28.8.15

Benegas y los socialistas

Se acaba una época. Van a cumplirse cuarenta años de la muerte de Franco y ya van muriendo también los políticos que le siguieron: los de la Transición. Las evocaciones se presentan dobles para este otoño. Casi no queda nadie a quien darle las gracias. Es más, los adanes de moda tienden a considerar a los pocos que quedan unos desgraciados. Pero el Tiempo es un lector impaciente: también ellos serán pasados de página.

Ahora le ha tocado a Txiki Benegas, del que he sabido estos días que no le gustaba que le llamaran Txiki y que era el diputado más veterano que quedaba en el Congreso, tras la retirada de Alfonso Guerra. Ambos entraron en 1977. Por aquel tiempo oí su nombre por primera vez y vi su figura en el escaño. Yo estaba en primaria, tenía que hacer un trabajo manual (la construcción de una casa de tiza, con bombillitas dentro) y en la tele había un largo debate parlamentario. Felipe González dijo algo de Txiki Benegas, lo defendía de algo relacionado con el País Vasco, y la cámara enfocó a aquel hombre con gafitas, creo recordar que emocionado.

Luego fue uno de los rostros del socialismo triunfante. Se dice pronto, pero los gobiernos de González fueron de mis dieciséis a mis treinta años. Acabé harto, como acabé harto de mi propia juventud inoperante, de la que los socialistas fueron el paisaje de fondo institucional. Pero recuerdo que tuve un brote de nostalgia un mes antes de las elecciones de 2004. Era un día soleado de mediados de febrero y me crucé por el Paseo de Rosales con Carlos Solchaga. Me vinieron entonces, en conjunto, "los socialistas": como unos gobernantes que tenían un toque propio, distinto a los de Aznar, de los que para entonces estaba harto también.

Me doy cuenta ahora de que en 2004 no volvieron en realidad "los socialistas", aunque Rubalcaba (que era de los de entonces) estuviese con Zapatero. Este prolongó el socavón producido por los atentados del 11 de marzo. El país ya era otro: peor. La imagen de Benegas que aparecía a veces, demasiado gordo (no sé si por abandono o por enfermedad), era un emblema adecuado de los socialistas de antes: desplazados ya, como senadores de una Roma pasada; atónitos (e impotentes) ante el Calígula del buenismo.

En 1991, Benegas estuvo en las portadas de los periódicos por aquellas conversaciones por el Motorola (artilugio modernísimo entonces y hoy trasto de época) en que llamaba a González "el One". Dio la casualidad de que unos años después trabajé para uno de sus interlocutores, Germán Álvarez Blanco, creador y productor de la serie La casa de los líos, que siempre me ha tratado muy bien y al que guardo un cariño especial. Sabía que seguían siendo amigos y ahora veo que le ha dedicado una despedida emotiva.

Una tarde, sería en torno al año 2000, un compañero guionista y yo fuimos a una fiesta que organizaba Germán en su chalet. Una de nuestras curiosidades era conocer a Benegas. Al entrar, nos recibió el anfitrión, abriéndose paso entre las bandejas del catering de postín, con una de sus bromas: "¡Camarero, platito de cocido, que llegaron los guionistas!". El que no llegó fue Benegas, así que no lo conocimos. Es lo de siempre: ahora recordaría el momento que fue, pero el que recuerdo es el que no fue.

[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]

21.8.15

Suso inaprensible

Ha vuelto Suso de Toro, el consejero áulico de Zapatero, el intelectual orgánico del gobierno que nos arruinó, resucitó el guerracivilismo y nos metió en el fregado institucional del que aún no sabemos cómo vamos a salir (ni si vamos a salir). La imagen de Rajoy es confusa, menesterosa, patética también a su manera; pero se rehabilita en cuanto reaparecen Zapatero y Suso. Él, al fin y al cabo, no es ellos: lo cual no es poca virtud.

