Leí con resignación melancólica la reseña que escribió el profesor Jordi Gracia en Babelia del nuevo libro de Félix de Azúa, Nuevas lecturas compulsivas, recopilación de artículos literarios, filosóficos y culturales que continúan las Lecturas compulsivas de hace veinte años (en Anagrama entonces, en Círculo de Tiza ahora). Como azuísta agradecí el canto y el elogio, la recomendación entusiasta. La melancolía (y la resignación) me la produjo el intento de salvar a Azúa de sí mismo. Un intento bienintencionado y, por ello, a un tiempo enternecedor e irritante. En estas salvaciones, quien intenta salvar lo que pretende ante todo es salvarse: que no se le confunda con el condenado...
Espigo lo chungo de Gracia (de entre lo bueno, que es más): “Es natural que los decibelios del columnista hayan espantado a muchos lectores (jóvenes) que no sepan quién es Félix de Azúa o que solo sepan que es una firma a menudo estridente y rompetechos en las páginas de El País [...] la mejor versión de Azúa, irreemplazable y fastuoso para el lector culto, medio, curioso, ocioso y dispuesto a disfrutar de la otra cara del apocalíptico desatado, lejos del tuit de la columna y de los truenos del capitán del fin de la alta cultura [...] desconfíen (desconfiad) del alboroto mediático”.
Dos meses después de leer la reseña, he leído el libro. Me ha parecido una maravilla. Les remito, para que se dejen contagiar de admiración, a la reseña de Gonzalo Torné en Letras Libres. Una reseña arrebatadora que, sin embargo, también contiene su motita en la línea de Gracia: “en los artículos políticos [de Azúa] asoma a menudo un clown incontrolable”.
Será porque suelo estar políticamente de acuerdo con Azúa –y sus exageraciones me las tomo como eso: como exageraciones (bernhardianas)–, por lo que no veo yo la contradicción, ni la necesidad de esas salvedades; como no sea, como he apuntado, para que se salve el salvador. Las consideraciones políticas son ciertamente las menos valiosas de Azúa; pero porque la política es siempre lo menos valioso, en Azúa y en todos. Una vez aceptado esto, encuentro una plena coherencia entre sus ataques y sus celebraciones. Ambas se asientan en lo mismo: en la lucidez apasionada. O en su radical celebración de la libertad y su no menos radical ataque a lo que la coarta o enturbia.
Lo gracioso es que en Nuevas lecturas compulsivas abundan también las andanadas estridentes. Como no podía ser menos, ya que Azúa es Azúa. (Véase, por ejemplo, el artículo “Borrón y cuenta nueva”). De manera que “los jóvenes” que intentaba captar Jordi Gracia con su prevención se sentirán doblemente espantados si le hacen caso y leen el libro.
* * *
En The Objective.
31.5.17
29.5.17
Pausa moderantista
Aprovechemos que han abierto las casetas de la Feria del Libro de Madrid para refugiarnos en ellas; es decir, para buscar en ellas nuestro refugio: los libros. Propongo cinco, de entre tantos: La vista desde aquí, Ignacio Peyró (Elba); La democracia sentimental, Manuel Arias Maldonado (Página Indómita); Nuevas lecturas compulsivas, Félix de Azúa (Círculo de Tiza); Cazadores de nazis, Andrew Nagorski (Turner); y el clásico de Goethe Poesía y Verdad (Alba). Al segundo ya le dediqué una columna. Esta se la dedico al primero.
La vista desde aquí recoge una larga conversación, en ocho partes, entre los escritores, periodistas y eruditos Ignacio Peyró (1980) y Valentí Puig (1949). Los treinta y un años que hay entre ellos no son una separación sino un puente. Comparten, no en vano, el mismo río cultural e intelectual; hablan el mismo lenguaje y son, en fin, amigos. Aunque Peyró, junto con una cierta jerarquía de la experiencia, respeta la diferencia de edad y manifiesta su admiración por Puig, fruto de la cual es este libro. Lo que le hace a su vez admirable.
Valentí Puig, autor de larga y ejemplar trayectoria, es de sobra conocido; en el epílogo de La vista desde aquí, Peyró hace una magnífica introducción a su obra, que completa la conversación misma. Ignacio Peyró, figura ascendente, ha empezado a ser conocido también, sobre todo desde que en 2014 publicó Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa: un auténtico trabajo de Hércules (Peyró).
Son dos personajes de primer orden y leer la conversación entre ambos procura un placer intenso, apacible, refinado y exótico. Exótico es, en efecto, el moderantismo sensato que defienden. Exótico en el contexto español, que propende a agitaciones más o menos insensatas. Solo hay que ver la impaciencia con que ahora muchos quieren desmontar el gran logro moderantista de nuestra historia reciente: la Transición.
Sobre la postura política de Puig –que se autodefine como “un conservador de centro”– escribe Peyró una caracterización precisa: “En ningún caso, sin embargo, se trata de una entrega a los cinismos de la realpolitik, sino de una apuesta que ha unido al modo burkeano la tradición liberal y la estirpe conservadora: la apuesta, en definitiva, por la primacía del bien común, de la meritocracia como regulador del termostato social, del cauce institucional como garantía de la política, de la responsabilidad de legislar cuando hay que legislar...”. En fin de cuentas: “Reforma frente a ruptura”.
