No es extraño que el baile de Miquel Iceta, el candidato del PSC en las elecciones catalanas del domingo, haya sido el acontecimiento más celebrado de la campaña: está mejor articulado que todo el discurso independentista de Junts pel Sí y de la CUP, y que el de Catalunya Sí que es Pot, e incluso que el discurso antiindependentista del PP, y que el del "jefe" en Madrit de Iceta, Pedro Sánchez (que además bailó peor). Si me apuran, se trata de un baile mejor articulado que el discurso del propio Iceta. (Ciudadanos se habría salido con la articulada Arrimadas soltándose un bailecito así).
Yo he visto el baile de Iceta con cariño y deleite, y con sensación agridulce. Como los bailes de fin de fiesta de las tragicomedias, cuando todo está perdido. La sonrisita tras el fracaso, con mensaje sobre el sentido de la vida, como el de Zorba el griego. Mientras bailaba Iceta, con soltura envidiable, con esa simpatía que a Elvira Lindo le "ha devuelto la esperanza en el ser humano" (además de Iceta lo peta otro grito de guerra ha sido El icetismo es un humanismo), yo no he podido evitar pensar en la grandísima responsabilidad que en este desastre tiene su partido, el PSC. Iceta resultaría, así, el bailarín de un Titanic que se hunde, cuyo iceberg ha sido el partido del que es candidato... Un iceberg que pilotaron los presidentes de la Generalitat que tendrían que haber marcado las diferencias con el nacionalismo y se entregaron a él: Maragall y Montilla (con la complicidad, desde Madrit, de Zapatero).
En relación con el nacionalismo catalán, la palabra Titanic evoca el artículo que Félix de Azúa publicó en mayo de 1982 en El País: "Barcelona es el Titanic". Hace treinta y tres años (y cuatro meses) y está escalofriantemente fresco: "Dentro de poco esta ciudad parecerá un colegio de monjas, regentado por un seminarista con libreta de hule y cuadratín de madera, a menos de que las capas más vivas de la ciudad salgan de su estupefacción". La regresión pueblerina y clerical del nacionalismo no ha hecho más que agravarse. Iceta, con su bailecito gay, mezcla de Landa y Zarrías pero con la gracia de Chiquito, y aligerado por esa gracia, ha escenificado un recuerdo de la Barcelona cosmopolita y viciosa, mestiza y libre, que el PSC contribuyó a hundir.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]