Suso de Toro ha seguido estos años –llamémosles póstumos– en el periódico de Ignacio Escolar, otro de los cortesanos del zapaterismo; pero hasta ahora no había escrito nada comparable a aquel "Razón y sinrazón de Cataluña" de 2007 en El País. El artículo estaba en este enlace, pero desapareció hace tiempo, no sabemos si por un fallo informático o porque a la hemeroteca le resultaba abrasivo contener la cosa que empezaba: "Existimos las personas pero también las colectividades, con voluntad y vida psíquica propia". Y seguía: "Cataluña existe y está viviendo un momento de confusión, se siente despreciada y humillada. Cree que España no la reconoce, la niega y la encierra ahogándola. Pero también se siente insegura, la imagen que tenía de sí misma se ha resquebrajado completamente y desconfía de sus propias capacidades".

Esta abstrusa prosa de abstracciones joseantonianas, que es la salsa de Suso, alcanza, como digo, otra apoteosis en el artículo nuevo, titulado "La mitad de Catalunya no está loca (la otra mitad tampoco)". Como algunos hemos dicho que lo del nacionalismo catalán es un delirio, ahora viene Suso a refutarlo, con su mano en el pecho y un embudo en la cabeza. Ya el comienzo, desde la perspectiva global del siglo XXI, es pura alucinación: "Como no vivo en Catalunya, cuando busco información u opinión me encuentro expuesto a los medios de comunicación no catalanes que estos días más que nunca no paran de hablar de los catalanes".

Lo suyo sería hacer un análisis ilustrado de cada frase, reprimiendo los sarcasmos. Pero excuso la tarea. Alguien más analítico y paciente que yo, como es Tsevanrabtan, lo intentó en su día con el otro. Se propuso "contestar con razones y no con gracietas o exabruptos", pero resultó imposible (me imagino que su propósito era irónico, en plan primera gracieta o exabrupto).

Y aquí es adonde yo quería llegar hoy, en realidad. Todos los chistes, los sarcasmos, las gracietas y los exabruptos están ya hechos. Seguiremos en la rueda porque no hay manera de salirse. Pero, como escribí en mi columna sobre este delirio, lo que predomina cada vez más es la melancolía. ¿Qué se le va a decir a Suso de Toro? ¿Se puede, realmente, dialogar con él? Emite retahílas verbales que son un simulacro de racionalidad, pero sin asideros ni con la razón ni con lo real mismo. Su discurso es inaprensible: tomárselo en serio sería otra locura.

* * *
PD. Tsevanrabtan, mientras yo escribía esto, no ha descansado.

[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]

18.8.15

¿Ha muerto un escritor?

No he leído nada de Rafael Chirbes, aunque de los elogios que se le han prodigado en los últimos años me ha quedado la idea de que debo leerlo. En mi caso (un caso que doy por perdido), no siempre es así: a veces de los elogios que se le prodigan a un autor me queda la idea de que no debo leerlo. A Chirbes, como digo, sí. Aunque las necrológicas de estos días han sido un tanto deprimentes: ¿ha muerto un escritor? Pareciera que hubiese muerto un político...

Los gusanos ideológicos son los primeros que le salen ahora a un cadáver. Es una apropiación fulminante, que ya quisieran alcanzar los buitres (o quisieran haber alcanzado los curas). Ya solo se habla de los escritores por cosas que no tienen que ver con sus libros. El etiquetado ideológico es una de ellas. El escritor crítico, que pretende hacer una literatura crítica de verdad –es decir, compleja–, verá reducido el calado de su obra por las lecturas sectarias. Entre las plañideras de Chirbes están quienes le criticaron el año pasado por haber aceptado el Premio Nacional de Narrativa. O sea: quienes le criticaron por haberse negado a seguir la moda (impuesta por los pijos ideológicos) de rechazarlo. Ni esa complejidad alcanzaban.