La conversación es casi el formato perfecto para expresar las virtudes de la propuesta de Puig y Peyró: una visión del mundo plural, racional, culta, empírica, atenta a la complejidad de lo real (contra las simplificaciones de las ideologías), enraizada en el pasado y abierta al futuro; Peyró habla, justamente, de “un mundo conversable”. Es el que encontramos en estas páginas, que vienen a constituir una suerte de pausa moderantista.
Hay un único momento inmoderado en el libro. Pero se trata de una inmoderación necesaria, porque lo que reclama es el fundamento de todo moderantismo posible, de toda civilización. Dice Puig: “Soy moderado en todo menos en la urgencia inaplazable de una reforma educativa radical”. Aunque, resignado, añade: “pero no la veo posible”. Por esto son un lujo –al alcance de quienes quieran dárselo– conversaciones como la de La vista desde aquí.
* * *
En El Español.
La vista desde aquí recoge una larga conversación, en ocho partes, entre los escritores, periodistas y eruditos Ignacio Peyró (1980) y Valentí Puig (1949). Los treinta y un años que hay entre ellos no son una separación sino un puente. Comparten, no en vano, el mismo río cultural e intelectual; hablan el mismo lenguaje y son, en fin, amigos. Aunque Peyró, junto con una cierta jerarquía de la experiencia, respeta la diferencia de edad y manifiesta su admiración por Puig, fruto de la cual es este libro. Lo que le hace a su vez admirable.
Valentí Puig, autor de larga y ejemplar trayectoria, es de sobra conocido; en el epílogo de La vista desde aquí, Peyró hace una magnífica introducción a su obra, que completa la conversación misma. Ignacio Peyró, figura ascendente, ha empezado a ser conocido también, sobre todo desde que en 2014 publicó Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa: un auténtico trabajo de Hércules (Peyró).
Son dos personajes de primer orden y leer la conversación entre ambos procura un placer intenso, apacible, refinado y exótico. Exótico es, en efecto, el moderantismo sensato que defienden. Exótico en el contexto español, que propende a agitaciones más o menos insensatas. Solo hay que ver la impaciencia con que ahora muchos quieren desmontar el gran logro moderantista de nuestra historia reciente: la Transición.
Sobre la postura política de Puig –que se autodefine como “un conservador de centro”– escribe Peyró una caracterización precisa: “En ningún caso, sin embargo, se trata de una entrega a los cinismos de la realpolitik, sino de una apuesta que ha unido al modo burkeano la tradición liberal y la estirpe conservadora: la apuesta, en definitiva, por la primacía del bien común, de la meritocracia como regulador del termostato social, del cauce institucional como garantía de la política, de la responsabilidad de legislar cuando hay que legislar...”. En fin de cuentas: “Reforma frente a ruptura”.
La conversación es casi el formato perfecto para expresar las virtudes de la propuesta de Puig y Peyró: una visión del mundo plural, racional, culta, empírica, atenta a la complejidad de lo real (contra las simplificaciones de las ideologías), enraizada en el pasado y abierta al futuro; Peyró habla, justamente, de “un mundo conversable”. Es el que encontramos en estas páginas, que vienen a constituir una suerte de pausa moderantista.
Hay un único momento inmoderado en el libro. Pero se trata de una inmoderación necesaria, porque lo que reclama es el fundamento de todo moderantismo posible, de toda civilización. Dice Puig: “Soy moderado en todo menos en la urgencia inaplazable de una reforma educativa radical”. Aunque, resignado, añade: “pero no la veo posible”. Por esto son un lujo –al alcance de quienes quieran dárselo– conversaciones como la de La vista desde aquí.
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En El Español.
22.5.17
Moción de primarias
La moción de censura que Podemos ha presentado contra el PP en realidad es, como se ha dicho, una moción de censura contra el PSOE. Su propósito era centrar las primarias de este partido, descentrándolas. El debate en el PSOE no debería ser otro que el de cómo reocupar el centro-izquierda: todo ese territorio que –como señaló aquí mi colega Rafael Latorre– quedó despejado tras Vistalegre 2, en que Podemos se quitó la careta moderada.
Pero Pablo Iglesias ha sabido jugar su baza y, con su presión, ha logrado que el PSOE, en vez de expandirse hacia el centro, se apelotone, siquiera verbalmente, en la izquierda; rozándose con su extremo. En vez de alejarse de Podemos, se ha aproximado a él, dialogando y discutiendo con él; teniéndolo en cuenta en vez de despreciándolo (como Podemos lo desprecia).
Por este acomplejamiento del PSOE (¡ha resultado ser la verdadera maricomplejines!), sigue quedando en medio un amplísimo espacio sin ocupar. Ciudadanos no alcanza a ocuparlo del todo. Hubiese podido hacerlo UPyD si no se hubiese autodestruido; aunque UPyD tampoco tenía estructura para tanta extensión. Era un espacio para el PSOE, que el PSOE, en su incompetencia, no sabe poblar. Este y no otro es su drama.
