civilizada. La lucidez con que disecciona el nacionalismo. El toque tímido pero firme. La convicción pudorosa, por tener que estar defendiendo los rudimentos de la libertad política y de la convivencia a estas alturas. Y la gracia con que termina: “Así que ¡ea, españoles!, defendamos nuestro estado democrático y el país que nos une”.
* * *
En El Español.
19.10.15
Degenerando
Que Pedro Sánchez va como almodovariana vaca sin cencerro lo prueba el que haya llamado a Irene Lozano para regenerar el PSOE. Rajoy ha dicho que se trata de una ocurrencia y, aunque lo haya dicho Rajoy, es verdad. Se conoce que Sánchez no anda muy al día en cuestiones de regeneración, porque ha ido a llamar justo a la degeneradora de nuestro regeneracionismo. Los que veníamos votando a UPyD dejamos de hacerlo después del artículo de Lozano contra Sosa Wagner en El Mundo, aquel “Querido Paco” con que empezaron las rebajas para el partido. Catorce meses después, UPyD es irrelevante.
Mientras su partido se hundía, Lozano no se quedó quieta: empezó a subirse por las paredes a ver si escapaba del naufragio. De luchar contra el pacto con Ciudadanos, pasó a promoverlo. De ser la escudera (¡la esbirra!) de Rosa Díez, pasó a atacarla. Su trayectoria en este último año ha sido la de un sismógrafo en día de terremoto. Ahora, antes del último glub de UPyD, que será el 20 de diciembre, ha logrado saltar a la lista del PSOE. Otra legislatura asegurada. Lo de Lozano, desde una óptica darwinista, es admirable. Necesitaríamos políticos ocupados en salvar España con un diez por ciento del denuedo con que Lozano se ha salvado a sí misma.
Pero dejemos este espectáculo glorioso de trepismo en el escaparate (un trepismo limpio después de todo, con trazabilidad) para mirar alrededor. Resulta entrañable que el PSOE necesite a alguien de fuera para que lo regenere, como esos ludópatas que dan su nombre para que no los dejen entrar en el casino. Aunque al menos eso es síntoma de que sabe que hay un problema. Peor autopercepción tiene el PP, que ni siquiera reconoce su ludopatía. “No vamos a fichar a nadie para que nos regenere”, ha proclamado Rajoy. Le ha faltado añadir: “No vaya a ser que lo consiga”.
Lo más inquietante, con todo, ha sido la reacción del PSOE andaluz. Más allá de la guerra de Susana Díaz con Pedro Sánchez, en la que Lozano ha pasado a ser munición, llama la atención la retórica: con mentalidad de régimen (no olvidemos que en esta legislatura andaluza los socialistas cumplirán un franquismo en el poder), Juan Cornejo, secretario de organización del PSOE de Andalucía, ha calificado de “insultos” las críticas antiguas de Lozano; y de “insultos” no ya a su partido, sino a “los andaluces”. Siendo así que las críticas de Lozano eran bastante acertadas (eso pensábamos los andaluces que votábamos a UPyD y que no nos sentíamos insultados sino representados), cabe temer que en Andalucía –pese al pacto con Ciudadanos: su papelón se ha incrementado ahora– la cosa siga degenerando.
* * *
En El Español.
Mientras su partido se hundía, Lozano no se quedó quieta: empezó a subirse por las paredes a ver si escapaba del naufragio. De luchar contra el pacto con Ciudadanos, pasó a promoverlo. De ser la escudera (¡la esbirra!) de Rosa Díez, pasó a atacarla. Su trayectoria en este último año ha sido la de un sismógrafo en día de terremoto. Ahora, antes del último glub de UPyD, que será el 20 de diciembre, ha logrado saltar a la lista del PSOE. Otra legislatura asegurada. Lo de Lozano, desde una óptica darwinista, es admirable. Necesitaríamos políticos ocupados en salvar España con un diez por ciento del denuedo con que Lozano se ha salvado a sí misma.
Pero dejemos este espectáculo glorioso de trepismo en el escaparate (un trepismo limpio después de todo, con trazabilidad) para mirar alrededor. Resulta entrañable que el PSOE necesite a alguien de fuera para que lo regenere, como esos ludópatas que dan su nombre para que no los dejen entrar en el casino. Aunque al menos eso es síntoma de que sabe que hay un problema. Peor autopercepción tiene el PP, que ni siquiera reconoce su ludopatía. “No vamos a fichar a nadie para que nos regenere”, ha proclamado Rajoy. Le ha faltado añadir: “No vaya a ser que lo consiga”.
Lo más inquietante, con todo, ha sido la reacción del PSOE andaluz. Más allá de la guerra de Susana Díaz con Pedro Sánchez, en la que Lozano ha pasado a ser munición, llama la atención la retórica: con mentalidad de régimen (no olvidemos que en esta legislatura andaluza los socialistas cumplirán un franquismo en el poder), Juan Cornejo, secretario de organización del PSOE de Andalucía, ha calificado de “insultos” las críticas antiguas de Lozano; y de “insultos” no ya a su partido, sino a “los andaluces”. Siendo así que las críticas de Lozano eran bastante acertadas (eso pensábamos los andaluces que votábamos a UPyD y que no nos sentíamos insultados sino representados), cabe temer que en Andalucía –pese al pacto con Ciudadanos: su papelón se ha incrementado ahora– la cosa siga degenerando.