Tampoco me quiero apropiar yo de Chirbes, ni reducirlo a mi manera. Tenía una visión ideológica, creo que marxista (desde luego de izquierdas), del mundo. Pero no era dogmático. El filósofo y librero Santiago Gerchunoff ha contado que, antes de la presentación de su última novela publicada, En la orilla, le preguntó por los escritores de izquierdas y la "memoria histórica", y Chirbes le respondió: "Ah, los beatos, qué malos son, qué malos". Me vienen maliciosamente algunos de esos sacristanes de los que se espera que escriban "la gran novela de la crisis", como si esa novela solo pudiese escribirse desde la fe... Y como si no la hubiese escrito ya, según dicen sus mejores lectores, Rafael Chirbes.

Por cosas como esta, y porque vivía apartado con sus perros e iba a lo suyo, concentrado en su oficio, leeré a Chirbes algún día. Ha muerto un escritor.

[Publicado en Zoom News]

14.8.15

El Zurdo con canas

Aunque luego he visto que hay fotos y vídeos por ahí, yo no me había encontrado con las canas de Fernando Márquez, El Zurdo, hasta la entrevista de esta semana en Abc, hecha por Julio Tovar y Javier Villuendas. Ha sido como un salto en el tiempo desde el jovencito de La Mode, de pelo muy negro y saltarín, hasta el hombre de cerca de sesenta que está sentado en el café Comercial, pocos días antes de su cierre: como si le persiguiesen las ruinas. El efecto, tras la sorpresa, ha sido sin embargo feliz. Me ha parecido digno: ennoblecía su edad. Un poco lo contrario de lo que pasa, por ejemplo, con Pedro Almodóvar.

De pronto, los que prolongaron su triunfo de la generación de la Movida han envejecido mal. Alaska sería otro caso. Muchos murieron jóvenes. Y entre los supervivientes que se han mantenido en los márgenes, hay individuos que componen una especie de orden de caballería sin alardes, que son un lujo (ya no muy divulgado) para la sociedad. Un ejemplo sería Alejo Alberdi, que formó parte de la banda más sorprendente de entonces, Derribos Arias, y con el que he tenido la suerte de hablar varias veces este útimo año. Alegran su cultura, su finura, su capacidad para la conversación y su espíritu crítico. Es, en sentido estricto, un ilustrado, un librepensador. Como también lo es, a su estilo, El Zurdo.

No es de extrañar que lo que ofrecieran al panorama cultural español, apelmazado siempre, fuese divertido y sofisticado, moderno (o posmoderno), cosmopolita, liberador. La Transición en la cultura se hizo con la Movida. Ahora que, gracias a los antifranquistas sobrevenidos, Franco ha resucitado como si nuestro 2015 fuese un libro de Vizcaíno Casas, se percibe mejor cómo a principios de los ochenta sí que se logró matar a Franco, después de todo. Su presencia era cero: se pasaba olímpicamente de él. Y hasta el mariposeo del Zurdo con la Falange quedó a la postre (aunque él se lo creyese y para su carrera tuviera consecuencias) como cuando el cantante de Glutamato Ye-Yé salía con el bigotín de Hitler.

El primero de mi clase del instituto que se aficionó a los grupos de la Movida fue Rojas, que también fue el primero en morir, dos años después, en un accidente de coche. Tenía diecinueve. Recuerdo el día en que llegó hundido por la noticia de que El Zurdo tenía que dejar de cantar por problemas de salud. Fue ahí cuando le empecé a prestar atención a La Mode, a cuya música me aficioné con un cierto aire póstumo ya. Ahora han pasado más de treinta años de pronto, y en las canas de El Zurdo está también mi amigo, que no pudo tenerlas. Su manera de llevarlas es otra buena canción.