Un drama del que el propio PSOE es responsable. Él mismo construyó la trampa en que ahora se ve atrapado. Como partido de poder, ha tenido que pactar muchas veces con la derecha. Y su política, en la práctica, ha sido en general de centro o centro-izquierda: como es el electorado español. Pero su retórica ha sido de izquierda: de una izquierda retórica, propiamente. Meras palabras, pero que ha ido cargando de una intensa emocionalidad sectaria.
Desde los tiempos de Felipe González, el PSOE no ha dejado de hablar de “la derecha” en términos demonizadores. Pero, por ser un partido de poder, esa retórica le obligaba a un cierto grado de cinismo para funcionar; o a un doble lenguaje. Dicho de otro modo: le exigía la capacidad de manejarse en dos registros simultáneamente. Un malabarismo mental que resulta impracticable cuando la capacidad se achica: así empezó a ocurrir con el simplista Zapatero.
Lo mal que el PSOE ha educado a los suyos –a su militancia y a su electorado– durante años es lo que le pasa hoy factura. Si no hubiera demonizado a la derecha (recurso fácil que le dispensaba de esforzarse y acendrarse en la socialdemocracia), no le costaría tanto trabajo explicar su abstención ante Rajoy. Algo que ni siquiera los que se abstuvieron han sabido hacer. Y este es la grieta del PSOE por la que Pablo Iglesias logra introducir su presión: para incidir en sus primarias o, como mínimo, seguir robándole votos.
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En El Español.
Pero Pablo Iglesias ha sabido jugar su baza y, con su presión, ha logrado que el PSOE, en vez de expandirse hacia el centro, se apelotone, siquiera verbalmente, en la izquierda; rozándose con su extremo. En vez de alejarse de Podemos, se ha aproximado a él, dialogando y discutiendo con él; teniéndolo en cuenta en vez de despreciándolo (como Podemos lo desprecia).
Por este acomplejamiento del PSOE (¡ha resultado ser la verdadera maricomplejines!), sigue quedando en medio un amplísimo espacio sin ocupar. Ciudadanos no alcanza a ocuparlo del todo. Hubiese podido hacerlo UPyD si no se hubiese autodestruido; aunque UPyD tampoco tenía estructura para tanta extensión. Era un espacio para el PSOE, que el PSOE, en su incompetencia, no sabe poblar. Este y no otro es su drama.
Un drama del que el propio PSOE es responsable. Él mismo construyó la trampa en que ahora se ve atrapado. Como partido de poder, ha tenido que pactar muchas veces con la derecha. Y su política, en la práctica, ha sido en general de centro o centro-izquierda: como es el electorado español. Pero su retórica ha sido de izquierda: de una izquierda retórica, propiamente. Meras palabras, pero que ha ido cargando de una intensa emocionalidad sectaria.
Desde los tiempos de Felipe González, el PSOE no ha dejado de hablar de “la derecha” en términos demonizadores. Pero, por ser un partido de poder, esa retórica le obligaba a un cierto grado de cinismo para funcionar; o a un doble lenguaje. Dicho de otro modo: le exigía la capacidad de manejarse en dos registros simultáneamente. Un malabarismo mental que resulta impracticable cuando la capacidad se achica: así empezó a ocurrir con el simplista Zapatero.
Lo mal que el PSOE ha educado a los suyos –a su militancia y a su electorado– durante años es lo que le pasa hoy factura. Si no hubiera demonizado a la derecha (recurso fácil que le dispensaba de esforzarse y acendrarse en la socialdemocracia), no le costaría tanto trabajo explicar su abstención ante Rajoy. Algo que ni siquiera los que se abstuvieron han sabido hacer. Y este es la grieta del PSOE por la que Pablo Iglesias logra introducir su presión: para incidir en sus primarias o, como mínimo, seguir robándole votos.
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En El Español.
17.5.17
Contra el chotis
Amo Madrid, la ciudad más vivible de España, quizá la única ciudad vivible de España. La ciudad a la que todos los españoles no madrileños huimos, o tenemos la posibilidad de huir, desde nuestras ciudades, desde nuestras regiones. Amo Madrid porque es la Antirregión española. La ciudad blanca, la ciudad negra: la que se chupa todas las particularidades, en la absoluta claridad y en la absoluta oscuridad. La ciudad, mejor dicho, multicolor, verdaderamente multicolor: la única que expone todas las particularidades, en glorioso equilibrio.
Qué fastuoso espectáculo cuando insultan a Madrid: ¡no pasa nada! En esta estólida España del histerismo local y regional, en esta insoportable España municipal y espesa, en que si dices algo chungo de cualquier sitio te crucifican y te nombran, muy pomposa y relamidamente, persona non grata, se puede insultar a Madrid y no pasa nada. ¡En Madrid se respira! ¡Madrid es la única ciudad respirable de España! ¡Madrid es nuestro (¡único!) pulmón nacional!
Pero ya están los políticos intentando municipalizarlo y espesarlo. Ya están arrojándole paletadas de color local, de folclor. Las fiestas de San Isidro han sido durante lustros casi clandestinas. Yo he vivido miles de 15 de Mayo en Madrid y jamás me he topado con ellas. Pero nuestros políticos, los nuevos y los viejos, corren ahora a disfrazarse de chulapos y chulapas y a bailar chotis, esa sardana o aurresku o sevillana local que solo bailaban cuatro gatos. Han detectado que quedaba un sitio ventilado en España y van a por él.