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En El Español.
15.10.15
El salto de la rana
Creo que fue Fernando Savater el que dijo –en esa celebración alegre de la heterodoxia que es Perdonadme, ortodoxos – que hay heterodoxias cargantes que nos hacen añorar la ortodoxia. Ponía como ejemplo a Manuel Benítez, El Cordobés, cuyo dinámico “salto de la rana” en las plazas de toros de los sesenta le hacía suspirar al aficionado por el purismo más estático. En la sociedad pop, en efecto, la opresión suele venir con más frecuencia de las heterodoxias aparatosas y consentidas que de las ortodoxias rutinarias. Resulta más fácil eludir a estas últimas que a las otras.
Durante la retransmisión del desfile del 12 de octubre, nuestros heterodoxos más previsibles se adornaban recitando, ortodoxamente, la canción de Brassens (en la versión de Paco Ibáñez): “la música militar nunca me supo levantar”. Lo cierto es que a mí tampoco; aunque no presumo de ello, porque no tiene mérito alguno: nadie me ha obligado jamás a levantarme con ella. Cuando vivía en Madrid, el 12 de octubre lo notaba por el estruendo de los aviones que sobrevolaban la ciudad. Daba cierta euforia sentir el cielo movidito; y luego me iba a pasear por otra zona, o me quedaba en casa, y ya estaba solucionado el día. Me gustaba, eso sí, que si ponía la tele estuviese lo que tenía que estar. Y ver luego en el informativo las imágenes normales.
Que en un país se haga lo que se hace en todos los países es (por definición) lo normal. Celebrar la fiesta nacional es lo normal. Y cuando la nación en cuestión es una democracia, en la que además el nacionalismo no impera –como por fortuna no impera en la España de hoy, por más que intenten fabricarlo las Españitas, donde sí impera–, el acto no deja de resultar dulcemente decorativo: un evento para las autoridades (que sí tienen la obligación, por todos nosotros) y para los aficionados. Un acto, propiamente, de normalidad democrática. Institucional.
Lo cargante es el salto de la rana de los que, teniendo la obligación (insisto: por todos nosotros, por nuestro Estado de derecho), se la saltan. Esas ausencias de Mas, Urkullu, Barkos e Iglesias, o las salidas de tono de Colau y el Kichi, que quedaron como el coro del estólido Willy Toledo. Detecto en todos ellos un espíritu más opresivo y marcial que en los soldados que desfilaron el lunes. Al ir cada uno por su senda estrambótica, “cargados de razón” por encima (o por debajo) de las instituciones democráticas y sus leyes, no hacen sino prolongar la historia de España que dicen detestar. El consenso de 1978 sigue siendo nuestra gran novedad civilizatoria. Esto es lo que se celebró el 12 de octubre, y lo que se volverá a celebrar el 6 de diciembre. Con la ortodoxa ausencia de nuestros torerillos.
* * *
En El Español.
Durante la retransmisión del desfile del 12 de octubre, nuestros heterodoxos más previsibles se adornaban recitando, ortodoxamente, la canción de Brassens (en la versión de Paco Ibáñez): “la música militar nunca me supo levantar”. Lo cierto es que a mí tampoco; aunque no presumo de ello, porque no tiene mérito alguno: nadie me ha obligado jamás a levantarme con ella. Cuando vivía en Madrid, el 12 de octubre lo notaba por el estruendo de los aviones que sobrevolaban la ciudad. Daba cierta euforia sentir el cielo movidito; y luego me iba a pasear por otra zona, o me quedaba en casa, y ya estaba solucionado el día. Me gustaba, eso sí, que si ponía la tele estuviese lo que tenía que estar. Y ver luego en el informativo las imágenes normales.
Que en un país se haga lo que se hace en todos los países es (por definición) lo normal. Celebrar la fiesta nacional es lo normal. Y cuando la nación en cuestión es una democracia, en la que además el nacionalismo no impera –como por fortuna no impera en la España de hoy, por más que intenten fabricarlo las Españitas, donde sí impera–, el acto no deja de resultar dulcemente decorativo: un evento para las autoridades (que sí tienen la obligación, por todos nosotros) y para los aficionados. Un acto, propiamente, de normalidad democrática. Institucional.
Lo cargante es el salto de la rana de los que, teniendo la obligación (insisto: por todos nosotros, por nuestro Estado de derecho), se la saltan. Esas ausencias de Mas, Urkullu, Barkos e Iglesias, o las salidas de tono de Colau y el Kichi, que quedaron como el coro del estólido Willy Toledo. Detecto en todos ellos un espíritu más opresivo y marcial que en los soldados que desfilaron el lunes. Al ir cada uno por su senda estrambótica, “cargados de razón” por encima (o por debajo) de las instituciones democráticas y sus leyes, no hacen sino prolongar la historia de España que dicen detestar. El consenso de 1978 sigue siendo nuestra gran novedad civilizatoria. Esto es lo que se celebró el 12 de octubre, y lo que se volverá a celebrar el 6 de diciembre. Con la ortodoxa ausencia de nuestros torerillos.