[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]

11.8.15

El sueño del 'seny' produce monstruos

Decía Arcadi Espada el otro día que a Cataluña no había que mandar tanques, sino ambulancias. Ambulancias de psiquiátrico, naturalmente. El manicomio catalán, tituló Ramón de España un libro, utilizando una frase que ya circulaba... Y ambos son catalanes: no es Madrit aquí el que está llamando loca a esa región. Una región que presumía justo de lo contrario: de seny, es decir, de sensatez, de cordura.

No sé lo que ha pasado ni cómo ha pasado, no conozco las interioridades de Cataluña lo suficiente. Sé el resultado, porque es palpable: el delirio. Y que los responsables únicos son los nacionalistas. El recurso a la equidistancia –"la culpa es tanto de los nacionalistas como de Rajoy" (o de eso que llaman "el inmovilismo del PP"), algo en lo que incurre hasta uno que sí ha mantenido el seny, como Ignasi Guardans– es en el fondo una resistencia biempensante. Se intenta introducir una lógica ("los nacionalistas no hacen más que reaccionar contra algo o contra alguien, tan culpable como ellos") donde no la hay: unos (los nacionalistas) han perdido la cabeza y punto. Esto es terrible, claro. Pero es que lo que ha pasado (lo que está pasando) es terrible. Literalmente alucinante.

El seny se ha dormido y el campo lo han ocupado los monstruos. Que una región europea, próspera, homologable, lo más parecido a Francia que había en España, tenga una élite política bandolera, que amenaza con saltarse la Constitución democrática vigente y se arrejunta en una lista esperpéntica como la de Junts pel Sí, es algo con lo que no se puede transigir en términos racionales. Sea cual sea el momento en que se cale el melón catalanista, siempre salen bichos. Esta semana ha sido Enric Vila diciendo: "Tendríamos que convertir Cataluña en un Vietnam para los españoles". O el segundo de Ada Colau, el argentino Pisarello (que se dice no nacionalista, pero que tiene los tics del nacionalismo), declarando que el bombardeo de Barcelona durante la Guerra Civil fue como el de Hiroshima (y manteniendo implícitamente que la bombardeó Madrit, como si la capital no hubiese sido bombardeada por los fascistas también). Otro bicho de estos días es el ridículo (¡y tercermundista!) SuperCat. El amigo Hughes ha dado quizá con la clave en su columna de Abc: el método paranoico-jurídico, por el que Artur Mas ha logrado desbancar a Boadella como discípulo de Dalí.

El nacionalismo, que en un momento dado podía tomarse como instrumento del seny, en la medida en que permitía negociar, comerciar, sacar tajada, se ha destapado en toda su obscenidad oscurantista. Yo me lo paso bien en las peleas (verbales) en nombre de la Ilustración, y cuando me salta un sparring nacionalista no dejo de disfrutar con el pugilato. Pero la sensación es la de estar enfangados con enfermos. Están metidos en una campana autocomplaciente, sin dispositivos críticos, con la que resulta imposible toda comunicación, ni siquiera dialéctica. En realidad, como apunté una vez, han creado ellos solos una situación de lo más embarazosa. ¿Y qué se puede hacer ya? ¿Pasar también un poco por locos para que no parezca que ellos son los únicos locos?

[Publicado en Zoom News]

7.8.15

Mas, fabricante de extranjeros

El nacionalismo es tan viscoso que tiende a inocular su propia lógica en los discursos, incluso en los no nacionalistas. En cuanto uno se descuida, está refiriéndose a "España y Cataluña", y entrando en discusiones en las que pareciera que el único problema es que Cataluña se separe de España; casi se da por hecho que, aunque los efectos serían ruinosos (en todos los sentidos) para ambas, se trataría de trazar una frontera limpia y punto. Pero ese, en realidad, no es el único problema. Ni el más grave. Hay otro: la extranjerización de la mitad, o más de la mitad, de la población catalana.