* * *
En The Objective.
Qué fastuoso espectáculo cuando insultan a Madrid: ¡no pasa nada! En esta estólida España del histerismo local y regional, en esta insoportable España municipal y espesa, en que si dices algo chungo de cualquier sitio te crucifican y te nombran, muy pomposa y relamidamente, persona non grata, se puede insultar a Madrid y no pasa nada. ¡En Madrid se respira! ¡Madrid es la única ciudad respirable de España! ¡Madrid es nuestro (¡único!) pulmón nacional!
Pero ya están los políticos intentando municipalizarlo y espesarlo. Ya están arrojándole paletadas de color local, de folclor. Las fiestas de San Isidro han sido durante lustros casi clandestinas. Yo he vivido miles de 15 de Mayo en Madrid y jamás me he topado con ellas. Pero nuestros políticos, los nuevos y los viejos, corren ahora a disfrazarse de chulapos y chulapas y a bailar chotis, esa sardana o aurresku o sevillana local que solo bailaban cuatro gatos. Han detectado que quedaba un sitio ventilado en España y van a por él.
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En The Objective.
15.5.17
La Europa autonómica
Definitivamente, Europa es eso que cada año sobrevive a Eurovisión. Me refiero a la Europa ideal, por supuesto, que quizá esté por encima de nuestras posibilidades. Aunque, qué diablos, no es solo ideal: hay también una Europa real –la del gran arte y la gran música, la de la gran cultura– muy por debajo de la cual queda el espectáculo de Eurovisión.
Tiene gracia que el gran acontecimiento europeo del año –deporte aparte– sea ese desfile de artistas horteras en decorados retrógrados, presentados por sujetos que oscilan entre el engolamiento y un desenfado que hace añorar el engolamiento. Más que en el escenario que se ve por la tele, Europa, nuestra Europa, está en los comentarios irónicos de los salones; en el cachondeíto –este sí que moderno, o posmoderno– con que se asiste desde las casas. Tales frivolidades, por cierto, tienen un indudable toque gay. De manera que la noche de Eurovisión es la noche en que Europa entera juega a ser gay. Una noche liberadora, en fin.
La papilla internacional que dispensan algunos participantes no es lo peor del evento. Lo peor son los terrones nacionales que dispensan muchos otros. Los elementos étnicos, folclóricos, que introducen hacen que Eurovisión parezca un espectáculo de coros y danzas regionales del franquismo, ese germen de nuestros casticismos autonómicos. Extrapolando, podríamos decir que la Europa que aparece en Eurovisión –justo esa que no queremos– vendría a ser una especie de Europa autonómica: la Europa de los gorritos, las boinas, los chalecos, las faldas y los pañuelos, que son el estiércol nacional del que sale la rosa abstracta, supranacional, de la ciudadanía europea.
No es de extrañar que los más antieuropeos –en ese sentido ideal– que hoy tenemos en Europa, a saber, los nacionalistas catalanes, hayan pedido justo esa semana crear “las Naciones Unidas de Europa”, que sería como trasladar Eurovisión a la política. Que es de donde Europa ha venido huyendo desde las dos guerras mundiales...
Pero este año ha habido final feliz. La canción ganadora es una monada portuguesa, un poco abrasileñada, que el cantante canta con cucamonas entrañables. Ha sido la segunda buena noticia europea en una semana, después del triunfo de Macron, y me gustaría pensar que ambas se insertan en una misma línea de regeneración política y estética de Europa.
Por lo demás, los portugueses estarán encantados de que Portugal haya quedado la primera y España la última. Y los españoles también. Así que felicidad completa en la Península.
* * *
En El Español.
Tiene gracia que el gran acontecimiento europeo del año –deporte aparte– sea ese desfile de artistas horteras en decorados retrógrados, presentados por sujetos que oscilan entre el engolamiento y un desenfado que hace añorar el engolamiento. Más que en el escenario que se ve por la tele, Europa, nuestra Europa, está en los comentarios irónicos de los salones; en el cachondeíto –este sí que moderno, o posmoderno– con que se asiste desde las casas. Tales frivolidades, por cierto, tienen un indudable toque gay. De manera que la noche de Eurovisión es la noche en que Europa entera juega a ser gay. Una noche liberadora, en fin.
La papilla internacional que dispensan algunos participantes no es lo peor del evento. Lo peor son los terrones nacionales que dispensan muchos otros. Los elementos étnicos, folclóricos, que introducen hacen que Eurovisión parezca un espectáculo de coros y danzas regionales del franquismo, ese germen de nuestros casticismos autonómicos. Extrapolando, podríamos decir que la Europa que aparece en Eurovisión –justo esa que no queremos– vendría a ser una especie de Europa autonómica: la Europa de los gorritos, las boinas, los chalecos, las faldas y los pañuelos, que son el estiércol nacional del que sale la rosa abstracta, supranacional, de la ciudadanía europea.
