Hay una canción del brasileño Arnaldo Antunes en que pide socorro porque no siente nada y quiere sentir algo, lo que sea: "qualquer coisa que se sinta". Con la muerte de José María Ruiz-Mateos me ha pasado eso: no he sentido absolutamente nada. Me ha venido la idea de que se ha acabado una vida sobrante, una vida estropeada, una vida que ha sido mal vivida y nada más. Por supuesto, tampoco me he alegrado por su muerte: eso hubiera sido sentir algo. Ni me he reído rememorando sus momentos histriónicos, que nunca me hicieron gracia; aunque, como todo el mundo, alguna vez he imitado el "que te pego, leche"...
Recordando a Boyer sí he tenido un atisbo de emoción filosófica, por el pensamiento de la muerte igualadora, que ya se ha llevado a los dos protagonistas de la escena. Una discordia apagada, desaparecida; cuya carcasa queda en el vídeo: la pelea de dos que ya no existen. Pero ni siquiera esto le ha otorgado dignidad.
Ruiz-Mateos era una mezcla de empresario del desarrollismo franquista, inevitablemente del Opus, y de rico loco americano tipo Donald Trump. La expropiación de Rumasa sacó a la abeja de sus casillas. La gama teatral de Ruiz-Mateos, que hasta entonces había sido la del hombre de negocios con efectismos de especulador, se enriqueció con gestos y disfraces insospechados. En su biografía no estaba previsto que tuviese que huir con gabardina y barba postiza, ni que un día se exhibiera con traje de Superman. Pero eran jocosidades que transmitían amargura: volutas de un hombre destruido.
He estado repasando su trayectoria empresarial y la impresión es que en sí misma también fue una carnavalada, incluso antes del desquiciamiento. Lo que montaba no eran tanto colmenas organizadas, geométricas, como entramados góticos. Al cabo, se expresó con esas creaciones, que reflejaban su personalidad.
Pero de pronto mis reflexiones sobre su fracaso se han visto cortadas en seco por una evidencia de triunfo, de triunfo darwinista: deja trece hijos y cincuenta y dos nietos (así era la cuenta al menos en 2011). Últimamente he venido pensando en los hombres que mueren sin descendencia: esos "hijos sin hijos", como los llama Vila-Matas, en que acaba una línea evolutiva completa: terminales de la especie. La simiente de Ruiz-Mateos, en cambio, sigue. Tanto, que su primera noticia póstuma es la de una posible nueva paternidad...
Después de todo, de acuerdo con la fría Naturaleza, por debajo de la representación y del ridículo, Ruiz-Mateos lo hizo bien.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]