Artur Mas es el jefe de las tropas invasoras de su propio país. Pese a esa invocación atolondrada de la guerra que lleva meses haciendo, con una negligencia propia de los gobernantes que llevaron a Europa a la destrucción en 1914, es él mismo, Mas, el que está al mando de los tanques auténticos. Por ahora, no se ve a otro Miláns del Bosch que él en lontananza, dispuesto a cargarse la Constitución en la que caben todos.

No está de más recordar la frase del historiador John Lukacs a propósito de los nacionalismos europeos de la primera mitad del siglo XX: "Cuando el nacionalismo sustituyó a las versiones antiguas del patriotismo, se buscó enemigos entre los conciudadanos". Para hacer eso hace cien años hacía falta una mezcla de abyección e inconsciencia. Para hacerlo hoy, después de dos guerras mundiales y en el contexto al fin de una España y una Europa democráticas, hace falta también necedad. En este sentido, me temo que el president Mas era el hombre adecuado.

Con su aspecto de jefe de planta de El Corte Inglés, Mas quiere establecer el corte catalán. De consumarse, al resto de los españoles nos afectaría en términos de pobreza, como digo (también cultural); pero a los catalanes no nacionalistas les rompería la vida. El lunes, con nocturnidad y alevosía, como señaló Arcadi Espada, Mas firmó la convocatoria de las elecciones plebiscitarias que no osan decir su nombre. Los lectores de Ernst Jünger sabemos qué expresión usa este cuando habla de una dictadura: "democracia plebiscitaria". El escenario de la firma parecía, por lo demás, el decorado de una de esas teleseries históricas forzadas, anacrónicas, a las que se les ve el cartón piedra. Era también, pues, el escenario adecuado.

Ahora uno de esos historiadores orgánicos del catalanismo ha proclamado que Artur Mas desciende de Cristóbal Colón. Debe de ser el primer paso para sustituir la estatua del famoso monumento de Barcelona y poner a Mas señalando, no a América, sino fuera. Que se vayan no ya los catalanes no nacionalistas, sino la Cataluña viva también: para que quede solo la embalsamada, la de cartón piedra de sus delirios de todos los demonios.

[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]

4.8.15

Entre Darwin y Disney

La noticia no es el cierre del café Comercial, sino la saña con que algunos lo han despedido. Los más brillantes han sido mis queridos Hughes y David Gistau, que desde las páginas del conservador Abc han decidido no caer en la melancolía por el siglo y cuarto que se ha dejado de conservar, sino ejercer, a lo Léon Bloy, de "empresarios de demoliciones". La melancolía ha venido a ponerla en ese diario el "comunista muerto" (según definición propia) Gabriel Albiac, que no se ha recuperado todavía de que su maestro Althusser estrangulara a su mujer. Pero la suya es una melancolía desatada, que se proyecta del Comercial a toda España y a la existencia misma.

Hughes y Gistau tienen razón, naturalmente, al ridiculizar a esos Esproncedas del churro que le rezan a Carmena y a esos cúrsiles que han llenado el escaparate de corazoncitos. Pero en realidad esa ridiculización está demasiado determinada por el panfilismo del que se ríe, y es una ridiculización un tanto asfixiante, porque no deja sitio en medio; a su vez, los pánfilos parecen estar clamando por esa ridiculización, que sirven en bandeja. Ha pasado un poco lo mismo con la muerte del león Cecil, que ha dado lugar o bien a un cinismo de cazadores de guardarropía, apostados en Twitter, o bien a la sentimentalización del animal hasta convertirlo en un peluche gigante. Parece que en esta España de los hunos y los hotros (¡es la que tenemos!) solo se puede estar o con el Darwin tergiversado del "darwinismo social" o con el dulzón Walt Disney. La melancolía de Albiac, por cierto, yo la asociaría a este último, pues sus proyecciones desoladas son de nada algodonosa.

Se descarta de antemano que pueda existir una melancolía adulta, que no piense que el fin del Comercial es el fin de todo, ni le rece a Carmena, ni ponga corazoncitos, ni considere que los madrileños le tengan que pagar sus cafés. Acepto la muerte del Comercial, como acepto que se tiene que morir todo lo que ha vivido. Lo que no acepto es estar de duelo con risitas de fondo.