No es de extrañar que los más antieuropeos –en ese sentido ideal– que hoy tenemos en Europa, a saber, los nacionalistas catalanes, hayan pedido justo esa semana crear “las Naciones Unidas de Europa”, que sería como trasladar Eurovisión a la política. Que es de donde Europa ha venido huyendo desde las dos guerras mundiales...
Pero este año ha habido final feliz. La canción ganadora es una monada portuguesa, un poco abrasileñada, que el cantante canta con cucamonas entrañables. Ha sido la segunda buena noticia europea en una semana, después del triunfo de Macron, y me gustaría pensar que ambas se insertan en una misma línea de regeneración política y estética de Europa.
Por lo demás, los portugueses estarán encantados de que Portugal haya quedado la primera y España la última. Y los españoles también. Así que felicidad completa en la Península.
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En El Español.
8.5.17
La traición de los Zizeks
Ya estamos hablando otra vez de Slavoj Zizek, que es lo que él busca. Zizek: esa especie de Sostres de izquierdas con lecturitas (aunque no local, sino internacional). Tras el número que montó con Donald Trump, diciendo que el “verdadero peligro” era Hillary Clinton, ahora anima a no ceder a lo que él llama “el chantaje liberal”, que consistiría en votar a Emmanuel Macron por miedo a Marine Le Pen. Se conoce que el hombre se aburre en mitad de su vidorra y quiere que el mundo le entretenga: por medio de catástrofes, que es lo que el mundo tiene más a mano. Naturalmente, no serían a él a quien perjudicarían.
Después del espectáculo que dieron los intelectuales en el siglo XX, en que no hubo ni una sola matanza sin algún intelectual detrás, y con frecuencia incluso delante, se esperaría que hubiese quedado clara la lección. Pero no: el ejercicio de la razón produce más monstruos que su sueño. El libro que denunció esta deriva es La trahison des clercs, en español La traición de los intelectuales. Se publicó en 1927, pero más que de prevención sirvió de programa para todo el siglo; cuyo transcurso atrapó también a su autor, Julien Benda, que se haría estalinista. Se convirtió en uno de los malos de su libro.
Unos pocos seguirían hablando de la traición de los intelectuales, como Albert Camus u Octavio Paz. Este, por ejemplo, cuestionó en estos versos de 1976 su propia juventud: “El bien, quisimos el bien: / enderezar el mundo. / No nos faltó entereza: / nos faltó humildad. / Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia. / Preceptos y conceptos, / soberbia de teólogos...”. Teología es, en efecto, lo que hay al final de las convulsiones filosóficas y políticas de Zizek. En el artículo publicado en El Mundo llama la atención que cada línea argumentativa va avanzando de un modo más o menos razonado o matizado, hasta que se topa con el demonio: las palabras liberal o neoliberal, que operan como una pared intraspasable. En ella rebota el pensamiento de Zizek, y en su trayecto hacia atrás se convierte en delirio.
Han pasado noventa años de La trahison des clercs y la observación por enésima vez de tal delirio resulta melancólica, deprimente. No, no se ha aprendido la lección. Zizek termina campanudamente, como no podía ser menos: “No deberíamos olvidar nunca que la gran razón por la que estamos atrapados en el círculo vicioso de Le Pen y Macron es la desaparición de una alternativa de izquierdas viable”. ¿Pero qué alternativa de izquierdas va a ser viable si no empieza por distinguir lo que es extrema derecha de lo que no lo es? La traición de los Zizeks es, en primerísimo lugar, a la izquierda.
* * *
En El Español.
Después del espectáculo que dieron los intelectuales en el siglo XX, en que no hubo ni una sola matanza sin algún intelectual detrás, y con frecuencia incluso delante, se esperaría que hubiese quedado clara la lección. Pero no: el ejercicio de la razón produce más monstruos que su sueño. El libro que denunció esta deriva es La trahison des clercs, en español La traición de los intelectuales. Se publicó en 1927, pero más que de prevención sirvió de programa para todo el siglo; cuyo transcurso atrapó también a su autor, Julien Benda, que se haría estalinista. Se convirtió en uno de los malos de su libro.
Unos pocos seguirían hablando de la traición de los intelectuales, como Albert Camus u Octavio Paz. Este, por ejemplo, cuestionó en estos versos de 1976 su propia juventud: “El bien, quisimos el bien: / enderezar el mundo. / No nos faltó entereza: / nos faltó humildad. / Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia. / Preceptos y conceptos, / soberbia de teólogos...”. Teología es, en efecto, lo que hay al final de las convulsiones filosóficas y políticas de Zizek. En el artículo publicado en El Mundo llama la atención que cada línea argumentativa va avanzando de un modo más o menos razonado o matizado, hasta que se topa con el demonio: las palabras liberal o neoliberal, que operan como una pared intraspasable. En ella rebota el pensamiento de Zizek, y en su trayecto hacia atrás se convierte en delirio.
Han pasado noventa años de La trahison des clercs y la observación por enésima vez de tal delirio resulta melancólica, deprimente. No, no se ha aprendido la lección. Zizek termina campanudamente, como no podía ser menos: “No deberíamos olvidar nunca que la gran razón por la que estamos atrapados en el círculo vicioso de Le Pen y Macron es la desaparición de una alternativa de izquierdas viable”. ¿Pero qué alternativa de izquierdas va a ser viable si no empieza por distinguir lo que es extrema derecha de lo que no lo es? La traición de los Zizeks es, en primerísimo lugar, a la izquierda.