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En El Español.
12.10.15
Arrimadas y el nacionalismo pijoaparte
La belleza y la razón van cada una por un camino. Pero cuando se juntan: ¡qué gustazo! Ahora en Cataluña, en España, tenemos a Inés Arrimadas. Con ella estamos casi en Grecia, en la Grecia de las diosas. Justo hoy he leído en Proust: “Desde que ya no existe el Olimpo, sus habitantes viven en la tierra”. Así Arrimadas.
Es tan guapa, que su presidente en Ciudadanos de pronto se ha vuelto mate. Albert Rivera resplandece en las encuestas, pero al lado de Arrimadas se ha afeado un poco desde la última noche electoral. Del mismo modo que a uno de los hermanos Calatrava se le llamaba “el guapo”, siendo feísimo, solo porque el otro era más feo aún. La belleza es una relación.
¿Y a quiénes tiene enfrente doña Inés? A los palurdos del nacionalismo, esos Pacos Martínez Soria de la estelada. De repente Arrimadas es la sueca en el país de los Landas. El nacionalismo ha tenido el efecto de convertir nuestra región más europeizante, aquella que nos indicaba la salida hacia Francia e Italia (es decir, cómo desde España se podía ser también francés e italiano), en la reserva carpetovetónica de la península. Los nacionalistas pueden hacer verdad que “África” empiece en los Pirineos; y que más al sur y al oeste, pasando el Ebro, se regrese a la Europa constitucional.
Qué tiempos aquellos en que la guapa era Teresa, Teresa Serrat, la burguesita barcelonesa de la novela de Marsé, a la que el Pijoaparte, oriundo de Ronda, perseguía. Hoy es la charnega Arrimadas, catalana de Jerez, la que está en su situación, pero con el nacionalismo pijoaparte no solo no persiguiéndola sino despreciándola. (A excepción de su pareja convergente: pero una golondrina no hace verano, y menos en las espesuras del oscurantismo). Por fortuna, no toda Cataluña es nacionalista, por más que la que sí lo es se empeñe en apropiársela entera, por reducción.
Hay al menos, sí, dos Cataluñas. En una está Arrimadas con su ilustración, con su formación, con su discurso limpio, con su encanto; y en la otra esa recua de Tejeros cúrsiles, monjas, chivatos, chantajistas y cantautores, que buscando la salida de España han caído en la España más negra, la del esperpento y los autos de fe.
El último en incorporarse ha sido un Manel Martos (¡editor!), que ha emitido unas fascistadas contra Félix de Azúa y –como me señala José María Albert de Paco– unas gracietas sin gracia sobre un fallido atropello de bici a Eduardo Mendoza. Ambos son catalanes pero da igual: en estricta lógica falangista, si no se adhieren al movimiento nacional son enemigos. Así de feo.
* * *
En El Español.
Es tan guapa, que su presidente en Ciudadanos de pronto se ha vuelto mate. Albert Rivera resplandece en las encuestas, pero al lado de Arrimadas se ha afeado un poco desde la última noche electoral. Del mismo modo que a uno de los hermanos Calatrava se le llamaba “el guapo”, siendo feísimo, solo porque el otro era más feo aún. La belleza es una relación.
¿Y a quiénes tiene enfrente doña Inés? A los palurdos del nacionalismo, esos Pacos Martínez Soria de la estelada. De repente Arrimadas es la sueca en el país de los Landas. El nacionalismo ha tenido el efecto de convertir nuestra región más europeizante, aquella que nos indicaba la salida hacia Francia e Italia (es decir, cómo desde España se podía ser también francés e italiano), en la reserva carpetovetónica de la península. Los nacionalistas pueden hacer verdad que “África” empiece en los Pirineos; y que más al sur y al oeste, pasando el Ebro, se regrese a la Europa constitucional.
Qué tiempos aquellos en que la guapa era Teresa, Teresa Serrat, la burguesita barcelonesa de la novela de Marsé, a la que el Pijoaparte, oriundo de Ronda, perseguía. Hoy es la charnega Arrimadas, catalana de Jerez, la que está en su situación, pero con el nacionalismo pijoaparte no solo no persiguiéndola sino despreciándola. (A excepción de su pareja convergente: pero una golondrina no hace verano, y menos en las espesuras del oscurantismo). Por fortuna, no toda Cataluña es nacionalista, por más que la que sí lo es se empeñe en apropiársela entera, por reducción.
Hay al menos, sí, dos Cataluñas. En una está Arrimadas con su ilustración, con su formación, con su discurso limpio, con su encanto; y en la otra esa recua de Tejeros cúrsiles, monjas, chivatos, chantajistas y cantautores, que buscando la salida de España han caído en la España más negra, la del esperpento y los autos de fe.
El último en incorporarse ha sido un Manel Martos (¡editor!), que ha emitido unas fascistadas contra Félix de Azúa y –como me señala José María Albert de Paco– unas gracietas sin gracia sobre un fallido atropello de bici a Eduardo Mendoza. Ambos son catalanes pero da igual: en estricta lógica falangista, si no se adhieren al movimiento nacional son enemigos. Así de feo.