No ponían el mejor café, pero yo iba al Comercial a que me diese la luz de los ventanales. Muchas veces solo, y otras con amigos o amigas. Si tenía que hacer tiempo para una cita posterior por la zona, ese tiempo lo pasaba en el Comercial. Qué bien transcurrían allí las horas, quizá porque nadaban en aquella pecera de más de un siglo. El primer recuerdo es de mis veinte años. Fui con unos amigos al estreno de Principiantes, una película olvidada con música inolvidable de David Bowie, y a la salida entramos en el café. Se nos pasó la tarde en un deleite de conversación y compañía, de minutos hospitalarios.

Aquella canción se convirtió en mi banda sonora particular del sitio, y me ha estado sonando en la cabeza estos días con los recuerdos. Lástima que entre ellos no esté el de alguna tarde allí con Hughes y Gistau, y ya puestos Albiac. Ahora me acordaría también de nuestras risas por los Esproncedas del churro.

[Publicado en Zoom News]

2.8.15

Luna de mano y miel con Amarna

Han sido meses de un amor bellísimo, platónico, audiovisual. Un amor perfecto y pornográfico, plenamente cumplido mediante la contemplación y la masturbación. Conocí a Amarna Miller en diciembre y he vivido una auténtica luna de miel. Sin ella. Con ella. No la he necesitado en persona. La he tenido entera, en imagen. Toda para mí, y para todos.

Ahora Amarna ha debutado con un artículo delicioso en Jot Down y fue aquí donde la conocí, en la entrevista que le hizo Kiko Amat. En este tiempo se ha puesto de moda: la ha entrevistado Risto Mejide, la ha entrevistado Javier Gallego, ha publicado el libro Psiconáutica (con prólogo de Nacho Vigalondo y epílogo de Luna Miguel, que ya había escrito sobre uno de sus rodajes porno) y ha terminado saliendo hasta en el Tentaciones. Pero cuando apareció en Jot Down yo no sabía nada de ella, ni había oído nunca su nombre, ni la había visto. Me gustó su cara, me gustó lo que decía. Me gustó que estuviera vestida, me gustó conocer a una actriz porno vestida. Mejor dicho: me gustó ella y me gustó que fuera actriz porno. Porque enseguida podría verla desnuda. Y follando. Podría verla haciendo de todo. Y podría ver su cuerpo al detalle: sus tetas, su coño, su culo. Pero quise esperar. No mucho: unos minutos. Quise imaginarla sin ropa, a partir de las fotos de Alberto Gamazo.

No surgió del vacío: en mis imaginaciones había un dato sensible, como llama Eugenio Trías en su Tratado de la pasión a lo que despierta la pasión. Un dato de resonancias íntimas, sensuales. Yo había estado saliendo hasta unos meses antes con una chica nacida en 1990, como Amarna, y con la piel muy clara, como la de Amarna; y listilla, como Amarna, pero más intelectualizada. Recuerdo la sensación de rejuvenecimiento al principio: haber saltado de mi década, la de 1960, para alunizar tres décadas después, soslayando las de 1970 y 1980. Veinticuatro años era nuestra diferencia. No soy particularmente devoto de la juventud por la juventud, ni siquiera en materia erótica, pero el año 1990 de pronto se me aparecía virgen, como la década que inauguraba. Experimenté una suerte de euforia bautismal.