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En El Español.
7.5.17
Macron no nos engaña
Con Macron hemos ganado los buenos. Entre los que no están Mélenchon, Zizek, Verstrynge o Echenique, que podrán adornarse ya en la vida de lo que quieran, pero no de antifascistas. Su comportamiento lamentable en estas semanas tampoco nos sorprende, por lo demás: ellos son lo que son. Pobrecillos.
Aunque Emmanuel Macron es voluntarioso y optimista, a él ha ido el voto pesimista. Vale también decir: realista. El que se hace cargo de la complicada realidad y trata de maniobrar de acuerdo con lo que es o puede ser, no con quimeras. El abyecto catastrofismo de Marine Le Pen, en cambio, era optimismo puro. Porque se trataba de un catastrofismo con final feliz según ella, si ganaba ella.
He aquí lo que comparten la extrema derecha y la extrema izquierda: el idealismo de los que componen un engrudo abstracto y luego lo aplastan con la realidad, aplastándola. Análisis falsos, soluciones falsas: promesa de felicidad absoluta con consecuencia segura de infelicidad. El patético espectáculo de los que se dejan engañar, y el repulsivo espectáculo de sus engañadores.
Pero Macron no nos engaña. Me ha venido esta frase al saber que es lector de René Char. Cuando murió este gran poeta surrealista, Octavio Paz le dedicó un poema de título precioso: “René Char no nos engaña”. Aunque a un político no hay que buscarlo en la poesía (¡Dios nos libre!), sino en la prosa. Y es en la prosa de la cruda realidad donde Macron ha ido de frente. Podrá hacerlo bien o mal y salirle mejor o peor, pero él y sus votantes saben dónde pisan.
Y esto, tal y como están las cosas, y después del añito que llevamos, y sabiendo que en la historia solo hay treguas (más o menos frágiles, más o menos breves) ya es prometedor.
* * *
En The Objective.
Aunque Emmanuel Macron es voluntarioso y optimista, a él ha ido el voto pesimista. Vale también decir: realista. El que se hace cargo de la complicada realidad y trata de maniobrar de acuerdo con lo que es o puede ser, no con quimeras. El abyecto catastrofismo de Marine Le Pen, en cambio, era optimismo puro. Porque se trataba de un catastrofismo con final feliz según ella, si ganaba ella.
He aquí lo que comparten la extrema derecha y la extrema izquierda: el idealismo de los que componen un engrudo abstracto y luego lo aplastan con la realidad, aplastándola. Análisis falsos, soluciones falsas: promesa de felicidad absoluta con consecuencia segura de infelicidad. El patético espectáculo de los que se dejan engañar, y el repulsivo espectáculo de sus engañadores.
Pero Macron no nos engaña. Me ha venido esta frase al saber que es lector de René Char. Cuando murió este gran poeta surrealista, Octavio Paz le dedicó un poema de título precioso: “René Char no nos engaña”. Aunque a un político no hay que buscarlo en la poesía (¡Dios nos libre!), sino en la prosa. Y es en la prosa de la cruda realidad donde Macron ha ido de frente. Podrá hacerlo bien o mal y salirle mejor o peor, pero él y sus votantes saben dónde pisan.
Y esto, tal y como están las cosas, y después del añito que llevamos, y sabiendo que en la historia solo hay treguas (más o menos frágiles, más o menos breves) ya es prometedor.
* * *
En The Objective.
6.5.17
Jot Down Smart (mayo 2017)
En el Jot Down Smart núm. 20 (mayo 2017), ya a la venta con El País, publico el artículo "El reverso de la alegría", sobre Savater y su duelo.
3.5.17
Continuidad de las brasas
El error sería considerar que hay un Lluís Llach artista y un Lluís Llach soplón, acusica, represor, que aún no manda y ya está castigando. Castigador ha sido siempre: sus canciones y sus mohínes de ser hipersensible eran ya una tortura, un suplicio insoportable. No hay dos Lluís Llach, sino un único Lluís Llach: entre sus diversas brasas hay una continuidad absoluta, porque todas salen del mismo brasas.
Llevo años en campaña contra los cantautores y no se me ha tomado en serio. He pasado por hombre insensible, cuando lo mío era una pura campaña por la sensibilidad. Campaña cuyo paso previo inexcusable era limpiar del panorama las babas de la pseudosensibilidad. El daño que han hecho los cantautores con su pseudosensibilidad a flor de piel, babosa, repugnante, no se puede cuantificar. Así a ojo, han arrasado generaciones y generaciones de sensibilidades. En términos educativos, han hecho más daño que la Logse.
Y la Logse estaba ya enterita en “Esos locos bajitos”, de Joan Manuel Serrat. Los cantautores empezaron así: afeándoles la conducta a los adultos que regañaban a los niños, marcándose el pegote lúdico y coleguil, y han terminado siendo una mezcla de Tejero y la señorita Rottenmeier. Aunque Serrat, todo hay que decirlo, no ha llegado a tanto (y se le nota avergonzadillo). En la cúspide, como guinda del asqueroso pastel nacionalista, está Lluís Llach.