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En El Español.
8.10.15
Mover el esqueleto
Cuando Carlos Floriano dijo en aquel publirreportaje del Partido Popular lo de “quizá nos ha faltado un poquito de piel”, debió haber añadido que por favor no se recurriera a la de Pablo Motos. Nos habríamos ahorrado entonces la presencia de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría en El Hormiguero. Me he puesto el vídeo para ver el baile y he encontrado algo más embarazoso aún: el tuteo desde el primer momento del presentador, con el consentimiento de la vicepresidenta, que en su agenda tenía esa noche el mostrarse cercana. Don Juan Carlos abdicó, pero dejó atada y bien atada la campechanía. O mejor dicho: la dejó campando a sus anchas (por la piel de toro).
En cuanto al baile, habría estado bien si la vicepresidenta no fuera vicepresidenta: ella misma queda graciosa, pero causa desazón que el poder se ponga discotequero. Reconozco que este final de musical no me lo esperaba. Y no me refiero al del programa, sino al del bipartidismo (y lo que se lleve por delante). Cuando Miquel Iceta se lanzó a bailar en las pasadas elecciones catalanas, la alegría resultaba tragicómica. Bailaba el candidato de un partido que se hundía y que era uno de los mayores responsables del resquebrajamiento institucional; quizá el responsable decisivo. El PSC-PSOE, en vez de esconderse debajo de la cama, se ponía a bailar desinhibidamente. De pronto la socialdemocracia en crisis encontró una manera de superar el crepúsculo de las ideologías y el fin de la historia, todo junto. Mejor embarcarse en el lenguaje no verbal que en un discurso que hace agua.
Al presidente Mariano Rajoy se le acusa de inmovilista, pero gracias a la vicepresidenta sabemos que al menos en la intimidad se mueve: “es un bailongo”. Para soltarse le gusta la música de los ochenta, “pero de la mala, que es la que mejor se baila”. Gracias a esta preferencia, las paredes de Moncloa habrán conocido al fin esa música, porque en los ochenta en cuestión, en que Alfonso Guerra era el pinchadiscos, solo les constaba la de Mahler. El desacople estético, sin embargo, no es ningún problema para Rajoy: si se refugia en la banda sonora de esa década es porque no le evoca a Zapatero ni a Aznar, sobre todo a Aznar. Su baile es en un paraíso sin esa serpiente.
Y así han confluido el PP y el PSOE en la afición de bailar. Lo que no terminaba de cuajar como gran coalición, empieza a visualizarse como gran guateque. Al fin y al cabo, antes de ser cadáver al bipartidismo le quedará siempre mover el esqueleto.
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En El Español.
En cuanto al baile, habría estado bien si la vicepresidenta no fuera vicepresidenta: ella misma queda graciosa, pero causa desazón que el poder se ponga discotequero. Reconozco que este final de musical no me lo esperaba. Y no me refiero al del programa, sino al del bipartidismo (y lo que se lleve por delante). Cuando Miquel Iceta se lanzó a bailar en las pasadas elecciones catalanas, la alegría resultaba tragicómica. Bailaba el candidato de un partido que se hundía y que era uno de los mayores responsables del resquebrajamiento institucional; quizá el responsable decisivo. El PSC-PSOE, en vez de esconderse debajo de la cama, se ponía a bailar desinhibidamente. De pronto la socialdemocracia en crisis encontró una manera de superar el crepúsculo de las ideologías y el fin de la historia, todo junto. Mejor embarcarse en el lenguaje no verbal que en un discurso que hace agua.
Al presidente Mariano Rajoy se le acusa de inmovilista, pero gracias a la vicepresidenta sabemos que al menos en la intimidad se mueve: “es un bailongo”. Para soltarse le gusta la música de los ochenta, “pero de la mala, que es la que mejor se baila”. Gracias a esta preferencia, las paredes de Moncloa habrán conocido al fin esa música, porque en los ochenta en cuestión, en que Alfonso Guerra era el pinchadiscos, solo les constaba la de Mahler. El desacople estético, sin embargo, no es ningún problema para Rajoy: si se refugia en la banda sonora de esa década es porque no le evoca a Zapatero ni a Aznar, sobre todo a Aznar. Su baile es en un paraíso sin esa serpiente.
Y así han confluido el PP y el PSOE en la afición de bailar. Lo que no terminaba de cuajar como gran coalición, empieza a visualizarse como gran guateque. Al fin y al cabo, antes de ser cadáver al bipartidismo le quedará siempre mover el esqueleto.
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En El Español.
7.10.15
El adversario del 'seny'
A estas alturas, con la aceleración del delirio independentista en la recta final de la campaña electoral catalana (que más que recta parece montaña rusa), podemos definir el nacionalismo catalán como un proceso de demolición del seny.
