Ahora que se acaban las vacaciones (para quienes las han tenido), les confieso que me he pasado todas las que no he tenido (¡he estado entre esos!) intentando no hablar de las de Manuela Carmena. Ha sido uno de los temas columnísticos del verano y yo lo he dejado pasar, porque me ha parecido muy bien que la nueva alcaldesa de Madrid se fuese de vacaciones. Algo que se inscribía en la normalidad democrática de esta especie de infierno capitalista en el que, según sus socios políticos, estamos...
Pero al final me ha pasado lo que a aquel concursante –ya recordado aquí– que no lograba estar un minuto sin imitar a Chiquito de la Calzada. Lo intentaba, entre contorsiones, pero en el segundo 59 desistía: "¡No puídor, no puídorrrr!". He aguantado hasta el mismísimo final de agosto.
Cuando Carmena estuvo en Zahara de los Atunes no la critiqué; es más, critiqué a los que la criticaban. Cuando se fue a Buenos Aires no critiqué el viaje, pero sí su afectuoso encuentro con la presidenta Cristina Kirchner. Los seguidores del periodista argentino Jorge Lanata sabemos bien que los Kirchner han sido, en términos de corrupción, unos Gil y Gil (vaya por los dos, y contraviniendo lo de "el que no afana es un gil") peronistas. Pero además está la sospechosa muerte del fiscal Nisman en enero, justo cuando investigaba a la presidenta: algo por lo que una exjueza debería haber mostrado un poco de sensibilidad.
Pero mis críticas, como digo, no eran por su viaje ni por sus vacaciones, sino por su ominoso encuentro. Ha sido a su vuelta, al filo ya de septiembre, cuando he saltado. Me encontraba ya sensibilizado por el exhibicionismo moral de Ada Colau, que emitió un escrito sobre el drama de los refugiados en las fronteras de Europa que lo que expresaba ante todo es lo mucho que ella sufría (y quizá también lo cómodos que son los "grandes asuntos" para descansar de las responsabilidades municipales). Vi entonces a Carmena en el telediario diciendo sobre el mismo drama, en tono de prédica y con un quiebro en la voz: "No podemos estar tranquilos". Ella que hasta el día antes estaba tranquilísimamente de vacaciones.
Lo quieren todo: las vacaciones y la buena conciencia. Y ambas a tope, sin cuestionamiento, sin resquicios, sin grietas, sin ironía, como pasteles íntegros que se comen y nos tenemos que comer (nosotros, con patatas). Esa es la cuestión.
[Publicado en Zoom News]