29.1.22

Helado de malagueña

[Dietario]

El baile del frío. Dos chicas toman el sol en bikini. En verano no llamarían la atención, pero es invierno y son las únicas: hay una suerte de sensualidad por escasez; sube el valor de las pieles. Se levantan y van a la orilla. Se meten en el mar con paso firme. Y empiezan los saltitos, los gritos, la agitación de brazos. Es el baile del frío.

Molinillos de mar. Hay tanto viento que los molinillos de mar de Benalmádena-Costa hacen ruido: suenan como un motor, parece que la estructura va a echar a volar. En algunos la luz del mediodía se enreda mientras dan vueltas frenéticamente. Es como si estuvieran haciendo un batido de sol.

La edad de las mujeres. Me cuenta Arias una anécdota ("carne de dietario") que le pasó en el paraninfo de la universidad, durante el acto de toma de posesión de los nuevos profesores titulares y catedráticos (él ganó su cátedra de Ciencia Política en junio): "Tenía a cada lado, en mi asiento preasignado, a dos mujeres de edad indefinida. Una de ellas creía conocer a la otra. Hablaron un poco. Ambas habían estudiado en el mismo colegio, pero no estaban del todo seguras de haber coincidido. Pasaron un rato buscando pistas, indicios, hasta que yo les dije: 'Veo que os cuesta mucho decir vuestro año de nacimiento, que despejaría de inmediato la incógnita'. Y se rieron, porque era verdad: una era del 61 y la otra del 65".

Viejos amigos. Espero a Materlín en Los Manueles de Torremolinos. Mesa para dos en la planta de arriba. Le he dejado el mejor sitio, el que da al mar, pero al llegar me he sentado un segundo para ver lo que verá. Materlín y yo nos conocemos desde hace quince años, pero esta es nuestra primera cita. Nos conocemos de internet. Él es de Chile y vive en Bélgica. A veces nos hemos mandado regalos por correo. Entra con una mascarilla amarilla y sé que es él, a pesar de que nunca lo he visto, ni siquiera en foto. Desde el primer minuto la charla fluye, como si fuéramos viejos amigos. Que es lo que somos. Yo le he traído el libro Excéntricos en la Costa del Sol, y él una figurita del capitán Haddock comprada en el Museo Hergé.

Helado de malagueña. Materlín le ha hablado de su paso por Málaga a su amigo Roberto Merino, gran cronista de Santiago de Chile. Merino quiere saber por qué un helado que servían antiguamente en Santiago, de pasas con ron, se llamaba "de malagueña". Se lo explico a Materlín para que se lo cuente a Merino. Y le digo que ese helado se sigue tomando aquí y que se llama "Málaga". Materlín escribe en su blog: "Tal vez Merino, habitué de una heladería, consiga que ésta reponga el helado de malagueña. De ser así, ya nadie podrá atreverse a decir que la literatura no sirve para nada". Desde Málaga animamos.

Cuidado con el taxista. Comida de Navidad en el Tano con Irles, Arias, Diéguez, Toscano y Pirri. Conversación de vuelo nada gallináceo mientras devoramos alitas de pollo. Tras el postre se retiran los dos primeros y los demás nos metemos en un taxi para tomar una copa en el muelle. Veníamos hablando de la esperanza de vida y Diéguez, catedrático de Filosofía de la Ciencia, dice que depende de los telómeros. Yo no sé lo que son, pero es Pirri el que se atreve a preguntarlo. "Son lo que hay en los extremos de los cromosomas", nos empieza a explicar Diéguez. En esto interrumpe el taxista: "Perdonen que les moleste, pero llevo veintinueve años de taxista en Málaga y es la primera vez que escucho una conversación inteligente. Es que los malagueños son unos ignorantes y jamás, jamás, han hablado en este taxi de neurociencia". Sigue despotricando un rato. Lo recordamos luego, muertos de risa, ante nuestras copas. Pero entonces caemos en que la palabra "neurociencia" no la habíamos dicho. El taxista se la sabía.

Pinchitos de gambas. Cenáculo (esta vez es almuerzo: almuerzáculo) con Nadales, Toscano y Arias. Pedimos pinchitos de gambas en el Mercado de El Carmen, antes Gran Poder. El encargado nos conoce como "los filósofos". Cada vez que se acerca, en efecto, nos pilla filosofando. Generalmente, sobre la vida. Hemos reconocido unas mesas más allá al hombre al que le tocó una millonada en la lotería hace muchos años. Era encuadernador. Cuando Palomo y yo pasábamos por su puerta camino de la casa de Andújar, Palomo decía que le gustaría ser él, allí encuadernando tranquilamente libros en su cubículo. Después de que le tocase la lotería Palomo dijo: "¡Ahora sí que me gustaría ser él!". Le cuento la historia a mis amigos y miramos al hombre. ¿Qué está haciendo en este momento? Comer pinchitos de gambas, como nosotros. Al final, filosofamos, estamos viviendo como él.

Mañana del 6 de enero. Por el paseo marítimo de Fuengirola, una espaciada lentitud de adultos sin juguetes; sin hijos ni juguetes.

Donjuanismo. Me gustaría tener éxito con las mujeres para tener éxito con una mujer. 

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