Debe de ser fastidioso para un nacionalismo –que, en tanto nacionalismo, es un coágulo de irracionalidad– que la virtud característica de la “nación” que enarbola tenga que ver con la cordura. Solo había dos maneras de salvar el obstáculo: la transacción con la realidad (es decir, con España) o el autoengaño. Mientras estuvo gobernando un político astuto como Jordi Pujol, se impuso el juego de las transacciones (algunas, todo hay que decirlo, en beneficio personal). Una fórmula que parecía la expresión misma del seny. Su problema es que requería habilidad. Con Artur Mas, de avezada torpeza, solo cabía lo más fácil: el autoengaño.
Hace tiempo que no se oye hablar del seny a ningún nacionalista. Esto es sintomático. Pero su empeño en negar la realidad, en afirmar que su locura es razonable, nos hace pensar que aún se consideran henchidos de seny. Han encontrado el método perfecto para acabar con ese obstáculo: demolerlo en la práctica, pero con la conciencia de que actúan de acuerdo con él.
No es de extrañar la agresividad que exhiben contra quienes intentan pincharles la burbuja. Se lo juegan todo en preservarla. Lo más escalofriante es comprobar cuántos hay ya, del president Mas para abajo, que dependen del delirio. Fuera de él no son nada, carecen de lugar. La intensificación del frenesí, hasta los extremos patológicos a que estamos asistiendo (alucinantes en una democracia europea), solo se explica por la desesperación. No tienen ya otra salida que acelerar contra el muro.
Me recuerdan, sobre todo Artur Mas, a Jean-Claude Romand, el hombre sobre el que Emmanuel Carrère escribió El adversario. En un momento dado de su vida mintió y esa mentira le hizo entrar en una vía muerta. Durante veinte años fingió que salía de casa para ir a trabajar. Pero no iba a ningún sitio. Cuando regresaba, su familia pensaba “que venía de otro escenario donde interpretaba un papel distinto, el del hombre importante. Pero no existía otro escenario, no existía otro público ante el cual interpretar otro personaje. Fuera, se encontraba desnudo. Volvía a la ausencia, al vacío, al blanco, que no eran un percance de ruta sino la única experiencia de su vida”. El final de la novela no lo digo. Aunque muchos lo sabrán.
* * *
Escrito el 23.9 y publicado el 29.9 en El Español.
Debe de ser fastidioso para un nacionalismo –que, en tanto nacionalismo, es un coágulo de irracionalidad– que la virtud característica de la “nación” que enarbola tenga que ver con la cordura. Solo había dos maneras de salvar el obstáculo: la transacción con la realidad (es decir, con España) o el autoengaño. Mientras estuvo gobernando un político astuto como Jordi Pujol, se impuso el juego de las transacciones (algunas, todo hay que decirlo, en beneficio personal). Una fórmula que parecía la expresión misma del seny. Su problema es que requería habilidad. Con Artur Mas, de avezada torpeza, solo cabía lo más fácil: el autoengaño.
Hace tiempo que no se oye hablar del seny a ningún nacionalista. Esto es sintomático. Pero su empeño en negar la realidad, en afirmar que su locura es razonable, nos hace pensar que aún se consideran henchidos de seny. Han encontrado el método perfecto para acabar con ese obstáculo: demolerlo en la práctica, pero con la conciencia de que actúan de acuerdo con él.
No es de extrañar la agresividad que exhiben contra quienes intentan pincharles la burbuja. Se lo juegan todo en preservarla. Lo más escalofriante es comprobar cuántos hay ya, del president Mas para abajo, que dependen del delirio. Fuera de él no son nada, carecen de lugar. La intensificación del frenesí, hasta los extremos patológicos a que estamos asistiendo (alucinantes en una democracia europea), solo se explica por la desesperación. No tienen ya otra salida que acelerar contra el muro.
Me recuerdan, sobre todo Artur Mas, a Jean-Claude Romand, el hombre sobre el que Emmanuel Carrère escribió El adversario. En un momento dado de su vida mintió y esa mentira le hizo entrar en una vía muerta. Durante veinte años fingió que salía de casa para ir a trabajar. Pero no iba a ningún sitio. Cuando regresaba, su familia pensaba “que venía de otro escenario donde interpretaba un papel distinto, el del hombre importante. Pero no existía otro escenario, no existía otro público ante el cual interpretar otro personaje. Fuera, se encontraba desnudo. Volvía a la ausencia, al vacío, al blanco, que no eran un percance de ruta sino la única experiencia de su vida”. El final de la novela no lo digo. Aunque muchos lo sabrán.
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Escrito el 23.9 y publicado el 29.9 en El Español.
29.9.15
Nacionalismo abusón
No hay nada más divertido que ir archivando vídeos de la campaña y revisitarlos (¡cinéfilamente!) después, una vez conocido el recuento: casi todos los candidatos (es decir, los perdedores, que por definición son casi todos) parecen estar haciendo campaña contra sí mismos. Con una puntería suicida, tienen dicho en la grabación justo aquello que más les puede humillar. Así, por ejemplo, Pablo Iglesias, cuyo vídeo de Coleta Morada invita ahora a un combo de palomitas con fanta de naranja (esta última en homenaje a Ciudadanos, por supuesto; como la luna del eclipse). O la retahíla en blanco y negro de la cúpula del PP, con Rajoy y Soraya a la cabeza, balbuceando en catalán frases que quedarían ridículas hasta en español. Floriano declaró en su día que les había faltado "un poquito de piel". ¿Y para solucionarlo ponen espectros?
