El almanaque es una convención sedimentada, que produce efectos mágicos. El viaje circular de la Tierra en torno al Sol incita a percibir el tiempo como un círculo, sin que por ello abandonemos su concepción lineal, característica de Occidente. Este doble juego, el del tiempo lineal y el tiempo circular, propicia que cada año, en que somos más viejos, recibamos el 1 de enero un soplo de rejuvenecimiento. Se impone la ilusión de que todo está por hacer, a lo que contribuyen las hojas en blanco de las agendas.
Un componente indispensable es la numerología. El año está compuesto de números, que desprenden un aroma, una sensación: de nuevo, una convención con efectos estéticos. Cuando llegó el 2000, los matemáticos insistían en que era aún el último año del siglo XX y que para el siglo XXI tendríamos que esperar al siguiente. Pero esta precisión intelectual carecía de la fuerza del puro dos, que aparecía por primera vez en nuestra vida. El dos y los ceros. La combinación de estos números se repitió en el 2002 y en el 2020, y se volverá a repetir –por última vez en dos siglos, hasta el 2200– en el 2022. Todos estos años arrastran el poder del 2000, aquella renovación.
El 2000 fue para mí un año bueno. El 2002 un año bueno y malo. Esperaba con ganas el 2020, otro año redondo. Puse en la pared la portada de un almanaque en el que el primer cero de 2020 era sustituido por la esfera de un reloj, un reloj con las horas en números romanos. En torno, colores, serpentinas, dibujo de fuegos artificiales. Arriba: "Feliz Año Nuevo". Debajo: "Que la luz de los sueños nos guíe en el nuevo año". En marzo, cuando la expansión de la pandemia y el confinamiento, ya resultaba sarcástico. Tal vez por eso lo dejé: dos años después, no lo he quitado todavía. Puede que esperando la recomposición de lo que se estropeó entonces.
Esperamos el 2022 con la ilusión de siempre. En Otro poema de los dones, Jorge Luis Borges celebra la mañana porque "nos depara la ilusión de un principio". Con el 1 de enero ocurre igual. Al mismo tiempo, nos consta lo que dice el Eclesiastés: "No hay nada nuevo bajo el sol". Pero cada año sí hay algo nuevo y es ese mismo año. Al menos el número, al menos el círculo que se inicia; al menos el almanaque y el ademán de que empezamos de nuevo. La novedad del año, de todos los años, es el año que comienza.
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En Vocento (libro obsequio de Año Nuevo).