Me pongo, para calentarme, su concierto en el Camp Nou de 1985 y el exhibicionismo de su emotividad es repulsivo. La cenagosa mermelada no deja margen: es un atrapamoscas del que no te puedes despegar, porque si lo intentas te conviertes en un monstruo. Un monstruo apaleable: ahí está el truco. Es un arte el de Llach (¡un pseudoarte!) pringoso, abusón, mangoneador, en cuyas melifluidades chantajistas estaban ya el odio y el cachiporrazo.
* * *
En The Objective.
Llevo años en campaña contra los cantautores y no se me ha tomado en serio. He pasado por hombre insensible, cuando lo mío era una pura campaña por la sensibilidad. Campaña cuyo paso previo inexcusable era limpiar del panorama las babas de la pseudosensibilidad. El daño que han hecho los cantautores con su pseudosensibilidad a flor de piel, babosa, repugnante, no se puede cuantificar. Así a ojo, han arrasado generaciones y generaciones de sensibilidades. En términos educativos, han hecho más daño que la Logse.
Y la Logse estaba ya enterita en “Esos locos bajitos”, de Joan Manuel Serrat. Los cantautores empezaron así: afeándoles la conducta a los adultos que regañaban a los niños, marcándose el pegote lúdico y coleguil, y han terminado siendo una mezcla de Tejero y la señorita Rottenmeier. Aunque Serrat, todo hay que decirlo, no ha llegado a tanto (y se le nota avergonzadillo). En la cúspide, como guinda del asqueroso pastel nacionalista, está Lluís Llach.
Me pongo, para calentarme, su concierto en el Camp Nou de 1985 y el exhibicionismo de su emotividad es repulsivo. La cenagosa mermelada no deja margen: es un atrapamoscas del que no te puedes despegar, porque si lo intentas te conviertes en un monstruo. Un monstruo apaleable: ahí está el truco. Es un arte el de Llach (¡un pseudoarte!) pringoso, abusón, mangoneador, en cuyas melifluidades chantajistas estaban ya el odio y el cachiporrazo.
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En The Objective.
2.5.17
El ruedo mental
Cada vez que pienso en los toros, cuando se me pide que piense en los toros, noto que en mi ruedo mental me voy desprendiendo. Y debo resaltar lo de “cuando se me pide”, porque por mi cuenta no suelo pensar en los toros: es una preocupación secundaria en mi vida. Se me pidió también el verano pasado y percibo que me he alejado más. Todavía no defiendo la prohibición, pero ya no peleo con quienes la defienden. Hace solo cuatro años me recuerdo discutiendo acaloradamente con una amiga por las calles de Lisboa y ese ya no soy yo.
No sin sorpresa, observo cómo la civilización va ganando terreno en mí. ¿Será la edad? Ya me cuesta trabajo hasta matar insectos (aunque si hay que matarlos los mato). Se me va imponiendo un resquemor budista, un respeto por todo bicho viviente. Nunca he sido cruel con los animales, pero en el contexto taurino el dolor desaparecía: envuelto en el ritual, en las emanaciones simbólicas o en la simple diversión. Pocas veces contemplaba realmente el toro como ser vivo. Era una metáfora.
De niño, como casi todos los niños de mi generación, jugaba a ser torero. Puedo ver la muletita roja en la cama, cuando me la regalaron mis padres. Pero ni siquiera llegué a convertirme en un aficionado. Las corridas estaban con frecuencia en la tele y a veces me paraba a mirarlas (en blanco y negro primero, en color después). No me hacían daño. Sufría más mi abuelo, al que sí le gustaban. Permanecía callado durante las faenas. Y cuando moría el toro decía, con compasión: “Animalito” (entonación: áni-malito).
Había más amor por el animal en esa palabra que en las proclamas de los animalistas. De eso no me olvido. En mi ruedo mental se mantiene ese tope.
* * *
En The Objective.
No sin sorpresa, observo cómo la civilización va ganando terreno en mí. ¿Será la edad? Ya me cuesta trabajo hasta matar insectos (aunque si hay que matarlos los mato). Se me va imponiendo un resquemor budista, un respeto por todo bicho viviente. Nunca he sido cruel con los animales, pero en el contexto taurino el dolor desaparecía: envuelto en el ritual, en las emanaciones simbólicas o en la simple diversión. Pocas veces contemplaba realmente el toro como ser vivo. Era una metáfora.
De niño, como casi todos los niños de mi generación, jugaba a ser torero. Puedo ver la muletita roja en la cama, cuando me la regalaron mis padres. Pero ni siquiera llegué a convertirme en un aficionado. Las corridas estaban con frecuencia en la tele y a veces me paraba a mirarlas (en blanco y negro primero, en color después). No me hacían daño. Sufría más mi abuelo, al que sí le gustaban. Permanecía callado durante las faenas. Y cuando moría el toro decía, con compasión: “Animalito” (entonación: áni-malito).
Había más amor por el animal en esa palabra que en las proclamas de los animalistas. De eso no me olvido. En mi ruedo mental se mantiene ese tope.
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En The Objective.