Pero para ridículos, los nacionalistas. Ridículos y sangrantes. Comparando los resultados (ese sí insuficiente) con las escenificaciones fascistoides de la campaña (que reclamaban unanimidades) la cosa ha quedado como un gatillazo del Duce. ¿Tanta propaganda, tanto llamamiento a la adhesión inquebrantable, tanta prensa (¡y televisión!) del movimiento para que obedezca menos de la mitad del electorado? ¡Ahora se entiende por qué en los regímenes fascistas no hay elecciones! ¡No vaya a ser que "los nacionales" no satisfagan el gusto de los sacerdotes de la nación!
En los vídeos aparecen los candidatos de Junts pel Sí ("la nueva Trinca", según Julio Tovar) hablando en nombre de "los catalanes"; en una abusiva primera persona del plural que hoy vemos que se corresponde con menos de la mitad del electorado. Para decirlo crudamente (haciendo algo que no se debe hacer con los nacionalistas, que es tomarlos en serio): para ellos, "los catalanes" son menos de la mitad de los ciudadanos de Cataluña. ¿Qué son, entonces, esos otros que numéricamente constituyen más de la mitad? ¿Esos que, puesto que no les han votado, no puede considerarse referentes de sus "los catalanes"? Parece claro que "no catalanes". O extranjeros. Es lo que pasa cuando "catalán" no es un gentilicio civil y neutro, sino una denominación ideológica. Entonces en ese "los catalanes" de los nacionalistas, como en ese "Cataluña" de los nacionalistas, unos caben y otros no. Es una apropiación excluyente de lo que es de todos.
El abuso del nacionalismo empieza por las palabras. Metáfora de los abusos que siguen, y seguirán.
* * *
PD. Esta es mi columna número 287 en Zoom News, y la última. Le agradezco el seguimiento al lector, y le invito a que me siga siguiendo. Gracias a la llamada de Rafael Latorre en noviembre de 2012 he podido hacerme el oficio de columnista. Ha sido un placer trabajar para él y para Agustín Valladolid. Y al lado de mis compañeros, a los que les deseo suerte y les doy también las gracias. Hasta pronto.
[Publicado en Zoom News]
Pero para ridículos, los nacionalistas. Ridículos y sangrantes. Comparando los resultados (ese sí insuficiente) con las escenificaciones fascistoides de la campaña (que reclamaban unanimidades) la cosa ha quedado como un gatillazo del Duce. ¿Tanta propaganda, tanto llamamiento a la adhesión inquebrantable, tanta prensa (¡y televisión!) del movimiento para que obedezca menos de la mitad del electorado? ¡Ahora se entiende por qué en los regímenes fascistas no hay elecciones! ¡No vaya a ser que "los nacionales" no satisfagan el gusto de los sacerdotes de la nación!
En los vídeos aparecen los candidatos de Junts pel Sí ("la nueva Trinca", según Julio Tovar) hablando en nombre de "los catalanes"; en una abusiva primera persona del plural que hoy vemos que se corresponde con menos de la mitad del electorado. Para decirlo crudamente (haciendo algo que no se debe hacer con los nacionalistas, que es tomarlos en serio): para ellos, "los catalanes" son menos de la mitad de los ciudadanos de Cataluña. ¿Qué son, entonces, esos otros que numéricamente constituyen más de la mitad? ¿Esos que, puesto que no les han votado, no puede considerarse referentes de sus "los catalanes"? Parece claro que "no catalanes". O extranjeros. Es lo que pasa cuando "catalán" no es un gentilicio civil y neutro, sino una denominación ideológica. Entonces en ese "los catalanes" de los nacionalistas, como en ese "Cataluña" de los nacionalistas, unos caben y otros no. Es una apropiación excluyente de lo que es de todos.
El abuso del nacionalismo empieza por las palabras. Metáfora de los abusos que siguen, y seguirán.
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PD. Esta es mi columna número 287 en Zoom News, y la última. Le agradezco el seguimiento al lector, y le invito a que me siga siguiendo. Gracias a la llamada de Rafael Latorre en noviembre de 2012 he podido hacerme el oficio de columnista. Ha sido un placer trabajar para él y para Agustín Valladolid. Y al lado de mis compañeros, a los que les deseo suerte y les doy también las gracias. Hasta pronto.
[Publicado en Zoom News]
25.9.15
Iceta, bailarín del Titanic
No es extraño que el baile de Miquel Iceta, el candidato del PSC en las elecciones catalanas del domingo, haya sido el acontecimiento más celebrado de la campaña: está mejor articulado que todo el discurso independentista de Junts pel Sí y de la CUP, y que el de Catalunya Sí que es Pot, e incluso que el discurso antiindependentista del PP, y que el del "jefe" en Madrit de Iceta, Pedro Sánchez (que además bailó peor). Si me apuran, se trata de un baile mejor articulado que el discurso del propio Iceta. (Ciudadanos se habría salido con la articulada Arrimadas soltándose un bailecito así).
