Hay, o podría haber, un PSOE que sí; pero el que tenemos es el que no. Lo mejor será resignarse a ello. Y, mientras siga en su extravío, no votarlo. Atendiendo a criterios estrictamente socialdemócratas. Josep Borrell, el del PSOE que pudo haber sido, definió el socialismo como "la pasión por la igualdad". El PSOE de Pedro Sánchez no lo tiene tan claro, y menos aún lo tenía el de Zapatero. De boquilla sí, por supuesto: la cantinela no la abandonan. Pero en la práctica han estado tonteando con una de las más míseras desigualdades: la que propugna el nacionalismo. Abiertamente Zapatero y de un modo más confuso Sánchez. Una confusión que, en este momento complicado, no ayuda a la igualdad de todos los españoles.
Lo último del actual secretario general del PSOE ha sido la petición, antisocialdemócrata, de que se reconozca "la singularidad catalana". Lo penúltimo fue decir que "ni España es Rajoy, ni Cataluña es Mas". Como si resultaran equiparables. El filósofo Félix Ovejero reaccionó al leeerlo así: "De vergüenza ajena. Definitivamente, el problema del nacionalismo es el PSOE". Es verdad: el nacionalismo es un problema grave por el PSOE; sin la complicidad y la confusión del PSOE, el problema del nacionalismo no habría alcanzado la envergadura que hoy tiene.
Entre nuestros socialistas ha habido fogonazos de lucidez, pero pueden contarse con los dedos de una mano: el de Alfonso Guerra denuciando que Artur Mas está dando "una suerte de golpe de Estado a cámara lenta"; los ya habituales de Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros; o el del propio Borrell en sus implacables declaraciones a la Ser a propósito del libro Las cuentas y los cuentos de la independencia, que son de una claridad absoluta.
Con ellos estuvo Felipe González durante cinco días, los que fueron de su carta "A los catalanes" en El País a la entrevista en La Vanguardia. Su entrevistador, Enric Juliana, había dicho de la carta que sus alusiones al fascismo y al nazismo eran una mancha de aceite en el periódico. Se conoce que con ese mismo aceite aprovechó para masajearlo y obtener una respuesta del gusto de los nacionalistas. (De la carta de Mas "A los españoles" no se espera que diga nada parecido; desde luego, no que sea una mancha propia de lo que, más que escrito, está excretado).
Lo mejor de la carta de González en su jornada como estadista fue, como señaló Andrea Mármol, su oposición a la equidistancia "entre los que se atienen a la ley y los que tratan de romperla". O sea, a una equidistancia entre Rajoy y Mas como la que mantiene (¡con negligencia antisocialdemócrata!) Pedro Sánchez, secretario general del PSOE que no.
[Publicado en Zoom News]