El nacionalismo es tan viscoso que tiende a inocular su propia lógica en los discursos, incluso en los no nacionalistas. En cuanto uno se descuida, está refiriéndose a "España y Cataluña", y entrando en discusiones en las que pareciera que el único problema es que Cataluña se separe de España; casi se da por hecho que, aunque los efectos serían ruinosos (en todos los sentidos) para ambas, se trataría de trazar una frontera limpia y punto. Pero ese, en realidad, no es el único problema. Ni el más grave. Hay otro: la extranjerización de la mitad, o más de la mitad, de la población catalana.
Artur Mas es el jefe de las tropas invasoras de su propio país. Pese a esa invocación atolondrada de la guerra que lleva meses haciendo, con una negligencia propia de los gobernantes que llevaron a Europa a la destrucción en 1914, es él mismo, Mas, el que está al mando de los tanques auténticos. Por ahora, no se ve a otro Miláns del Bosch que él en lontananza, dispuesto a cargarse la Constitución en la que caben todos.
No está de más recordar la frase del historiador John Lukacs a propósito de los nacionalismos europeos de la primera mitad del siglo XX: "Cuando el nacionalismo sustituyó a las versiones antiguas del patriotismo, se buscó enemigos entre los conciudadanos". Para hacer eso hace cien años hacía falta una mezcla de abyección e inconsciencia. Para hacerlo hoy, después de dos guerras mundiales y en el contexto al fin de una España y una Europa democráticas, hace falta también necedad. En este sentido, me temo que el president Mas era el hombre adecuado.
Con su aspecto de jefe de planta de El Corte Inglés, Mas quiere establecer el corte catalán. De consumarse, al resto de los españoles nos afectaría en términos de pobreza, como digo (también cultural); pero a los catalanes no nacionalistas les rompería la vida. El lunes, con nocturnidad y alevosía, como señaló Arcadi Espada, Mas firmó la convocatoria de las elecciones plebiscitarias que no osan decir su nombre. Los lectores de Ernst Jünger sabemos qué expresión usa este cuando habla de una dictadura: "democracia plebiscitaria". El escenario de la firma parecía, por lo demás, el decorado de una de esas teleseries históricas forzadas, anacrónicas, a las que se les ve el cartón piedra. Era también, pues, el escenario adecuado.
Ahora uno de esos historiadores orgánicos del catalanismo ha proclamado que Artur Mas desciende de Cristóbal Colón. Debe de ser el primer paso para sustituir la estatua del famoso monumento de Barcelona y poner a Mas señalando, no a América, sino fuera. Que se vayan no ya los catalanes no nacionalistas, sino la Cataluña viva también: para que quede solo la embalsamada, la de cartón piedra de sus delirios de todos los demonios.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]