Yo he visto el baile de Iceta con cariño y deleite, y con sensación agridulce. Como los bailes de fin de fiesta de las tragicomedias, cuando todo está perdido. La sonrisita tras el fracaso, con mensaje sobre el sentido de la vida, como el de Zorba el griego. Mientras bailaba Iceta, con soltura envidiable, con esa simpatía que a Elvira Lindo le "ha devuelto la esperanza en el ser humano" (además de Iceta lo peta otro grito de guerra ha sido El icetismo es un humanismo), yo no he podido evitar pensar en la grandísima responsabilidad que en este desastre tiene su partido, el PSC. Iceta resultaría, así, el bailarín de un Titanic que se hunde, cuyo iceberg ha sido el partido del que es candidato... Un iceberg que pilotaron los presidentes de la Generalitat que tendrían que haber marcado las diferencias con el nacionalismo y se entregaron a él: Maragall y Montilla (con la complicidad, desde Madrit, de Zapatero).
En relación con el nacionalismo catalán, la palabra Titanic evoca el artículo que Félix de Azúa publicó en mayo de 1982 en El País: "Barcelona es el Titanic". Hace treinta y tres años (y cuatro meses) y está escalofriantemente fresco: "Dentro de poco esta ciudad parecerá un colegio de monjas, regentado por un seminarista con libreta de hule y cuadratín de madera, a menos de que las capas más vivas de la ciudad salgan de su estupefacción". La regresión pueblerina y clerical del nacionalismo no ha hecho más que agravarse. Iceta, con su bailecito gay, mezcla de Landa y Zarrías pero con la gracia de Chiquito, y aligerado por esa gracia, ha escenificado un recuerdo de la Barcelona cosmopolita y viciosa, mestiza y libre, que el PSC contribuyó a hundir.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
Yo he visto el baile de Iceta con cariño y deleite, y con sensación agridulce. Como los bailes de fin de fiesta de las tragicomedias, cuando todo está perdido. La sonrisita tras el fracaso, con mensaje sobre el sentido de la vida, como el de Zorba el griego. Mientras bailaba Iceta, con soltura envidiable, con esa simpatía que a Elvira Lindo le "ha devuelto la esperanza en el ser humano" (además de Iceta lo peta otro grito de guerra ha sido El icetismo es un humanismo), yo no he podido evitar pensar en la grandísima responsabilidad que en este desastre tiene su partido, el PSC. Iceta resultaría, así, el bailarín de un Titanic que se hunde, cuyo iceberg ha sido el partido del que es candidato... Un iceberg que pilotaron los presidentes de la Generalitat que tendrían que haber marcado las diferencias con el nacionalismo y se entregaron a él: Maragall y Montilla (con la complicidad, desde Madrit, de Zapatero).
En relación con el nacionalismo catalán, la palabra Titanic evoca el artículo que Félix de Azúa publicó en mayo de 1982 en El País: "Barcelona es el Titanic". Hace treinta y tres años (y cuatro meses) y está escalofriantemente fresco: "Dentro de poco esta ciudad parecerá un colegio de monjas, regentado por un seminarista con libreta de hule y cuadratín de madera, a menos de que las capas más vivas de la ciudad salgan de su estupefacción". La regresión pueblerina y clerical del nacionalismo no ha hecho más que agravarse. Iceta, con su bailecito gay, mezcla de Landa y Zarrías pero con la gracia de Chiquito, y aligerado por esa gracia, ha escenificado un recuerdo de la Barcelona cosmopolita y viciosa, mestiza y libre, que el PSC contribuyó a hundir.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
22.9.15
Las cosas del sentir
Cuando Fernando Trueba acudió el viernes a recoger el Premio Nacional de Cinematografía, llevaba sus deberes patrióticos ya hechos: los hizo el día en que decidió aceptarlo. Con ello mostró respeto institucional al Estado de todos, en contra de los pijos ideológicos que –ahora que gobierna el PP, al que al parecer le adjudican el Estado– han puesto de moda rechazar los premios nacionales, o mejor, presionar a los premiados para que los rechacen. Me consta, por un amigo común, que al pobre Rafael Chirbes, marxista pero sin pamplinas, lo tenían frito con esa presión. Pero se soltó de ella y también aceptó el premio. Lo hizo igualmente Juan Goytisolo con el Cervantes. Aquí, según me consta también, tuvo que "hacerle saber" al Gobierno que lo aceptaría. El Gobierno no se lo daba porque estaba convencido de que iba a rechazarlo.
Y es que aceptar los premios, contra lo que parece, no es tan fácil. Hay que tener personalidad. Thomas Bernhard decía que aceptar un premio era aceptar que se cagaran en tu cabeza. Añadía que había que aceptarlos siempre que estuviesen dotados económicamente y se tuviera menos de cuarenta años. En el caso se Trueba solo se cumplía la primera condición. Pero mi ejemplo favorito es el de Octavio Paz. A este le dieron un premio en México durante su época de la India, en que Paz andaba con las sabidurías orientales, y se le planteó el conflicto de si aceptarlo. Se lo consultó a un sabio hindú y este le dijo: "Sea humilde, acepte el premio". Es una cuestión, pues, de humildad.
