18.1.22

El hueco simbólico de Ciudadanos

Iba a titular este artículo "El lugar simbólico de Ciudadanos", pero es un lugar próximo a su desaparición: un hueco inminente. Me he permitido anticiparme. El ciclo electoral que acaba de comenzar será presumiblemente el de la extinción del partido que en abril de 2018 encabezaba las encuestas. Dos meses después gobernaba Pedro Sánchez, gracias a la moción de censura que su PSOE le hizo al PP con la alianza de la extrema izquierda populista, el nacionalismo vasco, los proetarras y los independentistas catalanes que venían de su intentona de golpe de Estado posmoderno. Pero más que acabar con el PP, un partido en fin de cuentas homologado, asimilable, útil para su gramática, querían acabar con Ciudadanos, que era el que mejor y más decididamente se oponía a todos ellos. Lo han conseguido. (La subida de Vox fue la guinda del intento, el cierre de la trampa: la garantía del despilfarro energético de la oposición por una vía muerta.)

Algunos tonteamos entonces con lo que llamé neosanchismo. Consistía en no creer ni confiar en Sánchez, pero constatar su vacío de un modo neutral: es decir, considerando que, puesto que Sánchez estaba vacío, cabía también la posibilidad de que se rellenase con algo bueno. Su trayectoria solo avalaba dos cosas (además de dicho vacío): su empecinamiento y su ambición. Dado que las encuestas favorecían a Ciudadanos, los neosanchistas pensamos que Sánchez se situaría ahí. Por puro cálculo electoral lo sustituiría de facto, y por lo tanto timaría a sus socios de moción. Dos cosas más contribuyeron a nuestro consentimiento: el hartazgo por el presidente Rajoy y una cierta admiración por la jugada audaz de Sánchez, que sacaba a su partido de una situación precaria. Obviamente, nos equivocamos. El vacío de Sánchez estaba en realidad signado por unas cualidades personales nada estimables (que se han ido desplegando con el tiempo). Y su pacto con lo peor del Congreso era en sí mismo, en verdad, irredimible.

Los neosanchistas nunca llegamos a votar a Sánchez. Pronto fuimos exneosanchistas y después antisanchistas. Lo nuestro era votar a Ciudadanos (ya que no podíamos votar a UPyD, que había sido de verdad lo nuestro). Confiábamos, para entonces desde el antisanchismo, en que el poder electoral de Albert Rivera empujara a Sánchez al buen camino por la fuerza. Pero Rivera no estuvo por ello, ni naturalmente Sánchez. Algunos castigamos a Rivera con la abstención. Fuimos un millón, según las cuentas. Contribuimos al hundimiento de Ciudadanos, ahora creo que equivocándonos también. Aunque una razón límpida nos asistía: Ciudadanos se había traicionado a sí mismo. No habíamos votado a Ciudadanos, pero tampoco estaba exactamente Ciudadanos entre las ofertas electorales de las segundas elecciones de 2019, pese a que se seguía llamando Ciudadanos.

El caso es que no estaba realmente, pero sí estaba simbólicamente. O al menos topológicamente: un lugar, entre los extremos, que genera su símbolo. Ahora no recuerdo si lo ha dicho Fernando Savater o Arcadi Espada (me he puesto entrevistas con los dos recientemente), pero en Ciudadanos han coexistido los errores, incluso nefastos, de sus políticas y sus políticos con la necesidad que subsiste de su espacio, pese a tales errores. Es cierto que en todos los partidos se da el contraste entre el ideal y la práctica, pero con ninguno se corre el riesgo de que su ideal se quede electoralmente vacío. Con Ciudadanos sí. Cuando desaparezca, muchos nos quedaremos definitivamente sin ningún partido al que votar. Supongo que aún se podría evitar, pero no lo parece. Y sin Ciudadanos todo irá a peor, como está yendo: con esta inquietante y suicida polarización de los extremos enloquecidos. 

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