Así que me demoré un poco antes de buscar vídeos de Amarna por internet. Cuando lo hice, vi desnudo y en acción un cuerpo que yo ya había deseado; según la secuencia –aunque no los plazos– de la vida real. Por eso, y por lo del párrafo anterior, y porque Amarna es un ángel (¡un ángel pornográfico!) me enamoré. Todo me hizo gracia en ella (mejor dicho: todo lo de ella me cayó en gracia) y todos sus gestos me encantaron. Me pasó lo que dice Borges del amor: que “nos deja ver a los otros como los ve la divinidad”. Y recordé lo de Italo Calvino sobre la esquiadora de un cuento de Los amores difíciles: “Este era el milagro de ella: el escoger en cada instante, en el caos de los mil movimientos posibles, aquel y solo aquel que era justo y límpido y leve y necesario, aquel y solo aquel que, entre los mil gestos perdidos, contaba”.

Percibir de esa manera filmaciones pornográficas fue un regalo inesperado, que recibí con fruición. Era el famoso sexo con amor, al cabo: sexo masturbatorio con amor). La carne (la “carne de píxel”, como acuñó Fernández Mallo) potenciada. Mirar con embeleso (¡activo!) películas guarras me instaló en la felicidad: era tener a la mano (literalmente) el objeto del deseo y su satisfacción. Yo era uno de los solteros de Duchamp pero sin tortura: realizado. La novia estaba “puesta al desnudo” en mil vídeos. Y en los que empezaba vestida iba pronto a desnudarse. De pronto me pareció una delicia su costumbre de bajarle los pantalones a aquel con el que estuviese y se pusiera a chuparle la polla. Que se metiera en un taxi y supiéramos cómo iba a acabar la cosa. Que fuese a alquilar un apartamento y terminase copulando con el casero en el parqué. Que se viese a solas con otra chica en una sala con sofá y al rato se hallase comiéndole el coño... Había como una recurrencia jocosa de cine cómico: sea como sea, esta va a acabar en pelotas y follando. Era una musa sexual, que iba a lo que iba. Y eso le daba chispa al mundo.

El sexo de Amarna no es sórdido, sino luminoso. En las actrices y en los actores porno suele haber un fondo de sordidez, que tiene que ver sobre todo con una actitud mecánica en la se trasluce el frío, la seriedad, la obligación. Se incurre en el sexo como algo pomposo: un entramado automático al que se le superponen contorsiones y caritas que, por muchas muecas que hagan, no dejan de resultar hieráticas. Funciona, por supuesto, pero ahí se queda. Con Amarna, por el contrario, se produce el prodigio de la naturalidad: hay falta de gravedad, ligereza, alegría. Representa un disfrute paradisiaco de la carne, que se mantiene –y aquí el prodigio es aún mayor– hasta en las escenas de masoquismo (ella misma lo ha explicado). Una carne que se manifiesta en su condición de materia, de materia viva, con sus granitos y sus rugosidades, que hacen que ese cuerpo resulte adorable y encantador; veraz. Seguir a Amarna por Twitter es un festín: aparte de por ver por dónde anda, qué lee, qué come o qué dice, por la espontaneidad con que se muestra desnuda, en sus trabajos o ella sola en casa o en la calle, o con amigos y amigas. Todo ello destila una ética lúdica, de niña que juega, de mujer que no ha dejado de ser niña; siempre con la sonrisa y esa mirada curiosa, abierta a las travesuras. En su libro y en algunos posts de su blog, Amarna ha hablado de un mundo interior oscuro y de complejos adolescentes; por eso su luz es una conquista de ella. Quizá de aquí venga el regocijo que transmite. Podría ser la victoriosa de la canción de Ivan Lins. Sus vídeos y sus fotos son un canto al nietzscheano “sentido de la tierra”; componen un frontispicio del placer.

Lo comparé con la experiencia amorosa habitual y sus penalidades; la frustración de muchas horas; los roces, las peleas, el carrusel melodramático. Frente a ello, qué limpio amar a Amarna. Sin el amor de ella, sin comprometerme. Y qué limpio vivir esta situación con plenitud, como en el soneto de Borges a Spinoza: “El más pródigo amor le fue otorgado, / el amor que no espera ser amado”. Un amor incesante, sin desamor posible. San Juan de la Cruz dice de “la dolencia de amor” que “no se cura / sino con la presencia y la figura”. Pero en el amor a Amarna no puede darse la dolencia, porque su figura está siempre, y es una figura con poder de presencia. Por su naturaleza audiovisual, se consuma en sí. Recoge evocaciones, como he dicho arriba, y mueve la imaginación: pero es una figura completa.