Un escritor al que nunca le ofrecieron el Nobel, y que por tanto no tuvo que aceptarlo humildemente, fue Ernst Jünger. Lo traigo porque las críticas que ha recibido Trueba por declarar durante su discurso que no se siente español me han recordado a lo que dijo un alto mando alemán en la Segunda Guerra Mundial; y me lo han recordado en favor del alto mando alemán. Cuando, durante la ocupación de París, un emisario de Goebbels le exigió al coronel Speidel, bajo cuyas órdenes estaba Jünger, que forzase a este a que eliminase un pasaje de su libro Jardines y carreteras, Speidel se negó con este argumento: "Yo no mando en el espíritu de mis oficiales". A diferencia de Speidel, nuestros liberales –que, como de costumbre, resultan más conservadores que liberales–, parece que sí quieren mandar en los espíritus. Exigen que, si el Estado te da un premio y coges el cheque, además tienes que sentir.
Al director Fernando Trueba le han dado un premio por las películas que ha dirigido, no para que haga a cambio una declaración de amor, ni una proclama patriótica. Tampoco para que se guarde, si le apetece sacarlos, sus conflictos con respecto a lo "nacional". Su actitud admite una crítica de costumbres acerca del "postureo" o el afán de fondo por la salvación personal, es decir, por el autoadorno narcisista; admite incluso una reflexión sobre el síntoma sociopolítico o cultural que constituye, en nuestro anómalo contexto (fruto de una historia anómala). Pero resulta improcedente saltar de ahí a las exigencias pseudopatrióticas sobre "las cosas del sentir". Como es improcedente mezclar con esas exigencias los juicios estéticos sobre sus películas. Estas serán buenas o malas, pero es otro cantar; como era otro cantar la calidad de las caricaturas de Charlie Hebdo. La discusión que importa en ambos casos es de otro orden. Y en ambos casos tiene que ver con la soberanía personal, y con el derecho a no acoplar el discurso a instancias que exijan unos determinados contenidos espirituales.
En cuanto a mí, no sé muy bien qué es "sentirse español". De momento bastante tengo ya con serlo. Que su trabajo tiene.
[Publicado en Zoom News]
Y es que aceptar los premios, contra lo que parece, no es tan fácil. Hay que tener personalidad. Thomas Bernhard decía que aceptar un premio era aceptar que se cagaran en tu cabeza. Añadía que había que aceptarlos siempre que estuviesen dotados económicamente y se tuviera menos de cuarenta años. En el caso se Trueba solo se cumplía la primera condición. Pero mi ejemplo favorito es el de Octavio Paz. A este le dieron un premio en México durante su época de la India, en que Paz andaba con las sabidurías orientales, y se le planteó el conflicto de si aceptarlo. Se lo consultó a un sabio hindú y este le dijo: "Sea humilde, acepte el premio". Es una cuestión, pues, de humildad.
Un escritor al que nunca le ofrecieron el Nobel, y que por tanto no tuvo que aceptarlo humildemente, fue Ernst Jünger. Lo traigo porque las críticas que ha recibido Trueba por declarar durante su discurso que no se siente español me han recordado a lo que dijo un alto mando alemán en la Segunda Guerra Mundial; y me lo han recordado en favor del alto mando alemán. Cuando, durante la ocupación de París, un emisario de Goebbels le exigió al coronel Speidel, bajo cuyas órdenes estaba Jünger, que forzase a este a que eliminase un pasaje de su libro Jardines y carreteras, Speidel se negó con este argumento: "Yo no mando en el espíritu de mis oficiales". A diferencia de Speidel, nuestros liberales –que, como de costumbre, resultan más conservadores que liberales–, parece que sí quieren mandar en los espíritus. Exigen que, si el Estado te da un premio y coges el cheque, además tienes que sentir.
Al director Fernando Trueba le han dado un premio por las películas que ha dirigido, no para que haga a cambio una declaración de amor, ni una proclama patriótica. Tampoco para que se guarde, si le apetece sacarlos, sus conflictos con respecto a lo "nacional". Su actitud admite una crítica de costumbres acerca del "postureo" o el afán de fondo por la salvación personal, es decir, por el autoadorno narcisista; admite incluso una reflexión sobre el síntoma sociopolítico o cultural que constituye, en nuestro anómalo contexto (fruto de una historia anómala). Pero resulta improcedente saltar de ahí a las exigencias pseudopatrióticas sobre "las cosas del sentir". Como es improcedente mezclar con esas exigencias los juicios estéticos sobre sus películas. Estas serán buenas o malas, pero es otro cantar; como era otro cantar la calidad de las caricaturas de Charlie Hebdo. La discusión que importa en ambos casos es de otro orden. Y en ambos casos tiene que ver con la soberanía personal, y con el derecho a no acoplar el discurso a instancias que exijan unos determinados contenidos espirituales.
En cuanto a mí, no sé muy bien qué es "sentirse español". De momento bastante tengo ya con serlo. Que su trabajo tiene.
[Publicado en Zoom News]
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