1.5.17
Podemos, la salvación del PP
Pasadas las elecciones francesas y neutralizado (¡de momento!) el lepenismo, el único tema de la semana habría sido la corrupción del PP, el fangal en el que se encuentra el partido del Gobierno. No se estaría hablando de otra cosa... de no ser por Podemos. Nuestros populistas no han parado de brindarle asistencia respiratoria a la asfixiada derecha. Uno por uno han corrido a hacerle el boca a boca, en una suerte de reposición simbólica del muerdo de Pablo Iglesias a Xavier Domènech.
Mariano Rajoy se encontraba preventivamente en Brasil, donde la corrupción española –por muy abundante que sea– se queda en anecdótica. Allí el presidente podía aprender impasibilidad (si la necesitara) y caradura de los políticos brasileños. Pero tampoco tuvo que hacer mucho esfuerzo para que las cámaras lo dejaran en paz y se desviaran hacia la puerta de la cadena Ser, en Madrid, donde Irene Montero montaba su numerito. Otros, como Pablo Echenique, manifestaban su equidistancia entre la ultraderecha de Le Pen y el centro de Macron. Y todavía se extrañan de que muchos prefieran seguir votando al PP, aunque sea corrupto...
La amenaza de la moción de censura, más que respiración boca a boca, era todo un depósito de oxígeno. Rajoy tuvo que contenerse para no pedir que lo subieran al Pan de Azúcar a bailar samba. Como han apuntado los analistas, Iglesias no trata de aniquilar al PP, sino al PSOE. El efecto de su ambición sería que Podemos se quedase como único partido de la oposición. Solo que sin posibilidad de gobernar: tendríamos, pues, un neo-bipartidismo en el que ganase siempre el PP, que se convertiría en una especie de PRI a la española. Con una peculiaridad: el tapado sería una y otra vez Rajoy.
Marea la corrupción, pero yo, francamente, no veo alarma social por ningún lado. Al electorado español no le ha importado nunca la corrupción, salvo en algún paréntesis en que ha querido exhibirse como digno. Al PSOE corrupto no han parado de votarlo. Al PP corrupto igual. Los alcaldes corruptos han sido reelegidos sin cesar. Gil y Gil reeditaba en Marbella sus mayorías absolutas...
Hubo un partido que luchó efectivamente contra la corrupción: UPyD. Pero no lo votaban lo suficiente. Su constitucionalismo y su respeto a las leyes les resultaban aburridos a los que luego se han lanzado a votar a Podemos, que vende “soluciones” más vistosas (y dudosamente democráticas). Lo recordé hace poco y lo vuelvo a recordar: los futuros podemitas debutaron en la vida pública boicoteando a Rosa Díez. Es decir: al partido que de verdad estaba luchando contra la corrupción. Luego, además, impidieron que gobernase el PSOE con el apoyo de Ciudadanos. Así que no se pongan estupendos.
* * *
En El Español.
Mariano Rajoy se encontraba preventivamente en Brasil, donde la corrupción española –por muy abundante que sea– se queda en anecdótica. Allí el presidente podía aprender impasibilidad (si la necesitara) y caradura de los políticos brasileños. Pero tampoco tuvo que hacer mucho esfuerzo para que las cámaras lo dejaran en paz y se desviaran hacia la puerta de la cadena Ser, en Madrid, donde Irene Montero montaba su numerito. Otros, como Pablo Echenique, manifestaban su equidistancia entre la ultraderecha de Le Pen y el centro de Macron. Y todavía se extrañan de que muchos prefieran seguir votando al PP, aunque sea corrupto...
La amenaza de la moción de censura, más que respiración boca a boca, era todo un depósito de oxígeno. Rajoy tuvo que contenerse para no pedir que lo subieran al Pan de Azúcar a bailar samba. Como han apuntado los analistas, Iglesias no trata de aniquilar al PP, sino al PSOE. El efecto de su ambición sería que Podemos se quedase como único partido de la oposición. Solo que sin posibilidad de gobernar: tendríamos, pues, un neo-bipartidismo en el que ganase siempre el PP, que se convertiría en una especie de PRI a la española. Con una peculiaridad: el tapado sería una y otra vez Rajoy.
Marea la corrupción, pero yo, francamente, no veo alarma social por ningún lado. Al electorado español no le ha importado nunca la corrupción, salvo en algún paréntesis en que ha querido exhibirse como digno. Al PSOE corrupto no han parado de votarlo. Al PP corrupto igual. Los alcaldes corruptos han sido reelegidos sin cesar. Gil y Gil reeditaba en Marbella sus mayorías absolutas...
Hubo un partido que luchó efectivamente contra la corrupción: UPyD. Pero no lo votaban lo suficiente. Su constitucionalismo y su respeto a las leyes les resultaban aburridos a los que luego se han lanzado a votar a Podemos, que vende “soluciones” más vistosas (y dudosamente democráticas). Lo recordé hace poco y lo vuelvo a recordar: los futuros podemitas debutaron en la vida pública boicoteando a Rosa Díez. Es decir: al partido que de verdad estaba luchando contra la corrupción. Luego, además, impidieron que gobernase el PSOE con el apoyo de Ciudadanos. Así que no se pongan estupendos.
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En El Español.
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