En relación con otras actrices de las que me he enamoriscado en películas que no eran pornográficas –en películas de Eric Rohmer, por ejemplo, o en clásicos de Hollywood–, la diferencia es la misma que la de haberse acostado o no con una chica. Las actrices “normales” son como esas novias o amigas con las que no te has acostado: queda un secreto con ellas, una insatisfacción; un conocimiento imperfecto. Con una actriz porno, en cambio, la sensación es la de haber llegado hasta el final. Mi percepción con Amarna era la de haber tenido con ella una intimidad absoluta. No echaba de menos nada, mis recuerdos eran calientes. Mi memoria, mi representación mental, estaba satisfecha.

Pensé en lo que sería disponer de un repertorio audiovisual así de otras amadas ausentes. Un archivo de presencias, para atenuar nostalgias.

Precisamente, a esas otras amadas habría sido terrible verlas en su momento en escenas pornográficas que me excluyeran. Los celos habrían sido dolorosos (con el inevitable componente mórbido, quizá de acicate). Pero con Amarna esta amenaza, esta sombra, estaba resuelta desde el principio: mi amor se había formado a partir de la visión de ella con otros hombres, y con mujeres. Las pollas ajenas estaban presentes de pronto como elemento sentimental. Ella con otros, y yo sin celos, feliz. Me había acostumbrado a su vida sexual múltiple. La mía consistía en asomarme de vez en cuando, y proceder por mi cuenta. Un amor maduro con plasmación adolescente.

Un tiempo después de que yo empezara a seguirla en Twitter, y por las exaltaciones mías que otros le rebotaban, no sin coña (¡yo también les ponía un poco de coña!), Amarna empezó a seguirme a mí. Nos hemos cruzado algunos favoritos y algunas frases. En la Feria del Libro de Madrid una amiga fue a que me dedicara su libro, y me lo dedicó muy cariñosamente. Pero estos contactos iban por otro carril. Me daban alegría, pero mi amor era el de la pantalla. Como persona me caía –me cae– muy bien, pero nunca he tenido realmente interés por conocerla. No lo he necesitado. Sí he pensado en lo que sería tener una novia como ella. Al principio, cuando leí la entrevista de Jot Down, me dije que tendría que ser engorroso para los padres. Pero yo mismo, con la costumbre, he ido aceptando su trabajo. Creo que no me importaría. En ella se da, por otra parte, lo que yo más admiro, lo que más celebro: el espectáculo de una mujer libre.

Si se me presentara la ocasión de acostarme con ella, lo haría, claro, porque me gusta mucho. Pero no sé muy bien cómo se daría. Hace ya varias generaciones que, en la vida de los individuos, los primeros encuentros sexuales con cuerpos de verdad se producen bajo una montaña de experiencias pornográficas previas; eso hace que tales encuentros sean torpes, sepan a poco y resulten decepcionantes. ¿Cómo sería un encuentro con el mismo cuerpo que se ha conocido por la pornografía? ¿Habría distorsión, un eco, un efecto estereoscópico? ¿Se presentaría el cuerpo real como una sombra del audiovisual? ¿Se produciría una potenciación o una merma? A falta de haberlo vivido, yo creo que, a estas alturas, sería un encuentro más: placentero pero sin que la magia estuviese garantizada.

Por otra parte, mi pasión se ha aplacado. Por eso he preferido utilizar el pasado en esta recreación. En mi cabeza, eso sí, resuena la alegría. Guardo un álbum intenso y algo cursi de mi luna de miel con Amarna: de mi luna de mano y miel.

[Publicado en Jot Down]